Hace 20 años me detuvo la Guardia Civil en Barrios de Colina. Los vecinos de este pequeño pueblecito burgalés la habían llamado sumamente preocupados, después de verme caminar por entre las huertas con unos prismáticos. El susto fue también para mi mayúsculo, pero tras presentar carnés, papeles y dar cien explicaciones la cosa no fue a más. Participaba en la elaboración del Atlas de las Aves Nidificantes de la provincia de Burgos, un interesante proyecto destinado a conocer con detalle la distribución pajaril burgalesa. Pero para esas gentes, allí el único bicho raro era yo.
Y sin embargo, el gusto por observar aves no es nuevo. Desde Ovidio, si no antes, el hombre se ha quedado prendado por su vuelo, formas, cantos y colores. Nada menos que el inmortal William Shakespeare en su obra Las alegres comadres de Windsor, escrita en 1597, recoge en un párrafo: “She laments, sir. Her husband goes this morning to birding” (Ella lo lamenta, señor. Su marido se ha ido esta mañana a observar pájaros). Cuatro siglos después mi mujer sigue excusándose de la misma manera cuando no acudo a alguna reunión. Por suerte los tiempos han cambiado y ahora, como señala el castizo, “hay gente para todo”.
Especialmente aquí donde vivo, en Fuerteventura, mi afición por las aves ya no es el excéntrico entretenimiento de unos pocos locos. La isla está considerada la meca de la ornitología europea, el lugar donde se pueden ver las especies aladas más singulares junto con algunas de las más extrañas. Miles de extranjeros, especialmente ingleses, pero también franceses, holandeses, italianos y alemanes, acuden a la vieja Maxorata en busca de la rara hubara, la exclusiva tarabilla canaria o el esquivo corredor sahariano.
Durante mucho tiempo sólo me encontraba en el campo a estos extranjeros, ávidos por información sobre lugares y especies. Pero últimamente también comienza a notarse un aumento en el interés por el pajareo entre los españoles. La semana pasada ha sido un buen ejemplo de este esperanzador cambio de tendencia.
El martes acudí al Barranco de la Torre, en cuyo espeso tarajal se ha instalado la primera estación de “esfuerzo constante” para el anillamiento científico de aves en Canarias. La iniciativa, promovida por la Fundación Global Nature, con la participación de un centenar de voluntarios, pretende conocer con detalle las migraciones primaverales y otoñales de este apasionante grupo animal. Entre las 35 especies diferentes capturadas, la estrella indiscutible ha sido un chotacabras egipcio, un extraño pájaro insectívoro nocturno semejante a nuestro “engañapastores” pero propio del Sáhara, por primera vez citado en Europa. Su presencia ha sido interpretada como un claro síntoma del veloz avance del desierto, al que acompañan especies típicas como ésta, mientras las propias del lugar se baten en retirada.
Paralelamente, costas y charcas han sido visitadas periódicamente por los ornitólogos, quienes como me explicaba Juanjo Ramos, no han parado de dar información a los numerosos pajareros extranjeros con los que se han encontrado día tras día. Suplían así la falta de infraestructuras, guías y libros dedicados a este sector turístico en alza en todo el mundo, pero aquí todavía en pañales.

(En la imagen, Manolo Lobón anilla un bisbita caminero en el barranco de la Torre, Antigua, Fuerteventura).
Dos días después me visitaron dos expertos ornitólogos, por suerte españoles, Ferrán López y José Luis Copete. Están aquí para realizar un estudio genético del paíño común y del mosquitero. En un receso del trabajo les acompañé a la charca de Catalina García, en Tuineje, la zona húmeda más importante de Canarias. Un oasis en el desierto. Vimos dos polluelas pintojas, correlimos menudo, agachadiza, una espátula, garza real, garcetas. También un preciso macho de porrón de collar, especie propia de Norteamérica desde donde todos los inviernos este ejemplar llega tras atravesarse de una tacada todo el Atlántico. Incluso nos quedamos de piedra cuando descubrimos a una exótica pareja de pato picopinto (Anas poecilorhyncha), sin duda escapada de algún zoológico, y que casualmente Copete había visto en un reciente viaje ornitológico a China, de donde la especie es originaria. Pero la guinda la puso la ruidosa llegada a la laguna de un espectacular bando de más de medio centenar de tarros canelos, el ganso del desierto. Sus garabatos en el aire, cayendo en cabriolas hacia el agua nos dejaron a los tres con la boca abierta, absolutamente entusiasmados.

(Macho de porrón de collar observado en la charca de Catalina García. Ha llegado desde Norteamérica hasta Fuerteventura para pasar aquí el inverno tras atravesar el Atlántico sin hacer ni una sola parada).
Por supuesto, ninguna indicación señala cómo llegar a este paradisíaco rincón, y mucho mejor, pues no tiene vigilancia alguna. Eso sí, en una esquina de la charca se ha instalado un observatorio de aves. En el lugar donde más se las puede molestar, en el peor sitio posible y sin los más mínimos sistemas de ocultamiento de los accesos. Lleva un año construida y, como comprobamos entre risas, está cerrada a cal y canto. Spain is still different.

(Escondite para ver aves instalado en la charca de Catalina García. Lleva un año terminado pero la puerta está cerrada. Nadie sabe quién tiene la llave).