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Resiliencia. Capítulo 21: Lo contrario al amor

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre
Capítulo 14: Madrid me mata
Capítulo 15: Tú tienes la culpa
Capítulo 16: Hemos terminado
Capítulo 17: No me gusta para ti
Capítulo 18: Yo jamás te haría daño
Capítulo 19: La guarida del lobo
Capítulo 20: Fue un error

Capítulo 21: Lo contrario al amor

-Mia, ¿puedo pasar?

El silencio al otro lado de la puerta animó a Carol a entrar en la habitación de su hija. Con las persianas bajadas sin apenas luz, Mia se encontraba en la cama enredada sobre sí misma. Su madre, angustiada por ver a su hija así, se sentó al lado de la chica.

-Cariño, llevas dos días aquí metida sin comer casi nada. Esto no es bueno para ti. Necesitas salir, hablar con alguien…

Mia farfulló pidiendo quedarse sola. Carol dejó el cuenco de sopa junto al cabecero de la chica esperando que al menos comiera un poco y se marchó. En cuanto recuperó la intimidad, Mia pulsó el botón de reproducción de su iPod y Ultraviolence volvió a salir por los altavoces. Había escuchado esa canción durante dos días enteros en bucle y en cada ocasión había llorado. Era la forma que tenía de dejar salir lo que había pasado. Su impotencia, su falta de caracter y decisión… todo aquello que había justificado «en el nombre del amor».

Ahora se daba cuenta de lo equivocada que había estado. Aquello no había sido amor, aquello había sido todo lo contrario.

Cuando Mia entró a la cocina unas horas más tarde a despedirse para ir al trabajo, Carol se sorprendió al verla de nuevo en pie. Llevaba el uniforme del bufete y el pelo recogido en un apretado moño. La chica dio dos besos a su madre y emprendió el camino a la oficina sin mirar a nada ni a nadie. Solo quería pasar desapercibida, volverse invisible. Tenía la sensación de que estaba siendo observada, una sensación que le acompañaría siempre, pero acabaría por acostumbrarse a ella.

Cuando llegó al bufete, pasó corriendo al baño a repasar su maquillaje. Aunque las marcas del cuello apenas eran imperceptibles, les puso un poco más de base por encima. Sabía que en poco menos de un día desaparecerían, pero otras, las heridas que no eran visibles, pasarían a formar parte de ella. Sus jefes se alegraron de verla de vuelta y le preguntaron por la intoxicación alimentaria que había sufrido, una excusa perfecta para faltar dos días sin levantar sospechas y que después no la insistieran en la mala cara que traía. Al poco de llegar a su sitio se tuvo que soltar el pelo de lo que le apretaba el coletero. Viéndose reflejada en las ventanas, se sintió lejana a sí misma. No reconocía a esa chica que le devolvía la mirada vacía. Se sentía ínfima. Como si Andrés hubiera sido un ciclón y se hubiera llevado todo. Lo único que quedaba era una carcasa hueca que se movía por inercia y no por convicción. Ella, que siempre había hecho gala de ser una mujer fuerte e independiente, que se consideraba espabilada e incluso algo pícara… ¿Cómo podía haber dejado que aquello sucediera?

¿Cómo podía haber hecho caso omiso de todos aquellos que la querían y le decían que Andrés no era bueno para ella? No fue hasta que se vio en el borde del precipicio que supo que podía caer. Y daba gracias cada día de haber salido a tiempo. Sin ganas ni fuerzas se enfrentaba a cada día con una única idea en su cabeza, la de seguir adelante, porque «La vida es de los que viven» se repetía.

Una de las últimas tardes de verano tomó por fin la decisión de ir a la peluquería. Era algo que pensó que le vendría bien a modo de terapia junto a las sesiones con una psicóloga especializada que estaba ayudándola a recomponerse.»Necesitas tiempo. Ahora mismo eres como un animal herido, te costará confiar plenamente, pero volverás a hacerlo y yo te voy a ayudar».

Un par de chicos habían intentado quedar con ella, pero Mia todavía no se sentía preparada. Era como si internamente aún estuviera recomponiéndose y cada frase de la psicóloga era como una pieza más que formaba parte de su reconstrucción.

-Te sorprendería la cantidad de mujeres que se encuentran inmersas en una situación así y no consiguen salir de ella por miedo o por vergüenza. Tendemos a echarnos la culpa a nosotras mismas en vez de a la persona que nos hiere. Los cuentos y las películas nos enseñan desde pequeñas a aguantar cualquier cosa pensando que la otra persona va a cambiar. Nadie cambia, Mia. Cada uno tiene su forma de ser y puede que ocultara una personalidad violenta detrás de detalles románticos, pero un maltratador siempre es un maltratador y han aprendido a utilizar las nuevas tecnologías como una herramienta para ampliar el maltrato.

Al principio le había costado horrores confesarse con la psicóloga. Admitir no solo ante ella sino ante sí misma en alto todo lo que había sucedido fue como volver a vivirlo. Sin embargo, una vez expuesto, se sentía mucho mejor. Como si el enorme peso lo cargaran ahora entre los dos.

-Eso es lo que ocurre cuando te abres y compartes tu pena, no tiene que ir cargada solo sobre tus hombros.

Después de cada sesión, Mia se sentía un poco más ella. Sumado a que se había negado a detenerse y que la única dirección que consideraba era hacia delante, lograba avanzar sintiéndose más completa. Aunque Inés y el resto del grupo no habían querido tener más trato con ella una vez supieron lo que había pasado realmente tras el accidente de Fer, se apoyaba más que nunca en sí misma.Había reencontrado su poder y se negaba a dejarlo marchar, se negaba a volver a pasarlo mal una sola vez más por nadie que no mereciera realmente la pena. Su etapa de llorar por quién no la quería bien había terminado.

Fue por eso por lo que no dudó en entrar a la peluquería decidida a darle un cambio radical a su estilismo. Cuando la peluquera empezó a cortarle los más de 30 centímetros de melena le preguntó si estaba segura, ya que era un gran cambio.

-Segurísima.- respondió Mia con aplomo. Se moría de ganas por liberarse de aquella melena negra.

-Una vez oí en una película que cuando una mujer se cambia radicalmente el peinado es porque hay alguien nuevo en su vida. ¿Has conocido a alguien?

La chica asintió.

-A mí.

Gracias a todos los que habéis seguido Resiliencia desde el principio y a los que os enganchásteis una vez empezada. Empecé esta novela en enero aunque algunas cosas del comienzo llevaban años en un cuaderno y se me hace increíble que haya conseguido llegar a tanta gente. Ojalá haya servido de ayuda si alguien leyendo esto se ha sentido identificado. Gracias por acompañarme cumpliendo otro de mis sueños.

Resiliencia. Capítulo 19: La guarida del lobo

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre
Capítulo 14: Madrid me mata
Capítulo 15: Tú tienes la culpa
Capítulo 16: Hemos terminado
Capítulo 17: No me gusta para ti
Capítulo 18: Yo jamás te haría daño

Capítulo 19: La guarida del lobo

Andrés dedicó todo el fin de semana a cuidarla. No la dejaba sola ni un minuto y Mia empezó a sentirse agobiada. Quería volver a su casa, pero Andrés insistía en que aparecer con un moratón en la frente haría pensar mal a cualquiera. «Y tú no quieres que tus padres piensen cosas que no han pasado, ¿verdad?».

Trató de llamar a su amiga varias veces, pero Inés no cogía nunca el teléfono. Era como si, desde el plantón que le dio en la facultad, no quisiera saber más de ella. Andrés apareció por la puerta de la habitación con una bandeja llena de platos justo cuando Mia soltaba el teléfono.

-¿A quién estabas llamando?

-A Inés. Llevo sin hablar con ella desde el viernes y quería saber cómo estaba.

-¿Estás segura de que no estabas llamando a tus padres?- Mia le miró con sorpresa.

-¿Y por qué iba a llamarles?

-No lo sé- dijo Andrés mientras empezaba a cortar en trozos el filete que había hecho para su novia. Mia se incorporó y cogió los cubiertos que le ofreció el chico.- ¿Estás a gusto aquí?

-Claro. Me estás cuidando un montón.

-Podrías quedarte toda la semana. No tienes más clases y Raúl aún va a tardar en volver. Incluso puedo acercarte al trabajo en su moto.

Mia, sin dejar de comer, clavó la vista en el plato. Su cabeza aún se encontraba confusa respecto a lo que había sucedido el día anterior. Por un lado recordaba claramente a Andrés encima suyo teniéndola completamente inmovilizada. Podía incluso sentir la mano de su novio en el cuello. En una de sus visitas al baño había encontrado la marca rosada que habían dejado los dedos del chico debajo de la mandíbula. No, tenía claro que Andrés no quería que saliera de su casa hasta que las marcas desaparecieran y sabía que por muy insistente que se pusiera, a no ser que fuera por la fuerza, no iba a conseguir irse.

Los momentos siguientes se proyectaban borrosos en su cabeza. Recordaba estar a ras de suelo pero no cómo había llegado hasta ahí. El cariño y los cuidados de Andrés sin que el chico hubiera mencionado en ningún momento nada de las fotografías le hacían sospechar. No se encontraba con fuerzas como para tener un enfrentamiento, por lo que aceptó sin protestar.

-Claro… Me parece genial.

El chico se puso en pie y tras coger su cartera, salió de la habitación.

-Voy a comprarte un cepillo de dientes- dijo poco antes de cerrar la puerta del piso con llave tras él.

Mia miró a su alrededor. Andrés se había llevado su móvil. Se levantó aún algo mareada buscando infructuosamente por el piso algún teléfono. Después de revisar las paredes en busca del cable de línea se dio por vencida y volvió a la habitación de Andrés. Estaba encerrada e incomunicada, y, por primera vez en toda su vida, se sintió totalmente sola.

Cuando Andrés volvió, Mia estaba mucho más espabilada. El chico dejó una serie de productos en la cocina, desde un cepillo de dientes a varios paquetes de compresas, y comenzó a recoger los platos en los que había servido la comida. La chica se acercó a él con pies de plomo

-Andrés, lo he estado pensando y sí que preferiría irme a casa – el chico enjabonaba los platos sin mirarla-. Quiero estar también con mi familia, echo a mis hermanas de menos.- Andrés seguía sin desviar la vista del fregadero. Mia no sabía qué más decirle, odiaba la sensación de tener que darle explicaciones para que su opinión se tuviera en cuenta.

-No sé, Andrés… No le veo mucho sentido a estar aquí sola por las mañanas mientras tú estás trabajando. Podría quedarme algún día a dormir pero preferiría poder estar en casa o haciendo cosas.- El chico saltó como un resorte.

-¿Cómo puedes ser tan desagradecida? ¿Te tengo como a una reina y quieres marcharte? De verdad que no te entiendo, Mia… En ocasiones como esta pareces un monstruo.- La chica le miró dolida.

-No soy ningún monstruo Andrés, solo quiero poder tener algo de tiempo para mí.

-¿Y aquí no lo tienes? ¿Qué hay en tu casa que no puedas hacer aquí? ¿O es que quieres estar lejos de mí?- Andrés soltó de golpe los cubiertos que estaba aclarando a excepción de un cuchillo.

Mia se encogió. Aquello era como el trueno que anunciaba la lejana tormenta y, si bien no estaba segura de cómo podría acabar, tenía la ligera sospecha.

-Andrés, por favor, ¿puedes soltar el cuchillo y hablamos de esto en el salón?-El chico se giró hacia ella mirándola fijamente sin pestañear apuntándola con el cuchillo. Mia trató de mantener el tipo.

-¿Te doy miedo, Mia? ¿Es eso?-susurró Andrés serenamente mientras a Mia se le ponía la piel de gallina.

La chica contuvo un grito de terror cuando vio a Andrés acercarse a ella andando lentamente.

-¿Te quieres ir porque te asusto?- la voz del chico era mecánica, casi inhumana.

Mia empezó a retroceder hasta la pared. El chico llegó hasta ella y deslizó la punta del cuchillo por su mano recorriendo su brazo. El metal subió por su hombro en una caricia fría y bordeó su cuello. Andrés siguió con los labios el camino que había seguido el cuchillo hasta llega a su oreja. Una parte de ella se veía protagonizando los titulares de las noticias del día siguiente.

-Te quiero- dijo él mientras le bajaba los pantalones. Mia incapaz de moverse, se quedó muda en el sitio. Cuando Andrés se los quitó la mandó a la habitación. La chica entró con la cabeza totalmente embotada.

Sin pensar en nada, de manera automática, recogió su mochila, las pocas pertenencias que había dejado en casa de Andrés y volvió a la cocina. El chico, que ya había soltado el cuchillo, terminaba de enjuagar los últimos cacharros cuando vio aparecer a Mia.

-Te he dicho que me esperes en la habitación, Caramelo.

-Me voy-dijo ella mientras recogía el pantalón del suelo. Andrés se volvió riendo.

-¿Qué?

-Me marcho, Andrés. Y esta vez para siempre.

El chico, viendo que su novia iba en serio, le arrebató los pantalones de la mano.

-No, no te vas.-Mia volvió a intentar cogerlos forcejeando con Andrés.

No sabía si era por el miedo que estaba sintiendo o por el golpe del día anterior, pero se sentía al borde del desmayo. Sin saber cómo, su cuerpo reaccionó por ella y sacó fuerzas. De un empujón lanzó a Andrés hacia atrás y le arrancó los pantalones de las manos. La chica salió de la cocina dirigiéndose a la puerta, pero Andrés la seguía furibundo.

-¡Eres una puta!- empezó a vociferar mientras le escupía en el pelo. Mia, haciendo caso omiso, giró las llaves y abrió la puerta. Andrés se quedó apoyado en el marco.

-Si te marchas, no vuelvas. Nunca.

Sin contestarle, Mia empezó a bajar las escaleras. Cuando se encontraba a punto de salir a la calle oyó cómo Andrés gritaba su nombre mientras bajaba las escaleras tras ella. «Corre» gritó una voz en su cabeza. Fue como si todas sus alarmas internas saltaran al mismo tiempo. Sin mirar atrás Mia salió corriendo buscando la parada de autobús más cercana. Afortunadamente, el que la dejaba cerca de casa, estaba recogiendo en ese mismo instante a los pasajeros a pocos metros de ella. Mia se subió de un salto y ni aún dentro, se permitió perder la calma. No estaría bien hasta que llegara a casa.

Al poco de arrancar, un coche pitaba como enloquecido al autobús. Mia se asomó a ver a qué se debía tanto escándalo. Andrés, desde su coche, seguía al autobús tratando de hacerle parar adelantándole y reduciendo la velocidad. La chica se estremeció. Sabía que no iba a darse por vencido tan fácilmente, pero ella tampoco iba a hacerlo. Si Andrés la quería la tendría que sacar a rastras. Para la satisfacción de Andrés, el autobús, se detuvo en la parada siguiente y Mia observó como el chico salía del coche. Se encogió temblando en el asiento rezando porque el autobús arrancara y, afortunadamente, el conductor, viendo que Andrés se había bajado, aceleró y dejó atrás al chico. Él buscó a su presa por las ventanas mientras el autobús pasaba por su lado. La chica se asomó en un deje de valor, o de locura. Andrés permanecía quieto imperturbable. Clavó la mirada en ella y a Mia se le helaron las entrañas.

Cuando llegó a la parada, emprendió una última carrera para llegar a su calle. Pensó que Andrés se encontraría esperándola y que tendría que oponer resistencia. La sensación de que todo había sido en vano la inundaba, pero no fue así. La calle se encontraba vacía. Conteniendo un suspiro de alivio subió a su casa.

Sus padres no le preguntaron nada. No hizo falta. Mia se metió en el baño y dejó que sus lágrimas se confundieran con el agua de la ducha. Fue ahí y solo ahí, cuando lloró por Andrés por última vez.

 

 

Resiliencia. Capítulo 17: No me gusta para ti

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre
Capítulo 14: Madrid me mata
Capítulo 15: Tú tienes la culpa
Capítulo 16: Hemos terminado

Capítulo 17: No me gusta para ti

Mia entró a su habitación sin pararse a saludar. Prácticamente arrolló a una de sus hermanas pequeñas que empezó a llorar desconsolada en el pasillo. Cerró tras ella la puerta de su habitación y se sentó delante para bloquearla. No podía dejar que nadie la viera en ese estado. Sus padres, alarmados con los gritos de Raquel, fueron a atender a la pequeña. Su padre golpeó la puerta llamándole la atención sobre su entrada. Mia farfulló que tenía que estudiar y que no la molestaran y sintió como los tres se alejaban de la habitación. Las manos le temblaban incontroladamente. Se las llevó a la cabeza y se agarró el pelo mientras trataba de no perder la calma. Emitió un quejido casi imperceptible mientras trataba de recuperar una calma que se había extraviado meses atrás. El móvil vibró. El nombre de Andrés iluminó la pantalla. Se tapó la boca con ambas manos sintiendo que empezaba a perder la cordura. Quería gritar, dejar salir la tormenta que se había formado dentro de ella pero se limitó a apagar el móvil. Necesitaba alejarse de todo, especialmente de Andrés.

El examen del día siguiente era el último de sus pensamientos. Se acurrucó sobre sí misma tratando de respirar correctamente. La imagen de los coches yendo hacia ellos en dirección contraria le volvía a la cabeza sin cesar. El sonido de las bocinas le retumbaba en los oídos como si nunca hubieran salido de la Castellana. Cogió el teléfono de su habitación y, tras comprobar que no había nadie hablando por él, marcó el único número que se sabía de memoria.

-¿Si?

-Hola Charo, soy Mia. ¿Puede ponerse Inés?

-Claro, cariño. Te la paso.- La pausada voz de la madre de su amiga le tranquilizó.

-¿Hola?

-¡Inés!

-¿Qué ha pasado?- Era lo bueno de que las unieran años de amistad, solo necesitaban escuchar una palabra para hacerse una idea del estado emocional de la otra.

-He roto con Andrés.

-¿Por qué? ¿Estás bien? ¿Quieres que vaya?

-Sí, sí, solo necesitaba soltarlo. Además tengo que ponerme con el examen de mañana. Llevo todo el fin de semana dispersa y no quiero suspender.

-Lo entiendo. ¿Puedo saber qué ha pasado?- Mia titubeó. La idea de decirle a su amiga que su vida había peligrado le avergonzaba.

-No funcionaba, estábamos todo el día discutiendo.

-Lo entiendo. Pero no te preocupes. Mañana voy a buscarte en cuanto salgas del examen, nos vamos a tomar algo y me cuentas todo bien, ¿vale?

-Vale -Mia notó cómo se le empezaba a quebrar la voz. Habría dado cualquier cosa por un abrazo de su amiga en ese momento. Necesitaba sentirse comprendida, pero la vergüenza de todo lo que había pasado al lado de Andrés le pesaba.-. Me pongo ya a estudiar. Mañana te escribo.

-Genial, hacemos eso entonces. Y Mia…-su amiga guardó silencio y por fin soltó lo que llevaba tiempo queriendo decir- Me alegro de que hayas tomado esta decisión. Andrés no me gustaba para ti. No parecía de fiar.

Mia colgó el teléfono y tras inspirar profundamente, se dispuso a centrarse en el presente y en los Power Points que esperaban en el ordenador. Para empezar, cambió la contraseña de su correo electrónico y, sucesivamente, la de cada una de sus redes sociales. Eliminó a Andrés de todas ellas y, tras imprimir los archivos, se puso a estudiar.

Tras varias horas en las que parte de los apuntes habían entrado a la fuerza en su cabeza, fue a darle las buenas noches a sus hermanas.

Raquel y Blanca intentaron convencer a su hermana de que se acostara un rato con ellas en las literas. Mia les acarició el pelo, casi tan negro como el de ella y le hizo arrumacos a la más pequeña mientras se disculpaba por el pisotón. Blanca la miraba con seriedad desde la cama de arriba.

-Tienes cara de haber llorado.- El carácter de su hermana le sorprendía cada día. Era una esponja que captaba todo lo que pasaba a su alrededor.

-Son unos días un poco tensos con los exámenes. Estoy un poco desbordada.

-Los exámenes y Andrés- corrigió Blanca mientras alargaba el brazo para acariciarle la cabeza a su hermana mayor. Mia contuvo las ganas de llorar ante la espontaneidad del gesto.

-Andrés malo- recalcó Raquel mientras volvía a desordenar las mantas de la litera.

-Pero bueno, ¿qué os ha dado a todos con Andrés?- se echó a reír para combatir las lágrimas que empezaban a agolparse en sus ojos y, tras arroparlas, apagó la luz de su habitación y se quedó unos instantes escuchando su respiración. Se sintió profundamente agradecida por aquel momento. Quizás si uno de los coches hubiera ido algo más rápido ella no estaría allí y su familia tendría muchas más palabras para definir a Andrés que únicamente «malo».

De vuelta a su habitación, tras pasar por la cocina a por una taza de café bien cargado, encendió la lámpara de su escritorio dispuesta a pasarse toda la noche en vela con tal de evitar un suspenso en el examen.

No fue hasta las tres y media de la mañana que se dio por satisfecha. Su cerebro no daba más de sí y sabía lo importante que era dormir antes de un examen para que los conocimientos calaran bien en su cabeza.

Pensó en encender el móvil antes de acostarse, pero sabía que no iba a gustarle lo que podría encontrar ahí. Una parte de ella tenía miedo. Había visto a Andrés perder los papeles y le asustaba. Era totalmente imprevisible. Como meterse en un campo de minas sabiendo que en algún momento todo puede estallar sin saber dónde está escondida la bomba.

Decidió dejarlo apagado hasta que hubiera pasado el examen. En aquel momento necesitaba tener la cabeza centrada en la prueba. Sin embargo no conseguía conciliar el sueño. Algo en su interior se revolvía como alertándola de que no todo iba tan bien.

Tras casi media hora de vigilia, se incorporó y encendió el móvil. En el momento en el que la pantalla se iluminó, se arrepintió de haberlo hecho. Como una cascada, todo tipo de mensajes colapsaron el dispositivo hasta el punto de que tuvo que reiniciarlo. Whatsapps enloquecidos, mensajes de texto, llamadas perdidas, mensajes en el buzón de voz y hasta correos electrónicos de Andrés le esperaban. A Mia se le encogían las tripas según iba poco a poco, leyéndolos.

Si los primeros dejaban ver un tono amedrentado y hasta casi de disculpa, los siguientes eran todo lo contrario. El cambio de actitud había sido que Andrés había intentado meterse en sus redes sociales y había descubierto que su novia había cambiado las contraseñas. Más de la mitad de los mensajes sucesivos eran insultos y humillaciones, así como explicaciones detalladas de todo lo que Mia se merecía que le pasara por haberle ‘traicionado’.

La chica siguió leyendo estoicamente recibiendo cada insulto y cada palabra hiriente como si fueran cuchilladas. Quería dejar de leer, pero no podía. Una parte de ella quería ese daño, buscaba algo que provocara el nacimiento de un odio tan profundo que la mantuviera alejada de Andrés para siempre. Los últimos mensajes fueron los que encendieron todas sus alarmas.

Habían sido enviados apenas tres minutos antes de que ella encendiera el móvil. Eran una despedida larguísima de Andrés que decía que se alegraba de haberla conocido pero que ella le hacía demasiado daño, por lo que había decidido matarse esa noche. Mia se puso en pie mientras sentía que le faltaba el aire. Llamó a Andrés sin pararse a pensar.

El móvil daba señal, pero Andrés no lo cogía. Mia se temió lo peor y siguió insistiendo marcando su número una y otra vez. Por fin, tras un sinfín de llamadas perdidas que a Mia se le hicieron eternas, Andrés descolgó.

-¿Qué?- El chico tenía la voz ronca. Mia había perdido el miedo, lo único que pasaba por su mente era que la vida de Andrés era demasiado preciosa como para perderla por una tontería.

-¡Andrés! Gracias a Dios. ¿Dónde estás?

-¿Y a ti que te importa? Has roto conmigo y bien rápido has empezado a rehacer tu vida cambiándote las contraseñas.-reprochó el chico.-Seguro que hasta has empezado a tontear con alguno.-La chica decidió pasar por alto el ataque.

-Claro que me importa, joder. No quiero que hagas ninguna tontería. Por favor, ¡dime dónde estás!

-Esto se ha acabado Mia, lo has dejado muy claro con tu mensaje y con las acciones que has realizado a continuación. Puede que para ti esto sea un punto y aparte en tu vida, pero para mí es el punto y final. Acabas de escribirle el cierre al libro de mi historia.- La chica trató de agudizar el oído intentando reconocer dónde podría encontrarse Andrés, pero le resultaba imposible captar ningún sonido identificativo.

-No digas eso, Andrés. El suicidio nunca es la solución a un problema, solo es la vía de escape de todo. Entra en razón, piensa en tu familia, en tus amigos, en tu grupo, en todo… ¡Piensa en mí!

-Lo estoy haciendo. Ya he dejado todo listo. Os he escrito una carta a cada uno con lo que quiero que conservéis de mí.- Mia sintió cómo se le rompía el corazón por dentro. La idea de perder a Andrés se le antojaba insoportable.

-Andrés, por favor… No lo hagas… Por favor…- La chica empezó a llorar mientras suplicaba en voz baja.

-¿Por qué no? No tengo nada por lo que vivir.

-Me tienes a mí. ¡Yo te quiero!

-Entonces ¿por qué no lo demuestras? ¿Por qué has dejado que esto pasara?-Mia se dio cuenta que si quería salir de esa situación lo único que podía hacer era dejar que Andrés le echara las culpas a ella. A fin de cuentas, no le importaba, lo único que quería era que Andrés cambiara de idea respecto a suicidarse.- Si no estás tú, no quiero seguir con vida.

-Voy a estar, ¿vale? Te lo prometo.

-¿Pero vas a volver a darme las contraseñas? ¿Voy a poder volver a fiarme de ti?-Mia suspiró por lo bajo mientras se despedía del retazo de libertad del que había gozado por unos instantes.

-Sí, si no haces ninguna tontería.

-No haré nada, de verdad. Gracias, Mia. Solo necesitaba escuchar eso. No sabes cuánto te quiero ahora mismo.- A la chica no se le escapó el ‘ahora mismo’ pero prefirió dejar las cosas como estaban.

-Y yo. Voy a ponerme a estudiar, ¿vale? Que mañana tengo el examen temprano.- Andrés guardó silencio al otro lado para contestar elevando el tono de voz.

-¡¿Cómo?! ¿Te enteras de que tu novio está a punto de suicidarse y le dejas tirado por un examen?

-¡No le dejo tirado! Pensaba que ya estaba todo hablado.

-Para mí no. Tenemos mucho de qué hablar.

– Como quieras…- Mia se mordió la lengua esperando a que Andrés terminara de hablar para así poder finalizar la conversación cuanto antes.

-¿Sabes dónde estoy? En la carretera que va a Guadarrama. Hay una curva llamada ‘La curva de los muertos’ en la que más accidentes hay registrados de toda la Comunidad -Mia no quería que Andrés siguiera hablando, pero el chico continuó imparable-. Iba a cogerla a toda velocidad sin girar. La altura es tal que nadie ha sobrevivido a una caída.-Mia empezó a llorar imaginándose a Andrés cayendo por el precipicio.- Tú ibas a ser mi último pensamiento Mia, eres todos y cada uno de ellos.

Cuando el sol empezaba a despuntar, Mia y Andrés colgaron el teléfono para que la chica pudiera empezar a prepararse para ir al examen después de una noche que nunca olvidaría, y no por los motivos que a ella le gustaría.

Lo que ella desconocía era que el chico no había salido de su casa en ningún momento de la noche.

GTRES

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Resiliencia. Capítulo 16: Hemos terminado

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre
Capítulo 14: Madrid me mata
Capítulo 15: Tú tienes la culpa

Capítulo 16: Hemos terminado

Andrés no había querido ni oír la palabra ‘Hospital’ por lo que se limitó a dejar que la encía cicatrizara de manera natural. Lo más natural posible teniendo en cuenta las circunstancias en las que se había abierto. Desde aquel día notaba como Mia se guardaba mucho de cualquier tipo de enfrentamiento entre ellos. La chica se limitaba a hacer todo lo que él pudiera pedirle. Desde fotos en clase a notas de audio hablando con su familia para que Andrés pudiera comprobar que realmente se encontraba en casa. Casi podía notar como su novia había tirado la toalla y no podía sentirse más agradecido. Por eso no pudo evitar sorprenderse cuando discutieron poco antes de despedirse el viernes, a las puertas del fin de semana.

-Estos dos días voy a estar en casa estudiando, que necesito el tiempo, por lo que no voy a poder quedar.-dijo Mia cuando estaba a punto de bajarse del coche.

-¿Cómo es eso de que en dos días no vamos a vernos?

-Tengo que estudiar Andrés, voy muy atrasada y necesito el tiempo.

-Bueno, pero un rato podrás quedar, ¿o de verdad pretendes que me crea que vas a estar 48 horas estudiando sin hacer una sola pausa?-Mia titubeó mientras trataba de buscar algo que sonara convincente.

-No es que no vaya a hacer ninguna pausa, obviamente tengo que parar para comer y dormir, es que necesito concentración y si te veo sé que ya no voy a estar pensando en los exámenes sino en disfrutar, por lo que necesito que no nos veamos.

Andrés la miró sin creerse lo que decía.

-Pensaba que tenías tantas ganas de estar conmigo como yo contigo, pero ya veo que me equivocaba.

-Andrés no es eso, claro que tengo ganas de estar contigo.

-Si de verdad las tuvieras sacarías un hueco de donde fuera. Creo que cuando quieres hacer algo lo que te sobran son razones, y que cuando no quieres, encuentras excusas- el chico tomó aire-. Y eso suponiendo que en realidad vayas a estar estudiando en casa, algo que no acabo de creer.

Mia le miró con sus enormes ojos castaños. Andrés podía leer en ellos toda la tristeza que guardaban. Se mezclaba con las líneas avellana que entrecruzaban su iris. Una tristeza que, al poco de conocerla, no estaba. Si solo fuera menos rebelde y se abriera más a él…

-Ya sé, ¿por qué no me invitas a comer a tu casa este fin de semana? Así conozco a tus padres y estoy ese rato de pausa de estudiar contigo.

-No.

Mia había respondido tajante. Era la primera vez que se negaba a algo en mucho tiempo y Andrés recibió la negativa como si le hubieran abofeteado la cara.

-¿No? ¿Por qué no?

-Porque no quiero que conozcas a mis padres todavía, es muy pronto.

-¿Cómo que pronto? Llevamos ya unos meses saliendo.

-¿Y qué? Para mí aún no ha llegado el momento, además es algo que debería salir de mí, no ser impuesto por ti.

Andrés, sin poder retener el enfado le pegó un puñetazo al volante guardándose de darle al claxon.

-No te lo estoy imponiendo, pero el tiempo es algo muy relativo. Miriam me presentó a sus padres a los pocos días de empezar a salir.

-Sí, pero yo no soy Miriam- replicó ella.

«Desde luego que no» pensó Andrés. Con su ex novia todo esto había resultado infinitamente más fácil de lo que nunca había sido con Mia. Decidió atacar por otro flanco.

-Si de verdad me quisieras estarías muriéndote de ganas de que me conocieran. De hecho yo a los míos no paro de hablarles de ti y no hay día que mi madre no me pida que te lleve a su casa. No sé cómo no ves que todos saldríamos ganando. Tú estudias, pasamos un rato juntos y me meto a tus padres en el bolsillo, es perfecto- el chico le cogió la mano y se la acercó a su pecho-. Además de que para mí significaría mucho. Suelta el freno, caramelo.

-Bueno…está bien. Se lo diré a mis padres. Luego te digo por whatapp lo que sea.- Mia le besó y salió del coche. Andrés bajó la ventanilla.

-Espero tener una respuesta afirmativa. No me gustaría que este finde discutiéramos. No sé cuántas muelas más van a aguantar nuestras broncas.- Vio como la chica se estremecía, seguramente recordando el final del concierto.

Para Andrés, conocer a los padres de Mia, era un gran paso. Sabía cómo ganárselos y aquello siempre ponía las cosas infinitamente más sencillas, de hecho incluso podían convertirse en aliados. Cuando le abrieron la puerta, saludó con una gran sonrisa. Los padres de Mia y sus hermanas pequeñas le esperaban en medio de una cocina en la que reinaba la algarabía. Mia cogió en brazos a la más pequeña.

-Mira Raquel, este es Andrés, mi novio-La pequeña le miró con desconfianza.-. ¿A que es guapo?

-No.-la niña se revolvió entre sus brazos y salió corriendo hacia la mediana, algo más mayor, que tenía la mitad del salón ocupado por un despliegue de muñecas.

-Andrés, perdona el desorden- Carol, la madre de Mia le dio dos besos mientras sacaba una fuente del horno, cerraba la nevera y elegía dos piezas de fruta pareciendo que tenía ocho en vez de dos brazos-. Teníamos ganas de conocer al chico con el que nuestra hija pasa tanto tiempo.

Lo dijo de pasada, pero a Andrés no se le escapó el tono de aquel «tanto». No llevaba ni cinco minutos en aquella casa y ya había algo que le había hecho sentir incómodo. Sus padres no serían fáciles, pero acabaría por gustarles. Estaba convencido.

-¿Qué tal Andrés? Yo soy Ramón.- El padre de Mia le tendió la mano y este se la estrechó con fuerza. Sabía que los apretones de manos hablaban de una persona antes de que esta abriera la boca y Andrés sabía cómo darlos para transmitir confianza y seguridad.

Tras las presentaciones de rigor, el alboroto de la cocina se mudó al comedor, donde Ramón y Carol intercalaban retazos de conversación con los berrinches de la más pequeña. Cuando las niñas terminaron de comer y se marcharon a la habitación, pudieron hablar de manera más distendida. Andrés, tras adular en repetidas ocasiones las dotes culinarias de Ramón, el responsable del asado, les habló de su trabajo y de cómo cada día su hija llegaba a casa sana y salva gracias a que él la esperaba cuando salía del bufete.

-Bueno, así también te aseguras de que no vea a nadie más -dijo la madre mientras cortaba tranquila un trozo de carne. Mia la miró incrédula.

-¡Mamá!

-¿Es o no es verdad? Ha sido llegar este chico y de repente dejar de tener interés por todos tus amigos.

Andrés dejó los cubiertos lentamente.

-No creo que tenga nada de malo que Mia esté tan enamorada como para que quiera pasar conmigo todo el tiempo.- Andrés miró a la chica esperando alguna respuesta por su parte.

-Creo que mi hija puede hablar por sí misma, no necesita que ni tú ni nadie opine por ella.-soltó Carol con calma.

-Déjalo, mamá, tú no lo entiendes. No hay nadie con quien prefiera estar que no sea Andrés. Con él estoy feliz.

Andrés se quedó satisfecho con la respuesta de su novia y su madre no hizo más comentarios, solo cuando Andrés se estaba despidiendo volvió a abrir la boca.

-Por cierto, se me ha olvidado preguntarte antes, ¿qué te pasó en esa mano?

Andrés no tuvo que ver a dónde le señalaba para saber que se refería a la que había reventado la ventanilla del cristal. En ese momento sus sospechas de por qué no le acababa de gustar a la madre de Mia se confirmaron. «Lo sabe».

-Una caja demasiado pesada que tuve que cargar yo solo. Me cayó encima destrozándome la mano.

Carol asintió. Como inspectora de Hacienda que era, su trabajo era fijarse en los detalles y descubrir toda irregularidad que pudiera existir. Andrés le pidió a Mia que saliera con él para poder pasar unos minutos juntos.

El chico la convenció para despedirse en el coche. Y en cuanto ella estuvo subida, arrancó dejando atrás la calle de la chica.

-¿A dónde vas? Tengo que estudiar.

-Tu madre nos vio el día que me contaste lo del bufete.

-¿Qué?

-No te hagas la tonta. O nos vio o se lo dijiste, y quiero pensar que no fuiste tan gilipollas como para contarle eso, porque sería el fin de nuestra relación.

-¡Yo no le he contado nada a nadie!

Andrés aceleró y adelantando a varios coches, y pasando por algún que otro semáforo en rojo, enfiló la Castellana a toda velocidad.

-¿Puedes ir un poco más despacio por favor? Me estoy asustando.

El chico, en vez de atender a Mia, pisó más a fondo el acelerador y recordando la sensación amarga de rechazo que había sentido durante la comida, atravesó las dos rayas perpendiculares metiéndose en el carril contrario.

-¡Dios mío! ¡Qué haces! ¡Estás loco!- Mia gritaba mientras los coches del carril contrario les pitaban y les sorteaban dando volantazos. -¡Basta por favor!- Andrés aguantó un poco más hasta que al final, de un movimiento brusco, se incorporó a su carril y se paró en una de las perpendiculares. Mia tiritaba nerviosa en el asiento fruto del shock mientras lloraba sin emitir ningún sonido. Con los ojos vidriosos parecía totalmente ida.

-Nada en esta vida me importa lo más mínimo, Mia. Nada excepto tú.

La chica seguía callada hasta que Andrés la dejó en su portal. Sin mediar palabra, Mia salió del coche. Al poco de arrancar, Andrés recibió un whatsapp

«Es la última vez que juegas con mi vida. Esto se ha terminado. Casi nos matas.»

 

 

Resiliencia. Capítulo 15: Tú tienes la culpa

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre
Capítulo 14: Madrid me mata

Capítulo 15: Tú tienes la culpa

Desde que habían empezado a salir, Mia no había oído  al chico hablar apenas de su grupo de rock. Andrés argumentaba que aquello era algo que hacía con sus amigos por diversión y que, últimamente, no había ratos más llenos de ella que los que pasaba con la chica. Mia hacía como que se creía la excusa, cuando sabía que lo que no quería Andrés era un motivo para dejarla sola, fuera de su estrecha vigilancia.

Fue por eso por lo que le sorprendió que el chico la invitara aquel fin de semana a un concierto que iban a dar en un local de su antiguo barrio en Getafe. La petición de Andrés había sido urgente, «Necesito que estés ahí, caramelo», por lo que Mia aceptó a regañadientes pensando en la cercanía de sus exámenes de junio y en lo atrasada que iba con el temario desde que tenía que dedicarle las tardes al bufete de abogados.

No había entrado al local y ya se sentía fuera de lugar. Inés se había negado a acompañarla haciendo gala de una compromiso con sus estudios que le había faltado a ella, por lo que no le había quedado otra que ir sola. La mayoría de los asistentes se conocían entre ellos y habían formado un tapón en la entrada del local. Mia atravesó a la gente como pudo y se apresuró para coger sitio en un lateral apartado del escenario. El poder de convocatoria del grupo era algo incuestionable. El público estaba formado por gente de todas las edades, desde chicas con pinta de recién llegadas a los dieciocho hasta alguno rondando los cincuenta, que o bien era un amante del rock, o era padre de alguno de los integrantes.

La mirada de Mia vagaba recorriendo cada esquina del local hasta que se topó con unas chicas que la miraban fijamente. Una de ellas, la más bajita, la observaba con gesto hosco. No entendía a qué venía esa hostilidad cuando no la conocía de nada. Estaba a punto de escribir a Andrés cuando las luces se atenuaron y los primeros acordes de Sweet Child of Mine llenaron el poco espacio que quedaba en la sala. Andrés, en el centro del escenario, era el Axl Rose de su banda. Mia, que hasta ese momento no le había escuchado cantar, se quedó anonadada.

El chico escalaba por las notas con una facilidad innata mientras sus manos recorrían el mástil de la guitarra incansablemente, con una pasión que casi le hacía tener envidia de que fuera el instrumento y no su cuerpo lo que se encontrara entre sus manos. Después de Guns´n Roses llegaron Bon Jovi, Led Zeppelin, Kiss, Nirvana y hasta los Rolling Stones. Mia se dejó llevar por la música mientras sacudía la cabeza y se dejaba embriagar con los ojos cerrados. En aquel momento apenas recordaba que estaba sola, solo podía pensar en lo que le gustaba la música acompañada de la voz de Andrés. Cuando la banda se tomó unos minutos de descanso lamentó que el espectáculo parara.

-Eres la nueva novia de Andrés, ¿no?- La chica bajita que no le había quitado ojo al entrar se encontraba pegada a ella. Su tono de voz no le agradó lo más mínimo, además de que la consideraba una maleducada por hablarle así sin tan siquiera conocerse. Mia bajó la cabeza para mirarla a los ojos mientras le contestaba.

-¿Y a ti qué más te da?

-A mi me da igual, pero deberías saber que te la está pegando conmigo.

Mia se quedó muda mientras sentía que el suelo desaparecía bajo sus pies. Aquello le resultaba no difícil, sino prácticamente imposible de creer. Aún incrédula observó cómo la chica se sacaba un móvil del bolsillo y le enseñaba una foto de Andrés de espaldas cogiendo su cazadora del suelo. La fecha no engañaba, aquello había pasado hace dos días.

-No te preocupes. Os pasa a todas. Os dice que lo vuestro es algo especial que ha planeado el universo y después viene a verme por las tardes.

Mia la miró con repulsión mientras una parte de ella se negaba a creerla.

-Serás muy guapa y todo lo que tú quieras, pero de poco te sirve si busca en otras camas lo que no le das en la tuya. Y por cierto, disfruta de Across the Universe, es la canción que siempre os dedica a todas cuando el concierto va a acabar.

Dicho eso, se alejó con suficiencia dejando a su espalda el mismo resultado que si hubiera lanzado una bomba atómica. Mia se encontraba desencajada cuando Andrés salió del camerino para preguntarle si le estaba gustando el espectáculo.

-Todo genial hasta que esa enana ha venido a decirme que es la otra.- Andrés miró hacia donde Mia señalaba y se echó a reír a carcajadas.

-Mia, esa es Miriam, mi ex novia.

-¿Y qué hace aquí?

-La ha invitado el batería. Ha estado un rato en el camerino cotilleando lo que íbamos a cantar durante el concierto. No sé qué más te habrá dicho pero hazme caso, no puedes creer de ella una sola palabra. Miente más que habla. Apuesto a que te ha dicho que estamos juntos.

-Me ha enseñado una foto de hace dos días en la que sales vistiéndote.

-Fui a su casa a por las cosas que me faltaban, no te dije nada porque no quería preocuparte. Confía en mí, entre Miriam y yo no hay nada. Está rabiosa porque rompí con ella cuando tenía las miras puestas en el altar.

-¿Ya tenía en mente que os casarais? Pero, ¿cuántos años tiene?

-Los que yo, 28.

-Joder, pues es un poco mayorcita para hacer estas cosas.

-Miriam es capaz de hacer o decir lo que sea con tal de hacer daño. Es una amargada y de la gente amargada solo salen cosas malas.

-Ya decía yo que tenía cara de hija de puta- dijo Mia mientras se relajaba. Por un momento hasta sintió pena de que una mujer que casi rondaba la treintena se hubiera rebajado tanto. Pensó hasta en contestarla, pero le parecía degradarse y entrar en un juego en el que se veía demasiado madura como para formar parte. Andrés se despidió de ella y corrió de nuevo al escenario.

Su visita había servido para liberar tensiones y Mia se sintió hasta tentada de lanzarle una sonrisa a la ex novia de Andrés, que seguía mirándola fijamente. Pero, ¿para qué? Se encontraba disfrutando de algunas de sus canciones favoritas de la boca de su novio. No necesitaba más. Había aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas y a exprimirlas al máximo. Era feliz sin más. Y nadie, y menos una amargada con cara de mala uva, iba a cambiarlo.

Cuando ya se aproximaban al final del concierto, Andrés esperó a que terminaran los aplausos del último tema.

-Me gustaría dedicar la última canción a la persona más especial que he tenido la suerte de encontrar en mi vida. No decidimos de quién nos enamoramos, pero decidimos qué camino tomar para poder estar con esa persona. El nuestro no ha sido fácil, pero no cambiaría ni un solo paso. Por ti, Mia, que lo único que quiero, es que lo seas hasta el fin de mis días.

Andrés tomó asiento en una banqueta y rasgando con delicadeza las cuerdas de la guitarra empezó a cantar aquel tema que poco tiempo antes, había sido una excusa para dejar en manos del azar, si volvían o no a encontrarse. Mia notó cómo se le erizaba cada pelo de la piel según Andrés cantaba. No sabía si era su voz, el escenario o que todo el mundo parecía igual de ensimismado que ella, pero el chico le parecía mágico.

Un golpecito en el hombro le hizo volver a la realidad. Un chico más o menos de su edad se encontraba frente a ella sonriéndola.

-¿Qué tal? Soy…- el chico se presentó dándole dos besos mientras Mia trataba de ocultar su enfado porque la hubieran interrumpido en plena canción-. No quiero molestarte, solo quería dejarte mi número. Te llevo viendo un rato y bueno… Me gustaría conocerte algo más, así que si quieres háblame por ahí.

El chico parecía bastante cortado por lo que Mia cogió el número y lo tiró al suelo nada más ver que se giraba y volvía con sus amigos. Afortunadamente aún quedaba un poco de canción, por lo que pudo disfrutar por unos instantes más de la voz de Andrés. Cuando el chico acabó, aplaudió con ganas. Nada podría empañar aquella noche tan perfecta.

-¿Se puede saber qué hacías cogiendo el número de ese tío?

Andrés no había dejado ni que Mia le saludara para empezar a increparla en el propio escenario.

-Nada más cogerlo lo he tirado.- se justificó ella presintiendo que se avecinaba tormenta. Qué breve había sido la calma. El chico la agarró y la sacó a través del camerino por la puerta de atrás del local. Una vez fuera sin soltarla le sacudió del brazo

-No es que lo tires, es el hecho de que se lo cojas dando a entender que estás interesada.-Andrés empezaba a alzar la voz por momentos. Mia intentó soltarse, pero el chico no tenía intención de dejar de hacer fuerza.

-Lo he cogido para no hacerle sentir mal rechazándole. Era tan fácil como luego tirar el número.

-Pues yo no te he visto tirarlo. ¡De hecho me juego lo que quieras a que te lo has guardado para hablarle más tarde!

-Estás flipando. Te estoy diciendo que no me lo he guardado, lo he tirado al suelo.

-¿Ah sí? Pues venga, vamos a buscarlo, así me demostrarás que dices la verdad.

-¡No!- por primera vez Mia se negó enfrentándose a él- ¡Andrés, estás paranoico! Tienes que parar, me estás montando un numerazo por nada.

-¿Por nada? ¿Te meten fichas en mi cara, no haces nada para cortarlo y soy yo el que monta un número por nada?

El chico alzó el brazo y Mia se pegó contra la pared del local. Era imposible que Andrés fuera a golpearla. Aquello no podía estar pasando, pensó mientras cerraba los ojos con fuerza. Andrés pareció darse cuenta de lo que estaba haciendo y bajó el brazo.

-No te voy a pegar, porque te quiero demasiado- Mia suspiró tranquila y volvió a abrirlos-. Pero me voy a pegar a mí, necesito sacarme esta rabia.

Mia incrédula vio como su novio empezaba a darse puñetazos en la cara sin parar. Le parecía una situación tan surrealista que casi se preguntó si no estaría en una pesadilla. Pidiéndole a gritos que parará observó impotente como Andrés seguía hundiendo sin cesar el puño en su mandíbula.

Mia se dejó resbalar por la pared y se abrazó las rodillas hundiendo la cara entre las piernas. Andrés paró y alzó la cara de la chica para que le mirara a los ojos. Por la boca le resbalaban varios hilos rojos que goteaban por su cuello manchando su camiseta. Andrés escupió algo al suelo. En medio de la sangre se encontraba una muela.

-Tú tienes la culpa de esto.

TUMBLR

MortsVivents. TUMBLR

 

 

 

 

Resiliencia. Capítulo 14: Madrid me mata

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre

Capítulo 14: Madrid me mata

Aunque las heridas de la mano no habían tardado en cicatrizarle, todavía le seguía tirando la piel cada vez que cerraba el puño. Sus manos, que siempre habían sido una de las partes favoritas de su anatomía, le recordaban  al chico cómo tenía que haberse puesto para lograr la atención de Mia. Si el único lenguaje que su novia entendía iba a ser ese, estaba dispuesto a llenarse de mil marcas más con tal de no perderla.

Había pasado una semana desde la conversación. Un intercambio de opiniones que se había saldado con su mano malherida, 250 euros para cambiar la ventanilla del coche y el acuerdo de ir todos los días a buscar a Mia en cuanto saliera del trabajo para dejarla en casa.

«Es por tu seguridad, a esas horas no me gusta que vuelvas sola. Además, así aprovecho y te veo» Andrés se lo había argumentado tan lógicamente que Mia no había encontrado nada que objetar. El chico la notaba mucho más dócil desde aquel día, algo que agradecía infinitamente. No solo había accedido a que fuera a buscarla sin poner una sola pega, sino que le había dado todas las contraseñas de sus redes sociales. «Si me las das me demostrarás que puedo confiar en ti» le aseguró él entonces. Andrés las llevaba conectadas en las aplicaciones de su propio móvil para enterarse al tiempo que ella, sino antes, de todas las notificaciones que le llegaran.

Fue así como descubrió que Fer intentaba contactar con Mia. Pese a haberle eliminado de Facebook, Twitter e Instagram, el chico le había mandado varios e-mails que Andrés, contínuamente pegado al móvil, solía borrar antes de que llegaran a los ojos de su novia.

Las palabras del último todavía rondaban su cabeza: «Nos unen años de amistad, de buenos y malos momentos. Siempre he estado ahí para ti y aunque no quieras nada conmigo, siempre voy a estar. Lo que no quiero es que por un beso me borres de tu vida, porque formas una parte importante de mí. Mañana, cuando salgas de la universidad, me acercaré a tu facultad para que hablemos de esto y, si no quieres verme, al menos, me lo dices a la cara. Si oigo de tu boca que nuestra amistad se ha terminado y que vas a ser más feliz sin tenerme cerca, ten por seguro que no vas a volver a saber nada de mí, pero lo haremos en persona como las personas adultas que somos.»

Andrés giraba sin parar el móvil entre sus dedos preguntándose cómo gestionar la situación. No dudaba que el chico hablara en serio en lo que a ver a Mia se refería, por lo que necesitaba hacerle cambiar de opinión al respecto.

Aunque su fecha de nacimiento y el de su novia formaban parte de la misma generación, algo separadas, eso sí, no lograba entender de dónde les venía a ella y a sus amigos la inquietud de dejar constancia en Internet en todo momento de lo que hacían o de dónde se encontraban. Precisamente, cuando él tenía su edad, que no había Internet en el móvil, sabían que cuando mejor se lo estaban pasando era cuando no estaban conectados en el Messenger, porque eso significaba que estaban haciendo algo más interesante que pasar el rato a la luz de una pantalla, que estaban viviendo. Definitivamente se le escapaba, pero había aprendido a sacar provecho de ello.

Apagó el motor de la moto y esperó en una de las callejuelas que cruzaban la calle de la Palma. Su pasión por la Movida Madrileña había hecho que se conociera aquel barrio como las líneas que cruzaban sus manos. Al ser jueves, y a esas horas de la madrugada, las calles se encontraban casi desiertas. Solo la música de un bar que soltaba el aforo tan de a pocos que parecían salir con gotero, daba algo de vida y movimiento a la calle. Los «juernes» universitarios le hacían el agosto a más de un pub en Malasaña cada semana.

Una hora después, la música cesaba definitivamente y los últimos rezagados abandonaban el local. Andrés pudo distinguir perfectamente a Fer junto a dos amigos, que eran los que le acompañaban en la foto que el chico había subido a su cuenta de Instagram añadiendo la etiqueta #Madridmemata, el nombre del local.

No, Madrid no iba a matarle. Al menos no aquella noche. Pero al día siguiente iba a desearlo, pensaba Andrés mientras les seguía a pie empujando la moto, procurando que nadie reparara en su presencia, y menos en la numeración de la matrícula.

Cuando los tres chicos subieron a un coche a Andrés le resultó más fácil continuar con la persecución. Por lo visto, Fer no era el propietario del vehículo, ya que fue el segundo en bajarse en un barrio residencial ocupado por gigantescas urbanizaciones. Aquello ponía las cosas mucho más fáciles.

Fer soltó una carcajada mientras cerraba la puerta del coche y se despedía alzando el brazo de su amigo, que abandonó la calle dejándola sin el abrigo de la luz de los faros. Andrés aparcó la moto y se bajo de un salto mientras corría silencioso tras el chico que buscaba las llaves. Sin pararse, se subió la braga que llevaba al cuello y soltó su brazo contra la cabeza de Fer que impactó contra el portal metálico. El chico emitió un gemido mientras las rodillas cedían bajo su propio peso. Andrés le agarró del cuello del jersey y empezó a propinarle puñetazos en la cara sistemáticamente sin pensar en nada. Aunque el ruido sordo de los golpes le reconfortaba no dejó que la rabia le pudiera y soltó al chico al rato. Fer se hizo una bola en el suelo magullado mientras su nariz emitía un sonido ronco al respirar sangre. Andrés le alzó una vez más. El chico rozaba casi la inconsciencia, por lo que no intentó apartar la cara. Tras un par de sacudidas logró que se espabilara y le prestara atención mientras escogía cuidadosamente sus palabras.

-Esto es solo una pequeña muestra de lo que te puede pasar si intentas volver a contactar con Mia. Vas a decir que te metiste en una pelea al llegar a tu casa tratando de separar a dos borrachos, porque como digas algo de esto, te mato.- susurró Andrés mientras notaba como el brillo de lucidez en los claros ojos de Fer se convertía en terror.

-Tio, son casi las 11. ¿No ibas a buscar a tu novia sobre estas horas?-Raúl le sacudía el hombro para despertarle. Su plan había sido el de acostarse un rato al llegar de trabajar antes de ir a por Mia y, entre el cansancio y la adrenalina de la paliza, había dormido más horas de las que se había propuesto.

-Buena fiesta debiste de pegarte ayer- Raúl le seguía hablando mientras Andrés se peinaba-. Has dormido como un bendito. Por cierto, gracias por llenarme el depósito.

-No estuvo mal la noche. Era lo menos que podía hacer. Me salvas el culo con tu moto-Andrés cogió las llaves del coche y se despidió de su amigo-. Te veo en un rato.

Mia estaba un poco más seria que de costumbre cuando se subió al coche.

-¿Ha pasado algo?- preguntó Andrés tras saludarla con un beso.

-Inés me ha dicho que Fer se metió ayer en una pelea y está bastante magullado. No sé si debería ir a verle.

Andrés se tensó.

-Acabamos de vernos después de todo el día separados y lo primero en lo que piensas es en perderme de vista. Increíble.

Mia saltó.

-¡Andrés no es eso! ¿Cómo puedes pensar así? ¡Estamos hablando de que a un amigo mío le han pegado!

-Sí, de un amigo tuyo que, por si te habías olvidado, quiere algo más que tu amistad.

Mia bufó mientras se cruzaba de brazos en el asiento. Andrés emprendió el camino a casa de su novia en silencio. Al menos el chico no se había ido de la lengua. Confiaba en que si cumplía esa parte cumpliera todo lo demás. Sabía lo traumática que podía ser una paliza y más con un mensaje como el que le había dejado. Cuando llegaron a la calle de la chica, Andrés pasó de largo.

-¿A dónde vas?

-Necesito que tengamos un rato a solas. Nos vamos a un sitio más tranquilo.

Mia, que sabía lo que aquello significaba, se mordió el labio inferior con fuerza intentando contener las ganas de llorar. El chico la miró largamente y aparcó en un descampado a unas cuantas manzanas de la casa de Mia. Tras soltarse el cinturón salió del coche y entró a los asientos traseros.

-¿Vienes o qué?

No se le escapó como, antes de seguirle, Mia se enjugaba los ojos intentando que él no la viera.

Cuando al rato la dejó enfrente de su casa, Mia por fin despegó los labios para hablar.

-Quiero decirte algo- parecía necesitar valor para empezar-. Desde que estoy contigo no veo casi a mis amigos. No tengo tiempo para mí. Solo estás tú.

Andrés la miró como si no comprendiera lo que su novia quería decirle.

-Lo sé, creo que es genial. Pero, ¿qué querías decirme?

Mia, estupefacta, bajó la cabeza mientras negaba. Le dio un beso rápido y se bajó del coche.

-Caramelo, ¿me quieres?

Ella se giró. Aunque tenía la cara apagada y los ojos algo hinchados, contestó segura.

-Como nunca y para siempre.

Cuando ella entró al portal Andrés sacó su móvil. Fer había subido una fotografía a Instagram en la que se encontraba con la cara amoratada sonriente rodeado de Inés, Judith y todos sus amigos del grupo. Todos menos uno.

Lágrimas. PDPICS.COM

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Resiliencia. Capítulo 13: Hacer sangre

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas

Capítulo 13: Hacer sangre

«Inspira». «Espira». «Inspira». «Espira».

Mia se repetía mentalmente las órdenes que le permitían llevar una respiración profunda, pero no había manera. Nada lograba calmar su ansiedad. Consultó una vez más el móvil pero Inés continuaba sin darle ninguna respuesta. Nunca la había necesitado tanto como en aquel momento en el que su estómago era un manojo de nervios. Pensó en llamar a Fer, pero desde la fiesta las cosas no estaban como para contar con su amigo para nada. Después de que se «arreglaran» las cosas con Andrés el chico le había cogido el móvil y, tras obligarla a darle su contraseña, la había convencido para borrar a todos sus amigos de las redes sociales y bloquearlos. «Pura prevención» le había dicho Andrés, pero Mia sabía que había mucho más detrás. Y pese a ello había accedido. El porqué todavía le resultaba un misterio. Quizás era el magnetismo que ejercía Andrés sobre ella. Una mezcla de fascinación, miedo y furor que le hacía sentir como en una montaña rusa constante. Le daba rabia admitirlo, pero estaba enganchada. Y más que nunca desde la discusión. Jamás había querido tanto tener a su lado a alguien. Andrés había jurado que, teniéndole a él, no necesitaría a nadie más. Pero entonces ¿por qué se sentía tan sola?

-Vamos, Inés, contesta.-Mia necesitaba desahogarse, hablar con alguien que la entendiera, que la escuchara sin juzgarla y sabía que Inés era la persona perfecta para ello. Estaba a escasos minutos de una de las entrevistas de trabajo más importantes de su vida y necesitaba el efecto tranquilizador que le producía la voz de su amiga en aquellos casos.

-¿Mia Martín?

La chica se levantó como un resorte y todas las preocupaciones desaparecieron de su cabeza excepto una. Necesitaba ese trabajo como fuera.

-Entraría a las tres de la tarde y saldría sobre las once. Son ocho horas pero tengo descanso para merendar, ¡además de que me hacen indefinida!- relataba Mia eufórica a su madre.

-Sí, si eso está muy bien, pero ¿qué vas a hacer con la universidad? ¿Cómo vas a compatibilizarlo? ¿Vas a poder con todo?

-Claro, voy a la universidad, como allí y directa al bufete. Además no es que sea un trabajo que me vaya a exigir mucho precisamente. Es como una mezcla entre azafata y secretaria, porque mi función, aunque es la de imagen, va a ser la de llevar las salas donde se realizan las reuniones.

-¿Y qué significa llevar las salas?

-Lo típico, ver que hay bolis y cuadernillos de sobra, estar pendientes por si necesitan un portátil o hacer una videollamada… Ese tipo de cosas.-Mia colgó en el armario el que sería su uniforme de todas las tardes a partir de ese día. Un traje de americana y pantalón azul marino que llevaría con una camisa blanca.

-¿Y para eso necesitan a alguien? ¿No pueden hacerlo ellos?

-Ay no mamá, ¿cómo van a hacerlo ellos? ¿No sabes que es una de las firmas de abogados más importantes de España? No te haces una idea del nivel que hay ahí.

-Bueno hija, si te permite llevar la carrera, ya sabes que por tu padre y por mí no hay problema.-Mia le dio un beso a su madre y echó la cartera a toda prisa en el móvil.

-Me voy, que he quedado con Andrés. Luego te veo.- Sin esperar a que su madre se despidiera, salió a la calle al sitio donde la esperaba su novio. Desde aquel día, Andés la esperaba religiosamente aparcado en la puerta de su edificio. La chica se apoyó junto a él en el coche y, nada más besarle, empezó a hablar.

-Tengo que contarte algo muy muy muy genial.

El chico la miró frunciendo el ceño. No sabía a qué venía tanta emoción.

-¿Te acuerdas de Aarón? ¿El de la agencia? Me llamó la semana pasada diciéndome que estaban buscando en un bufete de abogados a una azafata para trabajar por las tardes de manera indefinida. Le dije que estaba interesada y que contara conmigo para la entrevista. He ido después de la universidad a hablar con ellos y…¡me han cogido!

Andrés no le devolvió ninguna de las sonrisas, lo que hizo que a Mia no se le escapara que no se alegraba tanto como ella de las noticias.

-Así que con lo difícil que me resulta verte, ¿ahora se nos va a complicar más?

-No, Andrés, claro que no. Tendremos todos los fines de semana para nosotros y si quieres incluso podemos comer juntos algún día.- La chica trató de contener la tristeza que le producía que su novio no se hubiera alegrado lo más mínimo.

-No entiendo por qué no me has dicho nada de esto y por qué no has contado conmigo a la hora de tomar una decisión. Mierda, Mia, ¡se supone que somos una pareja! No puedes decidir estas cosas que nos afectan a los dos tú sola. ¿Qué hay de mi opinión?-Andrés empezó a alzar la voz alterado. Mia intentó acercarse a él pero el chico le pegó un empujón para que se apartara. Dolida, la chica trató de hacerle entrar en razón.

-Andrés, tengo 20 años y quiero trabajar. Quiero ganar dinero y poder hacer cosas con él. Quiero ahorrar e independizarme. ¡Quiero sentir que progreso en la vida!

-¿Y qué hay de nosotros? ¿De tu relación?-Andrés la cogió por los hombros y la zarandeó mientras le gritaba.- ¿Es que no te importa que vayamos a vernos menos?

Mia, aguantando las sacudidas, trató de zafarse inútilmente.

-Por supuesto que me importa, no vayas a pensar que no. Pero quiero hacerlo. Suéltame, por favor. Me estás haciendo daño.

El chico la soltó bruscamente contra la puerta del coche.

-¿Que yo te estoy haciendo daño a ti? Cada día me sorprende más lo egoísta que puedes llegar a ser.-soltó Andrés sin mirarla. Seguidamente se volvió alzando el puño y, de un golpe, reventó el cristal de la ventana pasando el brazo junto a la cara de Mia. La chica contuvo un grito y Andrés se arrodilló en el suelo gimiendo de dolor mientras se agarraba el puño con los nudillos ensangrentados.

-¡¿Te das cuenta de lo que me haces hacer?!-Mia se arrodilló a su lado tratando de aguantar las lágrimas. Mientras con la otra mano Andrés la apartaba de su lado.

-Me he destrozado la mano por tu culpa. No hay forma de que me pongas nunca por delante de nada, todo lo que quieres lo haces sin importar por encima de quién tengas que pasar o a quién le hagas daño. Lárgate de una vez.

Mia hizo caso omiso y le rodeó con los brazos mientras lloraba junto a él.

-Lo siento, Andrés. Perdóname por favor.

Unos metros más arriba, la madre de Mia les observaba por la ventana.

MARA MARIÑO.

MARA MARIÑO.

Resiliencia. Capítulo 12: Jugando las cartas

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar

Capítulo 12: Jugando las cartas

Andrés explotó la que le pareció la milésima pompa de chicle que le ayudaba a mantener el hambre a raya y se giró por enésima vez en la noche. Aunque en la parte de atrás del coche seguían huérfanas las barritas de chocolate que había comprado para Mia, no había querido ni probarlas. Masticó el chicle con parsimonia. No le resultaba fácil coger el sueño por mucho que había reclinado el asiento del conductor. Que Mia tuviera el teléfono apagado tampoco había sido de mucha ayuda a la hora de tranquilizarle. Se encontraba en un estado de ansiedad por el que no había pasado nunca. La opresión en el pecho era tan intensa que le costaba respirar con normalidad. «Mia, ¿dónde estás?»

El reloj del coche marcaba las cinco y media de la mañana. No sabía cuánto faltaba para que amaneciera pero de un rato a esa parte la oscuridad le había parecido menos intensa. El chico se removió en su asiento incómodo. Solo quería que Mia llegara para disculparse y que todo volviera a estar bien. Se arrepentía de haber reaccionado así, pero ya no sabía como llamar la atención de su novia. Le daba la sensación de que la relación no le importaba nada, y aquello le carcomía por dentro.

Por fin vio aparecer a Mia. En vez de llamarla dejó que la chica se dirigiera a su casa para averiguar dónde vivía. Encendió el coche y siguió los pasos de su novia. Ella ni se había dado cuenta de que Andrés iba escoltándola por lo que, no fue hasta que se encontró frente al portal de su edificio, que el chico le dio las luces para saludarla. Mia dio un respingo y se le cayeron las llaves al suelo. A esa distancia a Andrés no se le escapó que la chica llevaba puesta una sudadera con la que no había salido de casa. Tras recoger el llavero Mia abrió la puerta de Andrés con cara de sorpresa. Estaba claro que no esperaba encontrarle allí.

-¿Qué haces aquí?

-Te dije que me quedaría hasta que llegaras para disculparme- El tono de Andrés era tranquilo-. No cogías mis llamadas ni leías mis mensajes. Me has tenido preocupado. Sube al coche por favor, caramelo.- Mia pareció dudar, pero, tras cerrar la puerta, rodeó el morro y se sentó al lado de Andrés.

-Estoy sin batería, pero lo que me quieras decir me lo puedes decir ahora.

-¿De quién es esa sudadera?-preguntó Andrés sin poder evitarlo. Un intenso aroma a colonia masculina emanaba de ella. Mia le puso mala cara.

-¿En serio esto es lo primero que me sueltas? Es de un amigo de la fiesta. Tenía frío y me la dejó. ¿Algún problema?-saltó la chica arisca.

-No, no, ninguno. Me alegro de que alguien haya evitado que te pusieras mala por ir tan desabrigada- el chico, viendo que Mia no se inmutaba continuó hablando-. Quería decirte que lo siento. Estuvo fuera de lugar y no volverá a pasar. Simplemente me pillaste en un mal momento, pero no quería pagarlo contigo. Es que no me esperaba que reaccionaras así con lo de la pintada en tu facultad. Únicamente quería hacerte sentir especial, Mia. En eso se basa ahora mi existencia. Solo quiero que conmigo sientas que estás dentro de una película.

Casi pudo notar cómo sus palabras conseguían el efecto deseado en Mia. La chica abrió los brazos y le envolvió en ellos. Andrés la rodeó con los suyos.

-Te quiero, caramelo.

-Yo también te quiero, chico de las coberturas- dijo Mia mientras hundía la cabeza en su pecho. Andrés la separó mirándola incrédulo.

-Es la primera vez que me lo dices- el chico la besó intensamente. Aquel era sin duda uno de los momentos más felices de su vida. Mia se separó esbozando una sonrisa.

-Alguna vez tenía que pasar, ¿no?- Al momento su gesto se tornó algo más serio- Aunque hay algo que te tengo que contar, no tiene la más mínima importancia, pero es mejor que lo sepas.

Andrés aguardó mientras notaba crecer un nudo en su estómago. No se le ocurría que podía querer contarle la chica.

-Después de leer uno de tus mensajes en casa de Fer, me vine abajo y me estuvo consolando. Yo estaba bastante afectada por lo que había pasado entre nosotros y él se mostró muy comprensivo conmigo.- Andrés notaba cómo la chica empezaba a irse por las ramas y presintió lo que se avecinaba a continuación.- Hubo un momento en el que nos quedamos muy cerca el uno del otro y…nos besamos.- Andrés contuvo el aliento. En ese momento el mundo para él había dejado de girar.-

-Fue una gilipollez- continuó Mia rápidamente viendo cómo se ensombrecía el gesto de su novio.- No tuvo ninguna importancia para mí, pero quería que lo supieras.

El nudo que se había formado en el estómago de Andrés se extendía ahora por todo su cuerpo junto a una agria sensación de odio que devoraba todo a su paso.

-Andrés, di algo.-Mia no parecía preocupada, como si para ella el tema no tuviera la más mínima importancia. Andrés, que hasta un minuto antes se encontraba masticando chicle rápidamente presa de los nervios, detuvo sus mordidas. Introdujo dos dedos en su boca y se sacó la bolita de goma húmeda. Los ojos de Mia le miraban como si le estuviera loco de atar. Aún no había visto nada.

Sin romper el contacto visual con su novia, alzó el brazo y pegó el chicle en la frente de la chica presionando con fuerza para que no se cayera. Mia, sin creerse lo que Andrés acababa de hacer se llevó la mano a la frente para quitárselo.

-Ni se te ocurra.-Siseó Andrés. Seguidamente cerró los seguros de las puertas de manera que Mia no pudiera salir del coche y haciendo caso omiso de las voces de la chica, arrancó el motor.

Después de media hora de viaje en silencio, Andrés detuvo el coche en una calle desangelada.

-Bájate del coche.-dijo sin mirar a Mia.

La chica sin mediar palabra, abrió la puerta y salió. Nada más bajarse, tiró el chicle que todavía llevaba pegado en la frente.

Andrés la vio mirando de un lado a otro buscando alguna indicación. El chico estaba tranquilo, tenía claro que Mia no tenía ni la más remota idea de dónde se encontraba y, si la chica quería volver a su casa, iba a tener que negociar con él. Por un momento los celos de imaginársela con otro, le abrasaron por dentro, pero no dejó que le dominaran, a fin de cuentas aquello había sido una niñería. Una niñería que le haría pagar cara. Tenía que actuar con sangre fría si no quería perderla.

Andrés arrancó el motor y pisó el acelerador hasta el fondo. Mia echó a correr detrás del coche que no tardó en dejarla atrás. Viendo como la silueta de la chica se hacía cada vez más pequeña en el retrovisor decidió dar un pequeño paseo. Con el móvil sin batería, sabía que Mia no podría orientarse y la parada de autobús más cercana estaba a veinte minutos largos a pie. Sí, seguramente estaría en el mismo sitio donde la habría dejado. Tras un rato dio la vuelta, pero la chica no se encontraba en el lugar donde debería.

Recorrió la calle hasta el final, pero Mia seguía sin aparecer. Manteniendo la calma empezó a circular por las calles paralelas. No podía haber ido muy lejos. Cuando la encontró, ella caminaba decidida a unas diez manzanas de donde la había dejado en un principio. Redujo la velocidad y bajó la ventanilla del copiloto.

-¿Quieres que te lleve a casa?- La chica apretó el paso sin dirigirle la mirada.- Que si quieres que te lleve a casa o prefieres seguir dando vueltas hasta que alguien poco recomendable se tope contigo- La chica pareció recular-. No seas cabezota y sube.

Mia se subió sin mirarle. Andrés sacó de la guantera un adaptador universal y lo enchufó en un puerto USB del coche.

-Enchufa el móvil y escríbele a tus padres, que estarán preocupados. Diles que vas a desayunar con tus amigos.

Mia no replicó y esperó a que el teléfono se iluminara. Tampoco es que la chica tuviera muchas más alternativas.

-Y ahora tú y yo vamos a hablar claro.-Andrés aparcó el coche donde un rato antes había hecho que la chica se bajara.- Eres una novia pésima, una niñata inmadura. Me río de tu relación con tu exnovio porque tú no sabes lo que es estar en una relación. Eres caprichosa, orgullosa y cabezona. Cuando necesito que me demuestres tus sentimientos nunca lo haces porque siempre pones tu puto culo por delante de todo. Esto que has hecho hoy solo demuestra la mierda de persona que eres-Andrés tomó aire.-. Pero aún así te quiero. Te quiero de una manera que no te puedes ni imaginar y estoy dispuesto a pasar por encima de todo este tiempo en el que te has portado conmigo como si fuera una puta basura. Estoy dispuesto a olvidarme de todo si me prometes cambiar. Pero tiene que ser un cambio real, tienes que demostrarme cada día que me quieres y hacer lo que yo te pida sin cuestionarme nunca nada. A cambio de eso, me tendrás a mí. Todo, solo tuyo y para siempre.

El chico terminó de hablar y miró a Mia. La chica miraba al suelo fijamente. Andrés la cogió de la barbilla y, alzando su cara, se enfrentó a sus ojos castaños. Los ojos de la chica amenazaban con lluvia de lágrimas.

-¿Qué me dices?

-Está bien- dijo ella tratando de aguantar el tipo-. Me esforzaré en demostrarte que te quiero.

Andrés asintió satisfecho.

-Lo primero de todo es que quiero que me la chupes.

Lo había soltado a bocajarro y la chica le miró incrédula.

-¿Cómo?

-Si me la chupas me vas a hacer sentir mejor, y es lo que necesito ahora mismo. Sentirme mejor después de la nochecita de mierda que me has hecho pasar, así que venga.- Andrés se bajó la bragueta.

Mia, con lágrimas en los ojos, se inclinó hacia la cintura del chico tratando de recordarse que todas las grandes historias de amor tenían algo de drama. Andrés mientras tanto se acomodó y dejó que Mia le relajara con la lengua. Puede que la chica no lo supiera todavía, pero, sin buscarlo, había dado con la clave para controlar a su rebelde novia, solo tenía que jugar bien sus cartas.

Resiliencia. Capítulo 11: No deberían hacerte llorar

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces

Capítulo 11: No deberían hacerte llorar

Las palabras de Andrés todavía resonaban en su cabeza cuando llegó a la casa de Fer. «Ojalá cojas un sida». «Ojalá cojas un sida». Habían formado un eco que se repetía en bucle sin parar. Se paró frente al portal enrejado. Más de diez años de amistad y seguía sin saberse bien la puerta del piso de su amigo. En comparación al modesto telefonillo de su casa, el de la urbanización de Fer tenía más edificios que un cuartel. Mia apoyó la frente contra el portal suspirando con impotencia.

No se sentía a gusto. Algo estaba fallando y podía notarlo interiormente. Aquello no iba bien y no sabía si alguna vez lo iría. Sus ganas de fiesta nunca habían sido menores. Cuando decidió que lo mejor sería volver a casa, algunos de sus amigos aparecieron por la esquina con botellas y un considerable pedo encima. Incluso con alcohol en vena sabían dónde marcar.

El griterío y la música se oían desde el bajo, y, teniendo en cuenta que el piso de su amigo era el octavo, aquello hablaba bastante bien de la fiesta. Fer les abrió con la misma tranquilidad que lo hubiera hecho si estuviera preparando uno de sus exámenes de ingeniería y no siendo el anfitrión de una fiesta de más de cincuenta personas. Aunque no llevaba ni cinco minutos, Inés ya le había acercado un vaso de sangría y se había llevado su bolso a una de las habitaciones.

Mia trató de echarle las ganas que no tenía a la velada y se sentó junto a Judith que se encontraba hablando de su cumpleaños con las otras chicas. Al instante la quemazón de la culpabilidad le atenazó por dentro. Volvió a disculparse con su amiga, pero Judith estaba demasiado bebida como para enterarse de nada por lo que se limitó a abrazar a Mia y a decirle cuánto la quería. La chica le devolvió el abrazo y empezó a sentirse un poco más ella misma. Al poco ya estaba en el centro del salón con Inés y Judith moviéndose al ritmo de Unstoppable de Afrojack. Cuando el móvil le empezó a vibrar insistentemente se apartó de la improvisada pista sabiendo que sería Andrés.

Una serie de mensajes del chico reventaron aquella pequeña burbuja de felicidad que había creado con sus amigas.

«Todavía no me creo que te hayas ido dejándome así, no sé quién te crees que eres»

«¿Piensas que alguien te puede querer una décima parte de lo que te quiero yo?»

«No te das cuenta de que lo que siento yo por ti no lo va a sentir nunca nadie»

Con un nudo en el estómago la chica se guardó el móvil y salió a la terraza. El aire fresco le sentó peor de lo que esperaba. Si buscaba consuelo le transmitió una amarga soledad.

-Siempre que pones esa cara suele ser porque, poco antes, has mirado el móvil.

Una voz grave la sacó de su ensimismamiento. Fer se acercó a ella con su vaso de sangría y se lo ofreció.

-Debe ser que solo te dan por ahí malas noticias-dijo el chico mientras se apoyaba a su lado en la barandilla. Viendo que Mia no contestaba, siguió hablando -. Te voy a decir una cosa, Mia. No te la voy a decir a malas ni porque te esté intentando lavar la cabeza, sino porque soy tu amigo, pero desde que estás con ese chico pareces distinta. Todos te notamos diferente-. Fer parecía no encontrar palabras para expresarlo con delicadeza- Te notamos más triste.

-Supongo que no puedo pretender que todo sea perfecto, ¿no?-replicó ella con amargura.

-En eso te equivocas. Lleváis poco tiempo. Este debería ser el mejor momento, en el que todo son citas, primeras veces, sorpresas, detalles… O al menos así debería serlo.

-Eres tan inocente. Así no es el mundo real Fer, las grandes historias de amor nunca tienen todo a favor, siempre hay un poco de drama. Quien bien te quiere te hará llorar.

-Y una mierda. No creo que tú merezcas eso. Si yo estuviera contigo haría que cada día fuera una gigantesca demostración de amor.

Fer lo dijo de pasada pero a Mia no se le escapó lo que pasaba por la cabeza del chico. Un año antes, en una fiesta parecida a aquella, Fer se le había declarado, pero ella le había rechazado. Por aquel entonces, no había noche que Fer no acabara liado con alguna chica. Aprovechaba que estaba en casi todas las discotecas de Madrid de relaciones públicas para engrosar agenda. Mia, en cierto modo lo entendía, a los dieciocho entrar gratis a los mejores reservados era lo más parecido al cielo, y si a eso le sumabas que Fer era uno de los chicos más guapos de su colegio, las calabazas no las veía ni en pintura. Fue por eso por lo que Mia no cupo en su asombro cuando Fer le dijo de tener algo serio. Le quería mucho, pero la forma de ser de su amigo le ‘repateaba’.

-Me estoy quedando fría. ¿Tienes una chaqueta?

Fer la condujo a su cuarto y se puso a tirar por el aire sudaderas hasta que dio con una que pudiera servirle a la chica. Tras ponérsela, Mia curioseó por la habitación de su amigo. Todos los pósters de mujeres medio desnudas de la FHM habían desaparecido de las paredes. Lo único que tenía ahora era una foto que ocupaba todo el cabecero de su cama del viaje que hicieron de fin de curso.

Mia se sentó en la cama. Estaba llena de libros y apuntes llenos de fórmulas. Estaba claro que en un año Fer había cambiado. No solo físicamente, que un par de centímetros de altura también había ganado, sino mentalmente. El chico que antaño era el depredador de las fiestas, estaba ahora sin interés por integrarse en la suya propia habiéndose quedado a estudiar el examen que tenía esa semana hasta que llegaron los primeros invitados.

El móvil de Mia volvió a vibrar.

«¿Cuántas pollas has comido ya?»

La chica leyó el mensaje mientras sentía arcadas. Apagó el móvil rápidamente y se le humedecieron los ojos. Intentó que Fer no la viera, pero el chico ya se encontraba escrutándola. Se sentó a su lado y la rodeó la espalda con el brazo.

-Nadie debería hacerte llorar nunca. Nadie, ¿me oyes? Y menos a quién consideras parte de una «gran historia de amor». No deberías estar con nadie que te haga daño. Mereces ser feliz.

Mia se abrazó al chico tratando de no perder el control de unas emociones que amenazaban con desbordarse por sus ojos. Fer se puso a acariciarle la cabeza mientras le repetía en voz baja al oído que merecía ser feliz. Mia se incorporó retirando con la sudadera unas lágrimas que le empañaban la vista antes de llorarlas. Fer se encontraba a unos centímetros de ella, tan cerca que la chica casi podía contar las rayas verde botella que cruzaban los ojos azules de su amigo. Jamás le había sentido tan cercano a ella. No físicamente sino que, por una vez, sentía que estaba viendo la verdadera cara de Fer. Y le gustaba. «A la mierda» pensó Mia mientras se acercaba más a él. Fer tomó aquello como una invitación y cogió la cara de la chica entre sus manos mientras la besaba cuidadosamente. Mia exploró los labios de Fer y al poco se separó.

-Creo que deberíamos volver- dijo mientras se ponía en pie. La chica sintió que no se refería solamente a la fiesta, sino a la realidad, esa realidad en la que ella estaba con Andrés y Fer solo era su amigo.

-Sí, no quiero que alguien apoye los vasos en la mesa de madera de ébano porque no encuentra los posavasos- añadió Fer para quitarle hierro al asunto.

Salieron en la habitación riéndose como tantas otras veces mientras un nuevo mensaje llegaba al móvil apagado de Mia.

«Lo siento, perdóname por favor. Soy un gilipollas. Te quiero. Te esperaré toda la noche aquí para disculparme si es necesario»

Ciudad por la noche. GTRES

Ciudad por la noche. GTRES

Resiliencia. Capítulo 10: Lo que te mereces

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo

Capítulo 10: Lo que te mereces

– Espero que hayas dejado todo tal y cómo te pedí- Raúl salió de la habitación cuando oyó que Andrés entraba por la puerta.

-Tranquilo. Luces apagadas, chanclas y toallas recogidas y persiana metálica echada. Todo lo demás que llevé está a buen recaudo en la mochila.

-Más te vale. Mi jefe es un hijo de puta y como se entere de que le he dejado las llaves a alguien para echar un polvo, me veo de vuelta al paro.

-Ni te rayes, que no va a pasar- Andrés le dejó las llaves en la mano y le dio una palmada en el hombro-. Mil gracias tio, te debo una.-Se dirigió a su habitación.

-¡Dos si cuentas la moto!- Raúl le siguió a la habitación- ¿No vas a contarme qué tal ha ido?

-Eres una maruja. Ahora mismo solo quiero dormir. Mañana hablamos.

-¿Te ha dejado seco, eh cabrón? Mejor. Me alegro por ti.

Andrés espero a que su amigo volviera a encerrase en la habitación y se tumbó en la cama. Tenía demasiadas cosas en la cabeza después de la velada que habían pasado. Se le aceleró el pulso al recordar como Mia había dejado el bikini por el suelo y se había acercado a él con determinación. No sabía cómo pero habían acabado tumbados en una de las estrechas camillas que se usan para masajes. Mia no había dejado de mirarle a los ojos en cada momento, ni siquiera cuando se puso el condón y entró en ella. Casi parecía que la chica no había querido perderse ni un detalle. Recordó como habían empezado lento para que después Mia se subiera encima de él para deslizarse de arriba a abajo. Sus manos no se habían soltado ni un momento.

Por mucho que se revolvía en la cama no conseguía conciliar el sueño. Quería gritar a los cuatro vientos que se sentía feliz. De pronto se le ocurrió una idea estúpida de esas que solo surgen cuando se está borracho o enamorado. Buscó en su cajón unas latas de spray para maderas que se había llevado del almacén de Sanz Manualidades, para pintar unos estantes del salón, y, procurando no despertar a su compañero, dejó el piso silenciosamente.

Cuando a las doce seguía sin recibir noticias de Mia, Andrés empezó a dar vueltas por el almacén como un animal enjaulado. Odiaba no saber nada de su novia, era algo que le volvía loco. Le sorprendía como todo el amor que le despertaba la chica se convertía en algo amargo que le quemaba en la boca y le recorría cada centímetro del cuerpo. Esta vez ni su Facebook arrojaba una pista de dónde se encontraba. Mia llevaba horas sin poner nada. Se imaginaba que debía de seguir dormida ya que sino no se explicaba no haber sabido nada de ella. Sebas le distrajo con un pedido que tenía que mandar a Segovia, algo que, a lo máximo, le mantendría ocupado unos 30 minutos. Al poco tiempo de empezar a tramitar el envío, sintió vibrar el teléfono. «Mia» pensó automáticamente mientras se llevaba la mano al bolsillo. La chica le había mandado por Whatsapp una versión para piano de Nothing else matters, de Metallica. Sin pararse a escucharla, llamó. Al cuarto toque la chica contestó.

-¿Qué tal?-preguntó entre susurros.

-¿Qué haces? ¿Por qué hablas bajito? ¿Dónde estás?- Andrés se alarmó. ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado con ella? ¿Tan difícil le resultaba tenerle al tanto?

-Estoy en las prácticas de televisión, no puedo hablar. ¿Te parece si hablamos luego?

-No, hablamos ahora.- Andrés se puso serio.- ¿Estás segura de que estás en clase? Porque yo creo que me estás mintiendo.

-Andrés, claro que estoy en clase. ¿Dónde iba a estar si no?

-No lo sé, tu sabrás… Lo que no entiendo es que si de verdad estás en clase no me hayas dicho nada de mi sorpresa.

-¡De verdad que estoy en clase y no puedo hablar! Me estás poniendo en un compromiso. No sé de que sorpresa hablas.-Andrés se planteó que quizás la chica le estaba diciendo la verdad.

-Si realmente estás en clase me habrías dicho algo de la sorpresa que te he dejado en la puerta del edificio.-Andrés aguardó la respuesta de Mia mientras la chica guardaba silencio.

-No he visto nada. Me encontré con una compañera de camino y entramos por la cafetería- La chica bajó la voz-. Luego lo miro, te lo prometo.

-No. Si de verdad estás ahí quiero que me lo demuestres, porque esto de tu amiga me suena muy raro a excusa recién sacada de la manga.

-Joder, Andrés. Te estoy diciendo la verdad. La chica no había desayunado y se cogió un café. ¿Puedes dejar de rayarte tanto con todo?

-¡No! No puedo. Porque no paras de hacer cosas raras y no me cuentas nada. Así es imposible tener algo contigo. Si de verdad esto te importara, saldrías de esa clase e irías a ver lo que te estoy diciendo para dejarme tranquilo. Porque salirte un segundo y volver no te cuesta nada y para mi significa mucho. -Andrés pensó la sencillez de su lógica y Mia debió de pensar lo mismo porque la oyó resoplar al otro lado del teléfono.

-Está bien- La chica cedió al fin-. Voy a decir que voy al baño. Luego hablamos.

-Mia, espero que no tardes más de unos minutos porque no quiero pensar que en realidad estás en otro sitio.

-Te estoy diciendo la verdad, Andrés.-La chica sonaba dolida.- Hablamos.

Andrés colgó el teléfono. Sebas le llamó la atención recordándole el envío de Segovia, pero Andrés hizo oídos sordos. Se moría de ganas de que Mia descubriera su sorpresa. Le habría encantado estar ahí viendo la cara de la chica cuando saliera de la facultad y viera las tres palabras que le había escrito con spray en las puertas acristaladas. Había sido demasiado sencillo, aunque haberlo hecho en una zona que solo estaba habitada por estudiantes durante las horas del día había facilitado las cosas. Por fin su teléfono volvió a vibrar. Mia le había enviado una imagen. Andrés la abrió. Definitivamente la frase ganaba de día. Cada letra de «Todo contigo, Caramelo» ocupaba una de las transparentes puertas, por lo que se veía a ambos lados del edificio. Aunque la pintura no quedaba tan lucida en el cristal como en la madera de su salón, era lo más adecuado que había encontrado. Mia había acompañado la imagen con un pie de foto: «¿Sabías que la multa menos grave por pintar un grafiti es de casi 800 euros?». Andrés miró incrédulo el teléfono. No podía creerse que aquella niñata le hubiera puesto eso. La respuesta se le vino a la mente al instante.

-¿Sabías que eres una zorra?

Aunque al segundo de mandar el mensaje se había arrepentido y no había tardado en disculparse, se ganó el enfado de Mia. Nada más terminar la jornada cogió el coche para ir a buscar a la chica. Aparcó en el mismo lugar donde la había esperado por primera vez. De camino había comprado en una gasolinera un par de snacks de chocolate. Sabía que eran la debilidad de Mia y esperaba que ayudaran a la chica a olvidarse del mal trago. Por mucho que ella le había dicho que no quería verle, acabó bajando a donde se encontraba aparcado. Andrés la vio aparecer subida a unas sandalias de tacón y con un vestido demasiado ligero para una primavera en la que todavía apretaba el fresco.

-¿A dónde vas?- Preguntó sin saludarla.

-Tengo fiesta en casa de Fer. Nos ha invitado a los del grupo y no sé si luego saldremos de fiesta. ¿No tienes nada más que decirme?

-Ya me he disculpado cincuenta veces. Si no pillas una broma no es mi culpa. Y no entiendo por qué tienes que ir a esa fiesta precisamente hoy que nos ha pasado esto.

-Que me insultes no es una broma ¿sabes? A mi me ha sonado muy en serio. Y aunque lo hubiera sido no me gusta que me digas eso de ninguna forma.- La chica no había dicho nada del plan de la noche y Andrés no lo dejó pasar.

-¿De verdad vas a salir de fiesta estando mal con tu novio?

-Andrés, no estamos mal. Estamos hablándolo. No tiene más vueltas.

-Pues para mi si las tiene. Si fueras una buena novia entenderías que ahora te necesito a mi lado- Andrés trató de convencerla de buenas acercándose a ella.-. Estás preciosa. ¿Por qué no dejas que te invite a cenar a un sitio especial y hacemos después las paces en el asiento de atrás del coche?

-No, ya he dicho que iba a ir. No voy a darle plantón a mis amigos por una tontería. De verdad, no te preocupes.

-No es una tontería. ¿Prefieres a tus amigos antes que a mí? Dice poco de tus sentimientos.

-Dice menos de ti que me hagas elegir.-La cabezonería de Mia sacó a Andrés de sus casillas.

-No me quieres una mierda. ¡No me puedo creer que vayas a dejarme tirado en un momento así!

-¡A mí no me eches la culpa de esto! Has sido tú el que me ha llamado «zorra».

-¡Era de broma! ¿Por qué eres tan imbécil?

-¡Dios! ¿Lo ves? ¡Otra vez me insultas! -Mia se alejó de él y bajando el tono se puso seria.- Yo no quiero esto Andrés. Así no. Así que espero que esta noche pienses en cómo me estás tratando- Echó un vistazo al móvil.-. Me marcho ya, no quiero llegar tarde a casa de Fer.

-Eso suponiendo que realmente vayas a esa supuesta fiesta con todos tus amigos y no me la estés liando.

-Ya basta, Andrés -La chica intentó darle un beso pero él apartó la cara. La rabia que tenía dentro amenazaba con desbordarle y liarse a puñetazos con todo lo que le rodeaba. Trató de contenerse pero no pudo evitar soltar una última granada.

-Ojalá cojas un sida, que es lo que te mereces.

Amor. MARA MARIÑO

Amor. MARA MARIÑO