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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Apalean y torturan a un burrito junto a un colegio de Almería

El burrito Capitán

Deplorable estado en que fue encontrado Capitán. © La Huella Roja

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Capitán es igual pero en marroncito. Un tierno peluche de 15 meses, animoso amigo de los niños de un colegio de Almería junto a cuyos muros gustaba de triscar alguna planta.

Niños, aulas, animales con ángel, sensibilidad, educación. Todo estalló en pedazos hace unos días. Un grupo de chavales, por llamarles algo, la emprendieron a golpes contra el pobre pollino. Como bestias salvajes, y que me perdone la fauna por tan injusta comparación. Con una violencia inconcebible, injustificable. Evito los detalles de su fechoría pues se me ponen los pelos de punta descubriendo hasta dónde puede llegar la brutalidad humana, la indiferencia ante el dolor ajeno.

Por suerte también hay gente buena. Como las dos profesoras que avisaron a la protectora “La Huella Roja” y los voluntarios de esta asociación que han logrado salvarle la vida. Trasladado a un refugio para equinos de Sevilla, el burrito podrá recuperarse con asistencia especializada de las graves heridas que aún sufre.

Cerca de 100.000 personas hemos firmado una petición en Change.org pidiendo a la Guardia Civil contundentes medidas legales contra los maltratadores que torturaron y apalearon al animal. Si los pillan, algo poco probable.

Y es que muy mal lo estamos haciendo para que hijos nuestros, amigos y colegas nuestros, nietos nuestros, apaleen hasta casi matar a un pobre jumento. Este año se cumple un siglo de Platero y yo, la obra más famosa de Juan Ramón Jiménez, esa que tantos aprendimos de memoria en el colegio. Entonces todos queríamos tener un asnito para acariciarlo. Ahora vamos hacia atrás.

Veo la foto de Capitán herido y se me cae la cara de vergüenza. ¡Vaya burros de dos patas estamos criando!

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La centenaria tumba del burrito Platero está en peligro

Fuentepiña

Ocurrió en un abril luminoso hace ahora exactamente un siglo:

«A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo».

La desolación de Juan Ramón Jiménez ante la desaparición de su fiel mascota fue total. Lo enterró, como se entierra a un ser querido. En el corazón de su paisaje más íntimo. En Fuentepiña, bajo un gigantesco pino «redondo y paternal» que todavía hoy da sombra a un lugar único. La solitaria casa de campo, a cuatro kilómetros de su Moguer natal (Huelva), donde el escritor pasó melancólicas temporadas de descanso e inspiración.PlateroMoguer

Hace casi 20 años visité ese lugar tan especial. Fue uno de los momentos más intensos de mi vida. El colosal pino, la recoleta villa, las encinas, alcornoques, palmitos y jaguarzos, las aves canoras, la primavera florida, esa soledad inmensa: todo recordaba al poeta.

Desgraciadamente, tan mágico hábitat está hoy amenazado. La finca, abandonada. La villa, arruinada; tapiadas sus ventanas en el penúltimo intento por expulsar de allí a los okupas. El entorno natural destruido ante el avance imparable del monocultivo de la fresa y la expansión urbanística del cercano polígono industrial. Ruina y ocaso.

Hoy todos celebramos con alegría los 100 años de Platero y yo. Que no es, como piensan algunos, un cuento para niños. Es la primera gran obra ecologista de nuestra literatura. Tenemos el libro, eterno, pero hemos olvidado el alma de su paisaje creador.

Un siglo después, repito la consulta que bajo el gran pino de Fuentepiña hizo Juan Ramón a la tumba de Platero. ¿Habremos desahuciado el espíritu de tan mágico rincón?

«Y, cual contestando a mi pregunta, una leve mariposa blanca, que antes no había visto, revolaba insistentemente, igual que un alma, de lirio en lirio».

Fotos: Casa de Fuentepiña (Ayuntamiento de Moguer) y Estatua de Platero en Casa Museo J.R.J. de Moguer. Obra de León Ortega (Wikimedia Commons)

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El burrito Platero acaba en la trituradora de carne

Burro

Platero era pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no llevaba huesos. Pero Platero, la mascota querida de Juan Ramón Jiménez y de nuestras lecturas infantiles, está en crisis.

Como todos los burros, hace ya muchas décadas que han dejado de ser animales fundamentales en las labores de trabajo y transporte de media España para convertirse en algo inútil. Apenas atracciones de feria.

Las seis razas puras de asnos españoles, resultado de siglos de sabia selección de nuestros antepasados, están ahora más amenazadas que nunca. Burros catalanes, mallorquines, zamorano-leoneses, andaluces, majoreros y de Las Encartaciones, sobreviven gracias al entusiasmo desinteresado de un puñado de idealistas. Aunque cada vez resulta más difícil conservar esta rica biodiversidad productiva en una época donde todo lo que no sea rentable económicamente tiene los días contados.

Que se lo digan a Rafael Fuentes. Junto a su mujer Aurora montó en Granada un refugio para asnos de cuatro patas, pero los de dos patas le están haciendo la vida muy difícil. El pienso, cada vez más caro; y la gente, cada vez menos interesada. Hasta el punto de pensar en tirar la toalla, de llevar al matadero a sus 16 burritos “por no poder atenderlos”.

Otros se mantienen en la cría de los humildes equinos con más entusiasmo que futuro. Pero cada vez resulta más difícil. Puestos ahorrar, hemos arrinconado nuestros nobles sentimientos en el apartado de “gastos prescindibles”.

Hace años mantuve una agria pelea periodística contra un pueblo burgalés donde tenían a gala comerse los burros. Su cecina, decían, era exquisita, especialmente la de las crías jóvenes. Hoy en día es peor. Con esta crisis y tanto engaño al consumidor, ¿cuántos Plateros acabarán convertidos en comida para perros?

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Las aves viajeras se van con el otoño pero podemos seguir espiándolas desde casa

No lo vas a notar, pero según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional mañana sábado 22 de septiembre, exactamente a las 16:49 horas, llega el otoño. No será el día 21, como nos enseñaron en el colegio, por culpa de la poco ajustable órbita de la Tierra alrededor del Sol con nuestro calendario gregoriano. De hecho, a lo largo del siglo XXI el otoño se iniciará en los días 22 y 23 de septiembre, pero nunca el 21.

Sea como fuere, tenemos por delante 89 días y 20 horas de melancólica estación hasta que el 21 de diciembre (esta vez sí) nos llegue el invierno. Tiempo de hojas marchitas y tardes doradas cuando, como dijo Juan Ramón Jiménez,

“en una decadencia de hermosura

la vida se desnuda”.

Es tiempo también de grandes cambios en la naturaleza. De berreas de ciervos encelados y de viajes imposibles de las aves estivales hacia África.

Hasta hace poco, la migración de los pájaros era un misterio. ¿Dónde se iban las golondrinas finalizado el verano? Aseguraba Aristóteles que se escondían en agujeros y allí hibernaban. Otros las imaginaban enterradas durante meses en el barro. El anatómico inglés John Hunter trató de demostrarlo empíricamente en el siglo XVIII: capturó un grupo de golondrinas, esperó al otoño y las sumergió bajo el lodo. Llegada la primavera, y tras comprobar que todas habían muerto, comenzó a dudar.

Más prudente, su contemporáneo el naturalista alemán Johann Leonhard Frisch ató cintas de colores a las patas de las avecillas y las soltó. Cuando meses después todas ellas regresaron con la primavera, dedujo que no habían estado enterradas pues las cintas se veían limpias.

Hoy tenemos una tecnología maravillosa que nos permite saber con exactitud a dónde van las aves. Y gracias al proyecto migraciondeaves.org de SEO/BirdLife y al apoyo de los satélites, podemos seguir sus movimientos desde el ordenador día a día.

Así sabemos que Picoto, un halcón abejero (Pernis apivorus) marcado en el cacereño Valle del Jerte, devora ahora insectos en Liberia. O que una carraca europea (Coracias garrulus) de Villamanta (Madrid) campea en estos momentos por el sur de Níger con la misma confianza que hace poco lo hacía por la cuenca del río Alberche.

Aunque millones de ellas no llegan. Como la pequeña buscarla pintoja (Locustella naevia) que esta semana se estrelló contra los cristales del Museo de la Evolución Humana de Burgos. Otra víctima inocente más de nuestros modernos edificios transparentes inútilmente iluminados toda la noche. Pero así es la naturaleza y el hombre. Es el otoño. Es la vida.

Foto: Técnicos de SEO/BirdLife instalan en Madrid un emisor GPS a una carraca, Ave del Año 2012, que ahora pasa el otoño en Níger (África centro occidental) tras recorrer más de 3.200 kilómetros y atravesar seis países en apenas un mes. Guillermo Prudencio/EFE

Mapa: Pantallazo del viaje de la carraca anillada en el sur de Madrid, según el mapa ofrecido por el proyecto migraciondeaves.org de SEO/BirdLife.

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