Archivo de la categoría ‘Literatura’

Me retiro

Por Sara Levesque

 

Lo cierto es que nuestra historia empezó realmente bien; casi parecía irreal. Luego, se fue torciendo poco a poco, sin avisar. Pasamos de la utopía a la misantropía. Empezamos a creer que sabíamos de todo cuando no teníamos ni idea. Y acabó de la peor manera: con un abismo de silencio que nos separó años y años, igual que una fatídica condena. Después de devanarme los sesos tantísimas noches, de aprender a sacarme el cerebro de la cabeza para manosearlo como se manosea una bola de cristal y averiguar cuál fue el error que cometí, creo que lo encontré. Me quedé esperando a que ella diera «el paso» en nuestra atracción mutua, como si fuese su obligación o su turno, sin darme cuenta de que yo también tenía pies para avanzar hasta sus labios.

En parte está bien, porque todo el dolor surgido desde entonces significa que lo vivido fue lo bastante real como para que ahora mortifique. Hubiese dado mi alma a cambio de asesinar sin piedad mi cobardía. Fundirnos en un «abrazazo», que eso era muy suyo. Quedarnos a vivir en las pupilas de la otra, parpadeando si nos apetecía estar a solas. Que, por una vez, los golpes de la vida los tradujéramos en golpearnos las caderas sobre la cama, en el suelo, contra la pared, sobre la lavadora para comprobar si lo del meneo del centrifugado era cierto o donde se nos antojase, sanándonos las heridas, rompiendo los «día a día», reventando la rutina al galope de nuestros orgasmos.

Me quedé con ganas de declararle que era la luz de mis días, que no soportaba respirar en una realidad ficticia con ella sin que estuviera de verdad. Que, a veces, no me soportaba a mí misma y solo toleraba el día si era con la persiana bajada. Que no me importaba dibujar el futuro con los esquemas del pasado. No me importaba, lo prometo, siempre y cuando ella estuviera a mi lado. No quería que el tiempo volviera a pasar y arrepentirme otra vez de comprobar que se distanciaba. Lo digo porque una vez se marchó prometiendo que volvería.

Expresó muchas cosas, entre ellas, que no me preocupara porque me avisaría de su regreso para que no me pillase por sorpresa. Me lo soltó como se le dice a un amigo que todo se arreglará cuando ni siquiera se han escrito las instrucciones. Cuando me trataba así, a veces deseaba no tener el corazón maduro. Que siguiera siendo de juguete. Que los años no pasasen por la vida. Que nunca se hubiera inventado la manera de medir el tiempo porque así no sabría por cuánto esperarla. Ni hubiera seguido enredando el dedo en el calendario al contar los días que faltaban para su reaparición.

Algunas veces conseguía olvidarla; aunque no por completo, claro. Siempre sobrevivían migajas de ella que aferraba y redondeaba entre los dedos como si fueran un moco, redondeando de paso el mismo bucle en el que nos metimos. El mismo en el que nos mentimos. A veces jugaba con ese pellizco. A veces me rebozaba con él. A veces retozaba a solas para no olvidar que una vez lo hicimos de verdad en el césped de El Retiro. Y poco después, allí mismo, tuvo el valor de soltarme «yo me retiro».

Se retiró diciendo que volvería. No supe salir de ese enredo. No supe sacarla de mí sin arrastrar con ella mi corazón. Porque era tan comprensiva como inhumana, tan risueña como desagradable, tan cautelosa como una putada. Mi cama la extrañó incluso cuando nunca la había disfrutado.

Sara Levesque

 

Quizá nos parezcamos demasiado

Por Sara Levesque

 

Siempre he pensado que «hacer el amor» es una expresión absurda. Tú no dices «he quedado con una amiga para hacer la amistad». Somos así. Hacer el amor solo es la manera que tienen los sentimientos de practicar ejercicio, de fortalecerse.

Pero si tuviera que profundizar en este tema, diría que mi postura favorita para hacer el amor era con ella. Que el mejor orgasmo que podría disfrutar habitaba en su cuerpo, empezando por su mirada radiante, plena. Y que todos mis gemidos surgirían a través de sus sonrisas. Mis suspiros guardaban en bajito su nombre.

En numerosas ocasiones me estanqué imaginando cómo sería dibujar a besos nuevas rutas por las pecas de sus pómulos. Hablarle con mis dedos sobre los lunares de su cuerpo. Eso era para mí hacer el amor. Hacerle amor. Hacernos amor.

Al momento de escribir estas líneas era de noche. Creo que las dos de la madrugada. Fuera diluviaba, eso seguro. Y yo, para variar, me acordaba de ella porque la lluvia la asociaba con su naturaleza. Una lluvia que, mientras caía, entonaba los versos más espontáneos y sinceros del mundo, capaces de ahorcar hasta a la más cuerda.

Romántica, ñoña, ilusa, cursi, repipi, obsesa, soñadora o bohemia, podía llamarme como le saliese del… Coño, casi escribo una ordinariez. Pero esta confesión era para ella —como casi todo—. Más que poetisa, la alcancé a considerar poesía.

Deseé que volviera para sincerarnos. La distancia nos hace sabios, y tantos años de distancia debieron dejar a los Siete Sabios de Grecia a la altura del betún. Al mirarla a los ojos, podría decirle que la amaba, aunque me echase a temblar por dentro. Podría recuperar el beso que nos negamos cuando la tuve cerca, tan cerca que daba miedo. Un miedo incoherente, como si fuera Halloween todos los días del año menos el que le corresponde. Podría fantasear con la idea de su reacción: quizá me lo devolviera, mutara en una cobra, siguiera con su postura de indiferencia habitual, o acabara palpitándome la mejilla en lugar de la entrepierna. Porque si me avisaba de su regreso, podría dormir por las noches después de todo eso. Ya no estaría condenada a preguntarme qué habría pasado si la comía a besos como una vez nos sugerimos entre parpadeos.

Me inquietaba que nunca quisiera volver. Me inquietaba y mucho. Viví, existí, subsistí, sobreviví afligida por si le cautivaba tanto su viaje al extranjero que, al final, decidiera quedarse allí hasta que encontrase algo mejor. Que ese algo nunca se dejase ver y acabara esperándolo tan lejos para siempre… Me obsesioné por si su nuevo estilo de vida le atraía más que el que podría compartir conmigo en la ciudad de siempre. Temía no volver a verla y que eso le resbalara como su lluvia tan peculiar. Pero, sobre todo, lo que más me ofuscaba era que, después de tantos años, hubiera dejado de importarle y no necesitase verme más. Que me hubiera puesto en el olvido, ignorándome de principio a fin, desde la tarde que nos conocimos en el gabinete hasta estas palabras. Eso me aterraba…

Fuera seguía jarreando. Veía cómo los trasnochadores se empapaban. Y me preguntaba, desde mi imprudente ventana, si les chapoteaba el corazón como lo hacía el mío.

Sara Levesque

 

 

Diablos Azules

Por Sara Levesque

 

—¿Nos vemos en Ibiza? —le pregunté.
—Prefiero Portugal —fue su respuesta.
—Me refiero a la parada de metro.

Uno de los primeros recuerdos que tengo con ella fue esa conversación de besugos que me hacía sonreír por los andenes madrileños. La gente me miraba con mala cara, como si fuese una excéntrica o estuviese prohibido reír. A mí me resbalaba por completo. Porque iba a verla.

Soy muy puntual y siempre suelo llegar con media hora de antelación a donde sea que he quedado. Mi entretenimiento favorito era esperarla en la boca del metro. Camuflarme entre la multitud a observar cómo me buscaba. Me deleitaba unos momentos y entonces salía de mi escondrijo, tocándole el hombro con suavidad para no asustarla. Cuando nos encontrábamos, yo me perdía en el color de sus ojos, tan bonitos como el mejor de los amaneceres.

No era la chica más divertida, ni tampoco la más espontánea. Ni siquiera le gustaba el reggae de Mishka, ni las pelis de miedo o el bluegrass. Pero al sonreírme, solo quería que el mundo la mirara para que se sintiera tan pletórico como yo.

Nunca supe cómo lo hacía. Qué secreto escondía. Ni cómo cambió mi vida a mejor en la época en que nacía mi amor.

Por supuesto, no necesité las respuestas.

También recuerdo cuando recitaba poesía. La propia y la ajena. La leía con cierta entonación. Lenta, acentuada, cadenciosa… A mí, que por aquel tiempo apenas sí había escuchado un poema en voz alta, todo aquel adorno vocal me parecía algo ridículo. Luego, la ridícula fui yo con mi monótona forma de hablar de cada día. Años después, solo puedo sentir de verdad un poema si le añado el eco de su voz. Eco que empezó aquella noche entre los diablos azules de un bar que se fue al infierno. Junto a una cerveza, me mostró un mundo nuevo repleto de estrofas y versos cantados. Allí descubrí los más especiales: los suyos.

Escribir sin pelos en la lengua me lo enseñó también, cuando a mí me temblaban las palabras en la boca. Y ahora, cuando llueve, no me importa que las gotas me picoteen o termine calada. Para mi cuerpo es como si ella le recitaba una poesía más o menos extensa, depende de la cantidad de agua. Rimas nada frías ni aburridas. Solo estrofas y versos cantados.

En el escenario de ese mismo bar la he visto alguna vez, con el jersey de punto que tanto resaltaba su figura. Un pañuelo de cuadros le abrazaba siempre los hombros. Parecía su seña de identidad —al igual que para mí, la boina francesa—. Un complemento que no combinaba para nada con el resto de su ropa, pero la hacía especial. Sujetaba los poemas con ambas manos, como si quisiera retenerlos para siempre a su lado. Derrochaba seguridad desde tan alto. Me imponía respeto e infinidad de emociones que se enmarañaban todas y aún sigo intentando desenredarlas.

Allí, en aquel pub con las paredes de ladrillo al descubierto y el público prestándole atención, oteando su mirada y su boca al recitar, yo contemplaba también las mismas zonas intentando tocarle el corazón a través de mis pupilas, entregándole el mío antes de cada parpadeo. Con el hilo musical propio de las tertulias poéticas, la conjunción que sostenía con el mundo en esos momentos era mágica. Única. Inigualable. Y cada segundo que pasaba, me enamoraba más de la vida a la que sus versos entonaba. Maldita sea… ¡Qué hermosa era! Hasta su más completa indiferencia me atrapaba. Un sinfín de diablos azules fueron testigos de mi amor por sus palabras regaladas, por sus miradas murmuradas, por su presencia desenfadada siendo ella misma, sin importarle lo que la gente opinara acerca de cualquiera de sus movimientos.

Pero claro, nunca lo supo a tiempo.

© Sara Levesque

Hola

Por Sara Levesque

 

Hola, Lector, ¿qué tal estás?
¿Sabes una cosa? He conocido a una persona increíble. Ya lo daba por perdido.
Sin darme cuenta, me buscó. PORQUE ME BUSCÓ ELLA. Yo no hice nada salvo dejarme encontrar.
Es un maldito desastre, es cierto. Su caos en un desorden constante donde me encanta perder el control, los papeles y la cordura.
A veces, es un poco fría, pero también es dulce sin ser empalagosa.
Sabe lo que es el espacio vital. Para mí, era vital que lo supiera.
Es inteligente sin sentirse superior, y soy feliz por sus cervicales.
Es independiente sin hacer bombas de humo. Esto es raro de encontrar…
Tiene la personalidad suficiente como para haberse atrevido a cortar los hilos del títere y querer seguir siendo buena persona, orgullos aparte.
Es luchadora, aunque se haya dejado las rodillas desolladas cada vez que cayó a los fosos a los que ha intentado hacer frente. Luchadora o cabezota, vete a saber.
Tiene carácter, pero sin rozar los brotes psicóticos, lo cual es complejo de encontrar y algo precioso.
Es tranquila sin llegar a la desidia.
Descalza es muchísimo más alta y ya no tiene nada pendiente con sus orejas de soplillo.
Tiene sus mierdas y sabe cómo cuidar a los que le importan para que las moscas no les hagan daño.
Es buena sin ser estúpida; en realidad, un poco idiota sí es, aunque puede ser parte del encanto torpón que conserva por algún lado. ¿He dicho ya que es un desastre?
Es esa chica tímida que parece una oveja rodeada de lobos y dice con una mirada lo que no se atreve con palabras.
Recula sin que se note cuando conoce a alguien porque es de natural reservado y se hace la tonta para jugar al despiste.
Es de blues suave en cualquier idioma o sin letra. Le encantan los temas poco comunes, como las expediciones polares o los deportes extremos.
Se sale de los esquemas porque quiere estar en todos y en ninguno a la vez. Le fascinan los colores y su favorito es el gris. ¡Como el mío! ¿A que resulta entrañable?
Dice que se enamora de mujeres imposibles y hace todo lo posible para que dejen de serlo.
Me confesó que era de sonreír y callarse los «te quiero» por miedo a las consecuencias.
Era.
Tiene la costumbre de mirarse en el reflejo de cualquier cristal para colocar su pelo desordenado.
Es de bajar las medias enteras y, a veces, es tan bruta que se caga hasta en la puta.
No te figuras lo cabezota, parsimoniosa y taciturna que puede llegar a ser. Una persona solitaria, pero no antisocial, que ama su desorden, meterse en cualquier «fregao» y que la gente respete sus rarezas igual que hace ella.
Es más de invierno que de verano, de sabores de otoño que de recoger flores entre las manos. De decirme que estoy más guapa despeinada recién levantada que con maquillaje enmascarada.
Le encanta sorprenderme en mitad de abril que cuando lo hace todo el mundo en San Valentín.
Es de café solo con mucho azúcar, asqueando a los supuestos auténticos cafeteros. ¡Y de no mojar en él la magdalena! A mí siempre me ha dado mucho asco comerme los bollos blandurrios…
¡Y no le gusta bailar! ¡Eso sí que es un puntazo!
Es muchas cosas y lo que queda por descubrir, siempre con calma.
Y resulta que la quiero. ¡La quiero, Lector!

Se hace llamar Sara Levesque.

Yo me quiero.
¿Y tú a ti?

 

Piedras

Por Sara Levesque

 

Querida Mujer:
Tú demuestras que, al llorar, no eres débil ni una cobarde que solo se quiere esconder. Que tu joya más hermosa es tu corazón de oro, que nunca tiene nada que temer. Que siempre estás dispuesta a agacharte junto a quien ves caer. Que no te aterroriza envejecer. Que te miras al espejo y te burlas del reflejo hasta desfallecer. Que te muestras firme en tus decisiones y no das tu brazo a torcer. Que nos regalas la vida, nos ayudas a nacer. Que nunca pierdes la esperanza de ver a los demás florecer. Que verte sonreír siempre es un placer. Que fuiste valiente para dejar de ser niña y convertirte en Mujer.

Querido Hombre:
Tú también demuestras que llorar es sano y no te vulnera ni dejas de ser un «superhombre». Que las cosas bonitas te emocionan y permites que te asombren. Que quieres excluirte de la masa y no te avergüenzas de pasearte en algún momento por la incertidumbre. Que rompes los esquemas, friegas los platos y cambias las costumbres. Que eres capaz de tragarte el orgullo y, cuando algo te molesta, no echas más leña a la lumbre. Que, si alguien comete un error a tu juicio, eres capaz de ayudarle en vez de silenciarle hundiéndole entre la herrumbre. Que te es fácil arrancarte la máscara y no dejas hablar a tu doble. Que cuando no temes mostrar tus sentimientos te conviertes en la persona más noble. Que también fuiste valiente para dejar de ser niño y convertirte en Hombre.

Querido ser humano:
Te escribo con humildad y, por qué no decirlo, con el corazón en la mano. No hay mejor sonido en el mundo que el de tu risa de tono humano. Sin sarcasmos, libre de pullitas, desprovista de maldad, vacía de burla contra Fulano y Mengano. Cuando te comportas como un ser humano parece que, en el mundo, por un segundo, no se muere nadie y me dan ganas de recorrerlo de tu mano.

La discriminación es la piedra más problemática que podemos encontrarnos en la travesía de la vida. Existen un sinfín de piedras en nuestro camino diario. En el tuyo. En el mío. En el de todos. Las piedras no tienen sentimientos, pero tienen el poder de apoderarse de los tuyos y transformar los latidos de tu corazón en puñetazos sin control. El tamaño de estas piedras es diverso. Pueden ser tan pequeñas que ni nos enteramos de que las hemos pisado. Medianas y fáciles de alejar de una patada. O tan imponentes que triplican nuestra estatura.

La inmensidad de una piedra que se convierte en roca nos puede enloquecer tanto que no nos atrevemos a acercarnos a ella, o la tanteamos cabizbajos, como si le ofreciéramos la victoria en una batalla que ni siquiera ha comenzado. Surgen en mitad de nuestros pasos para hacernos tropezar. Entorpecen nuestro pensamiento y acabamos creyendo que solo podremos avanzar si nos colocamos detrás de ellas y las empujamos, permaneciendo a su sombra. Echándolas a rodar hasta la muerte. Hasta tu muerte.

He aquí la solución que yo encontré para la piedra con silueta de discriminación. Detrás de su mole continúa tu trayecto. Igual no puedes quitarla, pero sí rodearla, escalarla… No olvides que ninguna piedra tiene sentimientos, pero sí el poder de apoderarse de los tuyos. Si te sientes perdido o cansado, recuerda que es natural. Echa un vistazo detrás de ti y descubre cuántas piedras has superado con final feliz.
Quizá mis palabras para intentar hacer del mundo un lugar mejor suenen soñadoras o utópicas. Pero a mí ninguna piedra, por muy robusta y espeluznante que sea, me atasca los pasos. No permitas que te suceda a ti.

Querido Lector de este artículo:
Ya lo expresé en una ocasión. Dime qué sueño no has cumplido y diseñaré un camino con las piedras que te lo han impedido. Da lo mismo el sexo y la orientación de cada uno. Si la muerte no tiene discriminación, ¿por qué debería tenerla la vida? No olvides que la persona a la que marginas es lo mismo que tú: otro ser humano que aprende de sus caídas.

Literatura gratificante, bondadosa y transparente

Por Sara Levesque

 

—¿Cuál de tus personajes es el hombre? —me preguntaron una vez.
—¿Cuál de tus hemisferios cerebrales te funciona? —quise responder.

La literatura LGBT siempre ha sobrevivido en un discreto segundo plano debido al contenido de sus letras. Me he topado con cada perla sin sentido que me ha hecho pensar que vivía en el Paleolítico. El desconocimiento puede ser muy peligroso y, por ello, pienso que hay que seguir visibilizando la temática LGBT en cualquier ámbito, con especial hincapié en el literario.

Una vez, escribí para una asociación sobre un autor LGBT destacado de cada continente. La que más me llamó la atención fue la autora que elegí para Europa: Jeanette Winterson.

Conocí sus letras siendo adolescente. Sus libros fueron solo el inicio de un camino en el que yo pedía socorro y comprensión a gritos en un mundo que se había quedado sordo. Sin duda, me resultó muy emocionante leer ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? ¿Por qué me impactó tanto? Porque me sentía identificada con ella; ambas somos escritoras y homosexuales.

La literatura LGBT es una ventana para arrojar desde ella nuestros miedos al «qué dirán», «qué pensarán», «me van a encasillar», no para lanzarnos nosotros al vacío. Es un lugar para compartir con el mundo secretos, realidades, vergüenzas, lágrimas, amores e, incluso, actos de rebeldía. Algo que Jeanette retrata a la perfección en dicho libro, dado que llegó a la conclusión de que siendo lesbiana era normal y lo más importante: feliz.

Me topé una vez con un comentario que me llenó de tanta frustración que el argumento que intenté exteriorizar se atropellaba a sí mismo y fui incapaz de contestar en el momento. Lo que quería responder hubiese sonado tan soez que tendría que haber venido a mi lado la persona que pone los pitidos en los resúmenes de los programas de televisión para disimular lo que me nacía decir.
Me preguntaron: «¿por qué no escribes sobre algo “hetero”? Te estás cerrando puertas». Expliqué que no podía centrar la temática de mis escritos en algo «hetero», por utilizar su misma expresión, debido a dos motivos:
El primero, que el arte, en cualquier disciplina, no se puede forzar. Si se distorsiona a propósito, el resultado no es auténtico. Yéndome a un extremo muy radical, es un símil de prostituir mis letras.

El segundo y, quizá, al que más me aferro a día de hoy, es el de que redacto heridas desde mi corazón roto de desamor. Meto el bolígrafo entre mis cuatro válvulas y escribo con sangre en vez de tinta. Cuando coloco el punto y final a una novela, estoy cosiendo al mismo tiempo el último punto que confecciona mi cicatriz. Si alguien lee mis aventuras de amor malogrado entre dos mujeres y da la casualidad de que dicha persona está pasando por la misma situación, si mis experiencias plasmadas con tinta sirven para que se sienta menos sola y sea consciente de que alguien más ha sobrevivido a lo mismo, mi labor como escritora habrá merecido la pena cuando llegue al final de mis días. Tocar el corazón dolido de un lector desconocido es la mejor recompensa que el trabajo de escritor puede tener. Mejor incluso que el dinero. Supongo que, por ello, siempre afirmo que no escribo novelas sino abrazos.

En el ámbito de las letras no existen las excusas, solo versos coloridos. Caricias para sentimientos doloridos. Valentía para cuando la esperanza ya se ha ido. O, si lo prefieres ver de esta manera, un roto para un descosido. Tú también puedes escribir de lo que quieras, solo debes tener el corazón convencido. Si te hacen daño, muéstrales cómo del abatimiento has renacido. Que no digan que la duda te ha vencido. ¡Qué más da que al público le guste tu estilo o que te critiquen con gruñidos! Desde mi folio en blanco eso es lo que te pido.

A mí me rechinan los latidos del corazón solo de pensar que, en pleno siglo XXI, todavía haya que aclarar que cualquier condición sexual es normal y natural. Las letras LGBT componen, sin dar más rodeos, la Literatura más Gratificante, Bondadosa y Transparente del mundo entero.

 

Patricia Highsmith, maestra de la intriga

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#Mujereslesbianas

 

Considerada la gran revolucionaria del thriller psicológico, Patricia Highsmith nació el 19 de enero de 1921 en Ford Worth, Texas. Algunas obras de esta maestra de la novela de intriga fueron adaptadas al cine con gran éxito.

Patricia no fue una hija querida, su madre intentó abortar bebiendo aguarrás durante su embarazo. La tormentosa relación que mantuvieron marcaría a la escritora toda su vida. Tanto es así, que la inspiró para escribir Terrapin, novela en la que una hija apuñala a su madre.

Sus padres se divorciaron diez días antes de que ella naciera por eso, no conoció a su padre hasta los doce años.

En 1924 la madre de la escritora contrajo matrimonio con Stanley Highsmith, del que Patricia tomó el apellido. En 1927 se marcharon los tres a vivir a Nueva York. Su infancia transcurrió en el ambiente bohemio del barrio de Greenwich Village por donde se movían sus padres, que trabajaban como diseñadores gráficos.

A Highsmith la cuidó su abuela , quien descubrió que Patricia era una niña muy inteligente y precoz que con nueve años, ya leía libros sobre psicoanálisis de su biblioteca. Lectora voraz, le interesaban temas relacionados con la culpa, la mentira y el crimen, que serían los argumentos centrales en su obra.

Con ocho años descubrió el libro de Karl Menninger La mente humana y quedó fascinada por los casos que describía de pacientes atormentados por enfermedades mentales. Los análisis de este autor sobre las conductas anormales influyeron en su construcción de los personajes literarios.

Se graduó en 1942 en el Barnard College, donde estudió literatura inglesa, latín y griego. Antes de publicar sus primeros cuentos, Highsmith trabajó para editoriales de cómics. Empezó​ en la editorial Ned Pines escribiendo dos historias de cómics al día por 55 dólares a la semana. Después se convirtió en una autora independiente. Esta situación le permitió encontrar tiempo para trabajar en sus propias historias cortas. Es en esa época cuando descubre su homosexualidad y necesita ir a terapia para aceptar su orientación sexual.
Con 22 años comenzó a escribir su primera novela The click of the shutting, que nunca se publicó. Su primer cuento vio la luz en la revista Harper´s Bazaar, por entonces la escritora tenía 24 años. ​ En 1945, tras una breve estancia en México de cinco meses, aparecen los cuentos En la Plaza, escrito en Taxco, estado de Guerrero, y El coche. En 1950 publica su primera novela, Extraños en un tren, que la haría famosa cuando  Alfred Hitchcock la adaptó al cine.

En 1952 escribe El precio de la sal, bajo el pseudónimo de Claire Morgan. Esta novela cuenta la historia de amor entre dos mujeres con un final feliz insólito para la época ya que hasta ese momento los personajes homosexuales que aparecían en la literatura solían tener un final trágico. Tres décadas después reimprimió esta obra con el título de Carol desvelando ser su autora. En el epílogo explica por qué mantuvo el anonimato cuando la novela se publicó por primera vez y finalizaba así:

Me alegra pensar que este libro le dio a miles de personas solitarias y asustadas algo en que apoyarse.

Estados Unidos no acogió bien sus historias pesimistas que excluían el sentimentalismo, ni sus análisis éticos. Tampoco gustaban sus ideas políticas de carácter  comunista que chocaban con el estilo de vida americano. Por esta razón, ​ abandonó su país y se trasladó para siempre a Europa en 1963.

Su biografía, Beautiful Shadow, cuenta que, debido a los problemas de la escritora con el alcohol, tuvo una vida personal complicada. Sus relaciones duraban poco, incluso la que mantuvo con la también novelista Marijane Meaker. La tacharon de misántropa y prefería la compañía de sus gatos y caracoles. Dijo una vez:
Mi imaginación funciona mucho mejor cuando no tengo que hablar con la gente

Cuando apareció su obra Litlle tales of Misogyny, la llamaron misógina y con la publicación de Tales of Natural and Unnatural Catastrophes, se la marcó el calificativo de antiamericana. Su fama morbosa hizo que sus obras no fueran muy comerciales. Escribió más de 30 libros entre novelas, ocho colecciones de cuentos, ensayos y otros textos, y dejó bastante material inédito.

Su visión de la realidad es pesimista y sombría, también su percepción de los seres humanos. Destaca de forma particular como creadora de personajes torturados , ambiguos y turbios que explotan la hipocresía para medrar.

Graham Greene, amigo de la escritora, dijo sobre ella:
Uno no cesa de releerla. Ha creado un mundo original, cerrado, irracional, opresivo, donde no penetramos sino con un sentimiento personal de peligro y casi a pesar nuestro, pues tenemos enfrente un placer mezclado con escalofrío.

El personaje que más se identifica con la obra de Highsmith es, sin duda, Tom Ripley. Mentiroso, estafador, un asesino, que vive instalado en una maraña de crímenes. Dese la publicación en 1955 de la primera novela, El talento de mister Ripley (adaptada al cine en dos ocasiones), hasta la última, Ripley en peligro, aparecida en 1991, el personaje que construye la autora no resulta detestable, a pesar de su comportamiento.

Atea desde su adolescencia, se consideraba de izquierdas; aunque a veces disfrutaba escandalizando a sus conocidos haciendo comentarios racistas o antisemitas. No obstante, apoyó públicamente a Amnistía Internacional y expresó su simpatía hacia la lucha del pueblo palestino.

El 1 de enero de 1947, Patricia anotó como Brindis de año nuevo:
Brindo por todos los demonios, por las lujurias, pasiones, avaricias, envidias, odios, extraños deseos, enemigos reales e irreales, por el ejército de recuerdos contra el que lucho: que no me den descanso.

Patricia Highsmith falleció en Locarno el cuatro de febrero de 1995. Este año se conmemora el centenario del nacimiento de esta escritora rotunda, descarnada, inquietante.

Lesbianas en la Historia: Gabriela Mistral

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#MujeresLesbianas

Lucila de Godoy Alcayaga, más conocida como Gabriela Mistral, nació en la localidad chilena de Vicuña el 7 de abril de 1889. Poeta, pedagoga y diplomática, por su obra  recibió el Premio Nobel de Literatura en 1945.

Mistral nació en la pobreza .Se crió en el remoto Valle de Elqui, en los Andes chilenos. Su educación formal se limitó a los tres primeros años de escuela primaria gracias a las clases de su hermanastra Emelina Molina, maestra rural en el pueblo de Montegrande. El trabajo de Emelina mantenía la economía familiar ya que el padre de Gabriela abandonó el hogar antes de que ella cumpliera tres años. Lee el resto de la entrada »

Lesbianas en la Historia: Gloria Fuertes

Por Charo Alises (@viborillapicara)
#MujeresLesbianas

En las noches claras,
resuelvo el problema de la soledad del ser.
Invito a la luna y con mi sombra somos tres.

Lesbiana, feminista, solitaria, cuentista y motera. Gloria Fuertes nació en Madrid el 28 de julio de 1917. De familia humilde, se crió en el barrio de Lavapiés. Con cinco años ya mostraba interés por las letras y empezó a escribir y dibujar sus cuentos pese a no contar con el apoyo de su familia:

Cuando mi madre me veía con un libro, me pegaba. Nadie de mi familia me dijo nunca «escribe, hija, escribe, que lo haces bien…». Nadie. No tengo nada que agradecer a mi familia. Pero cuando se quiere una cosa, aunque tu familia no te ayude, se consigue. Si vales de verdad y quieres algo con todas tus ganas, sales adelante seguro.

A los catorce años publica su primer poema Niñez, juventud, niñez. Asistió al Instituto de Educación Profesional de la Mujer obteniendo los diplomas de Taquigrafía, Mecanografía, Higiene y Puericultura. Cuando muere su madre empieza a trabajar como contable sin dejar de escribir poemas. Por esa época publica sus primeros versos y comienza a dar recitales de poesía en la radio.

En 1945 se estrenan obras suyas en diversos teatros de Madrid. Empieza a publicar en revistas destinadas al público infantil. En 1949 se edita el libro Canciones para niños y en 1950 Pirulí (Versos para párvulos), y organiza la primera Biblioteca Infantil ambulante por pequeños pueblos.

Fundó en 1951, junto con María Dolores de Pablos y Adelaida Las Santas, el grupo femenino Versos con faldas que durante dos años realizó frecuentes lecturas y recitales por cafés y bares de Madrid.

Además de su dedicación a la infancia, Gloria colaboraba en revistas para adultos como Rumbos, Poesía Española y El Pájaro de Paja. En 1950 participó en la creación de la revista poética Arquero con Antonio Gala, Julio Mariscal y Rafael Mir . Gloria dirigió esa publicación hasta 1954.

En 1952 se estrena en el Teatro del Instituto de Cultura Hispánica su primera obra teatral en verso: Prometeo, que recibió el Premio Valle-Inclán.

Estudió biblioteconomía e inglés en el Instituto Internacional de Madrid. Allí conoció a la hispanista estadounidense Phyllis Turnbull, que sería su pareja durante quince años. Trabajó como bibliotecaria hasta 1961 cuando obtuvo la beca Fulbright en Estados Unidos para impartir clases de Literatura española en la Universidad Bucknell, y fue -dijo- la primera vez que pisó una universidad. Después ejerció la docencia en el Mary Baldwin College y en el Bryn Mawr College, hasta su vuelta a España en 1963. Cuando regresa de Estados Unidos se dedica a dar clases de español para americanos en el Instituto Internacional. En 1972 se le concedió una nueva beca de la Fundación Juan March de Literatura Infantil.

A mediados de la década de 1970 se hace muy popular por sus apariciones en diversos programas infantiles de TVE, como Un globo, dos globos, tres globos, La mansión de los Plaff y La cometa blanca. Recibió el Aro de Plata gracias a esos trabajos. Esta dedicación al mundo de la infancia llegó a eclipsar su faceta de poeta comprometida con la realidad social de su tiempo. En el extranjero, sin embargo, Gloria Fuertes es una poeta fundamental de la posguerra española. Estados Unidos cuenta con especialistas en su obra, sobre las que se han realizado varias tesis doctorales. En Noruega su foto adorna la cola de los aviones de la Norwegian Airlines. Se han llevado a cabo estudios pormenorizados sobre su poesía social y su estilo particular que mezcla realidad y ficción en un lenguaje coloquial y una estilo único.

En sus versos destapa el interior de su ser. La poeta no ocultó su lesbianismo y aunque habla del amor en general, lo menciona en ocasiones como cuando dice me nombraron patrona de los amores prohibidos. Su gran amor fue Pyllis y cuando ésta murió Gloria quedó desolada y vertió en sus poemas el dolor que la arrasaba.

Ella y Gabriela Mistral son las únicas mujeres incluidas en la antología Norton que agrupa a cien poetas en lengua castellana. Jaime Gi de Biedma seleccionó sus versos en importantes colecciones. Goytisolo, Hierro y Nieva alabaron sus innovaciones técnicas.

«Gloria Fuertes» by uc3m.es/dap is licensed under CC BY-NC 2.0

Selma Laguerlöf

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#Mujereslesbianas

 

Selma fue la primera mujer en obtener Premio Nobel de Literatura. Lagerlöf nació en la localidad sueca de Marbacka en 1858. Descendiente de pastores, su familia atravesó muchos apuros económicos.
De niña sufrió displasia de cadera por lo que llevó una vida sedentaria. Esta circunstancia alimentó su afición a la lectura.

A los 10 años comenzó a interesarse por las obras de H.C. Andersen, los Hermanos Grimm y Alexandre Dumas . En la adolescencia, leyó a William Shakespeare, Lord Byron y Johann Wolfgang von Goethe.

Inició su carrera literaria a los 12 años con un extenso poema sobre Mårbacka Tres años más tarde la enviaron a Estocolmo a terminar sus estudios . Ya en esa época Selma tenía claro que no le interesaban las tareas domésticas. Ella misma contaba: además de ser torpe en la cocina y peor en el bordado.

La mala situación económica de su familia hizo que Selma comprendiera que tenía que aprender una profesión para vivir. Se decantó por la docencia , pero no encontró la manera de financiar su aprendizaje. Gracias a un préstamo que le consiguió su hermano Johan, pudo comenzar los estudios en Estocolmo . Primero estudió en el Liceo Sjöberg para Señoritas y al año siguiente ingresaría en el Real Seminario Superior para Estudios Docentes, una universidad para jóvenes damas con talento. Selma era mayor que sus compañeras y esta circunstancia hizo que la consideraran más madura. Además se hizo popular entre las demás alumnas por sus sonetos y poemas.

Fue maestra en Landskrona durante diez años. Su vida como docente se fue desarrollando junto a su afición literaria. Las alumnas de Selma estaban cautivadas por sus amenas lecciones. En esa época se dedicó también a escribir artículos para el periódico y la iglesia locales.

Sophie Adlersparre, destacada figura del movimiento feminista sueco la invitó a visitarla después de leer sus sonetos. Adlesparre la animaría a cultivar su prosa.

Por esa época ganó un concurso organizado por el periódico cultural Idún. Dos años después escribiría La saga de Gösta Berling. Esta novela en un principio no llamó la atención del público, por lo que Selma pensó que su carrera literaria no prosperaría. Lo cierto es que el crítico literario Georges Brandes escribió una brillante reseña de la obra en el periódico Politiken, avivando un gran interés entre los lectores de Dinamarca. Esto marcaría el comienzo de una nueva etapa en la vida de Selma Lagerlof.

Sus avances en la literatura hicieron que en 1895 abandonase la enseñanza para dedicarse en exclusiva a la escritura.

La escritora creció escuchando los relatos de su abuela, una mezcla de elementos cristianos y paganos. Estos cuentos tendrían gran influencia en el hacer literario de Selma como demuestra El cuento de Gösta Berling.

Después de un viaje por Egipto  escribió Jerusalén: en Dalecarlia (Jerusalem: i Dalarne) (1901) y Jerusalén: en la Tierra Santa (Jerusalem: i det heliga landet) (1902). Estas obras convirtieron a Selma en la novelista sueca más leída y respetada.

El gran éxito de Lagerlöf hizo que el rey  Oscar II de Suecia y Noruega y la Academia Sueca decidieran apoyar a Selma para que viviese desahogadamente y así pudiera dedicarse en exclusiva a escribir. Esta ayuda propició que la novelista establecerse en Falun, donde pasaría la mayor parte de su vida.

En 1894, Selma conoció a la que sería su pareja, la también escritora Sophie Elkan. Otra amante de Selma fue la maestra y sufragista Valborg Ohlander

Selma Lagerlöf ocupó sus últimos años en ayudar a escritores y pensadores a esconderse de la persecución nazi . Los esfuerzos de aquellos años mermarían su salud. La escritora falleció a los 81 años de un ataque masivo al corazón.

Lagerlöf fue la primera doctora sueca honoris causa de filosofía , recibió el premio Nobel en 1909 e ingresó en la Academia sueca en 1914.

En la entrega del premio Nobel a Selma, el presidente de la Academia, Claes Annerstedt destacó el retrato totalmente original de la vida campesina, la pureza de su dicción, la claridad de la expresión y la bella musicalidad que son características de todos sus escritos. La grandeza de su arte consiste precisamente en su habilidad para utilizar tanto su corazón como su genio para lograr el peculiar y original carácter y las actitudes de sus personajes, en los cuales todos nosotros nos reconocemos.