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Resiliencia. Capítulo 9: Todo contigo

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Mia tiene 20 años, compagina sus clases en la universidad con su nuevo trabajo de azafata de eventos mientras saca tiempo para ver a Hugo, su novio adicto al gimnasio. Andrés a sus 28 años parece que tiene la vida resuelta con un trabajo fijo en una empresa de repostería y una relación de más de cinco años. Acaban de encontrase y ninguno sabe lo que se les viene encima.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos

Capítulo 9: Todo contigo

Al coger el móvil y ver más de diez mensajes y una llamada de Andrés, Mia se temió lo peor. Había quedado con sus amigos a tomar algo y ni se había dado cuenta del tiempo que había pasado. Tras despedirse de Inés y lanzar besos al aire salió corriendo de la cervecería y llamó a Andrés. A Mia nunca se le había hecho tan larga una hora al teléfono. Después de explicarle que solo había salido a por unas cervezas no había manera de que Andrés se tranquilizara respecto a ella, algo que continuó las semanas siguientes. Cada vez que ella quería salir o quedar con unos amigos despertaba el nerviosismo de Andrés. Era algo que la chica no entendía, pero él parecía no querer dejarla nunca sola.

-Mia, me gustas demasiado. No hay nadie con quien esté mejor que contigo.-Andrés no paraba de repetírselo mientras ella trataba de hacerle entender que también quería espacio para así poder echarle de menos.

La gota que colmó el vaso fue el cumpleaños de Judith, otra de las chicas del grupo. Habían ido todos a cenar a un centro comercial para salir después de fiesta. En medio de la cena empezó a sonar su teléfono sin parar. Viendo que la llamada era de Andrés, Mia puso el móvil en silencio. Era el cumpleaños de una de sus mejores amigas y no le parecía el mejor momento para ausentarse, por lo que decidió devolverle la llamada después de la cena.

-¿Quién era, Mia?-preguntó Inés oliéndose la respuesta.

-Andrés, pero ya le llamaré luego.-dijo ella mientras posaba para el selfie cumpleañero que estaba haciendo Inés.

Después de varias llamadas silenciadas y algún que otro botellín de cerveza, salieron del restaurante listos para comerse la noche o incluso repetir al día siguiente si fuera necesario. Mia iba abrazada a Fer y a Judith cuando se topó con Andrés en la puerta del centro comercial. La mirada del chico era gélida.

-Buenas noches, Mia- dijo él mientras le cogía la cara y le plantaba un beso en la boca sin que Mia tuviera tiempo ni a decir «Hola».- ¿No me presentas a tus amigos?- Andrés soltó el brazo de Fernando que mantenía sujeto a la chica y pasó el suyo alrededor de ella. Judith, Fernando y los demás del grupo miraban la escena esperando la reacción de Mia.

-Hola Andrés, ¿qué tal? Soy Inés. Mia nos ha hablado tanto de ti…-Inés irrumpió efusivamente dándole dos besos para romper el hielo. Mia le fue presentando a los demás del grupo mientras seguía preguntándose qué hacía el chico ahí y como era posible que hubiera dado con ella.

Tras las presentaciones de rigor, todos se encaminaron al metro para ir a la discoteca. Mia y Andrés cerraban la comitiva.

-¿Por qué no has cogido mis llamadas?- preguntó el chico mientras la llevaba agarrada contra él.

-Estaba en el cumpleaños de mi amiga, no quería que nadie le robara el protagonismo. Y no hace falta que me cojas tan fuerte, que voy perfectamente.- Mia se zafó de su brazo y continuó andando a su lado.

-¿Sabes acaso para qué te llamaba?- Andrés empezó a parecer enfadado, pero bajó la voz para que sus amigos no oyeran la conversación- Tenía algo especial preparado para esta noche.

-¿Ah sí? Pues que pena, yo ya tenía planes. Te dije que era el cumpleaños de Judith.

-Ya has estado con ella, y lo menos que puedes hacer después de tener semejante feo pasando de mí es compensarme.

-¿Cómo?- Mia se detuvo incrédula – ¿Compensarte de qué? Es el cumpleaños de mi amiga y lo lógico es que esté con ella.

-Cierto, pero lo lógico es también que hagas caso a tu novio y no pases de él como de la mierda. ¿Crees que así funciona una relación, Mia?

-No creo que funcione haciendo siempre lo que a ti te da la puta gana-replicó ella. Andrés la miró cabizbajo y suavizó el tono.

-¿Sabes por qué te había llamado? Llevaba una semana organizando algo que no dependía de mí totalmente. Y no sé por qué pero el universo se ha puesto de acuerdo para que pasara esta noche. Sé que tienes lo de tu amiga, pero quería darte la sorpresa. Como no conseguía contactar contigo ví que te etiquetaron en una foto en la que salía la ubicación del restaurante, así que quise venir a buscarte. Pero no quiero que te sientas obligada. A fin de cuentas tú decides lo que haces.

-Mia, ¿vienes o qué?- Fernando la llamó a lo lejos. El grupo se había detenido en la entrada del metro esperando a que la chica se despidiera.

Mia miró al grupo y giró la cabeza hacia Andrés, que la miraba con una mezcla de ilusión y lástima. La chica suspiró para sus adentros rezando por que su decisión no la metiera en más problemas.

Cuando veinte minutos después llegaron Mia no reconoció el lugar.

-¿Un spa?- dijo mientras trataba de contener la risa viendo la persiana metálica echada. -Creo que a estas horas va a ser difícil que nos den cita para un masaje.

-Lo importante no es el momento sino el modo- dijo Andrés mientras sacaba de su bolsillo un manojo de llaves.

-Pero, ¿cómo…?- Mia presenció incrédula como Andrés subía la persiana ante sus narices. El chico la invitó a pasar y según entraron volvió a cerrar la persiana tras ellos. El interior del spa estaba oscuro. Mia reconoció el olor característico de sales de baño e incienso y casi automáticamente se relajó. Mientras tanto Andrés andaba buscando algo a su derecha. Tras un chasquido, las luces de la recepción del centro se encendieron y Mia puedo apreciar el interior. Estaba decorado como un templo asiático lleno de budas y divinidades con muchos brazos. Andrés se volvió hacia ella con varias cosas en la mano.

-Bikini, toalla y chanclas. El bikini te lo puedes quedar, pero la toalla y las chanclas tienes que dármelas a la salida- seguidamente le indicó dónde estaba el vestuario femenino-. En cuanto estés lista sal por la puerta que está al final. Nos vemos allí.

Mia no terminaba de creerse que aquello estuviera pasando. En esos momentos el cumpleaños de Judith era el último de sus pensamientos. Tras quitarse la ropa y dejarla amontonada a un lado cogió el bikini que Andrés le había dado. Le quitó las etiquetas sin apenas fijarse en el traje de baño y se lo puso. Por muy sueltos que había dejado los nudos de los laterales, la braga le quedaba minúscula y apenas le tapaba nada. Mia se fijó en la etiqueta que había arrancado y se lo explicó al ver que se trataba de una talla 38. La parte de arriba en cambio le quedaba perfecta. Impaciente se enrolló la toalla alrededor del cuerpo y cruzó la puerta que le había descrito Andrés. Nada más salir se encontró en una sala decorada como un templo en ruinas con vegetación natural saliendo de las grietas de las paredes. La única iluminación procedía de las decenas de velas que Andrés se encontraba colocando en el suelo alrededor de una gigantesca piscina termal. La chica le llamó desde el otro borde.

-¿Pero qué es todo esto?

-Te dije que tenía algo especial- dijo Andrés esbozando una sonrisa de felicidad. El chico dejó la última vela y se metió en el agua-. Esta es la piscina templada, pero también tenemos la de agua fría, la de agua caliente, sauna y baño turco- enumeró. Después se acercó braceando a los pies de Mia-. ¿Entras o te vas a quedar ahí plantada hasta que se nos derritan las velas?

La chica, sabiendo que los ojos de Andrés seguían cada uno de sus pasos, dejó la toalla en uno de los colgadores de la pared y entró en la piscina lo más dignamente que la braga del bikini le permitía. El agua estaba sencillamente perfecta. Lo suficientemente caliente como para relajar todo su cuerpo pero no lo bastante como para quemarle la piel. Mia dio un par de brazadas y seguidamente rodeó a Andrés. Con el agua cubriéndola se sentía más tranquila. No tenía complejos de su cuerpo. Venía de una familia de mujeres curvilíneas y siempre se había aceptado y querido tal cual era, pero el minúsculo trozo de tela no terminaba de hacerla sentir cómoda. Andrés la miraba como si fuera un tiburón y se dispusiera a pegarle un bocado de un momento a otro.

-Ese bikini te queda genial, caramelo- dijo-. ¿Has visto que bueno soy adivinando tallas?

-En realidad te equivocaste con la parte de abajo.- Andrés estalló en carcajadas que botaron por el silencioso spa.

-Si eso es lo que quieres pensar…- dijo mientras se acercaba a ella en busca de un beso. Mia se lo dio de buena gana y le rodeó el cuello con los brazos. Andrés se zafó de ellos y la agarró mientras la giraba contra el borde. La chica se clavaba el saliente de la piscina en la tripa, pero solo podía pensar en la boca de Andrés bajando por su nuca y por su espalda. Si en un principio el agua de la piscina le había parecido agradable, en esos momentos la notaba hervir. Cuando Andrés terminó de marcarla a besos la volvió a girar apretando su cuerpo contra el de ella. Mia aprovechó para deslizar sus manos por su pecho. El agua de la piscina les llegaba un poco por debajo de los hombros, por lo que tuvo que sumergirlas. Andrés tenía los hombros anchos. No tenía los pectorales ni la tripa definida, pero, después de su experiencia con Hugo, a Mia no le importó lo más mínimo, al contrario. Le encantaba su naturalidad. Entendía que Andrés prefiriera pasarse una tarde viendo series antes que levantando pesas mecánicamente, algo que a su parecer, aportaba menos que nada. Cuando Andrés empezó a explorar el interior de su bikini, Mia empezó a hiperventilar. Aquello estaba pasando demasiado rápido y no sabía si era el calor o las manos de Andrés pero no era capaz de pensar con claridad por lo que en un destello de lucidez, frenó las manos del chico.

-Andrés… para- Él se detuvo al instante-. Es que no estoy segura, está pasando todo muy rápido.- Él la miró largamente y se apartó. Tratando de serenarse el chico se pasó las manos por la cabeza humedeciendo sus rizos. Ni siquiera el agua conseguía que se le quedara el pelo liso.

– Ojalá dejaras de pisar el freno. – Andrés se salió del agua sin que Mia pudiera detenerle y buscó algo en una mochila que había dejado en el borde del baño. Seguidamente apuntó con un mando al techo y el sonido de violines se mezclo con los vapores.- Han pasado semanas y sigues sin entender la magnitud de esto, sin hacerte una idea de todo lo que siento por ti, de que no quiero perder un solo momento de mi vida lejos de tu lado. Quiero tenerlo todo y quiero tenerlo contigo- Mia aguantaba la respiración mientras reconocía la canción que sonaba de fondo-. Te quiero, Mia- declaró Andrés mientras Steven Tyler acompañaba de fondo sus palabras con Don´t wanna miss a thing.

La chica notó como se le encogían las tripas. Tomó aire profundamente y salió del agua dirigiéndose hacia Andrés. Por el camino soltó los nudos de la braga del bikini y se quitó por la cabeza la parte de arriba.

– Dame un beso- pidió ella.

– Te daría el puto universo si me lo pidieras.

 

Baños turcos. HAMMANALANDALUS

Baños turcos. HAMMANALANDALUS

 

Resiliencia. Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Mia tiene 20 años, compagina sus clases en la universidad con su nuevo trabajo de azafata de eventos mientras saca tiempo para ver a Hugo, su novio adicto al gimnasio. Andrés a sus 28 años parece que tiene la vida resuelta con un trabajo fijo en una empresa de repostería y una relación de más de cinco años. Acaban de encontrase y ninguno sabe lo que se les viene encima.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan

Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos

Cuando al día siguiente Mia le comunicó que, oficialmente, había roto con su novio, Andrés alzó un puño tirando al suelo el bol de pasta que estaba compartiendo. Su compañero de piso se asustó por la reacción de su amigo.

-¿Qué pasa, macho?
-Ha dejado a su novio por mí -dijo ufano mientras recogía los macarrones que estaban desperdigados por la alfombra.
-Enhorabuena tío. Ya me la presentarás. -Su amigo le dio una palmada en el hombro y se unió a Andrés en la recogida de comida. Tras dejar el bol en la cocina Andrés sintió la necesidad de verla urgentemente.
-Raúl, ¿me prestas la moto? -Un ruido de llaves chocando contra la mesita baja del salón llegó hasta él.
-Ya sabes dónde está aparcada.

Según llegó a la facultad de Ciencias de la Información la dejó aparcada en la puerta. Apenas tenía una hora libre para comer y ya casi había pasado. Le quedaban unos minutos antes de que Sanz le llamara dándole por culo recordándole que tenía que entrar a las tres. Entró a la facultad y se dirigió a la ventana de información.
-Buenos días, ¿podría mandar un mensaje por megafonía? Es una emergencia familiar.

Cuando Mia llegó a la ventana de información, su cara era de sorpresa hasta que vio a Andrés. El chico supo al instante que ella le seguiría la corriente.
-Mia, es tu abuelo. Tenemos que irnos. -La chica, manteniendo el semblante serio, cogió uno de los cascos de moto que Andrés llevaba enganchado del brazo y se dirigió a la puerta.
Cuando salieron ella siguió andando hacia el aparcamiento. Andrés la seguía de cerca. No entendía a qué venía tanta prisa. Mia ya sabía de sobra que todo había sido para sacarla de clase.
-¿Qué cojones ha sido eso? -dijo ella sentándose en el borde de la acera, lo bastante alejada para que no les viera el bedel.
-He leído tu mensaje, quería que me contaras como ha sido. -dijo él tranquilo. Le lanzó una sonrisa mientras ella seguía taciturna.
-¿Me has sacado de clase para decirte algo que podría haberte contado más tarde? -Andrés alucinó. ¡O sea que estaba enfadada por haberle hecho salir! No se lo podía creer. Él había ido con toda la ilusión del mundo a verla y lo único que recibía por su parte era un jarro de agua fría.
-Bueno, yo entro ahora a trabajar… Entonces no podríamos habernos visto hasta más tarde. -dijo él tratando de justificarse.
-No es excusa, no puedes hacer esto. No puedes llegar y sacarme de clase como si nada. Esto es mi futuro ¿sabes? Tú el tuyo ya lo tienes, pero yo aún estoy construyendo el mío… -Andrés explotó sin dejarle acabar la frase.
-No me puedo creer que seas tan desagradecida. He hecho esto porque me moría por verte. Y sí, soy tan pasional que quería que me contaras en persona cómo has hecho para volver a ser libre. Fíjate si me interesas, Mia… ¿Por qué tienes que ser tan racional? Simplemente me he dejado llevar por mis sentimientos. -Notó cómo sus palabras empezaban a calar en ella hasta que al final la chica se puso en pie y se acercó a él.
-Tienes razón. Ha sido un gesto bonito. No me lo tengas en cuenta, es solo que no estoy acostumbrada a tanta… espontaneidad.
-Claro, claro, tu ex no estaba tan zumbado por ti, ¿no? ¿Es eso? -dijo él alzando la voz. Seguía molesto por el recibimiento frío de la chica.
-No Andrés, no es eso. No quiero hablar de Hugo. Ya no estamos juntos y eso es lo que importa.
-¿Le has dicho que le dejabas por mí? -preguntó cortándola otra vez mientras le clavaba la mirada. Ella la retiró y supo que no le iba a gustar la respuesta.
-Le he dicho la verdad, que no funcionaba y que no podía estar con alguien que no me hacía “mariposas” en la tripa.
-O sea que no sabe nada de que ha sido por mí -atajó.
-No le he dejado por ti, Andrés. Hemos roto porque no funcionaba.
-¿Y qué vas a hacer ahora? -demandó él.
-Pues no lo sé… creo que deberíamos tomarnos un tiempo de recuperación. Ya sabes… Los dos hemos estado emparejados mucho tiempo y no creo que empezar de repente sea una buena idea. Necesitamos salir, conocer gente, airear las sábanas antes de que volvamos a meter a alguien en ellas. -Andrés la miró incrédulo.
-¿Cómo que un tiempo? ¿Quieres ver a otra gente? Yo he dejado a mi novia por ti. -Las dudas de la chica le exasperaban. Había movido cielo y tierra para estar con ella y ahora se le iba de las manos.
-Yo nunca te dije que fuéramos a empezar nada. Estamos conociéndonos y pasar de cero a cien es una locura.

Andrés se alejó dolido. No podía creer que aquello estuviera sucediendo. De pronto sintió rabia. Tenía ganas de coger aquella moto que ni siquiera era suya y escapar de todo. Pero no podía. Fuera a dónde fuera sabía que sus pensamientos seguirían atados a ella de una manera o de otra. Notó como unos brazos le rodeaban la cintura y como una cabeza morena se acomodaba en su pecho.

-Andrés…di algo -pidió Mia en un susurro.

El chico le quitó los brazos y aún sujetándolos la cogió de ambas manos. Levantaría las cartas. Era o en ese momento o nunca.

-Mia, lo que he visto en ti no lo he visto nunca. He quitado de mi vida todo lo que me impedía estar contigo y solo quiero tenerte, aunque sea sin frenos y cuesta abajo y nos demos una hostia. Si eres tú quien se la pega conmigo, dolerá menos el golpe. Pero si no estás dispuesta a aprovechar esta oportunidad, me voy, porque no quiero perder el tiempo. Ya no soy un niñato de veinte años. Soy un hombre que tiene claro lo que quiere y es a ti, pero si no puedo tenerte te dejaré en paz y seguiré con mi vida.

Pensó en las conversaciones de la feria de manualidades, en su abrazo de despedida, en aquella escapada tan loca a Barcelona que le había sabido a días aunque se hubieran tratado de horas y supo que por la cabeza de la chica estaba pasando lo mismo.

-Está bien – dijo ella al fin-. Veamos a dónde va esto.

Andrés la abrazó contra sí. Mia respondió de buena gana hasta que notó que algo vibraba contra su cadera.

-¿Tanto te alegras? -dijo ella mirándole descaradamente la entrepierna.
-Joder, ¡es Sanz! -Andrés descolgó el teléfono. -Sí, sí, estaba yendo para allá pero ha habido un accidente en la M-30… han tenido que atender a una epiléptica –dijo mientras le guiñaba un ojo a Mia -. Perfecto, ahora te veo. –Tras colgar miró con pena a la chica- Me voy, caramelo. ¿Tú qué vas a hacer?
-Ahora que ya he salido iré a casa o algo. No es plan de que vuelva a entrar.
-Vale, ¿hablamos luego? -dijo mientras bajaba la moto a la carretera.
-Sí. Luego nos vemos. -Mia se giró para marcharse pero Andrés la detuvo.
-¿No vas a darme un beso?- dijo el chico- Ahora ya no tienes excusa.
-¿Aquí? ¿En un parking de motos?- Andres bufó internamente. Otra vez la lógica Mia que nunca se dejaba llevar por el momento.
-Sí, aquí. ¿Qué tiene de malo?
-Pues… que es un primer beso.-titubeó Mia como si aquello lo explicara todo.
-Lo especial de un primer beso no es el sitio sino con quién te lo des.

Cuando más larga se le hacía la tarde era a partir de las cinco, cuando ya no tenía nada más que hacer. Pero aquel día no podía de parar de dar vueltas por el almacén subiendo y bajando cajas simplemente cambiándolas de sitio. Estaba extasiado, pletórico, se sentía ligero y efervescente, como si por dentro tuviera las burbujas de todo un stock de Coca-Colas. Rememoraba una y otra vez el beso con Mia. Había empezado con un roce casi hasta tímido y por poco tienen que separarles con agua hirviendo de las ganas que acabaron poniéndole al beso. Lo volcaron todo: los días de espera, la tensión creciente, la química más que evidente de cada roce y mirada… Y tenía ganas de más. Aquello le había sabido a tan poco que, mentalmente, ya se estaba organizando para ir a verla en cuanto saliera del trabajo.

-¿Qué haces en tres horas, caramelo? -El chico escribía el whatsapp cuando se percató de la imagen de perfil de la chica. Mia todavía tenía la foto con su ex novio. Andrés sintió sus entrañas hervir de rabia.
-¿Se puede saber por qué todavía tienes esa foto? Porque es como si dijeras que aún estáis juntos y te recuerdo que estás conmigo.

El chico se mordió las uñas tratando de tranquilizarse. Mia seguía sin aparecer en línea y su preocupación iba en aumento. No tenía ni idea de cuándo había visto el teléfono por última vez al tener oculta la hora de conexión más reciente.

-Caramelo, necesito que te pongas la hora de conexión. No me gusta sentirme así de intranquilo.

No había manera. Andrés trató de contener su imaginación que ya iba kilómetros por delante de él. ¿Y si había vuelto con su ex? ¿Y si estaban juntos en ese momento? La duda le estaba matando por dentro.

-Mia, ¿qué haces? ¿Dónde estás?

Era el cuarto mensaje y no quería escribirle más. Se puso a buscar a la chica en las redes sociales y la encontró en Facebook donde también salía con su ex novio en la foto de perfil. Andrés mandó la solicitud de amistad e inmediatamente volvió a escribirle al Whatsapp.

-¿En Facebook también? No me jodas Mia…

Viendo que la chica seguía sin contestar, tiró con rabia el teléfono. Si ella esperaba que toda la relación fuera así, lo tenía claro.

Caída de una montaña rusa. PUBLICDOMAINPICTURES.NET

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Resiliencia. Capítulo 5: Colisión

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Mia tiene 20 años, compagina sus clases en la universidad con su nuevo trabajo de azafata de eventos mientras saca tiempo para ver a Hugo, su novio adicto al gimnasio. Andrés a sus 28 años parece que tiene la vida resuelta con un trabajo fijo en una empresa de repostería y una relación de más de cinco años. Pero ninguno sabe lo que se les viene encima.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión

Capítulo 5: Colisión

Mia masticaba a toda prisa el último cupcake que le había regalado uno de los talleristas mientras hacía que buscaba algo agachada tras el mostrador. Cuando oyó al de las coberturas llamándola, tragó corriendo sobresaltada mientras se ponía en pie rezando por no tener en la boca alguna mancha de chocolate. Últimamente se pasaba por su puesto más de lo que a ella le gustaría. Un chico cabizbajo le acompañaba. Lo primero que pensó de él fue que parecía tímido, lo segundo le vino a la mente cuando cruzaron la mirada. “Tiene ojos de lobo” pensó preguntándose de dónde podía venirle un pensamiento como aquel.

Tras presentarse cordialmente y darse los dos besos de rigor, Sanz se marchó a atender una llamada. La conversación fluyó educada. Ella le contó sin mucho interés que trabajaba de azafata mientras estudiaba la carrera. Al poco de que el chico de las coberturas le dijera que tenía una banda de rock y que era fotógrafo, su interés por la conversación empezó a aumentar. A Mia le apasionaba la gente creativa.

Cuando quiso darse cuenta, era la hora del próximo taller. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme por dejar la conversación que ahora versaba sobre sus grupos favoritos, ya que coincidían en la mayoría de ellos.

-¿Estarás aquí todo el finde?- preguntó Andrés.

-Sí- dijo ella con resignación- no me dejan moverme ni para mear. Literalmente. Tengo que hacer pis en esta botella de aquí-dijo mientras sacaba del mostrador la botella de agua que usaba para humedecer las bayetas.

Viendo la cara de susto que puso el chico, supo que había llegado lejos con el chiste.

-Es broma, pero lo que si es cierto es que este es mi puesto en la feria- le dijo. No sabía si había sido sensación suya o realmente le parecía que él se quitaba un peso de encima.

-Genial. Luego me paso a verte entonces y seguimos discutiendo por qué mi McCartney siempre será mejor que tu Lennon.-dijo él mientras se alejaba después de guiñarle un ojo.

-¡Eso nunca!- remató Mia alzando la voz para que la oyera mientras se alejaba.

Siguió con la vista sus pasos renqueantes según enfilaba el pasillo. Iba con las manos en los bolsillos, lo que hacía parecer sus pitillos aún más caídos. Para completar sus aires de rockstar llevaba una camisa de cuadros que parecía hecha para él.

Le llamaba la atención lo rápido que se le pasaba la feria cada vez que el chico de las coberturas sacaba un rato para hablar con ella. Incluso cuando estaba liada recogiendo los restos de algún taller y no podía pararse a hablar, él le dejaba una Coca Cola o una chocolatina en la mesa. Y si dejaba de acercarse, empezaba a echar en falta su conversación.

-Hasta mañana, caramelo-dijo él mientras se colgaba una cartera del hombro y se dirigía a la salida. ‘Caramelo’ había sido el mote que Andrés le había puesto tras descubrir que ambos eran fans de Pereza. Ella se sintió un poco decepcionada al ver que no le pedía el teléfono. Al instante se recriminó pensando en lo gilipollas que era. Su novio estaría fuera esperándola.

Cuando al día siguiente no le vio aparecer hasta el mediodía tenía una mezcla entre alivio y enfado.

-¿Dónde te habías metido?-preguntó Mia tratando de disimular el mosqueo.

-Al imbécil de mi jefe se le habían olvidado las coberturas en el almacén. Adivina quién ha tenido que ir a buscarlas- dijo él. Ahora tenía sentido por qué Sanz se había pasado toda la mañana de un lado a otro de la feria pegando voces al teléfono.- ¿Me has echado de menos, caramelo?- dijo él cruzándose de brazos y apoyándose en el mostrador con una sonrisa torcida de suficiencia.

“¡Con lo tímido que parecía ayer!” pensó ella alucinada.

-Desde luego que no- exclamó Mia retirando con violencia los cuadernos que habían quedado bajo los brazos de Andrés.

-Pues yo estoy casi seguro de que sí, al igual de que estoy casi seguro de que te preguntaste por qué no te pedí el número.

Ella trató de reprimir un bufido.

-Aunque me lo pidieras no te lo daría- replicó Mia sin salir de su asombro. ¿Es que ese chico tenía una ventana a su cerebro?

-¿Por qué no?- dijo él curioso mientras se inclinaba más hacia ella.- ¿Es porque no quieres admitir que te gusto?

-Pues claro que no me gustas.-dijo la chica tratando de parecer serena.- Llevas ‘peligro’ escrito en la frente.

Mia trató de no retirarle la mirada. No quería sentirse intimidada. Andrés, en vez de tomarse aquello como una invitación para marcharse, se inclinó más hacia ella. El pelo le colgaba a ambos lados de la cara y, del enfado, no fue consciente de que Andrés alzaba como hipnotizado una mano hacia su cara y enrollaba un mechón de su melena entre los dedos. Ella se apartó sobresaltada como si hubiera recibido un calambre.

-¡¿Pero qué haces?!-gritó y un par de personas se giraron a mirar a qué se debía el revuelo.

Andrés parecía tan sorprendido como ella, como si en vez de haber actuado a propósito lo hubiera hecho inconscientemente. Con la respiración acelerada trató de sonar serena. -No vuelvas a hacer eso nunca, ¿me oyes?

-¿El qué? ¿Un ricito?

-¡Sí! ¡Un ricito! Algunos estamos aquí trabajando.

-Pues no serás tú, según el horario de la feria, no tienes nada hasta las cuatro- dijo él con sorna. Si en algún momento parecía amedrentado por la reacción de Mia, ya se le había pasado.

-Quiero empezar con las cuentas del día, así me iré antes cuando se acabe la feria.

-Pues yo no quiero que la feria acabe nunca, Mia-dijo él clavándole la mirada.

Desde el incidente del mechón de pelo, Mia no podía pensar con claridad. Se sentía desubicada, como si alguien le hubiera descolocado las piezas de la ordenada forma en que veía el mundo. Nunca se sintió tan agradecida de ver a Sanz como cuando este apareció para llevarse a Andrés a negociar con los comerciales de una empresa de utensilios de cocina.

-Vengo a despedirme, mina-dijo José acercándose al stand. Apenas quedaban un par de horas para que todo acabara y por lo visto no había más clases, así que el argentino había terminado la jornada.

Tras despedirse brevemente y darle dos besos notó que José se quedaba mirando al techo del pabellón.

-Parece que no soy tu único admirador-dijo él manteniendo la vista fija en un punto a varios metros del suelo.

Cuando ella se giró dirigió la mirada a donde se encontraba mirando José. Suspendido en las alturas, en uno de los andamios que recorrían el techo del pabellón, se encontraba Andrés observándoles. Mia reprimió un escalofrío. No sabía cómo había llegado hasta ahí, pero sabía que estaba ahí por ella, y, extrañamente, en vez de sentirse halagada, no se sintió a gusto.

José se marchó y ella contuvo las ganas de volver a localizar a Andrés. Miró el reloj. En poco más de una hora todo habría acabado.

-¿Te ibas a ir sin despedirte, caramelo?- preguntó Andrés mientras observaba a Mia guardando los papeles con las cuentas en la pequeña caja fuerte.

Ella se sobresaltó. El recuerdo de la silueta de Andrés desde las alturas le intrigaba, pero no podía dejar que él la notara impresionada.

-Claro que no. Encantada, un placer –dijo Mia extendiendo la mano. Andrés la miró con extrañeza.

-Dame tu número de teléfono.

-No.

-¿Por qué no?

-Porque darte mi número significaría que esto no se queda aquí.

-¿Y qué es ‘esto’ exactamente? –preguntó Andrés acercándose a ella

-Pues… ¡esto! Ya sabes. Conocernos. Lo mejor es que sea cosa de un fin de semana.

-¿Por qué?

-Porque sí-dijo ella tratando de sonar rotunda mientras pensaba en Hugo esperándola.-Porque…tengo novio-admitió entre dientes mientras agarraba su bolso.

-Yo también tengo novia-él se puso delante de ella interfiriendo su paso.- Pero también creo que esto no debería quedarse en ‘cosa de un fin de semana’.

-¿Por qué no? –preguntó esta vez Mia. Sentía como le palpitaban los oídos. Su cabeza llegaba a la altura del pecho de Andrés y podía notar como a él también se le había acelerado la respiración.

-Ayer me dijiste que Across the universe era tu canción favorita de los Beatles- recordó Andrés- Veamos qué opina el universo de nosotros.

Acto seguido, el chico cortó dos trozos de papel idénticos de un folio que le había sobrado a Mia y escribió algo en cada uno. Después los hizo una bolita y metió cada bolita en una de sus manos.

-Ohhh Universo poderoso, ¿Mia y yo estamos destinados a vernos otra vez?- Mia le miraba incrédula. El chico parecía estar tomándose en serio lo del universo pensó cuando Andrés le acercó sus puños cerrados.

-Elige uno.

¿Qué podía perder? Aquello no era más que una tontería. Golpeó con el índice el puño izquierdo y Andrés lo abrió para que ella cogiera la bolita de papel. Cuando ella la desenredó un “SÍ” mayúsculo ocupada su interior.

-Ha sido cuestión de suerte.- dijo ella- No una señal del universo.

El chico pareció indignado y propuso hacerlo otra vez, por lo que se guardó las bolitas en las manos después de cambiarlas varias veces de lado.

Mia volvió a elegir la izquierda y el papel con el “SÍ” volvió a aparecer. Aún escéptica, aunque un poco alucinada, pidió una tercera ronda. Esta vez Andrés las cambió de mano unas veinte veces hasta que Mia le pidió que parara. Sin quitar ojo de sus movimientos, escogió esta vez la mano derecha. El chico, ansioso porque la abriera, le preguntó qué contenía. Ella alzó la mano mostrándole el “SÍ”. Aquello no era posible. Una vez vale, dos puede…pero ¿tres?

-Has hecho trampas.-afirmó Mia –En los dos papeles habías escrito “SÍ” para que escogiera cual escogiera tuviera que darte mi número.-Se sentía idiota por haber caído en un truco tan tonto.

-¿Eso piensas? ¿De verdad no te crees que el universo pueda estar diciéndonos algo? Bien- dijo dejando la otra bolita de papel aún cerrada encima del mostrador. Parecía decepcionado.- Te hacía diferente, pero si eres así lo mejor es que ‘esto’ acabe aquí. –Dicho eso le dio la espalda a la chica de vuelta a su stand.

Mia le siguió por enésima vez con la mirada. Una vez hubo desaparecido recogió la bolita de papel y se dispuso a abrirla. No quería darle la satisfacción de que él la viera dudar después de haber sonado tan convencida.

-¡Andrés, espera!- el chico se encontraba arrodillado cerrando su cartera. Mia recortó la distancia que les separaba y le extendió un papel. Andrés recogió la notita con el “SÍ”. Debajo de la palabra se encontraban nueve cifras perfectamente visibles.

Mia esperaba nerviosa a que el chico de las coberturas reaccionara de alguna manera. El pabellón estaba vacío y tenía la sensación de que el retumbar de su pulso hacía eco en las paredes de cristal.

Andrés se incorporó lentamente mientras no separaba los ojos del papel, memorizándolo.

-No se va a desintegrar- dijo Mia. Si esperaba alguna reacción por su parte, no parecía que fuera a llegar.- Bueno, pues eso…me voy. Hablamos si quieres, sino quieres…

-Antes de irte, ¿me das un abrazo?- interrumpió Andrés clavándole los ojos sin pestañear.

La chica se quedó congelada en el sitio tratando de averiguar hasta qué punto un abrazo con Andrés podía desencadenar algo más.

-Solo un abrazo, nada más. Te lo prometo.- insistió el como si volviera a leerle el pensamiento.

-Ehh…vale- Mia se acercó y alzó los brazos alrededor de su cuello mientras Andrés rodeaba la cintura de la chica con los suyos. Encajó la cabeza en su pecho y sin pensarlo cerró los ojos. El mundo podría haber terminado fuera del pabellón de cristal que ella ni se habría enterado.

Sector de la Vía Láctea. GTRES

Sector de la Vía Láctea. GTRES

Resiliencia. Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Mia tiene 20 años, compagina sus clases en la universidad con su nuevo trabajo de azafata de eventos mientras saca tiempo para ver a Hugo, su novio adicto al gimnasio. Andrés a sus 28 años parece que tiene la vida resuelta con un trabajo fijo en una empresa de repostería y una relación de más de cinco años. Pero ninguno sabe lo que se les viene encima.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión

Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión

-Ya verás la azafata de talleres, ¡está buenísima!-aulló Sanz de contento.

-Es una niña muy linda-coincidió con su acento malagueño Sebas.

Andrés les escuchaba a medias. Aún no hacía ni dos días que habían operado a su abuelo y lo último en lo que estaba su cabeza era en mujeres. Sanz y Sebas, su compañero, seguían alabando las virtudes de aquella chica. Cómo si no les conociera lo suficiente. Sabía de sobra cuándo exageraban, y presentía que esa vez no sería la excepción. Subió el volumen de la radio a ver si así conseguía que se callaran. Heaven is a place on earth retumbó por la furgoneta, tenía suerte, era de sus favoritas

-Pues yo creo que le molo-afirmó Sanz seguro de sí mismo sin dejarse amilanar por la repentina subida de volumen- Siempre que la he visto le he dicho alguna cosilla y se nota que hay química. Además me sonríe un montón. Yo voy a intentarlo a ver si…

-Ya estamos aquí- interrumpió Andrés. Empezaba a estar un poco harto del tema. Solo quería que ese fin de semana pasara lo más rápido posible para volver a su vida.

Sanz se adelantó mientras Sebas y él se encargaban de cargar las cajas del stand. “No es listo ni nada el muy cabrón” pensó Andrés con amargura. Al menos solo tenía que currar esos dos días, de la mitad de la feria se había librado. Aún por encima, el chico de la puerta no le dejaba entrar. Pese a que era obligatorio llevar la acreditación colgada del cuello, Andrés era totalmente contrario a hacerlo, le parecía una horterada, y por mucho que ese niñato le insistiera, iba a seguir sin ponérsela, de modo que se limitó a sacarla de malos modos del bolsillo para que leyera el código de escaneo. Aquel distaba bastante de ser un buen comienzo de día. Empezó a recorrer la feria con las cajas mientras buscaba el stand, que sabía que se encontraba justo en la punta opuesta a la puerta. Girando por un pasillo le pareció ver a Sanz hablando con alguien. Retrocedió sobre sus pasos para ver mejor. Sanz, apoyado en un mostrador, había adoptado su típica pose relajada que parecía totalmente forzada dadas las circunstancias. Cuando Sanz se hizo a un lado Andrés por fin pudo ver con quien hablaba.

De pronto sintió su cuerpo desaparecer de allí más ligero que nunca, sintió como se elevaba por encima de todo el pabellón y aparecía en medio de una playa. Podía sentir el sol calentándole la cara como si de una caricia se tratara. Las olas rompiendo sobre la orilla, a escasos metros de él, ponían melodía al momento. Le llegó un suave olor a flores que provenía de un arco de madera bajo el que estaba. Alguien había entrelazado pequeños ramos de violetas con tul blanco. Delante de él había varias sillas divididas en dos hileras, y, pese a que estaban llenas, no distinguía ninguna de las caras que miraban hacia él sonrientes. De pronto, sobreponiéndose a la banda sonora que había puesto el mar con sus olas, una versión para piano del Canon de Pachelbel empezó a sonar. Allí donde acababan las sillas había una figura morena vestida de blanco. Con el pelo largo negro al viento, sin nada de maquillaje y luciendo una sonrisa desnuda, se encontraba ella, que, feliz, avanzaba lentamente hacia él. Andrés saboreó cada paso, sabiendo que él era el destino de ese breve camino. Su mente estaba en blanco, solo estaba ella, y sabía que, por el resto de su vida, siempre lo estaría.

No se le resbalaron las cajas de milagro. Se quedó en shock. Por una vez, tanto Sanz como Sebas se habían quedado cortos. La chica llevaba el pelo largo y suelto, de un tono negro tan vivo que habría hecho envidiar al cielo de cualquier noche. Sus labios se encontraban continuamente curvados en una sonrisa constante que suavizaba su mirada. Andrés se quedó hipnotizado viendo aquellos ojos enormes, aún a lo lejos, podía sentir la atracción que ejercían sobre él. Finalmente y a regañadientes, se obligó a avanzar. No podía quedarse en medio del pasillo mirándola. Llegó excitado al stand y soltó las cajas sin casi darle tiempo a Sebas a cogerlas.

-¿Qué pasa illo? Que parece que has visto un fantasma.

Andrés se asomó al pasillo impaciente, a ver si Sanz llegaba de una vez. Por fin le vio aparecer con la carpeta bajo el brazo y una sonrisa satisfecha en la cara.

-Mira lo que traigo, la azafata empezó ayer a dibujar cartelitos con los sabores de las coberturas para que los pongamos delante de los botes. Es una cara bonita que sabe dibujar-dijo mientras se reía socarronamente.

Andrés notó la sangre hervir, estaba seguro de que era mucho más que eso. Disimulando sus ganas de soltarle una bofetada a Sanz se dirigió a él con amabilidad.

-¿Podrías presentármela? Lo digo porque estando de azafata de nuestros talleres…

-Claro que sí hombre, después os presento- contestó Sanz sin darle tiempo a acabar la frase encantado de tener una excusa para volver a hablar un rato con la chica.

Aquello tranquilizó a Andrés. Solo unas horas más, se dijo mientras sacaba los botes de coberturas y empezaba a calentarlos. Se sentía eufórico, emocionado, pletórico, hinchado de felicidad, nervioso. Jamás, en sus veintiocho años de vida se había sentido así, le recordaba vagamente a lo que había sentido en un pasado por Gema. De repente su gesto se torció, ¿y si aquella azafata era Gema 2? O peor, ¿y si aquella azafata era el karma de lo que había sido su vida hasta entonces? No sabía cuál de las dos opciones le preocupaba más. Tenía que volver a verla. Mascullando una excusa dejó a Sebas ultimando el stand y fue hacia la salida diciendo que necesitaba algo de la furgoneta. Pese a que la zona de talleres le pillaba justo de paso, prefirió ir por un pasillo paralelo para poder observarla sin que ella le viera. Apretó el paso apurando los últimos metros y se paró en seco.

Asomándose por el lateral del puesto de manualidades de ganchillo pudo obtener una visión perfecta de donde se encontraba ella. La azafata sonreía mientras hablaba con un par de señoras mayores. Parecía estar indicándoles algo ya que extendió el brazo para señalarles la dirección. Las señoras sonrieron a su vez y se alejaron en busca de quién sabe qué. Una vez sola de nuevo, la azafata miró a ambos lados y se agachó tras el mostrador para salir apenas dos segundos después con un cuaderno y un boli. Andrés la miraba hipnotizado mientras pensaba en todo lo que daría por averiguar qué estaba escribiendo.

Decidió ir rápido a la furgoneta para poder observarla un poco más a la vuelta. Después de coger los primeros papeles que encontró en el maletero y volver a maldecir al chaval de la entrada que le pedía el pase de expositor, emprendió el camino de regreso por el pasillo paralelo al stand de talleres. Una vez de vuelta en su puesto de observación, volvió a asomarse. Esta vez la azafata no estaba sola, un hombre había arrimado una silla y se encontraba hablando con ella animadamente. Ella se echó a reír por algo que dijo él y Andrés sintió como le ardían las entrañas por los celos. Él debía ser quién la hiciera reír, no aquel patético cuarentón con bigotillo y perilla. Sorprendido por la fuerza de sus sentimientos hacia ella sin tan siquiera conocerla, se alejó con disimulo de vuelta a Sanz Manualidades.

Definitivamente no era una Gema 2 y eso era algo que fue confirmando en sus numerosas idas y venidas a la furgoneta. Para empezar la azafata comía. Comía de verdad. Gema vivía obsesionada con su figura. En el tiempo que estuvieron juntos, cada vez que salían a cenar, después de terminar con los platos, Gema se retiraba al baño para volver al rato con los ojos llorosos y la boca hinchada. Él sabía que vomitaba todo lo que comía y nunca pudo hacer nada. En cambio la azafata daba buena cuenta de lo que le ofrecían los talleristas: una galleta de mantequilla, una magdalena… En segundo lugar, la azafata le parecía preciosa, no era guapa como Gema que seguía los cánones típicos de modelo, alta, delgada, plana y con la cara chupada; sino que tenía curvas por todas partes. Lo había confirmado cuando en uno de sus viajes la vio salir del stand a colocar los folletos. Era delgada pero tenía la clase de figura que le volvía loco. Cintura estrecha, cadera ancha y un buen culo rematando la jugada. La azafata le parecía la mujer más perfecta que había visto nunca.

-Pero chaval, ¿qué haces ahí de miranda?- pegó un respingo cuando Sanz le sorprendió -Estás fichando a las dependientas de RodillArte, ¿eh? No sabía que te iban mayorcitas jajaja. Vente conmigo, que voy a ir a la furgo y así de paso te presento a la chavalita.

“Al fin” pensó Andrés mientras se recolocaba su camisa de cuadros. Trató disimuladamente de peinarse, pero los rizos contenidos por el cemento armado que era su gel fijador parecían en orden.

Según se aproximaban Andrés se iba poniendo más y más nervioso. Cuando llegó a la altura del stand se limitó a quedarse al lado de Sanz mientras se lamentaba de que justo en ese momento le diera el ataque de timidez.

-Mira, este es Andrés, trabaja también en Sanz Manualidades.

Ella se giró hacia él mostrando su enorme sonrisa.

-Hola ¿qué tal?-dijo mientras se incorporaba de la silla y se apoyaba en el mostrador para darle dos besos. -Yo soy Mia.

Por fin Andrés fue capaz de abrir la boca. Los sitios dónde ella le había dado dos besos le ardían. Solo podía pensar en tirar todos los folletos de encima del mostrador y hacerle el amor ahí mismo, como si fueran animales.

-¿De dónde viene Mia? ¿De Amalia? ¿De María?

-Mia de Mia-contestó ella con la tranquilidad propia de quién ha contestado mil veces a la misma pregunta.

-Es un nombre muy bonito-dijo él. “Qué estúpido” pensaba “¿No podía hacerle un comentario más típico e infantil?”

-Gracias-respondió ella sinceramente -¿Cuánto hace que trabajas en Sanz?

Su cerebro se desconectó, sabía que seguían hablando porque notaba cómo sus labios se movían, pero, siendo sincero, hacía tiempo que había dejado de escucharla.

Feria en Madrid. WIKIMEDIA

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