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¿LA FAMILIA? BIEN, GRACIAS

Juan Andrés Teno (@jateno_)

Tras la brevísima intervención de Ana Iris Simón hace unos días en un acto organizado en el Palacio de La Moncloa han surgido una legión de opinadoras y opinadores que se posicionan, no ya contra las ideas expuestas por la escritora, si no alrededor del concepto de familia, en singular, que parece ser que familia solo hay una.

Estos artículos vienen impregnados de una supuesta posición progresista, de izquierdas, y han fijado su atención en las intrínsecas maldades que trae consigo la familia, siempre en singular, y concibiendo la misma como la integrada por progenitores heterosexuales con hijos.

Retrocedamos en el tiempo. Hace 16 años las fuerzas reaccionarias de este país, la jerarquía de la iglesia católica y el Partido Popular, llevaron a centenares de miles de personas a Madrid para manifestarse contra el matrimonio de personas del mismo sexo. Acudieron a la llamada del Foro de la Familia para que toda la orbe no olvidara que solo existía un modelo de familia: La conformada por un padre y una madre con hijos en común.

Ese mismo modelo de familia es el que ejemplifican en estos momentos quienes critican las palabras de Simón y por tanto hacen el mismo ejercicio de reduccionismo ideológico que los que se lanzaron a las calles en el 2005.

Aquella llamada a la cordura carpetovetónica de una España provinciana pareciera que había quedado sepultada por las vivencias de una sociedad avanzada que reconoce y aplaude los distintos modos de familias, en plural, por que hablar de familias es hablar de heterogeneidad y diversidad.

Las familias homoparentales ganamos aquella batalla con el ejercicio diario de crianza y cuidados a nuestras criaturas. Y creíamos haber salido vencedoras de una guerra, a la que, visto lo visto, aún le quedada un refriega final.

Los próceres del pensamiento social de este país que ahora critican a Ana Iris han olvidado un dato fundamental. En España sólo el 30% de los hogares los habitan familias biparentales con hijos (y se incluyen aquí el fenómeno de la homoparentalidad) y que hay un 70% más que ha elegido un modo diferente de convivencia. Y todas ellas son familias. 

Pareciera ser que estas personas de artículo fácil han sufrido experiencias negativas en su familia de origen (algunas llegan a relatarlas) y resulta que todas ellas declaran no haber constituido aún su propia familia. Este último aspecto es importante porque su opinión, aun siendo aceptable en un estado democrático y de derecho, tiene la misma validez moral que la que sale de la boca del obispo de turno, que habla de lo que no conoce pero que lo hace por una suerte de superioridad moral emanada del cielo en su caso o esgrimiendo la intelectualidad y la modernidad en el caso de los otros.

Se ha llegado incluso a poner en duda la capacidad de crianza de madres y padres por basarse en un modero rígido de convivencia en el que las personas mayores de edad imponen sus criterios y las menores de edad obedecen a la fuerza como si fueran el último reducto de la esclavitud. Solo cabe afirmar que aún no se ha inventado (y se han intentado en muchas ocasiones) un modelo de crianza más óptima que la se da en seno familiar.

Y claro que no todas las familias son perfectas, claro que padres y madres nos equivocamos, pero ni somos dictadores de las costumbres ni pretendemos serlo, al menos las madres y padres que yo conozco.

Ellas y ellos, en mayor o menor medida, además de fórmulas teóricas de análisis social, con frases y citas propias de una agenda gregoriana, acaban relatando los males de sus propias familias de origen y proyectan sus frustraciones al conjunto de la sociedad. Yo les pediría que se diesen una vuelta por los parques infantiles (ahora que la pandemia los ha reinaugurado) y contemplen a niñas, niños y niñes felices; por las puertas de los colegios y oigan a progenitores preocupados por la educación de sus criaturas y por desarrollar modelos de crianza que posibiliten su desarrollo más óptimo. Y sobre todo que salgan a cualquier calle y comprueben, oh maravilla de las maravillas, que existen familias con dos madres, dos padres, un solo padre o una sola madre, familias con hijos adoptados o acogidos, familias donde coexisten diferentes razas o culturas, en fin: familias.

Resulta agotador intentar explicar lo obvio a una parte de la supuesta progresía de este país que niega implícitamente la existencia de familias sin hijos, familias de una sola persona o familias poliamorosas.

Uno, que ha deambulado por los centros educativos difundiendo eso de la diversidad familiar, ha podido comprobar que la infancia y la adolescencia de este país tiene muy asimilado que existen diferentes tipos de familias y que lo importante no es quienes las integren, sino las relaciones que se establezcan entre ellos.

Las familias, como escenario necesario de socialización, no son entes abyectos que persiguen la alineación del ser humano, no tienen capacidad en sí mismas de ninguna acción, pues quien les dan “vida” son las personas que la integran. Y, como es ridículamente obvio, estas personas pueden ser o pueden tener conductas que sean buenas, malas o regulares.

Ser familia no implica consanguineidad y parentesco. Parece increíble que tengamos que explicar una obviedad como esta en pleno siglo XXI y ante quienes se suponen que apuestan por los avances sociales. Pero ahí seguimos.

Y como parece que no se entiende nada si no hay ejemplos concretos, paso al modo empírico. Hace 25 años que constituí una familia con otro señor, por lo que es fácilmente deducible que somos gais. Cuando la ley nos lo permitió nos casamos y adoptamos un niño de raza negra. Ahora estamos a la espera de que nos asignen otra criatura a través de la figura del acogimiento. En nuestra casa no existen roles de género, la consanguineidad no rige nuestros destinos y los apellidos son una fórmula legal y no un modo de vida. Nuestra criatura está creciendo bajo los principios de la igualdad y la diversidad. Somos elementos activos de una revolución social (como muchas otras personas) callada y pacífica que, considero, es la más importante que ha vivido este país en las últimas décadas: la que tiene como protagonista a la familia, a su estructura, a los miembros que la integran y a las relaciones que se dan entre ellos. Y eso a pesar de que no nos consideramos salvadores de la patria y de que compramos en algunas ocasiones en grandes almacenes que tienen una banderola verde en su anagrama.

Y, para ir terminando, y seguir cultivando la amistad en este delirio postmodernista en el que han sumergido al hecho familiar, quiero hacer saber a los amantes de los animales que sus mascotas nunca podrán ser “sus hijos”, serán parte de su familia, los querrán desde lo más profundo de su corazón, pero no son “sus hijos”. Sobre todo por lo pernicioso que es humanizar a los animales y animalizar a los humanos. No es cuestión de prioridades, si no de veracidades.

Nótese que el título de este artículo no es una copia del de la película de Masó, sino una interpretación evolucionada del mismo, por que los seres humanos evolucionamos, las familias evolucionamos y, además, nos hemos convertido en motor de cambio social.

JUAN ANDRÉS TENO

Periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Cuenta en Twitter: @jateno_ 

Blog: https://familiasdecolores.wordpress.com/

 

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