La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Así se dan de bruces las aves contra las farolas de nuestras ciudades

Pollo de pardela deslumbrado en una calle de Tenerife. Foto: Beneharo Rodríguez

Las pardelas son nuestros albatros del hemisferio norte, capaces de recorrer los siete mares sin posarse en tierra durante meses, comiendo, bebiendo y durmiendo sobre el océano. Pero tienen un punto débil que es su mayor problema: crían en tierra, y allí son terriblemente vulnerables. Para reducir los peligros han ideado un curioso sistema de protección.

A pesar de ser aves diurnas, no se acercan a sus nidos hasta que no se hace de noche. Y no se van de ellos hasta que no llega la oscuridad.

Evolutivamente les ha ido muy bien con este comportamiento, hasta que llegó nuestra iluminación nocturna de farolas. Para ellas este cambio ha sido un desastre. Porque nos hemos cargado la noche. Y por culpa de la contaminación lumínica, los pollos se deslumbran en sus primeros vuelos, caen al suelo y mueren por miles.

Todo esto se sabía, pero había que estudiarlo científicamente para tratar de ponerlo remedio. Y se acaba de hacer. Lee el resto de la entrada »

Ayuda a las pardelas en su primer gran vuelo oceánico

Pollito de pardela cenicienta canaria.

La primera semana de noviembre es crucial para los pollos de pardela cenicienta, especialmente para los nacidos en las islas Canarias (Calonectris borealis).

Salen por la noche de las huras donde sus padres hicieron el nido hace siete largos meses, se enfrentan por vez primera al océano infinito y a la complejidad de un arte, el de volar, que desconocen… y se estrellan deslumbradas contra nuestras farolas, focos, halógenos, leds.

Es un terrorífico momento de confusión para ellas. Se quedan en el suelo indefensas, como atontadas, desorientadas, idas. Les cuesta mucho retomar el vuelo. Y llega un gato, un perro, una rata y acaba con su vida. O pasa un coche, un camión por encima de ellas y acaba involuntariamente con una vida que aspiraba a recorrer al año más de 20.000 kilómetros de mares.

Solo en Tenerife se espera recoger este año (y liberar con prontitud) más de 2.000 crías de pardela, 5.000 en toda Canarias. Lee el resto de la entrada »

¿Has visto alguna vez una luciérnaga?

Lampyris_noctilucaEs un insecto relativamente común en España. Nocturno pero con luz propia, así que resulta muy fácil distinguirlo en la noche. Y sin embargo, ¿has visto alguna vez una luciérnaga? O también: ¿Cuánto tiempo hace que no ves una?

En mi caso años. Y eso que acostumbro a salir a ver estrellas o escuchar lechuzas y chotacabras.

Las enigmáticas luciérnagas son cada día más difíciles de ver. Por eso me ha encantado la iniciativa de un grupo de naturalistas españoles, empeñados en recuperar la popularidad de unos escarabajos con luz propia que durante siglos acapararon la atención de niños y mayores durante las cálidas noches de verano. Su página web gusanosdeluz.es aporta una abrumadora información sobre estos misteriosos animales, con tanto rigor científico como sencillez. No es que os la recomiende. Resulta de obligatoria lectura para todo curioso de la naturaleza.

Primer dato importante a tener en cuenta si se quieren observar luciérnagas: buscarlas en verano. Los adultos viven escasamente una semana y tan sólo desde finales de junio y hasta principios de agosto, época en la que podremos descubrir sus bombillitas encendidas.

Las larvas viven mucho más tiempo. Dos años. Pero en el suelo, alimentándose de caracoles y babosas como si fueran pequeños leones succionadores de proteínas. Al ser bianuales, en el mismo lugar hay siempre en realidad dos poblaciones casi genéticamente aisladas, las que nacen en los años pares y las que lo hacen en los años impares.

Son las hembras, más grandes, las que iluminan su abdomen para atraerse la atención de los machos, mucho más pequeños que ellas. Apenas un par de horas, de 10 a 12 de la noche. Y cuando logran aparearse apagan la luz para dedicarse a poner los huevos. Así que cuanto más éxito tienen en el cortejo menos posibilidades tenemos nosotros de verlas.

¿Cómo logran producir esa luz tan brillante? Gracias a la bioluminiscencia, una reacción química que se produce de forma natural en el interior de su cuerpo.

Y la pregunta del millón: ¿Hay ahora menos luciérnagas o es que no las buscamos? Pues todo indica que cada vez hay menos. Insectos a fin de cuentas, el abandono y mecanización del campo, uso generalizado de insecticidas e incluso la contaminación lumínica, que desorienta a los machos, han reducido su número. Pero también es verdad que vamos mucho menos a pasear por la noche a la luz de la Luna. Pregunta a tus padres y abuelos. Seguro que te dicen que antes se veían más.

De este año no pasa. Gracias a  gusanosdeluz.es me ha entrado el gusanillo (luminiscente). Voy a ponerme a buscar luciérnagas en la noche. Espero ver muchas y enviar la información a estos entusiastas amigos de las luciérnagas. ¿Te apuntas?

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Las aves viajeras se van con el otoño pero podemos seguir espiándolas desde casa

No lo vas a notar, pero según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional mañana sábado 22 de septiembre, exactamente a las 16:49 horas, llega el otoño. No será el día 21, como nos enseñaron en el colegio, por culpa de la poco ajustable órbita de la Tierra alrededor del Sol con nuestro calendario gregoriano. De hecho, a lo largo del siglo XXI el otoño se iniciará en los días 22 y 23 de septiembre, pero nunca el 21.

Sea como fuere, tenemos por delante 89 días y 20 horas de melancólica estación hasta que el 21 de diciembre (esta vez sí) nos llegue el invierno. Tiempo de hojas marchitas y tardes doradas cuando, como dijo Juan Ramón Jiménez,

“en una decadencia de hermosura

la vida se desnuda”.

Es tiempo también de grandes cambios en la naturaleza. De berreas de ciervos encelados y de viajes imposibles de las aves estivales hacia África.

Hasta hace poco, la migración de los pájaros era un misterio. ¿Dónde se iban las golondrinas finalizado el verano? Aseguraba Aristóteles que se escondían en agujeros y allí hibernaban. Otros las imaginaban enterradas durante meses en el barro. El anatómico inglés John Hunter trató de demostrarlo empíricamente en el siglo XVIII: capturó un grupo de golondrinas, esperó al otoño y las sumergió bajo el lodo. Llegada la primavera, y tras comprobar que todas habían muerto, comenzó a dudar.

Más prudente, su contemporáneo el naturalista alemán Johann Leonhard Frisch ató cintas de colores a las patas de las avecillas y las soltó. Cuando meses después todas ellas regresaron con la primavera, dedujo que no habían estado enterradas pues las cintas se veían limpias.

Hoy tenemos una tecnología maravillosa que nos permite saber con exactitud a dónde van las aves. Y gracias al proyecto migraciondeaves.org de SEO/BirdLife y al apoyo de los satélites, podemos seguir sus movimientos desde el ordenador día a día.

Así sabemos que Picoto, un halcón abejero (Pernis apivorus) marcado en el cacereño Valle del Jerte, devora ahora insectos en Liberia. O que una carraca europea (Coracias garrulus) de Villamanta (Madrid) campea en estos momentos por el sur de Níger con la misma confianza que hace poco lo hacía por la cuenca del río Alberche.

Aunque millones de ellas no llegan. Como la pequeña buscarla pintoja (Locustella naevia) que esta semana se estrelló contra los cristales del Museo de la Evolución Humana de Burgos. Otra víctima inocente más de nuestros modernos edificios transparentes inútilmente iluminados toda la noche. Pero así es la naturaleza y el hombre. Es el otoño. Es la vida.

Foto: Técnicos de SEO/BirdLife instalan en Madrid un emisor GPS a una carraca, Ave del Año 2012, que ahora pasa el otoño en Níger (África centro occidental) tras recorrer más de 3.200 kilómetros y atravesar seis países en apenas un mes. Guillermo Prudencio/EFE

Mapa: Pantallazo del viaje de la carraca anillada en el sur de Madrid, según el mapa ofrecido por el proyecto migraciondeaves.org de SEO/BirdLife.

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Los Reyes Magos no encuentran la estrella de Navidad

Esto de ser Rey Mago es cada año más difícil, y no me refiero a los esfuerzos económicos que tal labor conlleva. Hace 2012 años, año más, año menos, los cielos nocturnos reventaban de estrellas. Hasta se decía entonces que los astros estaban engarzados en esferas de cristal cuyo giro producía un sonido mágico.

Pero esa música celestial ha desaparecido, como también han desaparecido las propias estrellas. Y si no, hagan la prueba y miren esta noche el cielo ¿cuántas pueden ver? Si viven en una ciudad reconocerán con suerte al luminoso Sirius, nuestro particular faro del Universo. La contaminación lumínica nos ha arrebatado en apenas unas pocas décadas el espectáculo más impresionante de todos, los cielos estrellados. Ha condenado así a los Reyes Magos a vagar de centro comercial en centro comercial, desorientados, incapaces de dar con el cometa que les señale el camino hacia nuestras ilusiones navideñas.

¿Tiene sentido seguir derrochando electricidad en estas fiestas? Si lo hacemos para animar el consumo ¿por qué no se apagan las luces cuando cierran los comercios? Si añadimos una gran iluminación extra en calles habitualmente bien iluminadas ¿por qué no apagamos mientras tanto las farolas? Si es para celebrar la Navidad ¿por qué no se encienden sólo durante las fiestas?

El problema no es sólo de estas fechas. España es, junto con Italia y Portugal, el país más derrochador en iluminación de toda Europa. Y de nuestras ciudades, las mediterráneas como Valencia, Alicante o Murcia tienen el récord. Su contaminación lumínica es hasta tres veces más intensa que la de Madrid o Barcelona. ¿Alguna explicación lógica? Tan sólo el gusto por el despilfarro.

Hemos rodeado la vida nocturna de farolas de todo tipo, paradójicas compañeras de nuestros sueños e insomnios. ¿Cuanta más luz más seguridad? Pues tampoco. Esa iluminación extra también ayuda mucho a los cacos a robar en tiempo récord.

El problema es que ya no valoramos lo auténticamente bueno, el silencio, las estrellas, el aire puro. No escuchamos a poetas como Jacint Verdaguer, quien decía sabiamente:

«La llum del dia és per mirar la terra;

la de la nit, per contemplar lo cel”.

He tomado este precioso poema de la página de la Asociación contra la Contaminación Lumínica Cel Fosc, cuyos miembros luchan desde hace años por lograr que la cordura y las estrellas regresen a nuestra vida.

Porque hay otra manera de encender la noche, seamos eficientes, iluminemos nuestra vida.

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Se buscan cazadores de estrellas

Debo confesaros un pecado imperdonable. Llevo toda la vida dedicado al estudio de la flora y la fauna, de la geología, del mar, del arte (que también es un milagro de la naturaleza, pues somos parte de ella), del paisaje en su más amplia acepción, y me había olvidado de lo más importante. Me había olvidado del firmamento. Hasta hace unos meses miraba al cielo y sólo veía puntos de luz en la noche.

Un reciente viaje iniciático por el Atlántico, navegando a vela bajo un firmamento sin luna cuajado de estrellas, me abrió los ojos y desde entonces vivo entusiasmado tratando de introducirme en tan apasionante mundo. ¿Cómo podía estar tan ciego?

Algo parecido le pasó a Gustavo Muller, a quien conocí hace una semana durante la celebración en Fuerteventura de unas interesantísimas Jornadas de Astronomía. Un día asistió a unas conferencias de astronomía semejantes y acabó abducido. Hace cuatro años no distinguía la estrella polar y hoy es uno de los más importantes caza asteroides aficionados del mundo. Carpintero de profesión, se ha construido en madera un observatorio en la azotea de su casa, en el pequeño pueblo lanzaroteño de Nazaret, cúpula incluida.

Con un telescopio comprado por Internet, una cámara de fotos y un ordenador ha logrado descubrir 65 objetos cósmicos hasta la fecha desconocidos, que la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, ha incluido en el catálogo mundial. Incluso se ha permitido el lujo de poner a dos de ellos los nombres de sus hijos, Mauricio y Alessio.

Yo no aspiro a tanto. Para mí es suficiente mirar al cielo y admirar Las Pléyades, sorprender la salida de Sirus o hacer un guiño a Aldebarán. O salir estos días con los niños bien abrigados para ver juntos la lluvia de estrellas Gemínidas. Las mismas que admiraron los neandertales hace 250.000 años y que verán nuestros descendientes… si para entonces hemos logrado poner fin a la contaminación lumínica.

Sobre esta líneas os dejo un vídeo que me enseñó Gustavo Muller y me ha dejado asombrado. Está filmado en Canarias, así que os podéis hacer una idea del privilegio que tenemos todas las noches los que vivimos en estas hermosísimas islas. Su autor es Daniel López, uno de los mejores astrofotógrafos del mundo.

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La contaminación lumínica roba lágrimas a San Lorenzo

Este año lo he conseguido. He vivido una emocionante noche de éxtasis estético gracias a la lluvia de estrellas de agosto, las Perseidas, las lágrimas de san Lorenzo.

Otros años me quedaba con las ganas. Ya estuviera en Madrid o en Burgos, la contaminación lumínica, cada vez mayor, le robaba lágrimas a san Lorenzo y me hurtaba a mi el placer de poder verlas.

Esta vez no. Esta vez las he disfrutado durante horas, apalancado en el vértice geodésico de un pequeño cotarro situado en plena Tierra de Campos, muy cerca de Los Oteros leoneses.

A 900 metros de altura, con un cielo despejado y limpio, la bóveda celeste parecía que iba a caerse sobre nosotros. ¿Cuántas estrellas podía estar viendo en ese momento?

Recordé entonces lo que me había dicho hace años Irene Chicote, una adorable mujer centenaria de Palacios de la Sierra: «Si cuentas las estrellas te salen verrugas». Se veían tantas que preferí no tentar a la suerte. Estrellas fugaces no observamos muchas, apenas una decena, pero resultaron maravillosas. «Que Dios te guíe y a mi no me olvide», se las reza en Salamanca.

El éxito de este verano no me hace olvidar el problema global. Cada vez es más difícil encontrar un lugar donde la iluminación nocturna no nos quite algo tan bello como el placer de una noche estrellada.

En realidad san Lorenzo no llora ahora menos. Lo hace igual que antes, pero con este resplandor nocturno global ya no las vemos.

¿Dónde están nuestras estrellas? Nos las han robado las malas iluminaciones nocturnas y los excesos.

¿Cuántas estrellas tiene el cielo?, se preguntaba el poeta venezolano Andrés Eloy Blanco. Puedes hacerte también tú esa misma pregunta.

Y verás como todo hace falta

y sabrás cuántas estrellas tiene el cielo

cuando sepas que el cielo tiene una sola estrella

para cada momento,

porque con una que se pierda

dará un paso de sombra la luz del Universo.