Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.
Y después está esta historia.
Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre
Capítulo 14: Madrid me mata
Capítulo 15: Tú tienes la culpa
Capítulo 16: Hemos terminado
Capítulo 17: No me gusta para ti
Capítulo 18: Yo jamás te haría daño
Capítulo 19: La guarida del lobo
Capítulo 20: Fue un error
Capítulo 21: Lo contrario al amor
-Mia, ¿puedo pasar?
El silencio al otro lado de la puerta animó a Carol a entrar en la habitación de su hija. Con las persianas bajadas sin apenas luz, Mia se encontraba en la cama enredada sobre sí misma. Su madre, angustiada por ver a su hija así, se sentó al lado de la chica.
-Cariño, llevas dos días aquí metida sin comer casi nada. Esto no es bueno para ti. Necesitas salir, hablar con alguien…
Mia farfulló pidiendo quedarse sola. Carol dejó el cuenco de sopa junto al cabecero de la chica esperando que al menos comiera un poco y se marchó. En cuanto recuperó la intimidad, Mia pulsó el botón de reproducción de su iPod y Ultraviolence volvió a salir por los altavoces. Había escuchado esa canción durante dos días enteros en bucle y en cada ocasión había llorado. Era la forma que tenía de dejar salir lo que había pasado. Su impotencia, su falta de caracter y decisión… todo aquello que había justificado «en el nombre del amor».
Ahora se daba cuenta de lo equivocada que había estado. Aquello no había sido amor, aquello había sido todo lo contrario.
…
Cuando Mia entró a la cocina unas horas más tarde a despedirse para ir al trabajo, Carol se sorprendió al verla de nuevo en pie. Llevaba el uniforme del bufete y el pelo recogido en un apretado moño. La chica dio dos besos a su madre y emprendió el camino a la oficina sin mirar a nada ni a nadie. Solo quería pasar desapercibida, volverse invisible. Tenía la sensación de que estaba siendo observada, una sensación que le acompañaría siempre, pero acabaría por acostumbrarse a ella.
Cuando llegó al bufete, pasó corriendo al baño a repasar su maquillaje. Aunque las marcas del cuello apenas eran imperceptibles, les puso un poco más de base por encima. Sabía que en poco menos de un día desaparecerían, pero otras, las heridas que no eran visibles, pasarían a formar parte de ella. Sus jefes se alegraron de verla de vuelta y le preguntaron por la intoxicación alimentaria que había sufrido, una excusa perfecta para faltar dos días sin levantar sospechas y que después no la insistieran en la mala cara que traía. Al poco de llegar a su sitio se tuvo que soltar el pelo de lo que le apretaba el coletero. Viéndose reflejada en las ventanas, se sintió lejana a sí misma. No reconocía a esa chica que le devolvía la mirada vacía. Se sentía ínfima. Como si Andrés hubiera sido un ciclón y se hubiera llevado todo. Lo único que quedaba era una carcasa hueca que se movía por inercia y no por convicción. Ella, que siempre había hecho gala de ser una mujer fuerte e independiente, que se consideraba espabilada e incluso algo pícara… ¿Cómo podía haber dejado que aquello sucediera?
¿Cómo podía haber hecho caso omiso de todos aquellos que la querían y le decían que Andrés no era bueno para ella? No fue hasta que se vio en el borde del precipicio que supo que podía caer. Y daba gracias cada día de haber salido a tiempo. Sin ganas ni fuerzas se enfrentaba a cada día con una única idea en su cabeza, la de seguir adelante, porque «La vida es de los que viven» se repetía.
…
Una de las últimas tardes de verano tomó por fin la decisión de ir a la peluquería. Era algo que pensó que le vendría bien a modo de terapia junto a las sesiones con una psicóloga especializada que estaba ayudándola a recomponerse.»Necesitas tiempo. Ahora mismo eres como un animal herido, te costará confiar plenamente, pero volverás a hacerlo y yo te voy a ayudar».
Un par de chicos habían intentado quedar con ella, pero Mia todavía no se sentía preparada. Era como si internamente aún estuviera recomponiéndose y cada frase de la psicóloga era como una pieza más que formaba parte de su reconstrucción.
-Te sorprendería la cantidad de mujeres que se encuentran inmersas en una situación así y no consiguen salir de ella por miedo o por vergüenza. Tendemos a echarnos la culpa a nosotras mismas en vez de a la persona que nos hiere. Los cuentos y las películas nos enseñan desde pequeñas a aguantar cualquier cosa pensando que la otra persona va a cambiar. Nadie cambia, Mia. Cada uno tiene su forma de ser y puede que ocultara una personalidad violenta detrás de detalles románticos, pero un maltratador siempre es un maltratador y han aprendido a utilizar las nuevas tecnologías como una herramienta para ampliar el maltrato.
Al principio le había costado horrores confesarse con la psicóloga. Admitir no solo ante ella sino ante sí misma en alto todo lo que había sucedido fue como volver a vivirlo. Sin embargo, una vez expuesto, se sentía mucho mejor. Como si el enorme peso lo cargaran ahora entre los dos.
-Eso es lo que ocurre cuando te abres y compartes tu pena, no tiene que ir cargada solo sobre tus hombros.
Después de cada sesión, Mia se sentía un poco más ella. Sumado a que se había negado a detenerse y que la única dirección que consideraba era hacia delante, lograba avanzar sintiéndose más completa. Aunque Inés y el resto del grupo no habían querido tener más trato con ella una vez supieron lo que había pasado realmente tras el accidente de Fer, se apoyaba más que nunca en sí misma.Había reencontrado su poder y se negaba a dejarlo marchar, se negaba a volver a pasarlo mal una sola vez más por nadie que no mereciera realmente la pena. Su etapa de llorar por quién no la quería bien había terminado.
Fue por eso por lo que no dudó en entrar a la peluquería decidida a darle un cambio radical a su estilismo. Cuando la peluquera empezó a cortarle los más de 30 centímetros de melena le preguntó si estaba segura, ya que era un gran cambio.
-Segurísima.- respondió Mia con aplomo. Se moría de ganas por liberarse de aquella melena negra.
-Una vez oí en una película que cuando una mujer se cambia radicalmente el peinado es porque hay alguien nuevo en su vida. ¿Has conocido a alguien?
La chica asintió.
-A mí.
Gracias a todos los que habéis seguido Resiliencia desde el principio y a los que os enganchásteis una vez empezada. Empecé esta novela en enero aunque algunas cosas del comienzo llevaban años en un cuaderno y se me hace increíble que haya conseguido llegar a tanta gente. Ojalá haya servido de ayuda si alguien leyendo esto se ha sentido identificado. Gracias por acompañarme cumpliendo otro de mis sueños.