Por Marcos Ventura Armas (@MarcosVA91), licenciado en Derecho y activista de Gamá, Colectivo LGTB de Canarias
Leí hace poco una polémica sucedida en las redes sociales estadounidenses que me chocó mucho, y sobre la que creo que conviene reflexionar aunque no se haya producido en nuestro entorno inmediato. La polémica se generó porque una serie de personas rechazaban que les etiquetaran como cisexuales (o cisgénero, dependiendo de las definiciones que usemos de sexo y género… en definitiva, como cis) llegando a decir una personalidad abiertamente gay que si las personas trans querían el apoyo de la comunidad LGB (lesbianas, gays y bisexuales) tenían que dejar de nombrarles con una etiqueta que rechazaban.
Lo primero que me chocó fue que alguien pusiera condicionantes a la lucha trans para prestarle su apoyo. Es decir, sí, tendrás mi apoyo para que se te reconozcan tu dignidad y los derechos humanos asociados a ella, pero no en función de la opresión que sufres o la justicia de tu lucha, sino en función de que tus estrategias políticas no me resulten incómodas.
La simple idea de que un hombre gay pueda sentirse con derecho a establecer requisitos para apoyar la lucha por la igualdad de las personas trans me revela hasta qué punto se han deshecho los lazos de la comunidad LGBT y hasta qué punto ciertas identidades, que han conseguido muchos éxitos en sus luchas, se han acomodado en una posición de privilegio relativo en la que han olvidado lo que significa tener que pelear, no ya por poder hacer uso de las instituciones heteronormativas (es decir, las instituciones que se han desarrollado en base a la idea de heterosexualidad como única sexualidad válida, tales como el matrimonio o la familia nuclear), sino por tu simple reconocimiento como persona humana, como cuerpo válido y habitable.
Es obvio que hay homosexuales respetables (adaptados al marco de (con)vivencia heteronormativo) que no saben lo que significa ser hoy una persona trans, un maricón o una bollera (para decirlo más claramente, ya que hablamos del contexto estadounidense, no saben lo que significa ser queer). Pero una vez asimilado este choque, lo que me golpeó más fuerte fue el rechazo al término que había originado el debate.
Cisexuales son las personas cuya identidad sexual o de género coincide con aquella que les asignaron al nacer. Es decir, al nacer, un médico verá tus genitales y te asignará una identidad: “es un niño” o “es una niña”. Si tuviste suerte y el azar hizo acertar al médico, tendrás el privilegio de vivir sin experimentar conflicto entre tu identidad y la identidad que la sociedad te ha impuesto, y a eso lo llamamos «ser cis». Por el contrario, si el médico erró, tendrás que sufrir el conflicto que supone vivir con una identidad distinta a la que la sociedad cisexista (es decir, que privilegia la cisexualidad como única identidad de género válida) y transfóbica (es decir, que excluye a las identidades trans considerándolas antinaturales) te ha impuesto, y a eso lo llamamos ser trans.
Si eres una persona que no es trans, pero que tampoco cis, ¿qué eres?, ¿una persona normal? El rechazo al término cis me recuerda mucho a otros rechazos de términos usados para visibilizar las relaciones de privilegio y exclusión. Personas blancas que creen que solo las personas negras tienen raza o color de piel (como se evidencia en debates que está habiendo en EEUU). Personas hetero que creen que solo las personas homosexuales tienen orientación sexual (este video lo muestra claramente, sobre todo el minuto 4:47). Y ahora, por lo que se ve, personas cis que creen que solo las personas trans tienen identidad de género. Pero la realidad es que no solo las personas trans tienen una identidad de género, también la tienen las personas cisexuales.
Y esto es crucial, porque la igualdad solo puede darse entre las identidades de género, solo se alcanza si entendemos que todos tenemos una identidad de género y, aunque sean distintas, ninguna es mejor o más válida que otra. Quizás se ve más claro con el concepto de diversidad funcional: no es que haya personas normales y personas discapacitadas, es que todos tenemos una manera de funcionar diferente. Entre una persona que no tiene identidad de género, porque ella es simplemente normal, y una persona trans nunca podrá haber igualdad, porque la diferencia entonces no se establece entre distintas variaciones o formas de presentarse una característica que es común, sino que la diferencia se establece entre quien tiene una característica que lo hace diferente y quien no la tiene. Y ahí, en ese punto, es imposible el mutuo reconocimiento como sujetos válidos y susceptibles de ser iguales en derechos.
La cuestión es que las personas que disfrutan de los privilegios siempre se creen el paradigma y modelo de lo humano, y que son los diferentes a ellos los que tienen accidentes, taras, desperfectos… alguna característica que modifica y degrada ese modelo de lo humano. La forma de luchar contra esa forma de pensar es conseguir que la gente comprenda que “normal” no significa “que se encuentra en su estado natural” (como dice la RAE en su primera acepción) lo que provoca que lo que es diferente a lo “normal” sea contrario al estado natural de las cosas, sino que “normal” significa “que sirve de norma o regla” (la segunda acepción que da la RAE), es decir, que se ajusta a las normas que el poder, que se ejerce en todas las relaciones sociales, nos impone para vivir y para ser, de forma que romper esas normas no es ir contra la naturaleza humana, sino ir contra el poder establecido.
Así que, estimada lectora, si quieres luchar por la igualdad, debes asumir que no ser trans no significa que no tengas identidad de género, significa que tu identidad de género es cisexual. Y si rechazas esta premisa tan simple, al menos tendrás que asumir que supones un obstáculo para la igualdad real y efectiva entre todas las personas, independientemente de su identidad de género.