La Fuente de Trevi

Por Sara Levesque

 

Nunca se lo he confesado, pero si me duelen las heridas, me las curo entre sus versos. Yo escribo del género bohemio, que todavía no se ha inventado, como tal. Ella escribe con el alma a flor de piel, y aún me cuesta armarme de valor para hacerle saber, sin acobardarme demasiado, que quiero que acaricie de cerca mi corazón con cada poema suyo. Que le haga temblar de rabia o de emoción, que lo engrase con su prosa y se la entregue desde cualquier dirección. Que sigamos adelante donde lo dejamos aquella tarde que tan tarde se nos hizo. Porque mis sueños sin ella, nada son.

Nunca se lo he reconocido, pero deseo desde siempre arrancarle una sonrisa o la ropa en vez de ansiar huir de ella por el espanto que me tengo, aunque suene a incongruencia. No supimos saborear los momentos con los ojos cerrados a tiempo. Me arrepiento de lo que pasó, no por ello volveré a dejarme arruinar por la desazón. Quien manda en lo que a ella se refiere es mi corazón. Y si sigue latiendo su nombre con pasión solo es por una razón.

No sé a qué estamos esperamos para dejarnos abrazar por nuestras sonrisas. Sí sé que cuando estoy en la calle, ante el papel o en la cama, ya sea sola o acompañada, mis sueños sin ella, nada son.

No fue fácil alejarla. Odiarla sí. Pero alejarla hasta el olvido… Eso ya es otro cantar. En su caso se podría decir «otro recitar», que va más con ella. Con la escritora que se olvidó de escribirme.

Reconozco que alguna vez la he odiado. Y también que viví momentos en que era incapaz de distinguir a quién despreciaba más: a su indiferencia o a mi timidez. Aun así, querer alejarla no es mi sentimiento más fuerte. El que gana la batalla también empieza por /a/. Y si se gira la palabra luce el paradero de la Fuente de Trevi.

Me gustaría poder hallar mil maneras de convertirla en un recuerdo indoloro. No sé si es mejor que duela un ratito o que escueza para siempre. A pesar de no haberme prometido nunca nada, ni siquiera un insulso «tal vez» de madrugada, lastima mucho más de lo que me convendría; se me desgarra una y otra vez la herida. Eso es maldito, teniendo en cuenta que ella tendrá a otra a la que le prometerá toda su vida, que es lo que se me escurre a mí a medida que pasan los días.

Al margen de eso, mi parte más sádica sigue encantada de que me robe el sueño, que me confunda el pensamiento, que me castigue sabiendo que moriré virgen de ella, que siga paseándose por aquí dentro, en el meollo de este corazón que palpita afónico frunciendo el ceño.

No me voy a sentir mal por mentir, por latir, por ser algo pesada o por quererla de mala manera como si fuese una chiflada. Mi corazón está geométrico, se le marcan las esquinas, y en cada una de ellas brilla su puto nombre; un nombre, Lector, que empieza por /*/ y, joder, nunca termina.

No aguanto más la vida detrás de ella. Quiero adelantarme hasta llegar a su lado. Escribirle y que me responda, encontrarla, hallarla sin buscarla, no imaginarla. No volver a fallarla y sí cambiar la primera /a/ de ese verbo por la cuarta vocal.

Con ella me bastó un instante para enamorarme y toda una vida para aprender a olvidarla. Un sinfín de sus versos con los que calarme y una buena hostia a (des)tiempo para valorar su arte.
Supongo que en eso se basa mi aguante: en saber aceptar su versión más distante.

© Sara Levesque

 

 

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