Siempre nos quedará Alsacia

Por Sara Levesque

 

¿Nos escapamos a Alsacia?

Alcancé a proponérselo. Quise que nos fugáramos un ratito. Existir al límite sin fronteras. Sin pensar. Besarnos sin temores, matarnos de placer. Vivir del cuento, de nuestros cuentos, porque las dos somos escritoras. Que me parase el corazón al llamarme «pequeña» y yo recordarle que seguía siendo un encanto. Que era más cielo que el propio firmamento. Desafinar tarareando una canción, girar en sentido contrario. Y ser testigo de cómo, mientras viéramos amanecer desde el modesto balcón, la brisa revolviera su pelo, desobediente de por sí, alborotando mi interior con su desorden. Poniendo patas arriba mi vida por completo. Y tranquilizarme al comprobar que no pasaba nada por salirse de los esquemas.

Me hubiese gustado desaparecer con ella. A cualquier lugar del mundo, pero si era a Alsacia, mejor. También alcancé a proponérselo. A mí siempre me atrapó el halo bohemio que rodea a Francia. A pesar de ser un país simbólico para ambas, nunca hemos disfrutado juntas de su atractivo.

—Quisiera que nos encontráramos perdidas en el buen sentido de la huida, vencer el miedo a temer. Recuperar el tiempo olvidado que solo encontró el mal camino. El tiempo en que todo eran quejas o excusas. Decir que sí a nuestros corazones una vez en la vida. Consumirnos a besos, tumbarnos en la cama y anudar nuestras pieles hasta que no se sepa dónde empiezas tú y dónde acabo yo. Despertarte por la mañana y que me mires desde un ojo cerrado y el otro dándome los buenos días a medias. Acercarte un café recién hecho, fuerte, con cuerpo ––como tú–– y un croissant, y besayunar juntas. Vernos comer, comernos al ver que queremos comernos. Sentirnos vivas, rescatar nuestros corazones a través del dedo del mismo nombre. Dejémonos llevar sin parar de imaginar. Lo cierto es… que me apetece un poco de ti —fueron las palabras que mi garganta tragó sin masticar.

—¿Nos hacemos un viaje a Francia? —fueron las palabras que logré escupir con torpeza.

—Eres una soñadora, Sara —murmuró.

—Lo sé. Siempre estoy igual. Sé que esto es más real de lo que quiero admitir. Solo… —le tomé de la mano—…, solo déjame soñar un poquito más.

Evoco una y otra vez, sin poder remediarlo, que antes de conocerla subsistía en el boceto de una vida sin sueños. Vuelvo sin descanso al inicio de la partida en busca de las pistas que me salté por ir demasiado deprisa cuando apareció aquella tarde a mediados de otoño, mi estación favorita. Surgió como surgen las buenas ideas: sin avisar. Y mi vida resucitó. Así empezó todo. De la manera más tonta.

Ojeamos tantos atardeceres juntas… Y todos en silencio.

Demasiado tiempo fantaseé con la idea de despertar a su lado, compartir el desayuno, romper nuestra rutina, bailar juntas, reírnos sin vergüenza, discutir por tonterías, reconciliarnos follando… ¿En qué estará pensando en este momento? Espero que no se sienta triste y sola. O sí y se acuerde de mí, que jamás le he dado la espalda, aunque el tiempo haya seguido adelante. Y ojalá supiera que, cada vez que doy un abrazo a quien sea, dejo entre los cuerpos un pequeño hueco que lleva su nombre y nadie más puede ocupar.

Y hasta ahí viajamos.

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