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E.l. Queer: vampiros fortuitos, espacios compartidos y muchas ganas

Juan Manuel Garcés Cabanillas

 

Del pasado jueves 14 al sábado 16 de abril, “E.l. Queer” sucedió en Madrid. El primer encuentro de literatura queer organizado por la librería Mary Read y el Museo Reina Sofía. Un programa lleno de pluralidad, con ponentes diversas dialogando sobre temas que han basado el transfeminismo que conocemos en la actualidad y sigue en constante transversalidad. No pude acudir a todas las sesiones, sólo a tres. Pero en esas tres ocurrieron varios hechos que me dispongo a narrar. Y para contextualizar esto un poco ya que el cuerpo desde el que se viven las cosas es importante, soy Juanmo, no-binarie, uso todos los pronombres y estoy haciendo mi primer año de tesis doctoral sobre vampiros queer. Dicho esto, comienzo.

Empecé con la sesión II “Identidades queer” compuesta por Ángelo Néstore, Fefa Vila Nuñez y Gad Yola, moderando Víctor Mora. Llegué bastante ajustado de tiempo, sentado casi en la última fila de esa sala tan curvilínea del Reina Sofía, sin cuaderno de notas, sintiendo esa sensación de ser ajeno, una especie de síndrome del impostor queer, que no me dejaba escuchar del todo bien. Entonces Gad Yola rompió mi burbuja de un taconazo al pronunciar estas palabras: “venimos de un linaje vampiresco, casi de otra raza”.

Por un momento me quedé en completo silencio mental. Sí, había dicho linaje vampiresco, seguido de la importancia de dar créditos a su amigue Germain Machuca y yo no voy a ser menos. Ella contó su relato sobre la importancia de los ancestros, de su conexión con lo divino y lo andrógino perteneciente a un pasado anterior, lejos de la mirada queer desde lo colonial, creando con cada palabra y silencios entre estas una hoguera común en la que escuchar el cuento de la sacerdotisa. Una leyenda transmitida de boca a boca, leída desde su móvil mientras yo, desde el mío, escuchaba y escribía, a veces por separado y otras a la vez. Terminó con una sentencia disfrazada de profecía: “Vamos a seguir chupando sangre, sangre y sangre.”

A la siguiente sesión que acudí fue dos días después, la sexta: “Deseos e imaginarios bibolleros”. En ella estaban Carla Berrocal, Laura Casielles, Alana Portero y Gabriela Wiener, y moderaba Nerea Pérez de las Heras. Entre muchos otros temas interesantes y divertidos, porque la diversión tiene cabida en el activismo, Alana habló del creador gay, cis y blanco como un cishetero más, acogido por la blanquitud del sistema, creando referentes bastante ajenos a los deseos bibolleros como “la lesbiana femme fatale que vende secretos de estado”, hecha para satisfacer al público normativo y no a las heterodisidentes. Mi línea de pensamiento saltó directamente hacia Sheridan Le Fanu con su Carmilla y a Ryan Murphy con su American Horror Story: Hotel. Dos hombres separados por siglo y medio creando relatos bibolleros vampíricos. Siguieron hablando sobre la conquista de personajes como Xena la Princesa Guerrera, Silke o Lobezno incluso. Podría haber seguido horas en ese patio de butacas, en primera fila, escuchando atentamente todo como si fuera un cotilleo cruzado en una mesa de café, un espacio íntimo y espontáneo.

El coloquio terminó y esperé paciente a la última sesión. No conocía a nadie allí así que me empujé a hablar con los que me sonaban, gente de redes sociales, de algún encuentro en la Mary Read. Pero aun así mi burbuja de humo empezó a formarse y esta vez no iba a venir ninguna drag queen a explotarla. Entré con cierto temor a “Los montes son vuestros”, el final, una performance literaria de Alberto Cortés, Claudia Faci y Alejandro Simón Partal. El público se sentó en el suelo del escenario, sobre cojines y sacos de dormir. A dos almohadas de mí había un grupo de hombres que conocía de twitter, todos guapos de manera canónica, con cuerpos que pasan por el gimnasio a menudo y barbas cuidadas, conectados en la red queer madrileña. Aunque me considero una persona con un buen recorrido en la deconstrucción, tengo recaídas en el deseo de la normatividad siendo esta dentro del contexto LGTBI+. Y quiero ser ellos, quiero su mirada, quiero estar en sus espacios. En mitad de esa neblina cerebral, Alberto Cortés dijo frente a la audiencia “soy un vampiro” después de pedirle al Estado Español tiempo, auto-proclamándose ser inmortal ajeno al sistema. Y más tarde se dirigió a mí, me señaló y dijo “qué guapo”. No me percaté de cómo salí de mis pensamientos, disfruté, contemplé, participé y lloré pensando en maricas vibrando sobre las playas de Málaga.

Aun así, tiendo a ser muy terco y salí de la sala con la firme convicción de escribir sobre lo ajeno que me suelo sentir en entornos queer sin entender muy bien el porqué. Estaba tan absorto entretejiendo mentalmente ese escrito que no percibí a uno de los hombres que tan fuera de lugar me hacen sentir sujetándome la puerta. Antes de poder decirle gracias, dijo “¿nos seguimos en twitter, verdad?” y tuvimos una conversación muy agradable. Ese texto mental cambió al que ahora estoy redactando.

Si cuento todo esto es porque la necesidad de este tipo de encuentros es imperiosa. No para educar sino para no perder el punto de foco, disfrutar de nosotras desde la individualidad y también desde la pluralidad. Es importante generar arquitecturas para el colectivo, orientando su construcción a nuestras necesidades, anhelos y placeres como disidentes de la normatividad. En “E.l. Queer” encontré vampiras maricas y motivación para seguir hablando de ellas, cuidados propios tanto del cuerpo como de la mente desde el más trabajado cariño, trabajado porque no sale natural, se va aprendiendo. Topé de lleno con mis prejuicios, con ciertos aspectos en los que sigo construyéndome. Sentí esa sensación de casa, de libertad para escuchar y ser escuchado. Pero sobre todo experimenté ganas, muchísimas ganas. Ganas de hacer, escribir, ocupar. Ganas de seguir.

Antes de terminar lo que sea que sea esto, me gustaría dar las gracias a Ana y Óscar, por el esfuerzo de arriesgar, por dejarme ser y tirarme mucho rato hablando con ellas (hablo mucho y nunca me han cortado) en la librería Mary Read. Y recalco: estos espacios son necesarios para todas nosotras, para la disidencia, para aliadas, para mí misme hablando desde el egoísmo. Justo por eso he redactado esto desde mi faceta más protagonista, sin tener que exigir que me den el papel principal, porque me permito ser egoísta. Porque quiero y merezco sitios así como realidad que soy y somos frente al sistema, le pese a quien le pese.

 

 

Juan Manuel Garcés Cabanillas.

Doctorando en Bellas Artes por la UCLM.

Gad Yola, Ángelo Nestore, Fefa Vila y Víctor Mora en «E.L.Queer». Fotografía de Librería Mary Read.

CRÓNICAS DEL MARGEN – El exilio interior

Por Víctor Mora (@Victor_Mora_G)

Imagen de Asphaltwitch (@asphaltwitch)

 

Habitar, como habitamos, los márgenes de la norma sexual y de género, deja en nuestros cuerpos una huella similar al exilio, una marca original de no pertenencia que se encuentra en tensión permanente para las vidas queer. La huella se intensifica o decrece según transcurren acontecimientos, y el devenir de nuestro propio margen nos hace a veces sentir proximidad y otras, como ocurre últimamente, un profundo distanciamiento. Creo que es importante pensar sobre esas emociones, sobre ese terreno compartido que tiene algo, quizá, de continuidad con episodios del pasado que podemos recuperar para su reinterpretación y, en última instancia, como lugar de encuentro para poner en común sentires y crear alianzas.

’Exilio interior’ fue el nombre que se le dio a la experiencia de quienes se quedaron en territorio fascista, conquistado por los sublevados después de la guerra. Para la resistencia entonces no hubo, desde luego, ninguna opción afortunada o menos dramática. Huir, marchar físicamente al exilio como vía última de supervivencia fue una de esas ‘opciones’ forzosas, y otra, la que habitaron todes les que no pudieron cruzar la frontera, fue la del exilio interior. Convivir con fantasmas y desaparecides, transitar por cementerios cuneta y fosas comunes que multiplicaban sus kilómetros, fueron partes de este singular exilio, del exilio interno que experimenta quien sabe positivamente en su fuero interno que no pertenece a ese contexto. Quien sabe que no forma parte de esa cartografía conquistada por el terror, que su cuerpo y su corazón no pertenecen. El exilio interior es el destierro dentro de casa, el saberse polizón en el nuevo rumbo que se ha impuesto con violencia, el saberse barbarie en la nueva lógica, en la nueva razón. 

Cruzar la frontera geográfica dibujaba una distancia física, medible en kilómetros, pero la vida que quedaba atrás era la misma que la que dejaban quienes se quedaron a habitar el margen interno, el simbólico y obligatoriamente silencioso del exilio interior. Es precisamente en ese margen interno, en ese espacio de deslocalización intramuros, donde creo que hoy, en este contexto tan distinto y a la vez extrañamente similar, podemos volver a encontrarnos. La memoria puede traernos ese terreno obtuso de la marginalidad privada que, estoy convencido, tenemos en común muchas más personas de las que podemos imaginar a priori. Es cierto que no salimos de una guerra (aunque a veces pueda parecer que esa guerra nunca ha dejado, en realidad, de producirse), sin embargo, creo que el sentimiento de desarraigo y no pertenencia es algo compartido por todes les que afrontamos nuestro contexto actual con perplejidad primero, desde la rabia aguda y la profunda tristeza después. El extrañamiento y la distancia fueron un espasmo, una especie de empujón. Nuestro cuerpo seguía dentro del mapa, pero fuera al mismo tiempo, exiliado, en el margen. Es cierto que no salimos de una guerra (aunque a veces pueda parecer que la narrativa bélica contamina todo el texto y que nos envuelve la lógica del golpe y la derrota), sin embargo hay fantasmas que han despertado y que se nos adhieren al cuerpo, como los de la amenaza, como los de la peligrosidad.* Es cierto que no salimos de una guerra, más bien, estamos en plena batalla por el significado, por la narrativa, la memoria y el devenir. Batallas que se liberan en nuestro cuerpo y el de les compañeres, cuerpos expuestos a niveles de violencia que no podíamos recordar, cuerpos que se pretende aislar, señalar, tutelar, ningunear. Una batalla que, si bien se escribe con los modos tradicionales de la propaganda, traza sus renglones mediante estrategias nuevas. El extrañamiento radical se produce cuando nos enfrentamos a esas mentiras que insisten en nuestra peligrosidad, sabiendo que son mentiras, sabiendo que quien las lanza contra nosotres sabe también, perfectamente, que son mentiras. El extrañamiento se produce cuando se disfraza de alarma social, de inseguridad jurídica, de peligro para la mayoría, para 47 millones… lo que no es otra cosa que la pataleta del privilegio ciego, que se resiste a codazos, que se impone como sea, con las mentiras y el desprecio que su mantenimiento exija. 

Como decía al principio, las emociones del exilio que sin duda compartimos, son parte de una tensión en movimiento. No habitamos el margen al que otrora nos obligaba el totalitarismo, no hace falta recordarlo. Sin embargo, sí parece haberse olvidado que hay más similitudes que diferencias con todo texto normativo que pretende jerarquizar unos cuerpos sobre otros, que pretende señalar y deshumaniza experiencias y condiciones. 

Si bien hoy por hoy podemos aseverar sin matices que no se puede vivir de los logros del pasado, y que esos mismos logros instrumentalizados han servido (también) para ampliar privilegios y acrecentar distancias entre márgenes, lo que no haremos, desde luego, es asumir que no podamos reapropiarnos nuevamente del significado, intervenirlo y reescribir el texto del margen, el nuestro, el que nos pertenece y del que somos única autoridad. Hablemos de ello. Desde lo colectivo, desde ese sentimiento compartido de no pertenencia, como hemos hecho históricamente tantas veces, Crónicas del margen se plantea como un espacio para habitar ese destierro y compartirlo. Un lugar para hablar de nuestros espacios, textos, performances, expresiones y propuestas. Las crónicas, en definitiva, de todo lo que también está pasando en este contexto extraño que también es el nuestro y en el que se teje la red que va a escribir (que ya está escribiendo) el futuro que imaginamos. 

 

Imagen de Asphaltwitch (@asphaltwitch)

Texto de Alana Portero – Peligrosidad estatal

 

¿Quién teme a lo queer? – Lo que somos: autobiografía, ficciones y dramas

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

Si quieres mandar preguntas o comentarios a Víctor Mora puedes escribir DM o de forma anónima a: https://curiouscat.me/Victor_Mora_G

 

 

Quizá el objetivo más importante de nuestros días es descubrir lo que somos,

pero para rechazarlo.

Michel Foucault.

 

No me atrevo a hablar en nombre de ninguna otra, lejos de perpetuar la idea de que las mujeres trans somos un bloque homogéneo de prácticas e ideas, defiendo nuestro derecho a la cobardía, a la alienación, a ser completas gilipollas, a equivocarnos, a ser unas bocazas y a dramatizar.

Alana Portero.

 

No cambiaría mi lugar por ningún otro, porque ser Virginie Despentes me parece un asunto más interesante que ningún otro.

Virginie Despentes.

 

¿Qué/quién soy? Cuerpo, nombre, memoria, proyección. Lo que somos. Expresión, performance, significante en mapa, cuerpo-texto, herida abierta, preconsciencia. Lo que somos. Ultraconscientes del autoengaño, exposición, venta y consumo. Titubeo, mentiras, verdades como puños, verdades con patas. Fracasos, errores, esperanzas. Lo que somos.

Soy Víctor Mora, y ahora mismo escribo desde un portátil en el salón de mi casa. Esto va cambiando, a veces escribo en bibliotecas o en bares, en cuadernos y libretas. Escribo todos los días y todos los días soy Víctor Mora, aunque ya he asumido que esa persona son varias personas como, creo, cualquiera. He aprendido a convivir con los fantasmas que me componen, a entender que el yo que escribe ahora no es más que uno de ellos y que no es desde luego más importante que el resto. He vivido en Madrid más de la mitad de mi vida. He trabajado la noche y los clubs. He sido imagen, DJ y cantante de una banda electrorock. Fui teleoperador erótico, camarero en saunas gays y dependiente en tiendas de moda gótica. Me maquillaba, tenía el pelo largo y estaba obsesionada con la delgadez. Performaba la feminidad sin considerarme mujer, es decir, sin serlo. Pero sí sabiendo que tenía que explorar lo femenino y expresarlo. Era mi espacio en el género. Era un lugar de emancipación. Fui por fin el putón que tanto ansiaba ser, el de Ziga, el que añora ser la niña que no se atrevió a pedir que la dejaran ir con boa de plumas y sombra azul al colegio. Quise ser Miss Guy de Toilet Boys. Tacones, medias de rejilla, labios rojos, eyeliner, pelo cardado y maquillaje hasta en el corazón, como cantábamos en nuestro primer single post-Naranjo. Lee el resto de la entrada »

Agitadoras, en primera persona: de contrahegemonías culturales trans y nuestro derecho a la esperanza

Por Ira Terán (@flordeoctubre_ ) portavoz trans de SOMOS

Ira Terán, portavoz trans de SOMOS junto a la activista histórica trans Miryam Amaya

Estos días se han oído numerosas voces indignadas con que el actor Paco León va a interpretar a una mujer trans en uno de sus próximos trabajos. Esta práctica es denominada trans facing, que desde una lectura superficial cierra las puertas a los actores y las actrices trans a ocupar uno de los pocos papeles interpretativos relegados para ellas. Pero a mis ojos la crítica, e incluso la autocrítica para con el colectivo trans, deben ser más profundas y políticas. Con este hecho la productora dispone al colectivo trans ante un contexto de doble violencia simbólica: por una parte se nos niega la posibilidad de que una persona trans pueda contar su propia historia, creando una narrativa justa y generando referentes en el proceso de formar y transformar la sociedad, y por otra, se nos circunscribe a personajes moldeados que descartan de la construcción personal cualquier complejidad más allá del ser trans, y tampoco todos los ser trans valen. Lee el resto de la entrada »