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Vidas no binarias

«Hay cuerpos que están inventando otras formas de vida».
Paul B. Preciado

Hoy recomendamos Vidas no binarias, el nuevo lanzamiento de la editorial Continta me tienes, con prólogo de Ángelo Néstore.

En este libro una treintena de autorxs narran cómo viven su identidad fuera de los rígidos límites de lo binario, hombre y mujer, cis o trans. Les coordinadores de este libro parecen haber prendido un fuego alrededor del que se sientan personas de muy diversos orígenes —desde Borneo a Reino Unido, pasando por Vietnam o Malta— para hablarnos de su infancia, su adolescencia, la manera que tienen de vivir el género y la neurodivergencia o el embarazo. Para contarnos también de qué se desprendieron para ser más libres y más felices, para hablar de sus familias y pronombres elegidos. Estas historias son un lugar donde mirar cómo será el futuro que deseamos: un futuro donde no existe una manera correcta o incorrecta de vivir el género.

 

 

Más sobre este libro en este enlace.

Aquí cerca, allí lejos (parte II)

Por Sara Levesque

Enroscada sobre su pecho. Ese sería mi refugio. Donde me sentiría más segura, abrigada. Acariciando sus duras y rosadas perlas, mi cuerpo iría acoplándose con sus labios más australes. Me relajaría, padeciendo la calma del perfume de su cutis. Las perlas de sus pechos. Un dueto que nunca me cansaría de besar y mimar. De tocar y mirar. De sentir y excitar. Adornos turgentes que no llegarían a saciar mi lengua, porque siempre tendría el mono. Realces de piel, realces de miel, a los que deseaba ser fiel.
Las perlas de sus pechos. Un tocado que engalanaría ese busto suyo tan provocador. Me hipnotizarían tanto como sus pupilas, intensas y tentadoras. Sus perlas y sus pupilas.

Pensando en ese cóctel de sensaciones, me rendiría ante ella. No sin antes susurrarle al oído lo feliz que me hacía por añadir las perlas de sus pechos a mis complementos.

—Te quiero —comentaría.

Sabría que bromeaba. Que lo diría en otro contexto. Que me querría, pero solo carnalmente. Yo también la querría, la quise, de más maneras. Guardaría la esperanza de que me quisiera amándome. Anhelando esa creencia y hechizada por su seducción, nos moriríamos de éxtasis con cada caricia regalada. Gastaríamos nuestros cuerpos y, recostadas, nos iríamos calmando, inhalándonos a la par.

Cuando el mundo real y mi fantasía entrelazaron sus dedos, esta mujer formaba un conjunto raro, pero atractivo. Una fusión repleta de tonalidades: negro azulado de la noche, dorado de su piel, el marrón ennegrecido del pelo y el blanco de la luna. Lástima que yo fuera ciega a los colores por su culpa.
Permanecería en vela viéndola dormir, incapaz de hacerlo yo. Oiría ruidos extraños por todas partes. Pensaría en el más extraño de todos: su respiración. La besaría mientras soñaba, sintiendo el milagro de sus labios para poder tranquilizar mi mente y descansar abrazándola por la cintura.

Apenas podría echarme una cabezada. Me despertaría entumecida y agotada. Demasiadas emociones juntas. Demasiada excitación para mi cuerpo tan acostumbrado a que no le pase nada.

Me tiraría por encima un jersey y abriría la puerta. Amanecería. La brisa sería espesa. Todo estaría mojado; yo ya no. Habría llovido durante la noche, lo normal en otoño. Me volvería desde el umbral para mirarla. Aún dormiría. La observaría un momento, de esos que son tesoros. Ella era un tesoro inasible, como un comienzo para que ocurriera algo a continuación. El principio de una historia que nunca dejaré de contar porque da para eternizarla de mil maneras diferentes. Querría retenerla junto a mí, pero no me estaría permitido. Se marcharía.

—No se puede sujetar algo tan libre como tú, tesoro —le querría decir.

Iría a despertarla con café recién hecho, tostadas con mermelada, fruta y, por qué no, algo con chocolate. Me saludaría, medio adormilada. Sus movimientos serían pausados. Tropezaría con sus propios pies, tambaleándose ––a decir verdad, hasta en la imaginación era entrañable––. Envolvería su somnoliento cuerpo con mi chaqueta. Saldría al porche y yo podría apreciar cómo temblaba bajo el madrugador sol de finales de año.

Entonces, el perfume de su cuerpo aparecería para recordarme su aroma y enloquecerme un poco más, envolviéndome con su tacto, tan suave como un susurro.

—Pequeña, pronto será de día. Tengo que marcharme.

Retrocedería, devanándome en hebras de emoción, como alguien enmarañado.

—¿A dónde? ¡¿A dónde vas?! —preguntaría.

Ella se encogería de hombros.

—Aquí cerca, allí lejos… Ni tan cerca, ni muy lejos. Y según sople el viento, a cualquier otro lugar.
Y yo, como la eterna idiota que soy, hasta en utopías, dejaría que se marchara, convenciéndome de que algún día volvería. Nos daríamos dos besos y ahí acabaría todo, como si nunca hubiera empezado. Después de tantas caricias espirituales yo acabaría con la piel en carne muerta…

Pura fantasía.

Puta fantasía.

 

© Sara Levesque

Aquí cerca, allí lejos (parte I)

Por Sara Levesque

Hubo un tiempo, mientras me armaba de valor para formar las palabras que esculpía mi corazón, en que fantaseaba mucho con una idea. Incluso había diseñado un escenario idílico y armonioso que a ambas nos atraía. Un entorno solitario elegido a conciencia. Una casita de madera en medio de la nada, sin vecinos, sin visitas inesperadas, sin ruidos urbanos, sin murmullos mundanos… El lugar perfecto para gozar a solas de lo que hubiera que gozar, ya fuera una copa, una charla, una caricia, un orgasmo o una deliciosa macedonia de todo ello.

Me imaginaba sirviendo la cena sobre una mesa de madera sintiendo hambre, también muchos nervios. Sin querer asustarla. Sin querer asustarme. Cenando bien. Poniéndonos al día de nuestras expectativas. Mis temblorosos dedos se acostumbrarían a su cercanía, poco a poco, casi con parsimoniosa actitud. Al acabar, se levantaría tomándome de la mano para salir al porche con mi copa de vino y su cerveza; por su parte, saboreando el bosque nocturno; por la mía, relamiendo la fortuna de un momento tan pleno como era mirarla y verla de verdad.

Al entrar, la oscuridad se adueñaría de la habitación. La luz de las bombillas sería muy tenue, lo suficiente como para enternecer la velada, para crear ambiente. Me pondría las manos sobre los hombros y yo dejaría resbalar las mías por su espalda. Como soy de natural torpe, vería tan cerca el desastre que soltaría la copa. En vez de devolver la mano a su cuerpo, la introduciría en su pelo desordenado. Siempre adoré su estilo caótico. Era casi anárquico. Al sentir ese desorden, mis dedos dejarían la timidez para otra ocasión. Me entretendría saboreando el tacto de sus locos cabellos ––aún sigo yendo a terapia de grupo por su culpa, por su pecado de mujer maravillosa––. Al momento de besarnos, me pondría de puntillas apreciando la travesura en su cara. Soltaría también su vaso y me conduciría hasta el rincón secreto de la cama.

Con gracia, se desharía de las botas y después los pantalones. Daría un paso para salir de sus prendas y, acto seguido, me besaría de nuevo. En parte lo esperaría, en parte no. Me privaría del aliento y yo querría seguir asfixiándome por ella. Manejaría su cuerpo con absoluta libertad. Su cuerpo, su libertad. Y a mí me entraría un vértigo dependiente que no querría superar.
Acabaría de desnudarse. Diría algo que mi mente no sería capaz de retener. Ya no me quedaría sangre en la cabeza. Contemplaría sus esbeltas piernas tostadas por el sol reptando sobre el colchón y las seguiría, admirando de paso el resto de su cuerpo.

Se colocaría sobre mí. Lamiéndome, no le costaría encontrar mi zona más profunda. Con una mano de perfumada y fina piel bajaría hasta mi sur, encharcado de placer. Una tierra húmeda, la mejor zona para que se sumergiera.

—Me encanta saberte excitada —le susurraría.

Como toda respuesta, me miraría sonriendo.

Tan preciosa. Tan imposible. Sentirla debía ser auténtica magia. Y ella, una deliciosa maldición. A las dos nos encantaría enredarnos con besos eternos que yo creería sin sabor a despedida. Besos inagotables, voraces, insaciables, succionadores. Siempre quise comerme el mundo, empezando por su boca…

Continuará…

© Sara Levesque

Verano del 85

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

 

Francois Ozon dirigió esta cinta francesa en 2020. Lo que parece ser una película para adolescentes, se convierte en un thriller que conduce a un final desconcertante. Alexis (Félix Lefebvre), un chico de dieciséis años entabla una relación que irá más allá de la amistad, con David (Benjamín Voisin), un joven de dieciocho años con el que durante un verano, compartirá su primer contacto con el amor, el sexo y la muerte. Verano del 85 parece, a primera vista, seguir la estela de films sobre el descubrimiento sexual y la idealización del primer amor.

El realizador de títulos como En la casa y Gracias a Dios, adapta la novela juvenil del inglés Aidan Chambars (Dance on My Grave) publicada en 1982. Un libro que su autor describe como una vida y una muerte en 4 partes, 16 trocitos , 6 informes judiciales y 2 recortes de prensa , con alguna que otra broma, 2 o 3 adivinanzas, algunas notas y un fiasco por aquí y por allá para hacer avanzar la narración. Con esta cinta, Ozón compensa el lúgubre tono de Gracias a Dios que giraba sobre los abusos sobre menores. El realizador francés leyó Dance on my grave cuando tenía diecisiete años y le conmovió. Por eso decidió llevar al cine esta historia de amor gay ambientada en Seine- Maritime, región del norte de Normandía que transcurre, como cuenta el título de la película, durante el verano del 85.

En la época en la que se desarrolla la historia, el sida se cobraba un terrible número de vidas humanas y los medios de comunicación ofrecían imágenes impactantes sobre esta pandemia. Recordemos que en 1987, Australia lanzó el anuncio televisivo Grim Reaper donde aparecía la Parca lanzando una bola de bolos hacia un grupo de personas que se encontraban en el lugar de los bolos. Este spot reforzaba el estigma hacia los hombres gais, lo que el artífice de la campaña publicitaria lamentaría más tarde En 2008 ve la luz The Glam Reaper, una parodia de Grim Reaper para recordar que el VIH/SIDA todavía existe y reforzar el uso del preservativo.

Esta es la historia de un cadáver que conocí cuando estaba vivo y cómo se convirtió en un cadáver. Ozon, desde el plano con el que abre la película, adereza la narración con falsas pistas que nos conducen de un lado hacia el contrario constantemente, sosteniendo el misterio hasta el último momento, honrando así la herencia cinematográfica de Alfred Hitchock. La narración está fragmentada en dos momentos temporales: el presente, cuando se insta a Alexis a contar lo sucedido para que pueda salir bien parado en el juicio que le espera, y el pasado, en el que el adolescente habla de su relación con David. Un flashback nos relata casi toda la historia con la voz en off de Alexis, que desde la primera escena nos hace saber que David está muerto y él anda involucrado en el caso. El realizador emplea el formato súper 16 para recrear una atmósfera de los años 80 a lo que contribuye una paleta de colores y un granulado que evoca esa época. En cuanto a la música, Jean Benoit Dunckel, compone una banda sonora que, sin convertirse en protagonista de la historia, dota de contexto al relato.

El magnetismo entre los jóvenes protagonistas puede sentirse a lo largo de todo el metraje y el director se convierte – y nos convierte- en voyers de una historia de amor, pasión y sexo adolescente en la que se mezclan realismo y fantasía alrededor de una macabra obsesión por la muerte. Además, en el devenir de la historia surgen conflictos personales sobre la disparidad de conceptos de lo que significa estar en una relación y sobre los límites del amor.

La película podría considerarse una vuelta de tuerca al psicodrama gay tan arraigado en el imaginario colectivo. Verano del 85 es la historia de un apasionado idilio, de un amor primerizo con sus luces y sus sombras, que brilla entre juramentos para la vida y para la muerte.

“La rebelión de las hienas” de Mer Gómez, apasionante acercamiento a la realidad de las personas con intersexualidades

Por KRISOL. Adriano Antinoo.

 

El pasado 21 de septiembre, miembros de Krisol Pro Derechos Humanos Intersex de Adriano Antinoo tuvimos la suerte de compartir con Mer Gómez la presentación de su libro “La rebelión de las hienas” en la librería La Fuga, de Sevilla. Gómez se define a sí misma así: “Bicha Rara. Escribo desde el cruce, soy una hiena”.

Mer Gómez es autora y activista intersex. Graduada en Periodismo y Doctora en Estudios Feministas y de Género por la Universidad del País Vasco, colabora con la revista vasca Pikara Magazine y ha escrito y protagonizado los monólogos para microteatro “La revolución de Lola” y “Solo apto para Bichas Raras”, así como el corto documental “Se receta silencio”.

Desde 2020, coordina el colectivo “i de intersex” junto a la activista Laura Vila Kremer. Un espacio de sensibilización desde el que forman e informan sobre intersexualidades y diversidad corporal.

Por todo ello no podíamos dejar escapar la oportunidad de entrevistarla.

¿Cómo empezó a gestarse la intención de hacer ese viaje por el territorio en busca de referentes intersex?

Este viaje comienza en 2016. En aquel momento, por primera vez y gracias al feminismo y a los estudios de género, empiezo a tener herramientas para entender las intersexualidades como posibilidades y/o variaciones corporales. Yo no conocía a otras personas intersex, tampoco la intersexualidad como identidad política. Pero resulta que, igual que yo, había muchas más personas que nunca habían hablado de ello, que no conocían a otras, que vivían sus experiencias corporales desde lo patológico. Así que, desde entonces y hasta hoy, no he parado de buscar referencias y referentes. Primero, a lo largo de todo el Estado Español. Después, por todo el mundo. El libro es mi propio viaje, desde 2016 y hasta 2020 que empiezo a escribirlo. Y las personas que salen en él son precisamente las que me habían ido acompañando durante esos primeros años. Hoy, afortunadamente, serían muchas más.

¿Cuál es el objetivo del libro “La rebelión de las hienas” y de las personas que lo habitan?

Uno de los objetivos principales es la visibilidad. Visibilizar que existen personas con características sexuales –hormonas, genitales, cromosomas, gónadas– que rompen la norma sexual binaria. Y que, precisamente por romperla o por no encajar en esos arquetipos estéticos sobre dos tipos de cuerpos, han sido medicalizadas y han sufrido una serie de violencias, unos protocolos de “normalización”, de manera obligatoria. Romper ese silencio que nos había sido recetado desde las instituciones de salud y unirnos para trabajar por la despatologización es el principal grito de este libro y de todo el clan de hienas. También, otro objetivo fundamental es generar narrativas sobre la intersexualidad en primera persona y como sujetos protagonistas.

¿Qué dificultades has encontrado, cómo te ha resultado redactar las vivencias de otras personas intersex?

Para mí ha sido un aprendizaje continuo. Todo el rato. A veces, difícil de gestionar. Hay mucho dolor en cada historia de vida. Mucha culpa, rabia, soledad. Cuando recopilas testimonios y analizas, una a una, las discriminaciones sufridas, no es nada fácil. Es injusto. Por eso, teníamos que ponerlo sobre la mesa. Y lo teníamos que hacer como sujetos con agencia, no como objetos de estudio. Era necesario conseguir ese empoderamiento. Compartir experiencias desde la escucha, la empatía, los cuidados. Sentirnos a gusto con cada cosa que queríamos contar y decidir cómo queríamos hacerlo. Al final, también ha sido un proceso sanador. Si hoy pienso en aquellos días, cuando nos reuníamos a través de videollamadas en mitad de una pandemia mundial, lloro. Con todas las emociones que vivíamos y que florecían en cada encuentro. Yo he aprendido mucho de cada una de las rebeliones íntimas de todas esas hienas, de su increíble generosidad. Las admiro mucho.

¿Qué te impactó más a lo largo de ese viaje?

La absoluta necesidad que teníamos de hablar y de empezar a construir una identidad colectiva intersex para luchar por nuestros derechos. Y esto también ha sido posible gracias al trabajo previo que ha ido haciéndose desde asociaciones intersex como Grapsia, grupos LGTBI+ como Adriano Antinoo en Andalucía y colectivos feministas.

¿Por qué has elegido las hienas?

Cuando creces sin referentes, los buscas en cualquier parte. En este caso, también en el mundo animal. La hiena, encima, es un mamífero. Y, de la misma forma que las personas intersex, presenta una serie de características en su anatomía sexual y reproductiva que no son las normativas. Por otro lado, la representación en el imaginario colectivo sobre la figura de la hiena por la película de “El rey león” es muy interesante. El rey es un león, los demás animales están en una posición inferior. Y la hiena, además, vive literalmente escondida y relegada a los márgenes. Es mala y peligrosa. No interesa que tome el poder del reino. Algún paralelismo había ahí, ¿no?

¿Este libro ha supuesto para ti un efecto terapéutico?

Yo diría que el libro es el resultado de un proceso terapéutico personal previo. Es decir, era necesario vivir un proceso íntimo de despatologización sobre mi propio cuerpo para sacar adelante este proyecto de la manera que lo he hecho.

Te hemos visto en la Mesa Redonda de la Jornada sobre Intersexualidad del Ministerio de Igualdad el pasado 26 de octubre, ¿cómo fue tu experiencia y qué ha supuesto para la comunidad intersex algo así?

Tenemos que celebrar estos avances a nivel político, a nivel social. Por primera vez, las personas intersex hemos estado ahí, visibles, y hemos utilizado nuestra voz para hablar de las reivindicaciones y las necesidades que tenemos como colectivo. Es un hito que tenemos que celebrar desde el activismo. Pero, ojo, la intersexualidad no solo existe el 26 de octubre. Las personas intersex existimos todos los días del año. Necesitamos ser nombradas, reconocidas y sentir que se está trabajando por nuestros derechos. Cada día, en los hospitales de referencia de nuestro país, se están dando diagnósticos y realizando modificaciones corporales a menores, sin su consentimiento expreso e informado, y por una cuestión estética normativa. Como dice Clara Montesdeoca, de la asociación canaria “Caminar intersex”: «si no hacemos nada, estamos siendo cómplices como sociedad». Y ninguna persona, en ninguna casa, está exenta de sufrir estas violencias.

Este año también has hecho otra incursión por el territorio intersex pero más amplio, más internacional: te hemos visto que has acudido en mayo a un congreso organizado por la Organización Intersex Internacional en Europa (OII), que se ha celebrado en Paris. ¿Qué ha supuesto para ti esta aventura?

Un paso más como activista. Me ha servido, sobre todo, para analizar qué se está haciendo en otros países del mundo. De qué forma se está trabajando, cómo se está incidiendo políticamente, qué pasos se están dando, hacia dónde vamos, cómo tenemos qué actuar desde lo local. Observar todo ese trabajo en red, aprender unos colectivos de otros, es admirable y necesario. A esto tenemos que aspirar, a luchar colectivamente desde cualquier parte del mundo por unos mismos derechos.

¿Se está gestando un nuevo libro de relatos corporales amplificado por nuevos testimonios, nuevos contactos o nuevas hienas?

De momento, acabo de defender una tesis doctoral en la que llevo inmersa más de cinco años y en la que también he trabajado junto a una decena de mujeres intersex. Espero que pronto pueda ver la luz porque, efectivamente, mi propósito es seguir generando referencias. Las necesitamos, como colectivo y como sociedad. Necesitamos narrativas desde otros lugares, que vengan de grupos que hemos sido relegados a los márgenes. Tenemos que ampliar los imaginarios culturales que hablen de cuerpos que cuestionan el binarismo, de identidades, de formas de desear que rompen la cis-heteronorma, de diversidad. Las personas trans, las bolleras, los maricas, las discas, les no binaries, las asexuales, las personas racializadas… Siempre hemos estado ahí, la diferencia es que ahora, por fin, tenemos voz.

¿Por qué crees que las personas deben leer “La rebelión de las hienas”?

Creo que las intersexualidades nos pueden enseñar –a todas las personas independientemente de si están atravesadas o no por esta realidad– a comprender las vivencias corporales, las categorías sexo-género y la sexualidad desde un punto de vista más flexible, de una forma más sana y más libre. Siempre digo lo mismo, ¿quién no ha sentido alguna vez presión por no adecuarse a los cánones estéticos sobre dos tipos de cuerpos muy concretos?, ¿por tener más o menos vello?, ¿por el tamaño de sus genitales?, ¿por la forma de sus pechos? No existe un binarismo estricto, eres esto o eres lo otro. La cuestión intersex debería ser una responsabilidad social. Todas las personas deberíamos tener derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo, derecho a la información, derecho a la integridad corporal. La cuestión intersex es una cuestión de derechos humanos.

¿Qué ha sido lo más importante del libro para ti?

Que, por fin, las personas intersex nos hemos atrevido y hemos roto el silencio recetado. Y que sí, que ya estamos haciendo la rebelión intersex.

¡Muchas gracias!

 

XXY

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

 

-Álex, vos no sos…
-Soy las dos cosas
-Pero eso no puede ser
-Vos me vas a decir a mí lo que puede o no puede ser -¿Pero te gustan los hombres o las mujeres?
– No sé. Perdóname lo que te hice
– No me hiciste nada, no me molestó. Me gustó
– ¿En serio? A mí también
– ¿En serio? Terminemos, no terminamos.
– No voy a hacerlo con vos.
– Yo quiero otra cosa
– ¿ Ah si, qué querés?
– ¿ Vos qué querés?
– Alex, va a ser nuestro secreto, no le cuento a nadie.
– Salí, andá, decile a todo el mundo que soy un monstruo

Este es un fragmento de la película XXY que corresponde a la conversación entre la protagonista intersex – Alex- y Álvaro, el hijo del médico que quiere operarla. La cinta, dirigida en 2007 por Lucía Puenzo, está coproducida por Argentina, Francia y España ,

XXY, cuenta la historia de Alex (Inés Efron), una adolescente intersex. Cuando nació, sus padres, Kraken (Ricardo Darín) y Suli (Valeria Bertuccelli), decidieron dejar Buenos Aires y mudarse a una cabaña de madera al lado del mar para que su hija creciera feliz, protegida de prejuicios hasta que decidiera qué camino seguir. La película comienza con la llegada de unos amigos desde Buenos Aires con su hijo adolescente, Álvaro. El padre de Álvaro es cirujano plástico y muestra un interés médico en Alex . La inevitable atracción entre los jóvenes, hace que los adultos se enfrenten a una situación complicada.

En el pueblo, Alex es observada como si fuera un fenómeno. La fascinación que produce puede ser peligrosa.

El guión, firmado por la directora del film, se basa en un cuento de Sergio Bizzio titulado ‘Cinismo’.

Nada es peor que tenerle miedo a tu propio cuerpo, dijo un chico que alguna vez fue ‘normalizado’. Creció con las marcas de las cirugías en el cuerpo. En esa castración el miedo a la ambigüedad genital se convierte en metáfora de las amputaciones que genera el miedo a lo diferente, comentó Lucía Puenzo. A la directora le interesaba mucho la adolescencia que para ella es un momento en el que las personas saben quiénes son pero no lo han descubierto todavía. Para Puenzo la película es una historia de amor antes que todo que revoluciona la vida de dos adolescentes y en especial de Alex, que va a descubrir quién es.

La cinta supuso el debut en la dirección de Lucia Puenzo. XXY obtuvo varios premios y entre ellos, el Gran Premio de la crítica cinematográfica del Festival de Cannes, el Premio Ariel a la mejor película latinoamericana y el Goya a la mejor película iberoamericana.

La película aborda la intersexualidad visibilizando sus aristas. Dificultades que son producto del rechazo de una sociedad binarista que coloca en la otredad a la disidencia sexogenérica.. El morbo y la violencia afloran ante un cuerpo distinto cuya realidad es ignorada y por ello, despreciada e incluso temida. Las expectativas sobre el sexo y el género basadas en la dicotomía de lo masculino y lo femenino, saltan por los aires ante la presencia de personas intersexuales y conllevan la urgencia social de “normalizar” los cuerpos con el fin de que respondan al mandato binarista.

Alex no quiere elegir: ¿Qué pasa si no tengo que elegir?, ¿Qué pasa si no quiero elegir? ¿Qué pasa si me quiero quedar así? Ante estas preguntas, la adolescente se encuentra con el silencio de unos padres que no saben qué responder.

Para su padre Alex es perfecta: Cuando la vi para mí era perfecta, cuando la quisieron operar no quise, para mí siempre fue perfecta. Desafortunadamente, en la vida real, no siempre es así, a veces, se somete a los bebés intersex, a cirugías innecesarias, que pretenden determinar el sexo de la persona sin otro criterio que la mera preferencia de los progenitores o por elección médica , con los graves problemas que eso puede causar a la persona intersexual.

Con el fin de aclarar sus dudas y calmar la preocupación por su hija, el padre de Alex se abre a conocer a una persona adulta intersexual. Esto muestra la importancia de referentes para las personas intersexuales y sus familias.

Alex se enamora de Álvaro. Mantienen una relación en la que Alex adopta un rol activo. Esto desconcierta a los adolescentes que están empezando a explorar su sexualidad. Después de estar con Álvaro, Alex se ducha con su amiga, lo que puede hacer pensar que siente atracción hacia ella, pero solo le lava el pelo. La película plantea así la diferencia entre orientación sexual, identidad de género y diversidad corporal. Todas estas cuestiones están expresadas en los diálogos, que son la base de esta cinta.

Durante toda la película, se observa que son las personas adultas quienes están preocupadas por la intersexualidad de Alex, quien, por el contrario, decide aceptar su cuerpo tal y como es, por lo que abandona el tratamiento hormonal que seguía para reafirmar sus caracteres sexuales femeninos. Se siente cómoda tal y como está:

No quiero más pastillas, operaciones ni cambios de colegio, quiero que todo siga igual.

 

Fases

Viñeta de Teresa Castro (@tcastrocomics)

 

Fire

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

 

Estrenada en 1996 y coproducida por India y Canada, Fuego es la primera película de la trilogía Elementos de Deepa Mehta. Le siguieron Tierra (1998) y Agua (2005).

En Dehli (India), Sita (Nandita Das) y Radha (Shabana Azmi) son dos cuñadas que viven en un hogar compartido con sus maridos, los hermanos Jatin (Javed Jaffrey) y Ashok (Kulbhushan Kharbanda). Las dos mujeres contrajeron matrimonios de conveniencia y se sienten infelices en su vida conyugal. La unión entre ambas es muy estrecha y terminan convirtiéndose en amantes. Radha y Sita recuperarán el dominio de sus cuerpo en una sociedad que las oprime.

Fue la primera película en la India que abordó la homosexualidad. Tras su estreno, grupos fundamentalistas de este país como los Sanaiks, realizaron diversas y encendidas protestas en cines de Mumbai y Delhi alegando que si las mujeres se diesen placer entre ellas la institución del matrimonio (y por tanto la reproducción humana), quedarían erradicadas. Estas protestas fueron apoyadas por el primer ministro de la época, Manohar Joshi.

La cinta propició un debate sobre cuestiones como la diversidad sexual y la libertad de expresión en la India. El argumento se inspira en Lihaf (La manta) de Igmat Chugtal. Lihaf es una colección de relatos sobre mujeres de la India. Los cuentos abarcan gran variedad de temas, desde la magia hasta la religiosidad, pasando por un amplio abanico de relaciones afectivas.
La realizadora muestra en la cinta, paralelismos entre la historia y el Ramayana para explicar las injusticias cometidas contra la mujer en la India. El Ramayana es una de las obras más importantes de la India antigua. Forma parte de los textos sagrados smṛti (textos no revelados directamente por Dios, sino transmitidos por la tradición).

La historia y el reparto son indios, pero el director de fotografía, Gilles Nuttgens, es británico y el editor, Barry Farrell, canadiense. La música corre a cargo de R Rahman La película se rodó en inglés, elección que no es inusual en la India.

De tintes naturalistas, la cinta no oculta su carácter de cine de denuncia. Fuego rompe tabúes como el lesbianismo y el derecho de las mujeres a decidir libremente sobre su futuro. Alejada de las estridencias de Bollywood, destaca por su compromiso social.Evoca la pasión, sentimiento que alcanza su cenit cuando Radha decide perseguir vsu sueño de libertad.

En una entrevista de 2019, Deepa Mehta explicó que no esperaba que sus películas se volviesen polémicas y que lo que la atraía eran las mismas, que ella veía como historias de mujeres, sobre decisiones de las mujeres, o más bien, respecto a la falta de opciones que tienen las mujeres en la India. Mehta cree que ese tipo de historias son controvertidas en sociedades que experimentan “hipernacionalismo” porque se anima a la gente a atacar cualquier cosa que amenace el sentido de una cultura nacional establecida, se sienten incómodos con cualquier cosa que quiera cuestionar o establecer una “conversación” sobre lo que ha sucedido y lo que podría ser necesario cambiar. Para Metha, Fuego es una reflexión sobre la India de hoy, pero también una reflexión sobre las aspiraciones de las mujeres de cualquier lugar, no necesariamente solo de la India. La realizadora comentó, que es el hecho de ser mujer lo que le motiva a contar historias de mujeres. Metha indicó que le molestan mucho las diferencias de clase y la desigualdad de género que provoca injusticias como la brecha salarial entre hombres y mujeres. Su impulso para hacer un cine comprometido, se refleja en esta frase: Toda desigualdad me moviliza
 

 

Memorias de Shangay

Hoy recomendamos Memorias de Shangay, 30 años de historia LGTBIQ+ en España, por Alfonso Llopart, Jose Mola y Roberto S. Miguel.

Los cambios y avances en la comunidad LGTBIQ+ a través de los 30 años de historia de la emblemática revista Shangay. En este enlace puedes leer un fragmento del libro.

¡Yo quiero salir en Shangay!

Pocas publicaciones pueden recoger en su «memoria profesional» que los protagonistas de cada momento hayan dicho «¡siempre he querido salir en Shangay!» cuando eran entrevistados. Si a eso se añade que por las páginas de esta revista ha pasado el who is who del mundo del espectáculo, no solo nacional, sino mundial, esto ya asegura que las memorias de la revista tendrán un contenido, como mínimo, interesante.

Este libro es un recorrido por tres décadas de la historia de la comunidad LGTBIQ+ en España por donde transitan personajes emblemáticos para la comunidad como Alaska, Mónica Naranjo, Marta Sánchez, Ana Torroja, Madonna, Cher, Kylie Minogue, George Michael, Alejandro Amenábar, Miguel Bosé…

Pero no solo son las historias y las anécdotas vividas desde su creación, en 1993, también es el reflejo de unos años en los que se fraguó el cambio de una España de valores católicos, apostólicos y romanos al país diverso, inclusivo y libre que es hoy en día.

 

Más o menos completa

Por Sara Levesque

 

El cirujano le dio buenas noticias sobre el bulto de su pecho. Resultó que su tumor estaba en el amor.

Me he enamorado, no como una tonta, sino como el ser humano normal y corriente que no soy.
Es lo que hizo. Me tocó con suavidad la piel del torso mientras le dejaba entrar hasta mi pecho. Luego, se fijó en las curvas de mi corazón y lo deseó con la mirada. Y para que no se fatigara, lo arranqué y se lo entregué. Metió los dedos en los huecos de la aorta y lo masturbó hasta que el pobre infeliz eyaculó todo su jugo sobre ella. Cuando descubrió que le gustaba más de lo que quería permitirse, más que acceder a pringarse con los latidos de ambas direcciones, más incluso que atreverse a dejarse llevar por lo que sentía me lo devolvió reseco, vacío, marronáceo y hecho una pasa, apestando a indiferencia.

¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Esperar a que se me regenerara de nuevo todo mi volumen sanguíneo? Quizá, cuando eso ocurriera, hubiera aprendido a coserle una cremallera. Para algo debían servir los puntos de costura que quedaron en forma de cicatriz.

He llegado a la conclusión de que la única pareja estable con la que he vivido ha sido la escritura. Es un bolígrafo. Un pedazo de papel arrugado. Un recambio de la pluma. Es todo eso. Es más que ella. El único amor del que no me canso tras tantos años de convivencia.

Melancólica en forma de prosa, delicada si se viste de poema, o pura y arrolladora cuando me narra, la escritura es lo que me enseñó y también lo que me dejó. Lo único que aún conserva su esencia y a través de ella puedo escribir su nombre sin que me duela demasiado. O sus iniciales, escondiéndolas donde no sea fácil encontrarlas: en mitad de un párrafo, en tres adjetivos consecutivos o antes de un punto y aparte.
Si me apetece estar con una rubia, me tomo una cerveza. Que quiero una morena, pienso en el café. Y si se me antoja pelirroja, cualquier licor anaranjado me sirve. Sobre todo, un buen vino rosado.

Y luego estaba ella. También era mi amor, pero de esos platónicos. De esos que se escaparon y solo volverán cuando ya no me quede fuerza en los dedos para agarrarlo. Lo malo es que a ella sí la podría cambiar por la primera mujer que me hiciera ojitos. Y acabar así devolviéndole el daño que me dejó de recuerdo.
La verdad es que vivir conmigo debe parecerse mucho a suicidar los sentimientos. Habría días en los que no querría ni mirarla a los ojos, ni me importaría saber cómo le ha ido en el trabajo, ni siquiera hacer el amor con ella. Surgirían instantes en los que preferiría seguir enmarañando mi interior en el sofá, de madrugada, a solas; momentos en que sus caricias me irritasen y la apartase de mí, refunfuñando. Habría días en los que necesitase mandarla muy lejos, allí donde no huele bien… Porque no sé qué extraña conexión se daba en mi cerebro que, cuando me encontraba sola, ansiaba enlazarme con ella; y en los pocos pasos que anduvo a mi lado, deseaba estar muy sola. Nunca acepté esa contrariedad para ninguna de las dos.

Así que me conformo con la escritura. Es la única a la que soporto y me sobrelleva. La única que me hace sentir más o menos completa.

© Sara Levesque