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Barco a Venus. Onyx y los ángeles.

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G)

 

La venusiana de seis tetas dejaba Drag Race España, después de 5 programas y una legión de fans en aumento (con bautismo incluido) y, si es cuestión de confesar, las tentaculonas, es verdad, ayer lloramos un poquito.

No importa discutir si ha sido o no ha sido justo, (hija, es televisión y en televisión nada lo es), lo que sí es importante, creo yo, es hablar de la brecha que artistas como Onyx abren en los imaginarios populares, cuando atracan con su barco en los puertos de lo mainstream. ‘Atracan’, digo, mejor que ‘aterrizan’ (que sería más apropiado, quizá, en el caso de esta extraterrestre), porque es algo así lo que sentimos las pocas veces que vemos entrar por las puertas de un espacio cultural masivo a una de las raras, a una de las freaks, de las que desbordan lo imaginable por imposibles, por anómalas y excesivas.

Ni qué decir tiene que Onyx (como todas las chicas, que os veo venir), no está ahí por casualidad ni ha atracado a nadie. Su enorme talento y constancia a la hora de perseverar en la creación de un universo propio queerizando lo alien, lleno de purpurina cyborg y de tentáculos de moco brillante y extensible, conecta además con multitud de referencias. Desde los club kids neoyorkinos de los 90 y los 2000 hasta la reina Juana encerrada por loca, desde la Lolita kitsch inenarrable que deviene muñeca de Lladró hasta el Ángel Caído en su versión más dramática, iracunda y erótica. Onyx nos ha hecho soñar durante semanas, porque sus pasarelas no eran únicamente looks muy trabajados, sino que abrían, más bien, puertas a narraciones paralelas.

Onyx es un puente al otro lado, al over the rainbow, al espacio exterior. A ese lugar donde a las raras nos cogió de la mano una alienígena una vez, y nos dijo ‘pasa, encuentra tu ficción, aquí estarás segura’. Onyx es esa ficción, esa alienígena y esa acción artística comunitaria de supervivencia que significa pasar el testigo. Porque a muchas nos ha salvado la ficción, lo excesivo y lo maravilloso, lo camp y lo kitsch, lo cyborg y lo trascendente. A muchas nos ha salvado un brillo que ha cruzado nuestro camino por accidente, un destello que nos ha hecho seguir, tirar del hilo y descubrir todo un submundo extraordinario, donde otra existencia era posible, fuera de los confines taxativos de la normalidad. Necesitamos la señal, el destello, la bengala disparada al aire, para entender que hay más mundos y que están en este.

Ayer pensé que para muchas y muches Onyx ya es la mano tendida a lugares que aún no imaginan, y que sólo intuyen como espacios de libertad; y también pensé que para otres es el impulso del recuerdo vivo de los mundos que, en nuestro propio devenir, a veces parece que hemos olvidado.

Hace unos meses hablamos sobre el potencial revolucionario de lo alienígena, de la inclinación hacia el romper la forma, sobre las posibilidades de lo cyborg y el construirnos a través de múltiples ficciones en simbiosis. Sin embargo, creo que nunca te conté que, siendo yo niño (y niña y ángel), me explicaron lo que era la soledad con la misma metáfora que has utilizado tú en el programa. Me dijeron que la soledad no tenía nada que ver con estar o no rodeada de gente, sino con sentirte marciana en todas partes. La Onyx venusiana, la que hemos visto con cuernos fluorescentes afilados y saliendo de huevos de anime, es también la que hemos visto partida de risa, desbordando talento y creando comunidad. La que ha sido puente a otras ficciones interestelares cargaba a la vez sobre sus capas con su propio niño (y niña y ángel), y así de consciente y abierta se nos ha mostrado.

Onyx desatraca, barco a Venus, pedazo de arco iris, en realidad el viaje acaba de comenzar.