Radical

Por Sara Levesque

 

Le dije «bésame» y me dio el pésame.

No era por hacerle un regalo en persona. No era por acabar existiendo a base de excusas. Olvidaré lo que dijimos antes de que sea demasiado vieja para perdonarlo. Perdonaré todo lo que no nos sugerimos para poder olvidarlo. Mejor relameré el recuerdo de su acogedora forma de ser.

No era por pasear por Madrid con ella para esquivar los mortíferos dientes de la ciudad tras su cálida sonrisa. No era un deseo, era un sueño que se me perdió por el camino. Ni siquiera me lo robaron, lo extravié yo solita con una maestría de lo más asombrosa.

Sí era por dejar de ser RADICAL y pasarme al bando NEUTRAL, ese en el que las rosas que repartía llevaban las espinas de goma y no herían. Sí era por besarle los versos y sanarme la ausencia de su cariño. A día de hoy, sigo pidiendo en la playa de Ojalá la copa que nunca compartimos, que nunca bebimos, porque nunca nos quisimos. Aún doy dos besos en vez de uno en la bifurcación donde se acabó lo que nunca empezó.

La esperé en un lado de la vida y resultó que estaba en el contrario, en una taciturna búsqueda de la que no me percaté por ser ella muda a mis señales y yo ciega a su poesía. Me fui quedando tan invidente del miedo a perderla antes de saber lo que era tenerla, que no tuve ojos en el corazón para poder verla.

Maldita sea, nunca supe encontrarla, solo imaginarla hasta que me dolía el pensamiento. Hasta que llegaba otra mujer y me hacía ojitos para superponer su estampa al recuerdo de mi musa. Cuando me decidía a cerrar los míos, surgía de nuevo con su arte. Eso no le importaba y a mí me afectaba demasiado.

¿Qué tal si le daban por culo a lo que se debía hacer y parábamos de prohibirnos? A mí el protocolo me tocaba un pie y, de paso, el otro.

¿Por qué no decidimos probar a estar juntas un ratito y dejar de ponerlo por escrito?

¿Por qué no podemos ser ahora valientes o, al menos, sinceras, para cerrar el absurdo paréntesis de años en blanco que nos distanciaron, que fueron más difíciles de superar que cruzar el Atlántico de un salto?

Hoy, mi conclusión es que no existen los puntos suspensivos. No sobreviven más interrogantes. Se acabó vivir en un tiovivo la misma huida repugnante. Ya no tendré vergüenza de invitarle a bailar y desafinar con ella una canción que a ninguna nos acabe de gustar.

La quise como nunca llegué a quererla. Hubo una vez una época segura en la que paseábamos disfrutando de charlas sin desenlace. Incluso descubrí gracias a ella un restaurante encantador donde cenamos la única vez que cenamos juntas. Allí, nuestra historia cobró una fuerza faraónica. Una historia que nunca se escribió. Ni se recitó. Porque yo soy novelista y ella poeta, por ese orden. Al menos, hasta que llegó de mi mano la música de piano que jamás siguió el guion…

© Sara Levesque

 

 

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