Archivo de la categoría ‘Leyes’

El orden de las cosas

Juan Andrés Teno (@jateno_)

 

Hace ya varios años que se ha abierto una brecha ideológica (conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.) insalvable entre una parte del feminismo español y el movimiento LGTBI.

Tras un periodo convulso en el que se intentó descabalgar a las mujeres lesbianas del movimiento feminista llegaron unos años de armonía en que estos dos motores sociales caminaban al unísono y compartían luchas en las intersecciones por las que pudieran deambular.

El problema surge en la anterior legislatura cuando se estaba trabajando un borrador de ley estatal LGTBI en el Congreso y desde la Comisión de Igualdad del Congreso, presidida por el PSOE, se empezaron a poner trabas primero, zancadillas después y puñales en la espalda como broche final. Su principal objetivo era sacar de la futura norma la regulación de los derechos de las personas trans y con ello impedir su libre autodeterminación.

Los procesos de negociación fueron deliberadamente retrasados por las filas socialistas y terminó la legislatura sin haber elevado el borrador de ley ante el pleno del Congreso por lo que el proyecto decayó y hubo que empezar de nuevo el proceso en la legislatura actual.
Con el nuevo gobierno las políticas LGTBI cayeron en manos de Unidas Podemos y desde el Ministerio el Ministerio de Igualdad (que tuvo la habilidad de fichar a activistas LGTBI de gran valía profesional) se negoció un nuevo borrador parta otorgar a la población LGTBI los mismos derechos que a la heterosexual y así blindar sus dignidades. Por segunda vez en la historia (tras la aprobación del matrimonio igualitario) las distintas entidades LGTBI del país hicieron frente común. Se redactaron dos proyectos, uno específico para el colectivo trans y el otro para las personas LGB. La parte socialista del gobierno impone y consigue que las dos normas se fundan en una sola. Aun así, el Ministerio de Igualdad no logra que el Consejo de Ministros eleve el texto al poder legislativo, alargándose de nuevo los plazos. Inesperadamente el Presidente del Gobierno hace una remodelación ministerial y cae del ejecutivo Carmen Calvo. Hay que recordar que es ella una de las firmantes de un argumentario interno de PSOE en el que se afirmada que el denominado “derecho a la libre determinación de la identidad sexual” o “derecho a la autodeterminación sexual” carece de racionalidad jurídica.

Seguidamente se hace público que el texto pasará por La Moncloa con motivo de la conmemoración del Día del Orgullo LGTBI. Pareciera que la primera batalla estaba ganada, pero esta historia promete ser muy larga y el final es imposible vislumbrarlo en estos momentos.
Paralelamente a todo este proceso administrativo una parte del feminismo patrio (vinculada en mayor o menor medida al partido socialista) emprende una titánica batalla contra esta ley a cuenta de las realidades trans. Niegan la autodeterminación de esta parte de la ciudadanía y lanzan mensajes contaminados del contenido de la futura norma que nada tienen que ver con lo redactado y que discurren espléndidamente dentro de los cauces del populismo y la difusión de bulos (fake news) en publicaciones generalistas y especializadas, además de en las redes sociales. Son las denominadas TERFS (acrónimo para Trans-Exclusionary Radical Feminist).
Sería curioso averiguar las verdaderas razones por las que una sección de un movimiento ideológico y social de vanguardia y progresista, de repente, y sin previo aviso, airea posiciones en contra de los derechos fundamentales de algunas mujeres, alineándose de este modo con los sectores más reaccionarios del país.

Desde un principio argumentaron que el movimiento LGTBI había sido secuestrado por la denominada Teoría Queer. Ellas, ajenas a la realidad asociativa, no sólo desconocen lo que predica esta corriente político-filosófica, si no que ignoran la permeabilidad de lo queer en el colectivo, que no es precisamente muy importante.

Uno que es observador (o al menos cree serlo) estima que hay una parte de la mujeres feministas de este país, las de más edad, que, tras el avance social que supuso el 15M y las multitudinarias acciones de calle llevadas a cabo por una nueva generación en torno a los derechos de la mujer, veían peligrar su liderazgo y se amarraron a la transfobia en un acto desesperado. De sus bocas han salido todo tipo de afirmaciones y calificativos hacia el colectivo de mujeres trans que harían sonrojar a cualquier demócrata. Se han despachado a gusto. Han hecho daño y han socavado dignidades. Pareciera el rugir insoportable de una fiera salvaje a que, sabiéndose herida de muerte, quiere acabar con todo lo que se mueva a su alrededor.

El problema de esta transfobia revestida de feminismo es que sus ideólogas son mujeres altamente inteligentes, que saben que están lanzado bulos y mentiras para no perder el cetro de las políticas de igualdad. Y esta carnaza la sirven en platos calientes a un conjunto de seguidoras que la digieren sin pensar y la vomitan a lo largo y ancho del territorio nacional.
Frente a este espectáculo alucinante y surrealista, entidades y activistas LGTBI han respondido con una sola voz y se muestran determinadas a no dar un paso atrás, haciendo suyo un lema, precisamente feminista, si nos tocan a una nos tocan a todas.

En esta algarabía de falsos fuegos artificiales algunas y algunos advertían que esta transfobia escondía algo más, que primero serían las mujeres trans, luego los hombres trans y después alcanzaría gais, lesbianas y bisexuales, en una suerte de movimiento reaccionario que igualaba sus postulados con las ideologías políticas más reaccionarias.

Y parece ser que tenían razón. La primera carta sobre la mesa la ha puesto Doña Amelia Valcárcel Bernardo de Quirós, mujer con un amplio curriculum e integrante del Consejo de Estado del Reino de España. La señora Valcárcel forma parte de los consejeros electivos que son nombrados por Real Decreto.

Valcárcel Bernardo de Quirón lanzó un órdago hace unos días con un mensaje en una red social en la que negaba que los homosexuales pudieran estar perseguidos en el Afganistán reconquistado por los talibanes, para, seguidamente dejar caer de una manera sibilina y artera un paralelismo entre homosexualidad y pederastia. Es el viejo argumento de la derecha no democrática ahora apropiado por una feminista insigne.

Había sido lanzado el primer cañonazo por parte del feminismo ilustrado contra los hombres gais, tras esparcir bombas de racimo sobre las mujeres trans.

Además de las miles de reacciones en redes sociales ante este salvaje mensaje, del rechazo individual y colectivo de activistas LGTBI y de que la red social le suspendiera la cuenta a esta señora, no se ha producido ninguna reacción de la oficialidad de este país. No hay que olvidar que la mencionada forma parte de la esfera más alta de la administración del estado. Silencio, como en las primera horas de las una tarde de verano en la que sólo se escucha el soporífero canto de la chicharra.

Está meridianamente claro que ese alejamiento entre un feminismo ajado y el movimiento LGTBI se irá agrandando en los próximos meses. En unos días se reanudará el trabajo en la cámara baja y tienen que caldear el ambiente hasta que sea sofocante.

Por fortuna deambulo por espacios en el que mujeres feministas se han alejado de estos histrionismos transexcluyentes y que son no solo el presente si no el futuro de una sociedad que prefiere el amor al odio, la diversidad a la uniformidad y la libertad a las cadenas.
La mayor esperanza de todas aquellas personas que habitamos en las siglas LGTBI es que esta ley salga adelante sin vetos ni censuras, pero el horizonte se muestra turbio, en algunas ocasiones descorazonador.

Enfrente estaremos las mujeres, los hombres y las personas no binarias con orientaciones sexuales e identidades de género no normativas. Estamos más que acostumbrados a sufrir ataques verbales y físicos a lo largo de nuestras vidas individuales y colectivas y resultado de ello es una sorprende capacidad de resiliencia. Que no lo olvida nadie, somos el ave fénix de la sociedad y estaremos siempre atentos a establecer el orden de la cosas en un estado democrático.

JUAN ANDRÉS TENO

Periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Cuenta en Twitter: @jateno_ 

Blog: https://familiasdecolores.wordpress.com/

 

 

 

Las palabras matan tanto como las balas

Por Charo Alises (@viborillapicara)

 

Los discursos de odio anteceden a los delitos de odio. Recordemos que las palabras matan. Las palabras matan tanto como las balas.

Adam Dieng.
Ex asesor de la ONU Prevención del Genocidio

 

¿Qué es un discurso de odio?
Según la ECRI (Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia), el discurso de odio comprende todas las formas de expresión que propagan, incitan, promueven o justifican el odio racial, la xenofobia, el antisemitismo y otras formas de odio basadas en la intolerancia, entre otras la intolerancia expresada por el nacionalismo agresivo y el etnocentrismo, la discriminación y la hostilidad contra las minorías, los inmigrantes y las personas de origen inmigrante.

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos frente al discurso de odio

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) articula el discurso de odio a partir de la obligatoriedad que tienen los poderes públicos de combatir expresiones que incida en la estigmatización que ya padecen los grupos vulnerables. El TEDH (sentencia Mariya Alekhina y otras v. Rusia), la Recomendación nº 15 de la ECRI y el Plan de Acción de Rabat de Naciones Unidas, conceden una importancia particular al soporte utilizado y al contexto en el que se difunde el discurso. Establecen la necesidad de examinar los siguientes elementos: el contenido, la forma, el tipo de autor, la intención y el impacto sobre el contexto.

El discurso de odio contra la orientación e identidad sexual
El TEDH , ha estudiado el discurso contra la orientación e identidad sexual en su sentencia Vejdeland y otros c. Suecia, de 9 de febrero de 2012. Los hechos fueron los siguientes:

En diciembre de 2004, los demandantes, junto a otras tres personas acudieron a una escuela secundaria superior y distribuyeron aproximadamente un centenar de panfletos dejándolos en un sobre en las taquillas del alumnado. El incidente finalizó cuando intervino el director del instituto y les conminó a abandonar el edificio. El panfleto provenía de una organización llamada National Youth y los folletos contenían, entre otras, las siguientes declaraciones:

Propaganda Homosexual. En el curso de las últimas décadas, la sociedad ha pasado del rechazo de la homosexualidad y otras desviaciones sexuales a abrazar estas inclinaciones a las desviaciones sexuales. Vuestros profesores antisuecos conocen perfectamente que la homosexualidad tiene un efecto moral destructivo en la sociedad y ellos, voluntariamente, trataran de considerarla como algo normal y bueno. Contarles que el HIV y el SIDA aparecen rápidamente entre los homosexuales y que su estilo de vida promiscuo es una de las principales razones y punto de apoyo de esta plaga moderna. Contarles que las organizaciones homosexuales están tratando de minimizar la importancia de la pedofilia y solicitan que su desviación sexual sea legalizada.

Por estos hechos, el Tribunal Supremo de Suecia condenó por mayoría a los artífices de ese panfleto por agitación contra un grupo nacional o étnico. El Tribunal consideró, que la injerencia en la libertad de los demandantes de distribuir los panfletos podía ser necesaria, en una sociedad democrática y proporcionada, con el objetivo de proteger a las personas homosexuales de la violencia que, de ese panfleto, se desprendía hacia ellos. El Tribunal sueco afirmó que, a la luz de la jurisprudencia del TEDH , debería hacerse una valoración exhaustiva de las circunstancias del caso, donde, en particular, debía considerarse lo siguiente: el reparto de folletos tuvo lugar en una escuela, los recurrentes no tenían libre acceso a los edificios, que pueden considerarse como un entorno relativamente protegido en cuanto a las acciones políticas de los intrusos, la colocación de los folletos en y sobre las taquillas de los alumnos significaba que los jóvenes los recibieron sin tener la posibilidad de decidir si querían aceptarlos o no. El propósito de la entrega de los folletos de hecho, era iniciar un debate entre el alumnado y el profesorado sobre una cuestión de interés público, en concreto, la objetividad de la educación en las escuelas suecas y proporcionar argumentos al alumnado. Sin embargo, estas acciones se llevaron a cabo de una forma ofensiva y despectiva para las personas homosexuales como grupo y sin tratar de evitar, en la medida de lo posible, declaraciones que sean injustificadamente ofensivas para otras personas, ocasionando así, una lesión de sus derechos y sin contribuir a ninguna forma de debate público que pudiese ayudar a una comprensión mutua. El objetivo de los folletos se podría haber logrado sin declaraciones que fueran ofensivas para las personas homosexuales como grupo. Según el Tribunal, a pesar de que estas declaraciones no incitaban directamente a las personas a cometer actos de odio, son acusaciones graves y perjudiciales. Entiende el TEDH que la incitación al odio no necesariamente entraña la llamada a un acto de violencia, u otros delitos. Los ataques que se cometen contra las personas al injuriar, ridiculizar o calumniar a grupos específicos de la población son suficientes para que las autoridades privilegien la lucha contra el discurso de odio racista frente a una libertad de expresión ejercida de una forma irresponsable ( Feret vs Bélgica, de 2009). A este respecto, el Tribunal consideró que la discriminación basada en orientación sexual es tan grave como la discriminación basada en la raza. (Fresno Linera, 2019).

El tratamiento del discurso de odio en España

El Código Penal español en el artículo 510, castiga a quienes públicamente fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo o parte del mismo o persona determinada por su pertenencia a aquél por motivos racistas, antisemitas, ideología, religión o creencias, situación familiar, etnia, raza, origen nacional, sexo, orientación o identidad sexual, razones de género o su discapacidad.

Por su parte, el Tribunal Supremo establece que para determinar si unas manifestaciones pudieran ser calificadas como discurso de odio, debe hacerse un riguroso análisis de las expresiones concretas y de la ocasión y el escenario en el que fueron pronunciadas, de la intención de quien las profiere y de todas las demás circunstancias concurrentes

Por último, no hay que olvidar una herramienta imprescindible para erradicar el odio: la educación en el respeto a la diferencia. Al igual que empecé, termino con una frase de Adam Dieng:

Debemos usar la palabra para que se convierta en una herramienta para la paz

Foto: Dean Hochman

 

Lo normal y lo extraordinario de la violencia hacia las personas LGTBI y sus familias

Pablo Morterero (@pabloMorterero)

 

Una reflexión que últimamente comparto bastante es que, en mi opinión, la violencia no es algo puntual o reducido a determinadas acciones u omisiones, sino que nuestras sociedades se han estructurado históricamente sobre la violencia.

Cometemos el error de definir exclusivamente como violencia aquella que produce daños corporales, amputaciones o muerte. Estas son sin duda las más terribles, pero no necesariamente las que a largo plazo sean las más dolorosas e inhabilitantes.

Pero la realidad es que las violencias van mucho más allá. Pero son tan habituales que pasan desapercibidas hasta para el ojo más prevenido.

Existe grandes hechos violentos, como el terrorismo, el asesinato, la violación. Ahí sí somos capaces, como individuos y como sociedad, de detectar rápidamente la violencia y nuestra respuesta por lo general es de severa condena y apoyo a las víctimas.

Pero existen violencia igual o más dañina para nuestra integridad física, social y emocional que no son tan evidentes y en las que no solemos reparar.

La violencia nos rodea. Se ejerce violencia en la pareja, en la familia, en los grupos de iguales, en el colegio, en la Universidad y en la empresa. Se ejerce violencia en las guarderías, en las residencias de ancianos y en los hospitales. Y se ejerce violencia en la política y en los medios de comunicación. No hay espacio de nuestra vida cotidiana donde esté exenta la violencia, a veces de baja intensidad, que adquiera formas de burlas, chantajes y apodos.

En el mundo anglosajón, tan dados a poner nombre a cualquier cosa o situación, los denomina bullying si se da en la escuela, o moobing, si ocurre en el trabajo, por ejemplo. Pero si leemos la prensa vemos las denuncias sobre las violencias obstétricas sobre las mujeres embarazas o parturientas, la violencia de las redes sociales, etc., algunas todavía sin nombre, pero igual de reales, dolorosas e incapacitantes.

Haber nacido, y ser educados y formados en medio de esa violencia de baja y media intensidad, hace que pasen desapercibidas o bien sean calificada de bromas, cosas de niños, asuntos de pareja, tradiciones, estrategias de motivación, cotilleos, etc.

Incluso nuestro refranero popular ensalza la violencia como práctica no solo tolerable sino recomendable: quien bien te quiere, te hará llorar; la letra con sangre entra; etc. son claro ejemplo de ello.

Y para afrontar esta violencia es fundamental tomar conciencia que cualquiera de nosotros somos a la vez ejercitadores de violencia y víctimas de ella. Porque los violentos no son necesariamente los que van embozados al final de una manifestación y portan cócteles molotov. Puede tener la apariencia de una amable abuela, de un joven responsable, e incluso de un atractivo presentador de noticias.

Y sin este paso, sin asumir que al estar educados en un sistema social que se articula sobre las relaciones de violencia y que nos convierte a la vez víctimas y verdugos, cualquier avance en este campo es muy limitado.

Como nos advertía Freidrich Schiller hace casi 200 años en su opúsculo “Sobre lo sublime”, “Nada es tan indigno del hombre, pues, como sufrir violencia: la actitud violenta lo aniquila. El que la ejerce nos disputa nada menos que la humanidad. El que la sufre cobardemente se despoja de su humanidad”.

Por desgracia, cada día las personas homosexuales (gais y lesbianas), bisexuales, no binarias o de género fluido, trans, intersex y queer, somos noticia por la violencia que sufrimos y que solemos denominar LGTBIfobia. Asesinatos, mutilaciones clínicas, palizas, amenazas, discriminación, etc, que llevan a muchos de los que lo padecen a las enfermedades mentales como la depresión, la adicción al sexo, el abuso de sustancia politóxicas o al intento de suicidio, en demasiadas ocasiones con éxito.

Por eso desde el activismo LGTBIQ debemos responder de forma contundente, coordinadamente y con valentía, ya que, si la sufrimos cobardemente, permitimos que nos despojen de nuestra humanidad.

Pero también debemos no solo ser capaces de detectar las violencias que nos aniquilan, en palabras de Schiller, sino también ser conscientes de aquellas violencias que ejercemos y que sin darnos cuenta despojamos de humanidad a nuestras víctimas.

La plumofobia, el edadismo, la gordofobia, etc. son algunas de esas lacras de violencia de baja y media intensidad que se viven entre las personas LGTBI, pero también la gaifobia, lesbofobia o la transfobia interiorizada, que nos llevan a ser víctimas de ella a la vez que verdugos de otras personas homosexuales y trans.

Incluso en ocasiones, la utilización desmedida de la acusación de homofobia o transfobia hacia los demás esconde una forma torticera de violencia.

La lucha contra esa violencia debe partir desde dentro hacia fuera. Para afrontar con éxito esa batalla, debemos primero analizar como desde nuestra vida cotidiana ejercemos violencia y la padecemos. Detectar los vínculos emocionales de esa violencia e intentar cambiar es fundamental en esta lucha.

Así estaremos realmente dando la batalla a las violencias.

 

Foto: Global Panorama

 


Esas mujeres poco mujeres…

Mar Tornero.
Vicepresidenta del Colectivo GALACTYCO, Cartagena. 

 

No estoy muy segura de escribir este artículo, pero lo voy a intentar.
Una vez escuché a Miquel Missé decir que las mujeres lesbianas masculinizadas teníamos mucho que decir al respecto de la realidad trans. Y sí, es cierto.

Nosotras, esas mujeres “poco mujeres” que crecimos en entornos en donde el género estaba marcado a fuego, tuvimos que lidiar con la violencia establecida que dirimía y juzgaba sin pudor cuándo estabas dentro de los cánones establecidos y cuándo te salías de la norma en cuanto a ser mujer se refiere: chicazos, marimachos, envidiosas del pene y otras lindezas fueron expresiones que tuvimos que soportar demasiadas veces mientras construíamos nuestra personalidad. Y no ya porque desearas ser amante de otra mujer, no. Era porque tu modo de estar en el mundo no cumplía con unas normas sociales inventadas para ser mujer o ser hombre. “Vistes como hombre, montas en bici como hombre, conduces como hombre, trabajas como hombre, llevas el pelo como hombre, y hasta deseas como hombre….”, ¿pero esto qué mierda es? Entonces no les bastaba mi genitalidad…

Si pudiera decir en un artículo “estoy hasta el coño”, lo diría, pero no lo voy a decir. Aunque hablando de coños, diré que estoy muy orgullosa del mío, que jamás envidié un pene, y que si sigo siendo una mujer es porque aprendí a librarme de cuantos estereotipos de género me marcasteis, sociedad en general. Aprendí a ser como soy amando el cuerpo que tengo y mi manera de hacer vida con él, a pesar de todos esos mensajes que pretendían hacerme creer que había algo erróneo en mí.

Ahora, esa sociedad en general, siempre tan empática, se pone a opinar sobre si es apropiada la autodeterminación del género para todas aquellas personas a las que habéis tratado de domesticar sin éxito con vuestros estereotipos artificiales, esos que hunden sus raíces en creencias fantasiosas e irracionales. Y cuestionan su legitimidad, su dignidad, sus derechos y hasta su sufrimiento. Y de todo esto lo peor es el desprecio que cotidianamente me llega de mujeres supuestamente feministas, e inteligentes, que enarbolan la bandera de la disolución del género, como si esto fuera la panacea para acabar con la violencia contra las mujeres. Y para ello han puesto en la diana especialmente a las mujeres trans.

¿Por qué no vais a por todos aquellos que nos han hecho sentir y creer que tener un coño o un pene llevaba implícito una caterva de disparates que nada tienen que ver con nuestra biología? Todos aquellos que consiguieron que el “sexo varón” disfrutara de privilegios frente al “sexo mujer”, y que nos construyó con infinitas características que tanto muchas mujeres como muchos hombres hemos desmontado, TRANSgrediendo los mandatos de quienes los dictaban y de quienes los asumían.

Siempre tuve problemas para “hacer de mujer” cuando las convenciones sociales así lo exigían. Y eso sí que fue violencia contra mi persona: nadie me dijo que era una mujer perfecta tal y como era, nadie me aportó un ápice de empatía y comprensión sobre la clase de mujer que yo he sido. Y muy al contrario, fueron cientos los mensajes que cuestionaban mi ser como mujer. Su mirada sobre mis características biológicas pretendía obligarme a ser una mujer que yo nunca supe cómo ser. Y disfrazarme, como ahora le gusta decir a alguna académica del feminismo, era ir a la sección de mujeres de El Corte Inglés para vestirme con ropa extraña para mí, teniendo como alternativa la sección de hombres, tan extraña como la anterior. ¿Y ahora vais y arremetéis contra quienes piden la autodeterminación del género?

No os entiendo. Ahí tenéis a toda una cultura que nos ha oprimido, arremeted contra ella, y dejad a las personas trans que vivan en paz, reconocedles su derecho a ser con la misma naturalidad que habéis asumido vuestras “feminidades absolutas”, y vuestras “masculinidades perfectas”. Y si de lo que se trata es de disolver los mandatos de género, mirad hacia otro lado, ahí donde se construyen y alimentan: en cada escuela, en cada partido político, en cada comercio, en cada libro de texto, en cada universidad, en cada parlamento, en cada entorno laboral, en cada vecindad, en cada familia, en cada pandilla de adolescentes, en cada expresión cultural. Tirad del hilo de la Historia y del montaje social establecido en ella hasta llegar a nuestro presente, y ahí es donde podéis empezar a lanzar improperios a diestro y siniestro dejando a las personas trans en paz. Aunque sea por honestidad, aunque sea por respeto. Un mínimo de empatía, por favor.

No perdono a los asesinos de Samuel

Juan Andrés Teno (@jateno_)

Hay momentos en los que hay que dar un golpe de sobre la mesa y actuar. Hay situaciones que te obligan a no dar un solo paso atrás y negar ante la posibilidad del diálogo y del convencimiento. Hay momentos de hartazgo, de no poder más, de plantarte ante la vida y mantener una postura inamovible.
Siempre he escrito desde el corazón a través del entendimiento, pero hoy me nace hacerlo desde las tripas, desde el dolor de la realidad y con el convencimiento de que aplicar paños calientes ante la violencia sólo genera más violencia y la sensación de impunidad ante quien la ejerce.
Por todo ello:
No perdono a quienes gratuitamente durante las últimas semanas han agredido físicamente a jóvenes por su orientación sexual.
No perdono a quienes han posibilitado que los segundos tipo de delitos de odio que más aumentan en España sean los cometidos contra personas LGTBI.
No perdono a VOX y a la extrema derecha que siguen negando derechos y realidades del colectivo.
No perdono a quienes desde el PP acceden a cargos institucionales gracias a negociar nuestros derechos con VOX.
No perdono a quienes desde Ciudadanos desarrollan políticas LGTBI en gobiernos que son posibles gracias al apoyo de VOX y a que el PP negocia nuestros derechos fundamentales a cambio de aprobar unos presupuestos.
No perdono al PP que quiso impedir el matrimonio igualitario y que ahora se hace fotos junto a una bandera arcoíris.
No perdono a los gobiernos autonómicos que aprueban leyes LGTBI para no implementarlas jamás.
No perdono a los políticos que sólo se acuerdan del colectivo LGTBI para hacerse una foto el 28 de junio.
No perdono a las mujeres del PSOE que se han hundido en la caverna negando las realidades trans.
No perdono a las feministas que claman al cielo por que una ley va a conceder a las personas trans el derecho a ser sin tutelas ajenas.
No perdono a quienes niegan las infancias trans.
No perdono a las feministas que mienten al afirmar que la ley Trans-LGTBI posibilitará hormonas y cirugías a la infancia trans.
No perdono a quienes conscientemente siguen nombrado a las personas trans con el nombre que le pusieron al nacer.
No perdono a quienes hablan de hombres transfemeninos y transgenerismo cuir.
No perdono a quienes niegan la existencia de personas no binarias.
No perdono a quienes quieren separar a las personas trans del colectivo LGTBI.
No perdono a quienes demonizan a la teoría queer por que no tienen valor de hacerlo con el colectivo LGTBI.
No perdono a los gobiernos que desde el año 2015 han seguido manteniendo que las parejas de mujeres, ya sean lesbianas o bisexuales, tengan que casarse obligatoriamente para poder filiar a sus hijos.
No perdono a los gobiernos de izquierda y de derecha que ha mantenido cerrada la sanidad pública a las mujeres solas o en pareja que optan por las técnicas de reproducción asistida.
No perdono a quienes consideran que “lo LGTBI” es una ideología partidista.
No perdono a quienes no comprenden que el movimiento LGTBI utiliza herramientas políticas en pos de una sociedad más diversa, plural y democrática.
No perdono a quienes quieren imponer el pin parental para que la infancia y la adolescencia no conozcan los valores de igualdad y diversidad.
No perdono a las familias que niegan que uno de los fines de la escuela pública sea la educación en valores.
No perdono a los adultos que adoctrinan a menores, que terminan haciendo bullying a sus iguales por su orientación sexual, identidad de género, expresión de género o pertenencia grupo familiar.
No perdono a madres y padres que rechazan a sus hijas, hijos o hijes por su orientación sexual o identidad de género.
No perdono a las autoridades educativas que siguen sin posibilitar que la educación afectivo sexual, familiar y de género sea obligatoria en los centros educativos.
No perdono a las autoridades educativas que siguen permitiendo que las editoriales de libros de texto solo reflejen un tipo de familia en sus páginas.
No perdono a los médicos y padres que mutilan a bebés intersexuales.
No perdono a los activistas LGTBI que acusan a las familias homoparentales de perpetuar una sociedad neoliberal y capitalista, cuando ellos lo hacen a diario en su vida personal.
No perdono a quienes siguen negando a las infancias LGTB y las hijas e hijos de personas LGTB el derecho de expresar sus opiniones y que estas sean tenidas en cuenta en la petición o desarrollo de políticas que les afectan a ellos directamente.
No perdono a quienes vulneran la dignidad de las hijas e hijos de personas LGTB independientemente de cual sea su origen.
No perdono a quienes, por rechazar la gestación subrogada, utilizan un lenguaje violento y mutilador que acaban dañando a los seres más vulnerables de las familias creadas por este proceso: las personas menores de edad.
No perdono a quienes siguen afirmando que las personas LGTBI tienen los mismos derechos de las heterosexuales.
No perdono a quienes utilizan la palabra “maricón” como un insulto.
No perdono las empresas que rechazan las demandas de empleo de las personas trans.
No perdono a quienes por sus palabras o acciones impiden que las personas LGTBI puedan mostrarse libremente en sus centros de trabajo.
No perdono a la jerarquía de la iglesia católica que sigue afirmando que dos hombres o dos mujeres con hijos no pueden conformar una familia.
No perdono a la iglesia católica que afirma “aceptar” a las personas LGTB siempre que no mantengan relaciones afectas y/o sexuales.
No perdono a quienes “aceptan” a gais y lesbianas siempre que “no se les note” lo que son.
No perdono a quienes son testigos de un agravio a una persona LGTB y miran hacia otro lado.
No perdono a homosexuales que rechazan a otros homosexuales por no tener una expresión de género normativa.
No perdono a quienes siguen abogando por las terapias de conversión.
No perdono la LGTBIfobia.
No perdono a los asesinos de Samuel.
Y no perdono porque el perdón debe ser un ejercicio íntimo y veraz de la persona que comete un acto vil hacia una persona y debe hacerse sin esperar que la víctima acepte ese perdón. Y esto no está ocurriendo.
No perdono y en la ausencia del perdón hay una aspiración infinita por seguir luchando por la dignidad lesbianas, gais, bisexuales y personas trans, no porque uno se crea un superhéroe capaz de cambiar el mundo, si no por es posible crear espacios personales libres de LGTBIfobia en la familia, en las amistades, en la vecindad, en los centro de trabajo… pequeñas burbujas que pueden unirse a otras burbujas para posibilitar una sociedad más libre.
No queda otra que seguir luchando, no callarse, no permanecer inmóvil, no declararse imparcial. Ya no vale que no seas activista o que seas heterosexual. Ya no vale, por que la vida de un joven ha sido derramada en A Coruña a causa de nuestra pereza y falta de compromiso como sociedad democrática.
Levantemos las piernas e iniciemos la lucha:

We are the Stonewall girls
We wear our hair in curls
We have no underwear
We show our pubic hairs

 

JUAN ANDRÉS TENO

Periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Cuenta en Twitter: @jateno_ 

Blog: https://familiasdecolores.wordpress.com/

 

No cabe duda: una nueva ola de odio LGTB+ se está extendiendo por el mundo

Fernando Alvaro. Periodista Independiente

 

La conmoción que generó el vil asesinato de un joven gay en España no tiene precedentes. Este es uno de los mejores países para vivir siendo gay, pero los ataques de los últimos días muestran que, quizás, ningún país es realmente seguro. Lo ocurrido recientemente en Turquía y Georgia, donde los desfiles del Orgullo fueron interrumpidos brutalmente o incluso cancelados, representan un aterrador resurgimiento del odio LGTB+.

 

La policía turca dispersa la marcha del Orgullo de Estambul

En Turquía, la policía antidisturbios dispersó la marcha del Orgullo de Estambul del pasado mes de junio utilizando gases lacrimógenos y pelotas de goma contra los manifestantes. Después del desfile, un grupo de asistentes sufrió el ataque homofóbico de una multitud de 30 hombres mientras dejaban el evento. Estos hechos son consecuencia de la creciente hostilidad y discriminación contra el colectivo LGTB+ promovida por el gobierno de Erdogan en los últimos años.

La marcha del Orgullo de Estambul está prohibida desde 2015 y la policía reprime con violencia y realiza detenciones arbitrarias entre los que se manifiestan de forma pacífica. Estas medidas van acompañadas de una retórica homofóbica que defiende que los desfiles constituyen una vulneración de la moral pública.

Sin ir más lejos, en marzo de este año, Erdogan anuló la ratificación del Convenio de Estambul, un acuerdo del Consejo de Europa para combatir la violencia contra las mujeres. Desde el 1 de julio, Turquía está fuera del convenio y una de las razones aducidas para esta salida es que este promovería la homosexualidad, un pretexto para seguir promulgando el discurso discriminatorio contra el colectivo LGTB+.

 

La violencia de la extrema derecha impide la celebración del Orgullo LGTB+ en Georgia

El pasado 5 de julio, la Marcha de la Dignidad por los derechos LGTB+ en Tiflis, capital de Georgia, tuvo que ser cancelada por los propios organizadores debido a los actos violentos provocados por la ultraderecha y la Iglesia ortodoxa.

Una multitud violenta y homófoba arrasó la sede del Orgullo de Tiflis el mismo día en el que se iba a celebrar la marcha. Escalaron el edificio hasta el balcón y vandalizaron lo que encontraron a su paso, incluidas las banderas arcoíris. Mientras tanto, en otros lugares, se produjeron ataques a varios periodistas a los que les destrozaron las cámaras.

Ante estos hechos y la pasividad del gobierno, los organizadores decidieron cancelar el evento por motivos de seguridad. El Primer Ministro de Georgia, Irakli Garibashvili, culpó de estos sucesos al evento en sí mismo, que había calificado de inapropiado, y a los propios organizadores por incitar a la violencia convocando la manifestación en un lugar público en donde se podía generar confrontación. Los activistas consideran esto un ataque a los derechos sociales y valores democráticos por parte del gobierno georgiano.

 

Un joven gay es brutalmente asesinado en España

España sigue conmocionada por el asesinato homófobo del joven de 24 años Samuel Luiz el sábado 3 de julio en la ciudad de A Coruña. Samuel salió de un pub con una amiga sobre las tres de la madrugada y, ya fuera, hicieron una videollamada a otra persona. Un grupo de chicos que pasaba por allí interpretó la videollamada como que los estaban grabando y, tras proferirle insultos homófobos, comenzaron a golpear a Samuel hasta provocarle la muerte.

El vídeo de la brutal agresión salió a la luz el pasado 7 de julio y en él se puede ver como el asesinato fue un linchamiento propinado por un número indeterminado de agresores. De momento hay seis detenidos, tres de los cuales ya han ingresado en prisión y la policía mantiene varias líneas de investigación abiertas.

El trágico suceso desató una oleada de manifestaciones de repulsa contra el asesinato y defensa de los derechos LGTB+ en todo el país. En el caso de Madrid, se produjeron cargas policiales contra los manifestantes que pedían justicia para Samuel. Mientras en la calle se sucedían las protestas, la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, se desmarcó de la motivación homófoba del crimen y en la sesión de control de la Asamblea de Madrid el día 8 de julio se refirió dos veces a Samuel como “el chico de Galicia”, evitando decir su nombre.

En la misma línea, el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, rechazó que se tratara de una agresión homófoba. Sin embargo, el asesinato de Samuel no es un hecho aislado, se enmarca dentro de un creciente auge de ataques contra el colectivo LGTB+ en España.

 

Repunte del odio LGTB+ en el mundo

Estos sucesos, ocurridos en diferentes países, muestran que se está produciendo una nueva ola de odio y violencia contra la comunidad LGTB+ ante la pasividad de gobiernos y autoridades. La brutalidad policial utilizada en la marcha del Orgullo de Estambul y las cargas contras los manifestantes en Madrid, así como la ausencia de protección para el desarrollo de la marcha en Tiflis, ponen de manifiesto la discriminación institucional hacia este colectivo.

Ante esta nueva oleada de odio, en parte alentada por los discursos de la extrema derecha, y la vulnerabilidad a la que está expuesto el colectivo LGTB+, las reivindicaciones y protestas son más necesarias que nunca.

 

«lgbt» by stockcatalog is licensed under CC BY 2.0

La LGTBIQFOBIA también va contigo aunque seas hetero

Pablo Morterero (@pabloMorterero)

El asesinato de Samuel ha provocado, entre otras cosas, que la situación de las personas LGTBIQ también se comenten en espacios donde generalmente no suele ocurrir.

Uno de esos comentarios me lo ha hecho un colega de trabajo y amigo, que a pesar de todo lo que sabemos e intuimos no ha dejado de sorprenderme.

Este amigo, hetero y padre de un hijo, me cuenta que un amigo suyo, también hetero, iba por la calle cogido de la mano con su hijo, y fue increpado y calificado calificado de “maricón viejo que iba con niños” por un viandante. Esta anécdota había impactado tanto a mi amigo, que desde entonces evitaba ir de la mano de su hijo de 13 años por temor a ser agredido.

Y es que la LGTBIQfobia no solo destroza la vida de las personas LGTBIQ y sus familiares, sino que también supone una losa terrible para las personas que no se identifican con el acrónimo.

Como bien saben los y las que trabajan en materia de delitos de odio, da igual si eres o no eres, solo basta con que el agresor o la agresora piense (a veces fantasee) que lo eres.

Con la LGTBIQfobia nadie está a salvo. Ni disimulando la pluma, ni ajustando tu expresión de género a lo que se espera de un hombre o una mujer, ni siquiera siendo un hetero o una hetera de manual.

La LGTBIQfobia es una hidra de mil cabezas, que puede descargar su furia contra cualquiera, nadie está a salvo. No basta con que sepas que tu hijo es hetero, no es suficiente que como mujer te atraigan los hombres, no te salva que te guste el futbol y que todos conozcan que estás enrollado con una trabajadora de la empresa de enfrente.

La LGTBIQfobia no solo puede condicionar tu vida, limitar tu libertad y obligarte a comportarte como no quieres, como lo ha ocurrido a mi amigo hetero (y muy hetero) si no que también puede hacer que te agredan, te lesionen o te maten.

Porque la LGTBIQfobia no va de maricones, ni de bolleras, ni de travelos, ni de bichos raros. Va de la libertad para ser y vivir plenamente sin que nadie te cuestione, te agreda, te viole o te mate. Va, incluso, de que un padre hetero pueda, o no, ir por la calle de la mano de su hijo de 13 años.

 

«Díselo a la mano» by LordFerguson is licensed under CC BY-SA 2 0

Lo que te llaman mientras te matan importa

Por Charo Alises (@viborillapicara)

 

Dice la OSCE ( Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, que un delito de odio es toda infracción penal, incluidas infracciones contra las personas y contra la propiedad, cuando la víctima, el lugar o el objeto de la infracción son seleccionados a causa de su conexión, relación, afiliación, apoyo o pertenencia real o supuesta a un grupo que pueda estar basado en la raza, origen nacional o étnico, idioma, color, religión, edad, discapacidad física o mental, orientación sexual u otros factores similares, reales o supuestos.

Cualquier delito de los contemplados en el Código Penal puede ser considerado un delito de odio si está motivado por un prejuicio.

La consecuencia de calificar una infracción penal como delito de odio es que se producirá un agravamiento de la pena.

La gravedad del delito de odio radica en que no solo afecta a la víctima sino que lanza un mensaje de intolerancia a todo el colectivo al que la víctima pertenece.

Cuando nos encontramos frente a un posible delito de odio, el principal objetivo de la actividad probatoria debe ser acreditar la motivación discriminatoria del hecho punible ya que, solo así, se podrá aplicar al tipo básico la agravante del artículo 22.4 del Código Penal.

Uno de los medios para acreditar la motivación discriminatoria del delito son los llamados indicadores de polarización. Los indicadores de polarización son indicios que señalan que estamos ante un delito de odio:

-Percepción de la víctima.
Siguiendo las recomendaciones de la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI), la sola percepción de la víctima de haber sufrido un delito por motivos discriminatorios, debe llevar a las autoridades a emprender una investigación para confirmar o descartar la naturaleza discriminatoria del delito. Esta percepción no conlleva la automática consideración de los hechos como constitutivos de un delito de odio pero si compele a las autoridades a realizar las diligencias indagatorias que sean necesarias para averiguar el posible móvil discriminatorio del hecho punible.

-Pertenencia de la víctima a un colectivo o grupo minoritario.
Víctima de un delito por motivos étnicos, raciales, religiosos, de orientación o identidad sexual, discapacidad, etc. También puede ocurrir, que una persona no perteneciente a un colectivo vulnerable sea víctima de un delito de odio, bien por asociación (relación de la víctima con ese colectivo por motivos familiares, profesionales o de otra índole) o por error (víctima percibida como miembro de un colectivo vulnerable sin serlo).

-Expresiones o comentarios al cometer el hecho.
En este caso, se recomienda que sean recogidas con toda su literalidad en las declaraciones de la víctima o testigos y destacadas a ser posible usando letras mayúsculas y en negrita.

-Tatuajes o la ropa
La ropa o los tatuajes del autor de los hechos en muchas ocasiones estarán, por su simbología relacionada con el odio, muy gráficos para acreditar el perfil del autor y la motivación del delito. En este sentido, la policía deberá aportar informes fotográficos incorporados a los atestados que reflejen todos estos datos.

– Propaganda, estandartes, banderas, pancartas etc de carácter ultra.
La propaganda, estandartes, banderas, pancartas y otros objetos de carácter ultra que porte el autor o que puedan ser encontrados en su domicilio, son también indicadores de que los hechos denunciados pueden ser constitutivos de un delito de odio. Todos estos efectos deben ser filmados o fotografiados para su incorporación al atestado. El análisis de estos efectos, requerirá un conocimiento por parte de los investigadores de lo que se denomina la simbología del odio.

– Relación de la persona sospechosa con grupos ultras del fútbol.
En este caso, será necesario cruzar los datos de que dispongan los coordinadores de seguridad de estadios de fútbol en aplicación de la legislación de violencia en el deporte.

– Antecedentes policiales de la persona sospechosa.
Es también un indicador el hecho de que la persona sospechosa haya participado en hechos similares o por sido identificado anteriormente en la asistencia a conciertos de carácter neonazi de música RAC/OI, asistencia a conferencias, reuniones o manifestaciones de carácter ultra caracterizadas por su hostilidad a colectivos minoritarios. En este supuesto, se recomienda solicitar estos datos a los grupos de información de los cuerpos policiales.

– Lugar donde se comete el delito (proximidad centro de culto, bar de ambiente LGBT etc.).

-Relación del sospechoso con grupos o asociaciones caracterizadas por su odio, animadversión u hostilidad contra colectivos de inmigrantes, musulmanes, judíos, homosexuales.

-Fecha de comisión señalada para el colectivo afectado (Día del Orgullo LGTBI), o para el autor de los hechos (día del nacimiento de Hitler).

– La aparente gratuidad de los hechos denunciados.

La aparente gratuidad de los hechos denunciados, particularmente si son violentos y la víctima pertenece a un colectivo minoritario, es el indicador más potente de que nos encontramos frente a un delito de odio. Cuando una agresión o unos daños intencionados no tienen explicación verosímil y la víctima pertenece a un colectivo minoritario por su origen, etnia, religión, orientación o identidad sexual, el color de su piel o sus rasgos físicos, es muy probable que nos encontremos frente a un delito de odio y que la verdadera motivación del delito sea la pertenencia de la víctima o su relación con dicho colectivo.

Ahora bien, la presencia de dichos indicadores no demuestra por si sola la existencia de un delito de odio. Los móviles de odio solo quedarán demostrados tras una investigación rigurosa y exhaustiva cuyo resultado sea ratificado por un órgano judicial.

Si se dan los indicadores de polarización, el hecho debe quedar registrado como un delito de odio y se ha de emprender una investigación más profunda sobre el móvil del delito.

Por tanto, son importantes las expresiones proferidas a la víctima durante una agresión para calificar un hecho como delito de odio. Lo que te llaman mientras te matan importa.

 

«Luta contra a Homofobia. Foto: Guilherme Santos/Sul21» by Brasil de Fato is licensed under CC BY-NC-SA 2.0

A mí también por maricón

Por Ander Prol González(@AnderProlGlez) marika, periodista y sexólogo

 

Impotencia, rabia, angustia, tristeza… sobre todo eso, tristeza y frustración. ¿Qué hacemos? ¿Qué hago? Mañana podría ser cualquiera y no podemos permitirlo. Esta semana, en las multitudinarias manifestaciones pidiendo justicia para Samuel y denunciando las agresiones y crímenes homófobos, se ha hecho viral una pancarta que decía lo siguiente «lo que te gritan antes de matarte importa». Y así es.

Todos los miedos que tenemos los maricones desde que nos tildan por primera vez con esa palabra han vuelto a mí de una estacada. Tal es así, que los meses de terapia para combatir toda la homofobia que he vivido en mi día a día, por un momento, parecieron no servir de nada. Pero esta semana no he estado solo. Esta semana ciudades y pueblos se han llenado y, gracias a iniciativas como las de @christocasas, muchas también habéis llenado las redes de ataques homófobos que habéis sufrido. Y creo que, aunque sea doloroso, es reparador y necesario hacer este ejercicio que desde el feminismo llevan años haciendo.

Así, en un acto de empatía y desahogo creo que es un buen momento para relatar toda la homofobia que he sufrido en mis carnes. Por el yo sí te creo, por poner el grito en el cielo pero, sobre todo, porque las personas cisheterosexuales comprendáis que tenéis mucho que hacer si de verdad os consideráis aliades.

Comencemos por el principio. Educación primaria. Ya he hablado de la primera vez que oí el maricón. No me acuerdo exactamente del contexto, pero sí de las consecuencias. Mi cuerpo, mi yo más niño supo entender el por qué se me llamaba esto. No conocía el significado de la palabra, pero sabía que no era bueno. Esto es algo por lo que casi todas hemos pasado y las consecuencias son parecidas. Restringes los movimientos de tu cuerpo, el tono de voz, la manera de caminar, correr, saltar… Se trata de un autocontrol terrible del que a día de hoy incluso me cuesta desprenderme.

Afortunadamente, por decirlo de alguna manera, mi padre era el entrenador de futbol de todos mis compañeros de clase, por lo que, aunque no fuera por respeto a mí, sino a mi padre, fue de las pocas veces que escuché que me lo llamaran. Esto, en comparación con otros compañeros fue un alivio porque como todos sabemos siempre tiene que haber un maricón en la clase. En este punto, aunque se que no es necesario, me gustaría volver a agradecer a mi padre y a mi madre haberlos tenido de aliades reales creando un entorno totalmente seguro en el hogar.

La secundaria fue (como para cualquiera) algo más salvaje. Recuerdo que en primero de la ESO fue la primera vez que empecé a sentir deseo y atracción consciente hacia otras personas, hacia otros hombres. El miedo de la primera vez que escuché ese primer maricón volvió a mí, porque ya sabía lo que significaba. Mi reacción fue empezar a afirmar, como los demás chicos de clase, que me gustaba una chica, empecé a barnizar el armario en el que me encerraron cuando solo era un niño. Lógicamente esa chica era de mi grupo de amigas, y digo amigas porque realmente quienes han estado siempre ahí son ellas, no ellos. Gracias a todas ellas por, aun sospechando, no sabiendo o estando confundidas, estar, simplemente eso, estar. Pero no puedo olvidar todo el dolor experimentado en mi desarrollo sexual adolescente. Mientras en clase se hablaba de masturbaciones conjuntas, pornografía heterosexual o las primeras relaciones sexuales, yo me limitaba a llorar cada vez que me masturbaba porque a la cabeza solo me venían hombres.

Aun así, conseguí en los siguientes años engañarme con ser bisexual (afirmo esto como algo personal, se que algunas situaciones que describo son similares entre las personas del colectivo, pero la bisexualidad no es una fase). Esta idea hizo que pudiera desarrollar mi deseo real en la intimidad, sin sentirme culpable por ello y, a su vez continuar pareciendo heterosexual para la sociedad. Estamos hablando de cuando tenía unos 13 o 14 años y mi sueño era ocultar mi supuesta bisexualidad escogiendo solo enrollarme con mujeres.

Por fin en primero de bachiller, con 16 años, conseguí salir del armario, del primero de tantos. La familia y los amigos fueron un entorno seguro para mí en el que me sentí con el confort suficiente para decirles quién era de verdad. Decidí que jamás volvería a esconderme por lo que la noticia se extendió rápido, y más en un pueblo de 16.000 habitantes. Así llegaron los primeros comentarios: “Pues si es gay de verdad a mí que no me hable”; “buáh, estaba claro”; “a ver que nosotros da igual que hagamos comentarios sobre él, si alguna vez tiene problemas somos los primeros que le vamos a defender”.

Gracias a mi carácter y mi aspecto más o menos normativo empecé a ligar con chicos en los entornos en los que salíamos de fiesta, no puedo decir que lo tuviera “difícil”. Pero eso me hacía muy visible en un entorno festivo muy heterosexualizado y un día, volviendo en tren de ese pueblo mientras hablaba con dos conocidas sufrí uno de los peores momentos de mi vida que me ha tocado vivir por maricón.

Un conocido de mi pueblo entró con una piedra de consideradas dimensiones en la mano por la puerta que conectaba el vagón contiguo al vagón en el que nos encontrábamos. En cuanto me vio, se puso entre las conocidas con las que estaba y yo, y empezó el interrogatorio: “Hombre, ¿qué tal? ¿Cómo va todo? – mi mirada solo podía fijarse en la piedra – Tranquilo que esta piedra no es para ti, es para otro maricón, porque tú eres maricón ¿verdad? ¿Te gusta comer pollas? ¿Te gusta que te den por culo?

Mis amigas empezaron a decirle que me dejara en paz, pero las silenció de un plumazo. Quiero creer que por suerte, al fin llegamos al siguiente apeadero donde íbamos a bajarnos para seguir de fiesta y rápidamente note un tirón de mis compañeras del brazo y salimos del vagón. Él no se bajó ahí. Yo estaba congelado, no podía ni hablar y en un abrir y cerrar de ojos, antes de que el tren abandonara la estación, la roca salió disparada por una de las ventanas seguida de varios escupitajos. Al final, la pedrada sí que fue para este maricón. Me sentí sucio, culpable, la pedrada me dejó sin respiración y unido al ataque de ansiedad que me dio solo pude sentarme inundado en un llanto. Las conocidas con las que estaba me consolaron y me acompañaron donde mi cuadrilla. Gracias a todas, de verdad, en ese momento fuisteis mi sanación.

Es lo más fuerte que me ha pasado nunca y lo peor es que me alegro, visto lo visto me alegro de que solo fuera eso. A día de hoy podría mencionar la infinidad de veces que, sobre todo en un contesto festivo, mis amigas se han visto obligadas a defenderme ante ataques verbales. El que se me acercó al oído solo para gritarme “maricón”; los que se peleaban al grito de maricón en una estación como máximo insulto; el grupo del que nos tuvo que proteger a una amiga y a mí el portero de una discoteca de Madrid por pedirles que no hablasen de la manera en la que lo estaban haciendo de las mujeres…

Con las parejas ha sido parecido, sobre todo con las muestras de afecto públicas. Todavía siento las miradas hacía nuestras manos entrelazadas o cuando nos gritaron desde un colegio de primaria «maricones» estando simplemente sentados en un banco del parque frente al edificio.

Y esto con las que se han encontrado en el mismo momento de seguridad que yo para mostrar afecto en público. Porque si antes he hablado de cuando salí del armario por primera vez es porque en diciembre de este año volví salir del armario, también con mi familia y con mis amigos. Salí del armario con mi actual pareja, con la que llevo años; tiempo que se nos ha arrebatado y que nadie nos va a devolver.

Y digo arrebatado porque si alguno de los dos ha sentido inseguridad o miedo para contarlo ha sido porque así nos lo han enseñado. Porque nos llaman maricones antes de que sepamos que lo somos; porque nos hacen ver que ser maricón está mal; porque nos insultan, pegan y asesinan y, sobre todo, porque nos enseñan que debemos merecer ese odio y encima pretenden que nos sintamos culpables.

Ahora mismo siento desahogo, la frustración y la rabia continúan, la impotencia no tanto. Este ejercicio ha sido una mínima muestra de la homofobia que sufrimos desde parte del colectivo, algunas de las agresiones seguramente serán personales, a otres os sonaran algunas de ellas e incluso las habréis sufrido en vuestras carnes. No estoy seguro de qué tiempos vienen, ni de cómo debemos prepararnos para toda esta ola de violencia que vuelve a no tener vergüenza y cada vez es más explícita. Solo deciros que os organicéis, creéis redes, os defendáis y os cuidéis mucho maricones. Y como dijo Yessenia Zamudio en las protestas por los feminicidios en México: «la que quiera romper que rompa, y la que quiera quemar que queme, y la que no, que no nos estorbe».

Por las que no están, las que estamos y las que estarán.

 

Frente al enemigo común

Por Tomás Loyola Barberis (@tomasee)

 

Cuando se pone sobre la mesa el hecho de que el reconocimiento de los derechos de las personas trans está negando el sexo como una fuente de desigualdad, significa que algo estamos haciendo mal. El sexo puede ser incuestionable, pero la construcción del género se puede poner en duda desde el momento mismo en que es un constructo social que, durante siglos, ha favorecido la perpetuación de roles desde la subordinación para unas y las posiciones de poder para otros.

La genitalidad poco tiene que ver con la masculinidad o la femineidad de una persona como algo intrínseco (ni el tamaño ni el grosor, ni siquiera su presencia); al contrario, es el factor que se ha utilizado histórica y culturalmente para separar y educar a las personas de acuerdo a ella: si tiene pene, será educado y socializado como hombre; si tiene vagina, será educada y socializada como mujer. Y así con todos los estereotipos y preconcepciones en cuanto a gustos, comportamientos y actitudes asociados que arrastramos por siglos.

Esa concepción del género es el problema, porque es el origen de la desigualdad que ha favorecido la brecha entre mujeres y hombres, y también de la violencia estructural ejercida por ellos, del acoso y las agresiones, de la responsabilización de los cuidados que recae en ellas, etc. Es decir, es la que ha sistematizado y legitimado los estereotipos que han favorecido al cisheteropatriarcado, convirtiéndolos en la norma e intentando eliminar cualquier corriente de pensamiento que pudiera ponerlos en duda.

Uno de estos cuestionamientos es el que se hace desde las teorías queer respecto al sexo biológico, en fin, a la genitalidad. Reduciendo al mínimo y a lo fundamental esta discusión, se trata de separar el género y el sexo del aparato reproductivo del todo: hay niños que tienen vagina y niñas que tienen pene, abriendo paso a representar a todas esas minorías que no encajan en el binarismo de base, hombre-mujer, y que expresan libremente su identidad de género. Perdonadme la simplificación, pero al final es la mejor forma de explicarlo. Sobre todo, por el escozor que ha causado esta frase entre determinados grupos.

Una organización defendía, a través de un autobús que recorría las calles, su mensaje: “Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen”, que resume de manera muy burda el posicionamiento de quienes acusan a lo queer de ser un peligro para la igualdad.

Lo sorprendente es cuánto ha calado ese mensaje en ciertos sectores del feminismo, los llamados más radicales, que han puesto el grito en el cielo con el argumento transexcluyente (tránsfobo) de que las teorías queer desdibujan y ponen en peligro de muerte la lucha por esa desigualdad estructural que viven las mujeres por el simple hecho de serlo, difuminándolas como sujetos políticos en sus reivindicaciones históricas, presentes y futuras. El debate se centra, sobre todo, en el caso de las personas trans y su autodeterminación de género, en el que las argumentaciones tienden a recurrir, como siempre, a la medicalización del debate (donde las personas que “son” fuera de la norma parecen necesitar un diagnóstico que valide o invalide el ejercicio de su ser), reduciéndolo a cuestiones quirúrgicas (si se ha operado u hormonado, o no), o directamente utilizando como arma arrojadiza ficciones policiales y jurídicas de cosas que podrían ocurrir: ¿qué pasaría si?

Uno de los argumentos que se utilizan en contra es la criminalización; es decir, ¿qué pasaría si un hombre, agresor, decide cambiarse a mujer ante una acusación de violencia de género? Yo no sé qué pasa cuando no nos damos cuenta de lo absurdo de este planteamiento, que pone la expresión y la identidad de género a la altura de una decisión arbitraria e inmediata, que no implica ningún proceso interno previo, relativizando las problemáticas individuales y quitándoles toda relevancia en la historia de vida de cada persona.
No olvidemos que nadie se hace o se convierte en trans. Y decir que lo hace para disfrutar de privilegios muestra que tiene una idea muy alejada de otras formas de opresión mucho más profundas. Más cuando, en casi todos los casos, esa crítica viene de los sectores más privilegiados entre los todavía oprimidos: mujeres blancas, occidentales, en posiciones de poder (o no), independientes y formadas. ¿Cuál es la verdadera amenaza entonces? ¿La violencia probable surgida de esa potencial y ficticia criminalidad o la amenaza de tener que hacer un ejercicio de introspección para darse cuenta de que los privilegios obtenidos quizás están enturbiando su mirada crítica al sistema con el que lucharon en el pasado para llegar al lugar que ocupan actualmente? Esa posición nunca resulta cómoda y amable, sobre todo a la hora de los cuestionamientos y las renuncias.

Las personas trans se enfrentan a situaciones mucho más extremas que otras del colectivo, y eso sin entrar en interseccionalidades (raza, edad, situación socioeconómica, discapacidad, etc.) que hacen todavía más precaria su situación: invisibilización, discriminación, altos índices de violencia, cerca de un 80% de tasa de desempleo en España, etc. ¿De verdad podemos trivializar con este asunto? Me parece de una falta de sensibilidad muy peligrosa y, sobre todo, de una ignorancia supina, de esa que es capaz de enfrentarnos con quienes están de nuestro lado para ponérselo todavía más fácil al contrincante. ¿Tan amenazante resulta para ciertas corrientes feministas el reconocimiento de las mujeres trans dentro de la lucha?

La carga contra las minorías

Utilizar ciertos argumentos como los mencionados en párrafos previos me parece casi igual de indecente que, cuando en los años en los que se luchaba por el matrimonio igualitario, se recurriera a afirmaciones tales como primero se querrán casar entre ellos, pero luego con niños o con animales. Quizás me he pasado, pero esto me sirve para sostener lo ridículo que resulta basar una decisión política, jurídica y social en ficciones criminales o en amenazas irracionales, ya que esto pone en peligro algo tan fundamental como la igualación de derechos.

Además, resulta muy sospechoso que siempre se culpe a las minorías: los cuestionamientos de género ponen en peligro los avances del feminismo, dicen. No, no. Lo que pone en peligro los avances del feminismo es el machismo, ese que históricamente ha maltratado y dejado de lado a más de la mitad de la población, y que todavía, pese a todo, campa a sus anchas en la mayoría de los espacios de poder, los hogares y el trabajo. Incluso en el amor. La verdadera amenaza de cualquier movimiento social está en negar aquellos cuestionamientos necesarios que permitan cambiar las cosas y en el temor a las corrientes que ponen en duda el sistema, dos habituales herramientas de lo establecido para mantener su posición de poder. De esas corrientes y de esos cuestionamientos es, precisamente, de donde nace el reconocimiento legal y social de los derechos que se han conseguido hasta ahora.

No podemos caer en la trampa y enfrentar luchas que históricamente han tenido un adversario común. Porque el enemigo del feminismo no son las personas trans ni viceversa (ni el colectivo LGTBIQ+ en general), sino que es el cisheteropatriarcado, ese que se vale de las leyes, las religiones, la historia e incluso del arte para imponer su ideario. Y esto va más allá de feminismo radical o liberal, porque realmente es un problema que afecta a todas las corrientes que defienden la igualdad y el necesario abandono del dominio de las ideas patriarcales. Pero estamos tan acostumbrados a esa imposición ideológica, que su incidencia en nuestras vidas y en nuestros pensamientos resulta sutil y prácticamente imperceptible. Pero está ahí y su ataque es permanente.

Si el heteropatriarcado fuese como un consejo de sabios, me los imagino disfrutando con algarabía de estas discusiones y de los dichos tránsfobos de ciertas corrientes feministas y del gobierno: divide y vencerás, dirían con regocijo.

Flaco favor nos estamos haciendo. Espero que no nos demos cuenta demasiado tarde de que la transfobia no es más que una herramienta para hacernos perder el foco de nuestra lucha y, sobre todo, de nuestro enemigo principal. Porque, ¿quién gana con el discurso tránsfobo? Claramente, las mujeres trans no. Pero tampoco las mujeres cis, porque el hecho de rechazar o condenar a las trans no las hace más mujeres, sino menos humanas y, claramente, menos coherentes con su historia y sus luchas.