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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Los Reyes Magos no encuentran la estrella de Navidad

Esto de ser Rey Mago es cada año más difícil, y no me refiero a los esfuerzos económicos que tal labor conlleva. Hace 2012 años, año más, año menos, los cielos nocturnos reventaban de estrellas. Hasta se decía entonces que los astros estaban engarzados en esferas de cristal cuyo giro producía un sonido mágico.

Pero esa música celestial ha desaparecido, como también han desaparecido las propias estrellas. Y si no, hagan la prueba y miren esta noche el cielo ¿cuántas pueden ver? Si viven en una ciudad reconocerán con suerte al luminoso Sirius, nuestro particular faro del Universo. La contaminación lumínica nos ha arrebatado en apenas unas pocas décadas el espectáculo más impresionante de todos, los cielos estrellados. Ha condenado así a los Reyes Magos a vagar de centro comercial en centro comercial, desorientados, incapaces de dar con el cometa que les señale el camino hacia nuestras ilusiones navideñas.

¿Tiene sentido seguir derrochando electricidad en estas fiestas? Si lo hacemos para animar el consumo ¿por qué no se apagan las luces cuando cierran los comercios? Si añadimos una gran iluminación extra en calles habitualmente bien iluminadas ¿por qué no apagamos mientras tanto las farolas? Si es para celebrar la Navidad ¿por qué no se encienden sólo durante las fiestas?

El problema no es sólo de estas fechas. España es, junto con Italia y Portugal, el país más derrochador en iluminación de toda Europa. Y de nuestras ciudades, las mediterráneas como Valencia, Alicante o Murcia tienen el récord. Su contaminación lumínica es hasta tres veces más intensa que la de Madrid o Barcelona. ¿Alguna explicación lógica? Tan sólo el gusto por el despilfarro.

Hemos rodeado la vida nocturna de farolas de todo tipo, paradójicas compañeras de nuestros sueños e insomnios. ¿Cuanta más luz más seguridad? Pues tampoco. Esa iluminación extra también ayuda mucho a los cacos a robar en tiempo récord.

El problema es que ya no valoramos lo auténticamente bueno, el silencio, las estrellas, el aire puro. No escuchamos a poetas como Jacint Verdaguer, quien decía sabiamente:

«La llum del dia és per mirar la terra;

la de la nit, per contemplar lo cel”.

He tomado este precioso poema de la página de la Asociación contra la Contaminación Lumínica Cel Fosc, cuyos miembros luchan desde hace años por lograr que la cordura y las estrellas regresen a nuestra vida.

Porque hay otra manera de encender la noche, seamos eficientes, iluminemos nuestra vida.

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