Entradas etiquetadas como ‘Rechazo’

¿Cómo ayudar desde la Psicología a quienes sufren la transfobia?

Por María Prieto Piédrola, psicóloga  e ilustradora, acaba de terminar su TFG sobre «Intervención psicológica en transgénero y transexualidad desde el modelo ecológico de Bronfenbrenner»

Foto: Ted Eytan

Dentro del colectivo trans* es muy común que aparezcan síntomas de ansiedad o de depresión. Esto no es por el hecho de pertenecer al colectivo, no por nacer transgénero o transexual se tienen más problemas de salud mental que naciendo cis. Esto es debido a la transfobia y el rechazo general por parte de la sociedad.

Entonces, ¿cómo se puede ayudar desde la psicología a una persona trans*? Pues de muchísimas maneras, algunas más sencillas que otras.

Bronfenbrenner propone el modelo ecológico que sirve para estudiar muchísimas realidades. Mi Trabajo de Fin de Grado de Psicología (Intervención psicológica en transgénero y transexualidad desde el modelo ecológico de Bronfenbrenner) se centra en el colectivo trans*.

¿En qué consiste esta forma de analizar? Bronfenbrenner propone ir por niveles, es decir, no centrarnos en una única manera de intervenir, sino tener en cuenta el contexto y la gente que convive con la persona a la que queramos ayudar. Por supuesto, dentro del modelo existe una intervención individual, directamente con la persona, pero también con su contexto más cercano (es lo que en el TFG está nombrado como microsistema). Esto es su familia, sus amigos, sus compañeros y compañeras de clase o del trabajo… Lee el resto de la entrada »

Nadie quiere hablar de ‘asesinato social’ cuando el suicidio es de jóvenes trans

Hoy es el Día Internacional de la Homofobia, Bifobia y la Transfobia (IDHOTB) y desde 1 de cada 10 queremos tener muy presesntes a les chavales trans, por eso hemos invitado a Saida García Casuso (@Hipatia75) y Natalia Aventín Ballarín (@NataliaBNSQ ), de Chrysallis (Asociación de Familias de Menores Transexuales a escribir en nuestro blog. 

Foto: SGC

Muere una (otra) persona trans, se suicida, tenía… pongamos que, 15 años.

La sociedad se da golpes de pecho, le dedican un par de minutos en los telediarios, una breve reseña en prensa escrita. Puede que tengamos suerte y en redes la reacción se alargue unos días.

En ese par de minutos de gloria televisiva la presentadora mal generalizará en varias ocasiones a la víctima.

La reseña en tal o cual periódico de tirada nacional hablará de alguien que había nacido en un cuerpo equivocado, poniendo especial interés en si había conseguido o no su hormonación y en cualquier otro dato que pueda resultar (para ese medio) de interés.

Por redes el debate durará algo más y podremos disfrutar de todo tipo de iluminados comentarios sobre la dictadura de lo políticamente correcto, planteando si el mundo se está volviendo loco o si una persona con 15 (o 12 o 6 o 19) es capaz de conocer su propia identidad sexual.

Unos cuantos golpes de pecho más, unas pocas velas blancas y… Lee el resto de la entrada »

La patologización de las identidades trans: la transfobia sigue matando

                             Por Isidro García Nieto, trabajador social y sexólogo especialista en la intervención con personas trans y LGBIQ+ y sus familias.

Foto: Rose Morelli

Hace unos días y coincidiendo con el Día Internacional de la salud mental, Transgender Europe ha publicado un estudio titulado “Sobrediagnosticadas e infra atendidas. Atención sanitaria de las personas en Georgia, Polonia, Serbia, España y Suecia. Estudio sobre la salud trans.”. Una investigación de la que tengo el honor de ser uno de los autores, y que ha llevado a cabo la Federación Europea de entidades trans Transgender Europe (TGEU) junto a otras entidades colaboradoras de los países participantes.

Esta investigación nos ofrece datos alarmantes sobre las dificultades y trato discriminatorio que las personas trans sufren actualmente en los entornos de atención sanitaria. Lee el resto de la entrada »

Desde las trincheras de la desigualdad

Por Javier Termenón Delegado

 

No nos engañemos, la realidad en la que nos movemos está llena de trincheras.

Hace un par de semanas, comentando con una amiga la incipiente aparición de este blog, me hacía notar que está cansada de las reivindicaciones de gente que forma parte de este colectivo. Es mi amiga, la quiero. He aprendido a querer a gente con la que no estoy de acuerdo, qué carajo, me quiero a mí mismo y mírame…

Lo curioso es que hasta hace un par de semanas, para entenderme yo y hacer causa común con el resto de los alumnos de mi clase de octavo de EGB (vaya usted a saber los porqués de tamaña regresión), entendía a la perfección, o al menos así lo creía yo, que el acoso al que fui sometido era de carácter similar al que sufrió el gafotas, el empollón, el gordo o el chivato de mi mismo curso.

Pero no es el mismo, nunca lo fue. Es de esas verdades que tu hipotálamo comprende antes que tú mismo. Nunca fue el mismo acoso, posiblemente generó el mismo miedo al rechazo, la misma timidez, y puede que incluso el desdeñable recurso de la autocompasión, que quizás alguno de los lectores seguirá queriendo ver en estas letras.

El gordo de la clase pudo sentirse solo, no lo niego, pero si algún día llegó a tener un amigo no tuvo que recibir de él negativa alguna al enterarse de que era gordo, saltaba a la vista desde el inicio de su amistad.

Foto de Srgpicker
Foto de Srgpicker

El gafotas no tuvo que sentar a sus padres para explicarles el uso y preferencia de un modelo de gafas en detrimento de otro modelo.

El empollón no sintió durante 30 años de su vida que no tenía derecho a casarse con la persona de la que se había enamorado.

El chivato había estado buscando la aprobación del poderoso pasando por la desaprobación de sus iguales, diametralmente opuesto a mi caso en el cual la aprobación del poderoso nunca llegó y el afecto de mis iguales estaba en entredicho.

No voy a enumerar las secuelas de una infancia semejante, hay infancias peores, eso lamentablemente seguirá siendo así.

Mi encéfalo, esa otra parte de mi cerebro que es racional y que organiza mi conducta, registró mi rechazo y el de los otros y los suavizó en una trinchera de causa común hasta hace unas semanas. El gordo, y el chivato, y el gafotas, y el empollón, y yo éramos los oprimidos. Sin embargo, mientras tanto, mi hipotálamo, allí donde se generan los instintos más primitivos y se registra la memoria a largo plazo, llevaba años chirriando en sus junturas.

A medida que pasó el tiempo, veía con miedo y aprensión que mis compañeros de trinchera, salían airosos de esas primeras batallas. Pasados unos años el gafotas cultivó un look intelectual, quizás marginal, tal vez hasta envidiado por el cachas. El gordo ajustó su dieta, o sus hormonas, o siguió llevando su vida siendo gordo y encontró donde le valoraran desde otras perspectivas. El empollón consiguió entrar en medicina. El chivato buscó un hueco desde el que delatar sin que estuviera mal visto… En cualquier caso, dejaron la trinchera para amar o ser amados sin explicarle a sus padres a quiénes amaban. Sin que su mejor amigo les dejara de lado bajo la sospecha de una mirada de más mientras se duchaban. La sociedad adulta les acogió, diluyendo la que a la postre se convirtió en una inexistente falta: llevar gafas, sufrir de sobrepeso, no ser corporativo, o dedicar media vida a quemarse las pestañas en libros de texto.

Mi sociedad no hizo lo propio conmigo, yo seguía teniendo una falta que dejaba paso a que cualquiera pudiera insultarme si le apetecía, que mis amigos y familiares me pidieran explicaciones, bregar con la etiqueta de mi “opción sexual” como si fuera opcional y se tratara solo de sexo, oír de diferentes estamentos mi condición de enfermo, haber vivido la carencia de un modelo afectivo válido, y seguir escuchando que, a día de hoy, hay gente a la que esto le canse.

En esa clase de octavo de EGB hubo personas a las que no les importó ni lo más mínimo como era yo, hay gente hoy que me trata de igual a igual. Pero de la misma manera que el feminismo no acabó con el acceso a las urnas de la mujer, ni el apartheid no ha finalizado porque a un negro le dejen ocupar los asientos de delante en un autobús público, aunque canse oírlo otra vez, aunque se produzca el hastío en aquellos que quizás ya han dado el paso a recibirnos en igualdad de condiciones, sigue existiendo esa trinchera.

Cuando has vivido en ella no escuchar, no ver, no oír y no comparar es imposible. Puedo pasar de largo, puedo girar la vista, puedo escuchar música mientras camino por la acera de enfrente (que es mi acera) y hacer una comparativa más o menos acertada, pero mi hipotálamo seguirá chirriando en sus junturas.

El acoso es, de las calidades del ser humano, uno de los más rastreros comportamientos, no por ser gay y haberlo sufrido en mis carnes niego la tortura que sufrió aquel gafotas, aquel empollón o aquel chivato, ni ningún otro caso que no haya nombrado aquí. Quiero andar con pies de plomo en esto: en esta sociedad hemos permitido que el acoso exista en los márgenes del susurro, el escudo del anonimato, detrás de la risa boba e hiriente. Pero me sale la comparativa, la esclavitud del gordo de mi clase se ha ido incrementando de manera proporcional al incremento del culto al cuerpo, pero no hubo una sociedad que le dijera que no podía casarse, adoptar, que era un hereje, un pecador, un enfermo mental o un impedido.

Gay Pride Toulousse
Foto de Guillaume Paumier