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¿Por qué por ser mujer tengo que saber cuidar flores?

«Las mujeres sabéis cómo cuidar flores» me dijo mi jefe el otro día.

PIXABAY

Me había pedido que bajara a por un ramo y que lo utilizara para hacer fotos para las redes sociales de las marcas de accesorios que lleva en la agencia de relaciones públicas.

Nunca he sido de flores, siempre me han gustado, pero no me convence lo de comprar seres vivos cortados solo para admirarlos un día o dos por su belleza y después dejar que mueran en un vaso.

Me considero más práctica, por lo que siempre he hecho saber a mis parejas que si querían tener detalles conmigo preferiría chocolate o, en su defecto, y por no salir del mundo vegetal, aguacates.

La cosa es que no he tenido flores en mi vida, igual el típico ramo que nos regalan nuestros padres al cumplir los 18 años, pero poco más. Además, siempre era mi madre la que, con su buena mano, se hacía cargo de meter las flores en un recipiente adecuado.

Cuando me vi en la oficina con aquel ramo desmembrado sobre el set que estaba montando para fotografiar los accesorios, cogía y soltaba las flores como los relojes o gafas de sol del showroom.

Al terminar, dejé las flores de nuevo en un florero improvisado con agua. Mi jefe, cuando vio el ramo, me hizo saber que le parecía increíble que yo, como mujer, no supiera hacerme cargo de unas flores. Lo dejé correr.

Al día siguiente me volvió a repetir que cómo era posible que una mujer no supiera cuidar unas flores. Y yo, que no me callo ni debajo del agua (aunque ahora estoy aprendiendo a hacerlo) le dije que aquello me parecía bastante machista por lo estereotipado del asunto.

Esto era aún más extraño teniendo en cuenta que él es gay y por ello, en mi opinión, cabría esperar que tuviera tener la mente un poco más abierta y ver más allá de lo que se asocia a cada género.

Pero independientemente de su sexualidad, es como si yo dijera que él, por ser hombre, tiene que saber de motores cuando, a lo mejor, lo más cerca que ha estado de una varilla de aceite ha sido poniéndole un mensaje a su mecánico.

Hay mujeres que no saben cuidar flores. Hay mujeres que saben de motores. Hay hombres que no les gusta el fútbol y hay hombres que cuidan las flores divinamente (sino no existirían los jardineros).

Dejemos de ver el mundo en rosa y azul y veamos a las personas como lo que son: individuos únicos independientemente de si les ha tocado una «Y» o una «X» después de la primera letra.

Cómo 2017 se convirtió en el año feminista

El 2017 empezó con una noticia revolucionaria: las azafatas de los podios ciclistas desaparecerían. El mismo mes que sentía que comenzábamos a avanzar, que las mujeres nos alejábamos de esa sexualización en la que siempre nos vemos inmersas, mis pezones sufrieron acoso online.

DIANINA XL/MARA MARIÑO

Pero no todo estaba perdido. Ha sido un año en el que nos hemos dejado de princesas y nos hemos vuelto guerreras. Que hemos querido luchar como vikingas, ser reinas sin necesidad de un rey a nuestro lado como Daenerys Targaryen o salvar el mundo como Once. Un año en el que hemos tenido referentes femeninos fuertes con los que sentirnos identificadas.

2017 ha sido el año en el que se ha dado un pasito hacia la igualdad utilizando a hombres como imagen de grandes firmas de maquillaje. Porque aunque no estemos acostumbrados a que ellos se maquillen, pueden hacerlo y ser aceptados por ello (además de que a los youtubers beauty se les da de maravilla). También lo recordaremos como el año en el que las faldas y los tacones para ellos llegaron a la pasarela.

Hemos vivido un año en el que una de las principales tendencias ha sido la naturalidad a través de muchas influencers que se han animado a salir en sus redes sin depilar, con sus estrías, sus cicatrices… hasta su celulitis, algo que incluso ha hecho que marcas como Desigual o Dove se sumaran a la corriente.

Ha sido tal la repercusión de la aceptación de una imagen más saludable, alejada de la presión estética, que los conglomerados LVMH y Kering firmaron la carta que no permitiría trabajar con modelos que tuvieran menos de una talla 36.

Ha sido un año lleno de denuncias a viva voz y a golpe de tuit empezando por las actitudes depresivas de las modelos del catálogo de Zara o la última campaña de Yves Saint Laurent que mostraba mujeres colocadas en posturas sumisas como si no tuvieran ningún tipo de fuerza ni voluntad, frágiles a disposición de cualquiera. Y, afortunadamente, hemos protestado y nos hemos quejado cuando hemos visto que una marca basaba su publicidad en una imagen de desigualdad.

En el 2017 hemos denunciado sin miedo, hemos dicho que nos han acosado grandes magnates de la industria cinematográfica, que una banda de animales nos ha violado, que nos han ultrajado, que nos han asesinado. No nos hemos quedado calladas y hemos marchado por varias ciudades del mundo exigiendo que se nos trate como lo que somos: personas con los mismos derechos.

«Feminismo» ha sido la palabra más buscada en 2017, pero además ha sido una de las más llevadas a cabo tanto por hombres como por mujeres. Por eso no me preocupa que empiece un Año Nuevo. El 2017 no ha sido el año feminista, sino el primer año feminista.

Y es que por mucho que pique, que duela, que moleste, que irrite, o que haga que se nos intente desprestigiar con adjetivos como «feminazis», el feminismo no es una tendencia pasajera, luchar por la igualdad no es algo que pase de moda como un tejido o unas botas de plataforma. El feminismo ha venido para quedarse.

Estas son las 5 prendas que debe tener siempre tu armario

Benditas rebajas. Son como el helado o la pizza, ¿hay alguien a quién no le gusten? Como buena hija de madre ahorradora, las rebajas son el periodo sagrado en el que comprar con cabeza cosas necesarias (y darse algún capricho también, vale).

Pero, esta vez quiero centrarme en la funcionalidad de ese querido periodo del año. Este año, las rebajas serán conocidas como las mas sabias de tu vida. Y no, no me refiero a que te compres los libros de Borges o Gabriel García-Márquez (aunque tampoco estaría de más), sino a que compres con sentido. En este post vas a aprender a hacerte con tus básicos de armario.

Mi amiga Main y yo luciendo prendas básicas de vestuario. DENIS TV

La pionera de los básicos fue Donna Karan. La neoyorquina presentó en 1985 una colección llamada «Seven easy pieces» que consistía en siete piezas totalmente combinables entre sí y básicas para el vestuario de cualquier mujer.

Pero como siete son muchas, en mi opinión se pueden reducir a cinco las opciones que toda mujer necesita tener en su armario para crear cualquier look:

Unos vaqueros: im-pres-cin-di-bles, como el aire para respirar. Mejor si los buscas de corte alto y pata un poco suelta ya que los pitillos están en decadencia y los vaqueros sueltos serán el nuevo relevo.

Blazer negra: una americana de toda la vida. Si no tienes mucha ropa arreglada, la chaqueta te salvará la vida. Le da un toque formal a cualquier estilismo. La clave para hacernos con una es que no sea muy ajustada.

Vestido negro: algo creado por Cocó Chanel y popularizado por Audrey Hepburn bien merece un espacio en nuestros armarios. El vestido corto negro es una prenda atemporal que con los complementos adecuados lo mismo nos sirve para la oficina que para ir a un cóctel.

Camisa blanca: el lienzo favorito de los diseñadores. Además de jugar con la prenda siendo la base de infinitas combinaciones, nos permite jugar con los botones, el corte, las mangas…

Perfecto: la cazadora modera creada en 1928 se reinventa cada temporada. Literalmente. No hay año en el que no se lleve la cazadora de cuero.

Desde hace unos tres años, ninguna de las prendas ha faltado nunca en mi armario. ¿Y tú? ¿Las tienes todas ?

#SiMeMatan

Si me matan de día dirán que llevaba pantalones cortos o que salía a correr a menudo por el parque que estaba cerca de mi casa. Si me matan de noche dirán que iba muy maquillada.

GTRES

Si me matan por la calle dirán que no debería estar volviendo sola a esas horas. Si me matan en el portal dirán que debería haber sido más prudente y que no debería fiarme de nadie. Ni de un vecino, ni tan siquiera del portero.

Si me matan a mí o a cualquiera de mis amigas dirán que salíamos de fiesta y que habíamos tomado unas copas. Dirán que vivíamos nuestra sexualidad libremente o que no teníamos un novio que nos ‘protegiera’. Dirán que trabajábamos de imagen o que bailábamos reggaeton, que no deberíamos haber sido tan amables con ese compañero de la oficina o de la universidad.

Si me matan en España dirán que dejé a mi ex novio con el corazón roto. Si me matan en Italia dirán que no debería haberme fiado de la gente que acababa de conocer y que vivía sola a casi dos mil kilómetros de mi familia.

Dirán que iba por la calle con las mallas del gimnasio, esas que marcan hasta los pelos de las piernas. Dirán que tenía la lengua muy larga y no me callaba ante una situación de acoso callejero, porque siempre digo lo que pienso. Dirán que fue por defenderme en vez de no ofrecer resistencia.

Si me matan, también es posible que mencionen que más de uno ya había dejado caer en el blog que escribía, que esto se volvería en mi contra, que de feminista esto pasaría. Porque claro, una mujer viva se queja, una que no lo está solo puede guardar silencio. Al menos si me matan quiero pensar que morí diciendo la verdad.

Si me matan dirán todo lo que haga falta para que tú, que lees la noticia de mi muerte, no te asustes. Que no es que haya asesinos sueltos por la calle, no te preocupes, que no te quite el sueño, es por todos los motivos anteriores.

Porque si nos matan, es más fácil buscar hasta debajo de las piedras «motivos» que expliquen que lo hayan hecho. Asumir que vivimos en una sociedad aún machista que entiende que la mujer está a merced del hombre es más doloroso, de hecho, da incluso miedo. Porque claro, es más tranquilizador pensar que porque tu hija salga con una falda larga no va a pasarle nada. Porque darte cuenta de que a ella, a tu hermana, a tu prima pequeña, a tu sobrina, a tu ahijada o a tu novia, solo por haber nacido mujer ya tiene posibilidades de ser asesinada, es más jodido.

En España fueron asesinadas en 2016 (no murieron o perdieron la vida, sino que fueron asesinadas) 44 mujeres. Solo llevamos 5 meses de 2017 y han matado a 23. Mataron a 60 en 2015, 54 en 2014, 54 en 2013, 52 en 2012, 61 en 2011, 73 en 2010, 56 en 2009, 76 en 2008 y 71 en 2007 (no me lo he inventado, podéis ver las estadísticas en la web del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad). Un total de 623 mujeres en casi 10 años. ¿Cuántas más tienen que morir? ¿Cuánto más tiempo vamos los medios a seguir indagando en la víctima y mirando hacia el otro lado?

Pero sigamos en el mundo al revés. Quizás en la próxima película de Sherlock Holmes, el detective, en vez de investigar se dedique a elaborar una lista de excusas absurdas que argumenten que la víctima al final es la responsable de su muerte. A ver si nos acordamos de que en un asesinato el culpable es el que comete el acto de asesinar.

Los caballeros las prefieren musculosas

Vivimos un cambio de era en los cánones estéticos de belleza. La mujer ideal de la época clásica era aquella de curvas generosas heredada de la Venus Prehistórica con unas caderas que hoy consideraríamos curvy. La delgadez vino con la posguerra, el siglo XX que empezó con las espigadas flappers y se ha mantenido hasta hoy pasando por el furor de las tetas (y su respectivo aumento de implantes de silicona) que llevan en auge las últimas tres décadas.

@JENSELTER Y @KAISAFIT

El éxito de las redes sociales con la exaltación de ciertas figuras (o influencers) han situado en el punto de mira y como nuevo sueño una vida basada en desayunar quinoa (o el cereal que esté de moda), llevar ropa de colores claros, hacer yoga y por supuesto, ejercicio. De ahí que los nuevos cuerpos a los que nos estamos acostumbrando ya no son rectos, tienen curvas, sí, pero no suaves, curvas de piedra esculpidas a base de peso y sudor. Os hablo de un prototipo de cuerpo como el de mujeres como Kaisa Keranen, Jen Selter, Idalis Velázquez o Patry Jordán y Vikika Costa si barremos para casa.

No hablo de que a todas les guste, por supuesto, pero sí es cierto que por primera vez se ha desarrollado una nueva fascinación hacia el músculo en el cuerpo femenino, algo que históricamente estaba relacionado con el masculino. Ahora muchas mujeres queremos estar rocosas, y no por gustar a alguien, queremos estarlo por nosotras.

Que la práctica regular de ejercicio produce un sinfín de beneficios lo doy por descontado, a lo que voy es a la creación de masa muscular, al ponerse cachas hablando claro. No es ya sentirse bien, ayudar a la piel, a la circulación, a tu bienestar, es, y aquí hablo en mi caso, sentirte fuerte porque físicamente eres fuerte, lo que hace que, por norma general, te sientas más segura.

¿Sabéis lo que es ir de viaje sola con una maleta enorme y poder subirla, bajarla, correr, parar, moverte… es decir, hacer absolutamente de todo sin tener que pedir ayuda? ¿Echar a correr porque ves llegar el metro o el bus y, por muy lejos que esté, alcanzarlo? Y ya ni os hablo del subidón de ponerte un vaquero y llenarlo, pero llenarlo bien, sin que te haga arrugas raras en el culo o en otras zonas donde antes no tenías figura (porque puedes ser fitness pero no quita que seas coqueta).

Es una pescadilla psicológica que se muerde la cola: cuando desarrollas músculo eres físicamente más fuerte, y cuando te lo ves, psicológicamente también te sientes más fuerte. Y creedme, todavía no se ha dado el caso de ninguna mujer que se haya convertido en un hombre entrenando de esta manera, que sé que es el miedo de muchas  (y aquí tenéis la prueba):

El cuerpo de una mujer con el estómago tan duro como una tabla de cortar jamón o con un bíceps el doble de grande que el tuyo, no es algo a lo que estemos acostumbrados, pero es una forma física más. Ya seamos altas, bajas, gordas, delgadas o musculosas todas tenemos derecho de estar aquí y debemos ser aceptadas y respetadas.

Más vikingas y menos princesas

Hace unos días, un post de Weloversize acerca de los vikingos me hizo reflexionar. El tema hablaba de lo atractivos que son los vikingos en general (aquellos nacidos en Finlandia, Suecia, Noruega, Dinamarca…) y en concreto los actores de la serie Vikings. Coincido con la autora en que el reparto, además de talentoso, está para cogerlo y mojarlo en chocolate, pero no son los barbudos lo que más me gusta de la serie.

INSTAGRAM

En mi opinión lo mejor de Vikings son las vikingas, que desde el primer episodio tienen un papel relevante. No llegan a salir tanto como sus compañeros varones pero el peso en la trama es fundamental, lo que significa que no aprueban el test de Bechdel (medición de una obra evaluando si evita la brecha de género) pero tenemos voz y voto. Las vikingas van a la batalla, te meten un hachazo en la tripa, paren en casa y a los pocos minutos, nada más limpiarse la sangre, empuñan un escudo para defender a la prole (vale, esto quizás fue un poco exagerado).

Las vikingas no son reinas por ser «mujer de…», son reinas porque mataron al gobernante previo, son reinas por derecho, son valientes, son fieras, no necesitan un marido ni un amante y al final de cada episodio me hacen sentir fuerte y poderosa. Me hacen sentir que puedo conquistar lo que me proponga.

Las vikingas son mujeres libres, eligen con quién se casan, eligen que igual no se casan, tienen sexo con otros hombres estando casadas y aquí no pasa nada, te rechazan, te dicen que no les gustas, luego te dicen que les gustas y cuando estás en la cama dándole se sacan un cuchillo Odín sabe de dónde y te intentan asesinar de risas.

Quizás la única pega (sumándola al hecho de que las quiero más tiempo en la pantalla) es que, por supuesto, todas las actrices son guapísimas. Son tan perfectas que resulta irreal que ninguna salga con un solo pelo rubio de bigote, con un vestido de la talla 40 o que por mucho que nos pongan el cartel de «Cinco años después» el tiempo no parece pasar por ellas. Aún con todo me encanta verlas ensangrentadas y armadas hasta los dientes. Me encanta oírles gritar cuando pelean porque creo que necesitamos que las niñas crezcan con este tipo de modelos a seguir de fuerza e independencia y otras herramientas necesarias para desenvolverse en un mundo que, si se dejan, se las puede comer enteras.

Why raise your daughter to be a lady..

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Adiós a un Breaking Bad en el que le fallaba que no me sentía identificada con ningún papel femenino. ESTE, este es el camino que deben seguir las series y las películas. Un camino que se aleje de los estereotipos y refleje la sociedad más igualitaria en la que vivimos, una línea como la de Orange is the New Black, Juego de Tronos… La línea que ha seguido Disney desde el momento en el que Mulán cogió la espada de su padre, Mérida se negó a contraer matrimonio, y Vaiana salvó al mundo. Ya nos hemos cansado de ser princesas, queremos ser la heroína.

Tetas sí, pezones no

Cuando te haces un tatuaje, una de las primeras cosas a cumplir es que no debes llevar ropa apretada en torno a él. Estrenando uno en el costado, iba a ser complicado el tema del sujetador, así que opté por pasar aquella primera semana sin llevarlo.

FEMEN

FEMEN

Las mujeres bien sabéis de qué os hablo, pero, queridos hombres, ¿cómo explicaros la gloriosa sensación de ir con el pecho suelto? Permitidme que os la describa como mejor se me ocurre: es como cuando después de un día nadando en la piscina te metes en la cama y aún sientes como si te mantuvieras en suspensión dentro del agua, como cuando haces algo muy bien en el trabajo y te felicitan por ello, como cuando conocéis a una chica con la que compartís aficiones.

He trabajado, he salido de fiesta y he quedado con amigos siempre sin sujetador durante una semana. Sin él me sentía ligera, libre, hasta el punto de que casi caminaba más recta al no encorvar la espalda por inercia de la presión del sujetador.

Y en uno de estos benditos momentos, en uno de mis instantes de felicidad corporal, de comodidad máxima, recibo críticas porque en una de esas ocasiones se me notaban los pezones.

Haciendo memoria, recuerdo que he recibido algún que otro comentario al respecto, de manera privada, porque en ciertas fotos de Instagram, en las que salgo con tops deportivos, sucedía lo mismo.

No sé si debería haberme sentido avergonzada pero la verdad es que no sentí pudor alguno. Las tetas tienen pezones y el sujetador es un invento que, además de colocarlas en posiciones antinaturales, da una forma irreal de seno perfectamente redondo cuando la realidad es que todos, absolutamente todos, están coronados por esas glándulas.

Y aunque entiendo que no todas tenemos la suerte que tengo yo de poder ir sin sujetador sin que me resulte incómodo o molesto (de las pocas ventajas de tener pecho pequeño), si en algún momento decidimos hacerlo, que sea sin agobios por nuestro cuerpo.

Sí, se me transparentan los pezones, llevo las largas puestas, los llevo como los timbres de un castillo y no quiero ocultarlo, porque por mucho que nos digan que es feo, obsceno o de mal gusto por provocativo, la realidad es que se trata de otra manera de desigualdad.

Mientras que nadie se va a quedar mirando a un hombre al que se le marcan con la camiseta, las mujeres no podemos mostrar los pezones porque no debemos tener sexualidad. Socialmente el pezón femenino no existe, ya que, una vez más, el cuerpo no es nuestro, sino que es algo que debemos ocultar por si puede causar excitación o malestar por si transmite que somos nosotras las que la estamos sintiendo.

Así que a todas aquellas rebeldes con causa o a aquellas, que como yo, vais más cómodas por la vida sin él, no os avergoncéis, porque es lo natural. Y a quien no le guste, que no mire.

No quiero una mujer real, quiero una mujer normal, común y habitual

«Quiero una persona normal» me comentaba el otro día un amigo quizás cansado de estridencias. Creo que vivir en un mundo tan condicionado por la apariencia gracias a las redes sociales empieza a pasarnos factura y acabamos queriendo un cambio. Que normal no significa que no sea extraordinario, simplemente que sea común e incluso lógico.

OYSHO

Modelo de la nueva campaña Soft Basics de OYSHO

Os diré qué me cansa a mí. Me cansa que durante septiembre tengan lugar las semanas de la moda y que las modelos que usan para desfilar juntando las dos piernas, no lleguen a ser tan gruesas como una sola de las mías. No me cansa por ellas, que son de constitución fina, me cansa que solo se vea un único tipo de físico sobre la pasarela.

Me cansa que desfilen serias. El acting, las indicaciones que les dan los diseñadores para desfilar, me transmiten incluso tristeza, que, si lo unes a lo delgadas que las veo, que casi parece que desfilan sin desayunar, la pasarela me resulta más lánguida que un pasillo de hospital.

El problema de la moda es que aún tiene muy arraigado eso de que la mujer necesita ser frágil y delicada para ser elegante, y nosotras, borregas de nosotras, seguimos viendo esas campañas publicitarias en las que las modelos aparecen tiradas, desmayadas, con la vista perdida en el infinito y los brazos caídos en gesto de sumisión, y seguimos comprando a las marcas.

¿Cómo no van a perpetuarse estereotipos si somos las primeras que, como consumidoras, no lo frenamos? Quiero modelos no de verdad, que todas somos mujeres reales, pero sí normales, comunes y habituales. Modelos con las que pueda sentirme identificada, a las que vea en una valla publicitaria y no piense: «Bueno, eso ni de coña me quedaría bien a mí».

La campaña de Oysho Soft Basics ha apostado por este concepto y el resultado no podría gustarme más. La modelo elegida para la colección es una mujer de talla 40-42 como tú, tu amiga de la universidad, tu compañera del trabajo o tu madre.

No sale en ningún escenario más especial que una casa. Un sofá blanco y una pared de madera como marco de unas fotos en las que la modelo sale en pijama o con un conjunto de andar por casa de zapatillas y bata, como el que puede tener cualquiera de nosotras. Aparece sin maquillar (tendrá base, pero el aspecto es totalmente natural), relajada y cómoda.

Después de ver las fotografías varias veces, me doy cuenta de que solo le faltarían el portátil y las gafas, para que fuera un robado mío en casa. Solo puedo pedir que otras firmas se animen a seguir esta línea.

Por más modelos frecuentes, comunes y corrientes, porque las frecuentes, comunes y corrientes también somos extraordinarias.

‘Instagram husband’, alquiler de maridos para la Semana de la Moda

Desde que el mundo es mundo, el ser humano trata de relegar las tareas que no quiere hacer a otros, ya sea haciendo la ‘táctica de la comadreja’, es decir, mirando a otro lado y dejando que los proyectos de tecnología los haga el resto del grupo mientras tú solo compras los palillos de dientes para la maqueta, o pagando por ello.

Esto último va desde cuando le ofreces unos céntimos a tu hermano pequeño por que haga algo que te da mucha pereza hasta a pagar grandes sumas como cuando necesitas que te monten ese mueble de Ikea o que te instalen la caldera.

Un 'marido' de Instagram con las manos en la cámara. TASKRABBIT

Un ‘marido’ de Instagram con las manos en la cámara. TASKRABBIT

Uno de los nuevos empleos que podíamos encontrar en la web TaskRabbit era el de Instagram husband, es decir, un ‘marido’ (o mujer) que te hace fotos en la Fashion Week de Nueva York.

¿Y por qué iba alguien a necesitar eso? Os explico. ¿Sabéis cuando vais de viaje y empezáis a pedir a los amigos que os hagan una foto en cualquier lado y acaban mandándote a paseo a la milésima foto? Y eso si vas con gente, que cuando viajas solo no queda otra que pedírsela a los desconocidos que van tranquilamente por la calle, lo que resulta en unas fotos que nunca, nunca, NUNCA, salen bien.

Pero claro, todos somos educados (en mayor o menor medida), y ya que ha hecho el esfuerzo de pararse y disparar no te vas a poner con exquisiteces cuando ves que sales medio bizca o que tendrás un trozo del dedo de tu fotógrafo improvisado de recuerdo. Al final acabas recurriendo al selfie y tu álbum es una sucesión continua de primeros planos de tu cara ojerosa.

Por 45 dólares la hora la web te permitía contratar a un profesional que además del servicio de fotografía, se encargara de las bolsas. Algo que puede parecer una tontería, pero cuando vas a una semana de la moda, entre revistas que gorroneas, muestras y regalos aleatorios que pueden ir desde una caja de pañuelos hasta una botella de agua de edición especial, acabas más cargada que unos padres primerizos en el primer día de playa.

Para aquellos que tienen una pareja que les suele echar una mano (y mucha paciencia para hacerles fotos hasta que salga una que les guste) puede parecer una tontería de trabajo. Para todos los demás, y hablo también en mi caso, no me parece una mala idea.

«La figura femenina se ha asociado siempre a la debilidad y a la fragilidad»

Hay dos cosas que encontraremos sistemáticamente en una revista de moda femenina: en primer lugar, unas 10 o 12 páginas, situadas al principio de la publicación, de publicidad y, en segundo lugar, editoriales de moda protagonizados por (las que son ya hasta típicas) modelos delgadas.

Vogue, una de las revistas con más renombre y lectores del mundillo, es una de tantas en utilizar este tipo de formato. Sin embargo, algo huele a podrido en la gran casa de Wintour, y no son los vasos vacíos de café que toma a lo largo del día.

Si echamos un vistazo a los editoriales de 2016 de la revista esto es lo que encontramos:

YOUTUBE

YOUTUBE

Mujeres «deprimidas, débiles, muertas, locas, tiradas, cansadas, dobladas, consumidas, frágiles, enfermas, agotadas, caídas, desmayadas, encogidas, desparramadas, drogadas, endebles, lánguidas, desfallecidas, empequeñecidas, abandonadas, idas, sufrientes, perturbadas, abatidas, derrotadas, blandas, patéticas, hundidas, pasmadas, atontadas, desoladas, infelices, desdichadas…» dice Yolanda Domínguez en la petición que ha iniciado en Change.org.

Su objetivo no es otro que el de cambiar la moda de representar a las mujeres con este tipo de actitudes. Si Domínguez se encargara de estos editoriales tiene claro que «elegiría actitudes erguidas, de poder, de fuerza, con energía y diversión. También propondría diversidad a la hora de elegir a las modelos, mujeres de todas las edades y colores de piel».

No es algo nuevo para la artista, que lleva trabajando sobre esto desde 2011: «Realicé una acción callejera llamada Poses en la que mujeres de todas las edades y tallas adoptaban poses de algunas editoriales en espacios públicos como un supermercado o un restaurante, las reacciones eran de preocupación y socorro, algunos querían llamar a una ambulancia. El último vídeo es una recopilación de las editoriales que han sido publicadas sólo en este año y se puede comprobar que la imagen de la mujer, lejos de empoderarse va a peor«.

Con unas 70.086 firmas y poco menos de 5.000 para llegar a su objetivo, Domínguez considera que su petición «ha tenido mucha repercusión, las personas somos cada vez más críticas con los mensajes publicitarios y en especial las mujeres que estamos luchando por vivir en una sociedad más justa e igualitaria. No nos sentimos representadas en absoluto en la imagen de moda, tampoco nos parece atractiva ni deseable».

Pero, ¿por qué entonces vende tanto esta imagen? Para la artista «es algo adquirido y aprendido de la representación de las mujeres en el arte occidental, cuerpos desnudos y desparramados, sumisos y disponibles a la mirada masculina. Hoy se siguen repitiendo los mismos cánones pero nuestra sociedad no es la misma que hace 500 años, tienen que cambiar y adaptarse a nuestros tiempos. Antes eran los hombres los que generaban el imaginario. Hoy hay mujeres fotógrafas, no tiene ningún sentido que sigan repitiendo este modelo«.

«Tiene éxito porque las personas se sienten cómodas en lo que ya conocen, si la figura femenina se ha asociado siempre a la debilidad y la fragilidad es reconfortante ver algo que ya sabes y que no te haga pensar ni cambiar de registro. También es cómodo y a los seres humanos nos gusta la estabilidad y esforzarnos lo menos posible».

El precio de que nos pueda la comodidad es que «las imágenes son una parte muy importante de nuestra educación y estos modelos refuerzan una identidad femenina que no ayuda a esa igualdad por la que tanto estamos luchando. Si nuestros referentes femeninos son cuerpos extremadamente delgados, moribundos y enfermizos no vamos a considerarnos femeninas si somos fuertes, valientes y poderosas. Necesitamos modelos aspiracionales que nos aporten valores mucho más positivos» declara Domínguez.

Por lo pronto, Vogue no se pronuncia al respecto. «He escrito personalmente a la directora de la revista Vogue España, Yolanda Sacristán, para hablar con ella y ni siquiera he obtenido respuesta. Con actitudes así queda bastante claro lo que le importa la opinión de sus lectoras».

Como lectora de revistas de moda y como mujer, solo me queda esperar que la petición pueda cambiar algo. Yo, por lo pronto, ya he puesto con mi firma mi granito de arena.