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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Las aves viajeras se van con el otoño pero podemos seguir espiándolas desde casa

No lo vas a notar, pero según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional mañana sábado 22 de septiembre, exactamente a las 16:49 horas, llega el otoño. No será el día 21, como nos enseñaron en el colegio, por culpa de la poco ajustable órbita de la Tierra alrededor del Sol con nuestro calendario gregoriano. De hecho, a lo largo del siglo XXI el otoño se iniciará en los días 22 y 23 de septiembre, pero nunca el 21.

Sea como fuere, tenemos por delante 89 días y 20 horas de melancólica estación hasta que el 21 de diciembre (esta vez sí) nos llegue el invierno. Tiempo de hojas marchitas y tardes doradas cuando, como dijo Juan Ramón Jiménez,

“en una decadencia de hermosura

la vida se desnuda”.

Es tiempo también de grandes cambios en la naturaleza. De berreas de ciervos encelados y de viajes imposibles de las aves estivales hacia África.

Hasta hace poco, la migración de los pájaros era un misterio. ¿Dónde se iban las golondrinas finalizado el verano? Aseguraba Aristóteles que se escondían en agujeros y allí hibernaban. Otros las imaginaban enterradas durante meses en el barro. El anatómico inglés John Hunter trató de demostrarlo empíricamente en el siglo XVIII: capturó un grupo de golondrinas, esperó al otoño y las sumergió bajo el lodo. Llegada la primavera, y tras comprobar que todas habían muerto, comenzó a dudar.

Más prudente, su contemporáneo el naturalista alemán Johann Leonhard Frisch ató cintas de colores a las patas de las avecillas y las soltó. Cuando meses después todas ellas regresaron con la primavera, dedujo que no habían estado enterradas pues las cintas se veían limpias.

Hoy tenemos una tecnología maravillosa que nos permite saber con exactitud a dónde van las aves. Y gracias al proyecto migraciondeaves.org de SEO/BirdLife y al apoyo de los satélites, podemos seguir sus movimientos desde el ordenador día a día.

Así sabemos que Picoto, un halcón abejero (Pernis apivorus) marcado en el cacereño Valle del Jerte, devora ahora insectos en Liberia. O que una carraca europea (Coracias garrulus) de Villamanta (Madrid) campea en estos momentos por el sur de Níger con la misma confianza que hace poco lo hacía por la cuenca del río Alberche.

Aunque millones de ellas no llegan. Como la pequeña buscarla pintoja (Locustella naevia) que esta semana se estrelló contra los cristales del Museo de la Evolución Humana de Burgos. Otra víctima inocente más de nuestros modernos edificios transparentes inútilmente iluminados toda la noche. Pero así es la naturaleza y el hombre. Es el otoño. Es la vida.

Foto: Técnicos de SEO/BirdLife instalan en Madrid un emisor GPS a una carraca, Ave del Año 2012, que ahora pasa el otoño en Níger (África centro occidental) tras recorrer más de 3.200 kilómetros y atravesar seis países en apenas un mes. Guillermo Prudencio/EFE

Mapa: Pantallazo del viaje de la carraca anillada en el sur de Madrid, según el mapa ofrecido por el proyecto migraciondeaves.org de SEO/BirdLife.

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Llega la primavera más florida

Toda la primavera dormía en nuestras manos este largo invierno de fríos, lluvias y nieves. Parecía imposible, pero al final ha despertado. Exactamente, astronómicamente, la nueva estación hará su entrada triunfal en nuestro hemisferio mañana sábado a las 18.32 horas (hora oficial peninsular).

Sin necesitar reloj, los primeros almendros y cerezos hace días que visten sus más floridas galas, anticipando la fecha junto a violetas, narcisos y orquídeas. También han hecho su aparición las primeras aves viajeras, aquellas cuyo prodigioso instinto no precisa calendarios. Golondrinas y aviones, recién llegados de África, empiezan a arreglar sus frágiles nidos de barro, ajenos a los gritos nerviosos de los siempre con prisa vencejos, al canto aflautado del zorzal. Milanos, alimoches, águilas culebreras ciclean sobre los cielos en un placentero baile nupcial, mientras se despiden las últimas grullas y los gansos más tardíos. Eslizones y lagartos salen de su letargo para saludar al sol, la boca abierta de asombro ante otro duro reto de la vida.

La nueva estación durará 92 días y 18 horas, y será mucho más luminosa a partir de que el próximo domingo 28 de marzo recuperemos el horario de verano. Cada día amanecerá dos minutos antes y atardecerá un minuto más tarde, haciéndonos así más felices a todos.

Es verdad que “una golondrina no hace verano”, que hasta el 40 de mayo no nos podremos quitar el sayo, pero el espectáculo está servido. Para todos, incluso para los alérgicos al polen, quienes por la misma razón se enfrentarán a una época complicada. Más luz, más calor, después de un invierno inusualmente lluvioso, nos augura una primavera florida como pocas.

Este fin de semana es un buen momento para descubrir los primeros indicios. Para pasear por parques y campos. Para sentir esa naturaleza sin la que, como decía Miguel Delibes, no somos nada.

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