¿Quién teme a lo queer? – En el punto de partida

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

Foto: Rocío Jurado, por Roberta Marrero IG: @roberta__marrero

 

 

 

Yo quisiera encontrarnos cara a cara.

Retomar desde la herida.

Atrevernos desde cero.

Sin reservas ni mentiras.

Juan Pardo / Rocío Jurado

 

 

“Es cansado”, es lo que más leo y escucho últimamente, “es cansado”, y es verdad. Estamos exhaustes. Como si cada día llegásemos a un nuevo punto de no retorno, al final de un camino equivocado.

Dentro de las disputas por el significado que no dejan de producirse (y cabe recordar, que toda batalla de terror lingüístico se libra en los cuerpos), me llama la atención la especie de comunión implícita que existe desde tantos flancos sobre un sentido compartido de lo queer como enemigo fatal, asociado a la catástrofe (secta queer, dictadura queer, ideología queer, Inqueersición, etc.). Afrontamos un nuevo escenario que, paradójicamente, nos retrotrae a lugares antiguos, al mapa en el que lo queer (como insulto y estigma) servía de cajón de sastre donde aglutinar toda experiencia y expresión disidente de la norma. Conviene, quizá, retomar. Volvamos, ya que nos invitan, a ese punto de partida, y preguntémonos qué ha pasado, pero también qué queremos que pase. Quizá, y precisamente porque no es nada fácil, esa es la pregunta que tenemos que hacernos.

Cuando alcanzamos aquella especie de cima teórica desde la que no se avistaban nuevos modos de avance, lo queer empezó a caer delante de nuestros ojos cuesta abajo y bruscamente, azotado por inesperados giros que nos han expuesto a lugares discursivos llenos de violencia. De postura de élite académica a etiqueta amable, la pegatina queer en libros, series y productos para el consumo de un nicho (que por muy nicho que fuera, se complacía en consumir) dio el salto hacia una especie de centro periférico apropiado para narrativas indulgentes. La historia del outsider cortés que busca su espacio en el mapa de lo que ya era (con todas las letras) tolerable, nos ha sido narrada una y otra vez desde los lugares menos periféricos de la industria del entretenimiento y, quizá, nos embaucó de alguna manera ocupar ese espacio prácticamente por primera vez. También nos lo planteamos desde el underground urbano, desde nuestros libros de pequeña tirada y exposiciones en centros culturales, pero, ¿qué pasa? ¿Por qué no? ¿Acaso estaba mal transitar esta etiqueta o cualquier otra para explicarnos o exponernos? ¿Por qué no quedarnos ya refugiades en el “paraguas coherente y verosímil” de la cultura queer?

Es cierto que, con todo, siempre existió la sospecha. Una sospecha que tampoco fue homogénea ni coherente, pero que sí azuzó la tensión y la crítica interna. Por eso seguimos los debates, contra viento y marea, en talleres y asambleas. Por eso volvíamos a las calles cada vez y continuábamos problematizando todas las aristas de lo queer, que si bien comenzaba a instalarse como una identidad entendible que habitar, era ese mismo espejismo de estandarización en el régimen de lo visible lo que causaba extrañeza, disputa y decepción. La reivindicación de las microhistorias micropolíticas fuera de las lógicas del Relato aglutinador y hegemónico, se leía desde algunos sectores críticos como la caída en las redes del neoliberalismo individualista. Es cierto que muchas de esas críticas se hacían a menudo (y se siguen haciendo) desde lugares ajenos, desde una izquierda blanca y francamente conservadora que poco o nada conocía nuestros espacios. Comenzó a anticiparse la diversidad como una especie de trampa posmoderna que enmarañaba las “verdaderas luchas” y obviaba las condiciones estructurales.

Lo queer se convirtió poco a poco en el punto de mira, en una diana sobre la que la mirada ajena a estas experiencias ejecutaba su sospecha. Desde ahí comenzó a articularse una definición del término como peligro potencial que, en un lapso muy corto de tiempo, se ha traducido en un derrame sistemático de violencia contra las disidencias de lo binario y la economía cishetero. Este giro inesperado nos ha hecho abandonar en gran medida los debates que veníamos sosteniendo. La construcción de la memoria queer y los problemas de asimilación y representación han sido expulsados forzosamente a un segundo plano, en pro de articular una agenda improvisada de defensa contra una violencia que, la verdad, no esperábamos.

Nos encontramos en el punto de partida. Bien somos objeto para el consumo despolitizado, sin memoria y sin crítica, bien somos la amenaza de la verdadera emancipación. Somos un todo en cualquier caso, una ilusión de coherencia definida por oposición donde se nos encaja, pero en la que nuevamente no hemos participado.

La Jurado, águila imperial travesti recuperada por la mirada de Ziga desde la óptica camp y protoqueer del exilio cultural, nos cantaba sobre el punto de partida, sobre el mundo que nos ahoga, que nos abraza y nos olvida. Un punto al que volvemos cada tanto (¡cada noche!) y que nunca es el mismo aunque lo parezca. Retomamos desde la herida, desde ese lugar fronterizo que es el fracaso para recuperar lo que habíamos construido y volver a problematizarlo. Regresamos cansades, es cierto, con experiencias nuevas sobre la espalda y más frentes abiertos que nunca, pero no empezamos de cero. Retomamos el cuerpo como mapa donde se liberan las batallas del determinismo cultural, del lenguaje y sus obligaciones jerárquicas de subordinación. Retomamos la reconstrucción de nuestras memorias y debates abiertos. Porque si las palabras pueden ser las armas cargadas de futuro de Celaya, cargan también con la gravedad de la memoria y sus micromemorias disidentes, que amplían, crean nuevos significados y tejen red. Es ahí, en ese punto, desde donde podemos volver a imaginar futuribles, a dibujar posibilidades y trazar caminos.

La resistencia a la instrucción colectiva y a la homogeneización del Relato es la misma que se enfrenta a la generación sistemática de cuerpos uniformes y coherentes. Contra la estandarización, contra la normalización, regresamos al punto de partida y, una vez aquí, retomamos la pregunta, ¿qué queremos que pase?

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