Piedras

Por Sara Levesque

 

Querida Mujer:
Tú demuestras que, al llorar, no eres débil ni una cobarde que solo se quiere esconder. Que tu joya más hermosa es tu corazón de oro, que nunca tiene nada que temer. Que siempre estás dispuesta a agacharte junto a quien ves caer. Que no te aterroriza envejecer. Que te miras al espejo y te burlas del reflejo hasta desfallecer. Que te muestras firme en tus decisiones y no das tu brazo a torcer. Que nos regalas la vida, nos ayudas a nacer. Que nunca pierdes la esperanza de ver a los demás florecer. Que verte sonreír siempre es un placer. Que fuiste valiente para dejar de ser niña y convertirte en Mujer.

Querido Hombre:
Tú también demuestras que llorar es sano y no te vulnera ni dejas de ser un «superhombre». Que las cosas bonitas te emocionan y permites que te asombren. Que quieres excluirte de la masa y no te avergüenzas de pasearte en algún momento por la incertidumbre. Que rompes los esquemas, friegas los platos y cambias las costumbres. Que eres capaz de tragarte el orgullo y, cuando algo te molesta, no echas más leña a la lumbre. Que, si alguien comete un error a tu juicio, eres capaz de ayudarle en vez de silenciarle hundiéndole entre la herrumbre. Que te es fácil arrancarte la máscara y no dejas hablar a tu doble. Que cuando no temes mostrar tus sentimientos te conviertes en la persona más noble. Que también fuiste valiente para dejar de ser niño y convertirte en Hombre.

Querido ser humano:
Te escribo con humildad y, por qué no decirlo, con el corazón en la mano. No hay mejor sonido en el mundo que el de tu risa de tono humano. Sin sarcasmos, libre de pullitas, desprovista de maldad, vacía de burla contra Fulano y Mengano. Cuando te comportas como un ser humano parece que, en el mundo, por un segundo, no se muere nadie y me dan ganas de recorrerlo de tu mano.

La discriminación es la piedra más problemática que podemos encontrarnos en la travesía de la vida. Existen un sinfín de piedras en nuestro camino diario. En el tuyo. En el mío. En el de todos. Las piedras no tienen sentimientos, pero tienen el poder de apoderarse de los tuyos y transformar los latidos de tu corazón en puñetazos sin control. El tamaño de estas piedras es diverso. Pueden ser tan pequeñas que ni nos enteramos de que las hemos pisado. Medianas y fáciles de alejar de una patada. O tan imponentes que triplican nuestra estatura.

La inmensidad de una piedra que se convierte en roca nos puede enloquecer tanto que no nos atrevemos a acercarnos a ella, o la tanteamos cabizbajos, como si le ofreciéramos la victoria en una batalla que ni siquiera ha comenzado. Surgen en mitad de nuestros pasos para hacernos tropezar. Entorpecen nuestro pensamiento y acabamos creyendo que solo podremos avanzar si nos colocamos detrás de ellas y las empujamos, permaneciendo a su sombra. Echándolas a rodar hasta la muerte. Hasta tu muerte.

He aquí la solución que yo encontré para la piedra con silueta de discriminación. Detrás de su mole continúa tu trayecto. Igual no puedes quitarla, pero sí rodearla, escalarla… No olvides que ninguna piedra tiene sentimientos, pero sí el poder de apoderarse de los tuyos. Si te sientes perdido o cansado, recuerda que es natural. Echa un vistazo detrás de ti y descubre cuántas piedras has superado con final feliz.
Quizá mis palabras para intentar hacer del mundo un lugar mejor suenen soñadoras o utópicas. Pero a mí ninguna piedra, por muy robusta y espeluznante que sea, me atasca los pasos. No permitas que te suceda a ti.

Querido Lector de este artículo:
Ya lo expresé en una ocasión. Dime qué sueño no has cumplido y diseñaré un camino con las piedras que te lo han impedido. Da lo mismo el sexo y la orientación de cada uno. Si la muerte no tiene discriminación, ¿por qué debería tenerla la vida? No olvides que la persona a la que marginas es lo mismo que tú: otro ser humano que aprende de sus caídas.

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