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Resiliencia. Capítulo 19: La guarida del lobo

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre
Capítulo 14: Madrid me mata
Capítulo 15: Tú tienes la culpa
Capítulo 16: Hemos terminado
Capítulo 17: No me gusta para ti
Capítulo 18: Yo jamás te haría daño

Capítulo 19: La guarida del lobo

Andrés dedicó todo el fin de semana a cuidarla. No la dejaba sola ni un minuto y Mia empezó a sentirse agobiada. Quería volver a su casa, pero Andrés insistía en que aparecer con un moratón en la frente haría pensar mal a cualquiera. «Y tú no quieres que tus padres piensen cosas que no han pasado, ¿verdad?».

Trató de llamar a su amiga varias veces, pero Inés no cogía nunca el teléfono. Era como si, desde el plantón que le dio en la facultad, no quisiera saber más de ella. Andrés apareció por la puerta de la habitación con una bandeja llena de platos justo cuando Mia soltaba el teléfono.

-¿A quién estabas llamando?

-A Inés. Llevo sin hablar con ella desde el viernes y quería saber cómo estaba.

-¿Estás segura de que no estabas llamando a tus padres?- Mia le miró con sorpresa.

-¿Y por qué iba a llamarles?

-No lo sé- dijo Andrés mientras empezaba a cortar en trozos el filete que había hecho para su novia. Mia se incorporó y cogió los cubiertos que le ofreció el chico.- ¿Estás a gusto aquí?

-Claro. Me estás cuidando un montón.

-Podrías quedarte toda la semana. No tienes más clases y Raúl aún va a tardar en volver. Incluso puedo acercarte al trabajo en su moto.

Mia, sin dejar de comer, clavó la vista en el plato. Su cabeza aún se encontraba confusa respecto a lo que había sucedido el día anterior. Por un lado recordaba claramente a Andrés encima suyo teniéndola completamente inmovilizada. Podía incluso sentir la mano de su novio en el cuello. En una de sus visitas al baño había encontrado la marca rosada que habían dejado los dedos del chico debajo de la mandíbula. No, tenía claro que Andrés no quería que saliera de su casa hasta que las marcas desaparecieran y sabía que por muy insistente que se pusiera, a no ser que fuera por la fuerza, no iba a conseguir irse.

Los momentos siguientes se proyectaban borrosos en su cabeza. Recordaba estar a ras de suelo pero no cómo había llegado hasta ahí. El cariño y los cuidados de Andrés sin que el chico hubiera mencionado en ningún momento nada de las fotografías le hacían sospechar. No se encontraba con fuerzas como para tener un enfrentamiento, por lo que aceptó sin protestar.

-Claro… Me parece genial.

El chico se puso en pie y tras coger su cartera, salió de la habitación.

-Voy a comprarte un cepillo de dientes- dijo poco antes de cerrar la puerta del piso con llave tras él.

Mia miró a su alrededor. Andrés se había llevado su móvil. Se levantó aún algo mareada buscando infructuosamente por el piso algún teléfono. Después de revisar las paredes en busca del cable de línea se dio por vencida y volvió a la habitación de Andrés. Estaba encerrada e incomunicada, y, por primera vez en toda su vida, se sintió totalmente sola.

Cuando Andrés volvió, Mia estaba mucho más espabilada. El chico dejó una serie de productos en la cocina, desde un cepillo de dientes a varios paquetes de compresas, y comenzó a recoger los platos en los que había servido la comida. La chica se acercó a él con pies de plomo

-Andrés, lo he estado pensando y sí que preferiría irme a casa – el chico enjabonaba los platos sin mirarla-. Quiero estar también con mi familia, echo a mis hermanas de menos.- Andrés seguía sin desviar la vista del fregadero. Mia no sabía qué más decirle, odiaba la sensación de tener que darle explicaciones para que su opinión se tuviera en cuenta.

-No sé, Andrés… No le veo mucho sentido a estar aquí sola por las mañanas mientras tú estás trabajando. Podría quedarme algún día a dormir pero preferiría poder estar en casa o haciendo cosas.- El chico saltó como un resorte.

-¿Cómo puedes ser tan desagradecida? ¿Te tengo como a una reina y quieres marcharte? De verdad que no te entiendo, Mia… En ocasiones como esta pareces un monstruo.- La chica le miró dolida.

-No soy ningún monstruo Andrés, solo quiero poder tener algo de tiempo para mí.

-¿Y aquí no lo tienes? ¿Qué hay en tu casa que no puedas hacer aquí? ¿O es que quieres estar lejos de mí?- Andrés soltó de golpe los cubiertos que estaba aclarando a excepción de un cuchillo.

Mia se encogió. Aquello era como el trueno que anunciaba la lejana tormenta y, si bien no estaba segura de cómo podría acabar, tenía la ligera sospecha.

-Andrés, por favor, ¿puedes soltar el cuchillo y hablamos de esto en el salón?-El chico se giró hacia ella mirándola fijamente sin pestañear apuntándola con el cuchillo. Mia trató de mantener el tipo.

-¿Te doy miedo, Mia? ¿Es eso?-susurró Andrés serenamente mientras a Mia se le ponía la piel de gallina.

La chica contuvo un grito de terror cuando vio a Andrés acercarse a ella andando lentamente.

-¿Te quieres ir porque te asusto?- la voz del chico era mecánica, casi inhumana.

Mia empezó a retroceder hasta la pared. El chico llegó hasta ella y deslizó la punta del cuchillo por su mano recorriendo su brazo. El metal subió por su hombro en una caricia fría y bordeó su cuello. Andrés siguió con los labios el camino que había seguido el cuchillo hasta llega a su oreja. Una parte de ella se veía protagonizando los titulares de las noticias del día siguiente.

-Te quiero- dijo él mientras le bajaba los pantalones. Mia incapaz de moverse, se quedó muda en el sitio. Cuando Andrés se los quitó la mandó a la habitación. La chica entró con la cabeza totalmente embotada.

Sin pensar en nada, de manera automática, recogió su mochila, las pocas pertenencias que había dejado en casa de Andrés y volvió a la cocina. El chico, que ya había soltado el cuchillo, terminaba de enjuagar los últimos cacharros cuando vio aparecer a Mia.

-Te he dicho que me esperes en la habitación, Caramelo.

-Me voy-dijo ella mientras recogía el pantalón del suelo. Andrés se volvió riendo.

-¿Qué?

-Me marcho, Andrés. Y esta vez para siempre.

El chico, viendo que su novia iba en serio, le arrebató los pantalones de la mano.

-No, no te vas.-Mia volvió a intentar cogerlos forcejeando con Andrés.

No sabía si era por el miedo que estaba sintiendo o por el golpe del día anterior, pero se sentía al borde del desmayo. Sin saber cómo, su cuerpo reaccionó por ella y sacó fuerzas. De un empujón lanzó a Andrés hacia atrás y le arrancó los pantalones de las manos. La chica salió de la cocina dirigiéndose a la puerta, pero Andrés la seguía furibundo.

-¡Eres una puta!- empezó a vociferar mientras le escupía en el pelo. Mia, haciendo caso omiso, giró las llaves y abrió la puerta. Andrés se quedó apoyado en el marco.

-Si te marchas, no vuelvas. Nunca.

Sin contestarle, Mia empezó a bajar las escaleras. Cuando se encontraba a punto de salir a la calle oyó cómo Andrés gritaba su nombre mientras bajaba las escaleras tras ella. «Corre» gritó una voz en su cabeza. Fue como si todas sus alarmas internas saltaran al mismo tiempo. Sin mirar atrás Mia salió corriendo buscando la parada de autobús más cercana. Afortunadamente, el que la dejaba cerca de casa, estaba recogiendo en ese mismo instante a los pasajeros a pocos metros de ella. Mia se subió de un salto y ni aún dentro, se permitió perder la calma. No estaría bien hasta que llegara a casa.

Al poco de arrancar, un coche pitaba como enloquecido al autobús. Mia se asomó a ver a qué se debía tanto escándalo. Andrés, desde su coche, seguía al autobús tratando de hacerle parar adelantándole y reduciendo la velocidad. La chica se estremeció. Sabía que no iba a darse por vencido tan fácilmente, pero ella tampoco iba a hacerlo. Si Andrés la quería la tendría que sacar a rastras. Para la satisfacción de Andrés, el autobús, se detuvo en la parada siguiente y Mia observó como el chico salía del coche. Se encogió temblando en el asiento rezando porque el autobús arrancara y, afortunadamente, el conductor, viendo que Andrés se había bajado, aceleró y dejó atrás al chico. Él buscó a su presa por las ventanas mientras el autobús pasaba por su lado. La chica se asomó en un deje de valor, o de locura. Andrés permanecía quieto imperturbable. Clavó la mirada en ella y a Mia se le helaron las entrañas.

Cuando llegó a la parada, emprendió una última carrera para llegar a su calle. Pensó que Andrés se encontraría esperándola y que tendría que oponer resistencia. La sensación de que todo había sido en vano la inundaba, pero no fue así. La calle se encontraba vacía. Conteniendo un suspiro de alivio subió a su casa.

Sus padres no le preguntaron nada. No hizo falta. Mia se metió en el baño y dejó que sus lágrimas se confundieran con el agua de la ducha. Fue ahí y solo ahí, cuando lloró por Andrés por última vez.

 

 

Resiliencia. Capítulo 18: Yo jamás te haría daño

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre
Capítulo 14: Madrid me mata
Capítulo 15: Tú tienes la culpa
Capítulo 16: Hemos terminado
Capítulo 17: No me gusta para ti

Capítulo 18: Yo jamás te haría daño

Después de llevar unos minutos esperando apoyado en una de las columnas de la puerta de la facultad de Mia, Andrés esperaba que el examen de la chica no se demorara mucho. Quería aprovechar al máximo el poco tiempo que pudiera estar con ella antes de volver al almacén. Distraído pasó su mirada por la masa de futuros periodistas y publicistas que se arremolinaban bajo una nube de humo. Una silueta conocida salió del montón y se dirigió a él furibunda. El chico reconoció a Inés y, sin darle tiempo a saludarla, ella le increpó.

-¿Qué estás haciendo aquí?- Inés respiraba agitadamente pero Andrés no dejó que eso le amilanara.

-He venido a buscar a mi novia- respondió con seguridad.

-Ya no es tu novia. Ayer lo dejasteis. Me llamó para contármelo todo -Andrés frunció el ceño preguntándose hasta dónde alcanzaba aquel todo.-. No paráis de discutir, no funcionáis y que lo mejor es que cada uno por su lado, algo de lo que me alegro profundamente. ¡Sí! ¡Por fin puedo decirlo! Porque no haces otra cosa que volverla infeliz.

-Lamento decepcionarte pero después de eso tuvimos una conversación madura y lo arreglamos como los adultos que somos.- Inés le miró incrédula sin poder creérselo.

-Eso no es posible… Ella estaba segura… Algo has hecho para que vuelva contigo y me juego lo que quieras. Pero no te vas a salir con la tuya Andrés…

El chico, que llevaba un rato tratando de contenerse, no aguantó más y agarró a la chica del brazo.

-Te voy a decir una cosa. No tienes ni idea de lo que hay entre Mia y yo. Y si tú o cualquier persona se mete por medio, acabará mal –el chico miró a ambos lados y bajó la voz-. Si me entero de que tratas de comerle la cabeza a Mia para que rompa conmigo o haga algo estúpido, le harás compañía a Fer en la cama de al lado –Seguidamente la soltó-. Y ahora sonríe, que viene Mia.

-¡Inés! Perdona, se me olvidó decirte que Andrés y yo lo habíamos solucionado. ¿Te quieres venir a tomar algo con nosotros?- Inés alzó la mirada hacia su amiga. Las ojeras que le acompañaban desde que había empezado a salir con Andrés estaban ocultas bajo unas bolsas hinchadas. Inés conocía de sobra a su amiga como para saber que solo se le ponían así los ojos después de una noche en vela.

-No, gracias. Creo que iré a casa a seguir estudiando para los exámenes.- dijo la chica. Y, tras despedirse de la pareja, emprendió el camino al metro.

Desde el episodio del suicidio, Mia estaba peor que nunca. Andrés casi podía sentir como el día a día de la chica se basaba en tratar de mantener el equilibrio entre una vida normal y una crisis nerviosa. No le gustaba verla así, pero sabía que era la única forma de que su novia se comportara. La sensación de control que tenía sobre ella le tranquilizaba.

Puede que pasaran la mayor parte de las horas del día separados, pero él sabía lo que hacía su novia en cada momento. Bastaba con que le dijera que quería una prueba para que la chica le mandara ubicaciones, fotos y notas de audio. Nada más escudriñarlas minuciosamente y quedarse tranquilo, Andrés las borraba. Pero cuando llegó el final de la semana, su calma basada en la vigilancia digital de su novia se tambaleó.

Mia tenía la última práctica del curso en los estudios de la facultad y la chica le había avisado de que estaría dos horas sin cobertura, algo que en la mente de Andrés se traducía a “totalmente ilocalizable”. El chico durmió intranquilo. No había manera de que ella pudiera demostrarle al momento que iba a encontrarse ahí, por lo que, para su tranquilidad, decidió que recurriría a la observación directa.

Nada más llegar al almacén fingió un dolor de estómago y unas náuseas lo suficientemente convincentes como para que Sanz le diera el día libre temeroso de que pudiera echar a perder algún pedido. Andrés voló con el coche hacia la facultad de su novia y se dirigió al mostrador de información para averiguar dónde se encontraban los alumnos de su clase.

La bedel, para sorpresa de Andrés, le facilitó esa información sin pedirle una acreditación. Bastó con hacerle la pregunta para que la mujer le indicara el estudio en el que estaban. Mientras bajaba hacia los platós no pudo evitar pensar en lo inseguro que era el sistema. ¿Y si él hubiera sido un loco armado con una venganza personal en mente? Suerte tenían de que se encontrara tan cuerdo.

Para no ser visto, se metió en uno de los recovecos del pasillo, donde podía ver perfectamente la puerta del aula. Esperó hasta que los alumnos empezaron a salir. El estómago se le encogió cuando no reconoció a su novia entre ellos.

Dirigió automáticamente la mano a su bolsillo y sacó el móvil para llamarla. Un mensaje que avisaba sobre que el móvil estaba apagado o fuera de cobertura, saltó al instante. Encolerizado, buscó la aplicación de rastreo que se había descargado en el teléfono y en el de Mia para recibir su ubicación cada dos minutos. La última dirección en la que aparecía la chica era aquella, por lo que no podía haber salido de la facultad.

Estaba a punto de recorrer cada clase con tal de encontrar a su novia cuando la puerta del estudio se abrió una vez más. Mia salió hablando con un chico despreocupada. Andrés vio como se alejaban y, activando la cámara, les sacó una foto.

Sin perderles de vista, les siguió por la facultad a una distancia considerable pulsando continuamente el disparador del teléfono. Entre tantos universitarios, Andrés se sentía abrigado, era casi imposible que Mia llegara a descubrirle. Por fin les vio entrar a la cafetería, donde se apresuraron a compartir una mesa doble.

Las paredes acristaladas le facilitaron mucho la tarea a la hora de poder sacarles fotos. Su novia reía sin parar y cogía al chico del brazo en numerosas ocasiones durante la conversación. Tras un rato hablando, buscó algo en su bolso. Andrés vio como encendía el móvil y fruncía el ceño al ver su llamada. Se excuso de su amigo y abandonó la mesa en busca de un lugar más tranquilo para devolverle la llamada a su novio. La llamada apareció al segundo en su pantalla. Andrés colgó y apagó el teléfono mientras se alejaba de la cafetería en busca de la salida. Mia tendría que explicarle muchas cosas cuando fuera a buscarla al trabajo esa noche.

Aprovechando que Raúl había cogido las vacaciones, Andrés disponía del piso para él durante varias semanas, por lo que decidió llevar a Mia aquella noche a dormir con él ya que la chica no tenía que madrugar al día siguiente.

Cuando llegaron, Andrés la invitó a esperarle en el salón mientras iba a buscar algo a su cuarto. Al rato volvió y plantó las imágenes sacadas a papel de las fotos que había hecho de Mia y el chico aquella mañana.

-¿Qué es esto?- preguntó mientras soltaba las fotos en la mesa. La chica, incrédula, las cogió para mirarlas una a una.

-¿Has encargado que me sigan?- dijo Mia con un hilo de voz.

-Esa no es mi pregunta- dijo Andrés con calma mientras seguía observándola.-. Te he preguntado que qué es esto. ¿Me vas a contestar?

Mia se incorporó mientras soltaba las fotos con enfado dejando que se desperdigaran por la mesa.

-¿Sabes qué es esto? ¡Esto es nuestra ruptura!-seguidamente trató de avanzar pero Andrés la lanzó con violencia contra el sofá.

-Te he preguntado que qué es esto.- Andrés se inclinó con todo su peso contra ella impidiéndole salir. Mia empezó a revolverse.

-¡No es nada, solo es un compañero!- la chica trataba de zafarse pero la fuerza de Andrés le hacía imposible moverse. –Suéltame por favor.

-No me creo que sea solo un compañero. ¿Vas a decirme la verdad de una vez?- La chica empezó a llorar con impotencia.

-Te estoy diciendo que solo es un compañero de clase. Se te está yendo la olla, estás viendo cosas donde no las hay.

Andrés la cogió del cuello con una mano mientras se ponía en pie. Los ojos de la chica parecían a punto de salirse de sus órbitas. La incorporó sin soltarla hasta poner su cara a la altura de la suya. Mia, incapaz de respirar, boqueaba tratando de suplicar.

-Mientes, zorra.- El chico la soltó contra el suelo con la mala suerte de que Mia se golpeó con la mesa en la cabeza y perdió el conocimiento.

La sangre se congeló en las venas de Andrés. Con cuidado se agachó y presionó el cuello de la chica. Notó como su pulso latía con fuerza y se tranquilizó.

Cuando al rato Mia se despertó, Andrés la había tumbado en su cama y le aplicaba hielo en el bulto que le había salido en la cabeza del golpe.

La chica, nada más abrir los ojos y encontrar a Andrés a su lado se apartó contra la pared, tratando de alejarse de él lo más posible.

-Aléjate de mí.

-¿Qué te pasa, Mia? ¿Por qué reaccionas así?

La chica, sin creerse las palabras de su novio empezó a llorar.

-Me has agarrado del cuello y me has tirado contra el suelo.-dijo mientras sorbía con fuerza los mocos.

-¿¿Que he hecho qué??- Andrés puso su mejor cara de preocupación y le acarició la frente.- No amor mío, nada de eso. Hemos discutido por las fotos y cuando tratabas de marcharte te has tropezado con la alfombra y te has caído. Seguro que eso ha sido una pesadilla Mia, estabas mascullando un montón de cosas ininteligibles cuando seguías inconsciente. Yo jamás te haría daño. No sé ni cómo se te pasa por la cabeza. Te quiero demasiado.

Vio cómo la chica se derrumbaba emitiendo profundos sollozos. Aprovechó su confusión para acercarse a ella. Mia no rehuyó el contacto. Andrés sospechaba que la chica estaba tan débil emocionalmente que en ese momento se aferraba más a lo que quería que hubiera pasado que a lo que había sucedido en realidad. Andrés dejó que se acurrucara entre sus brazos y la meció con ternura.

-No te preocupes, amor, todo está bien. Ven aquí, deja que te abrace. Te quiero. No pasa nada. Te quiero.

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Resiliencia. Capítulo 17: No me gusta para ti

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre
Capítulo 14: Madrid me mata
Capítulo 15: Tú tienes la culpa
Capítulo 16: Hemos terminado

Capítulo 17: No me gusta para ti

Mia entró a su habitación sin pararse a saludar. Prácticamente arrolló a una de sus hermanas pequeñas que empezó a llorar desconsolada en el pasillo. Cerró tras ella la puerta de su habitación y se sentó delante para bloquearla. No podía dejar que nadie la viera en ese estado. Sus padres, alarmados con los gritos de Raquel, fueron a atender a la pequeña. Su padre golpeó la puerta llamándole la atención sobre su entrada. Mia farfulló que tenía que estudiar y que no la molestaran y sintió como los tres se alejaban de la habitación. Las manos le temblaban incontroladamente. Se las llevó a la cabeza y se agarró el pelo mientras trataba de no perder la calma. Emitió un quejido casi imperceptible mientras trataba de recuperar una calma que se había extraviado meses atrás. El móvil vibró. El nombre de Andrés iluminó la pantalla. Se tapó la boca con ambas manos sintiendo que empezaba a perder la cordura. Quería gritar, dejar salir la tormenta que se había formado dentro de ella pero se limitó a apagar el móvil. Necesitaba alejarse de todo, especialmente de Andrés.

El examen del día siguiente era el último de sus pensamientos. Se acurrucó sobre sí misma tratando de respirar correctamente. La imagen de los coches yendo hacia ellos en dirección contraria le volvía a la cabeza sin cesar. El sonido de las bocinas le retumbaba en los oídos como si nunca hubieran salido de la Castellana. Cogió el teléfono de su habitación y, tras comprobar que no había nadie hablando por él, marcó el único número que se sabía de memoria.

-¿Si?

-Hola Charo, soy Mia. ¿Puede ponerse Inés?

-Claro, cariño. Te la paso.- La pausada voz de la madre de su amiga le tranquilizó.

-¿Hola?

-¡Inés!

-¿Qué ha pasado?- Era lo bueno de que las unieran años de amistad, solo necesitaban escuchar una palabra para hacerse una idea del estado emocional de la otra.

-He roto con Andrés.

-¿Por qué? ¿Estás bien? ¿Quieres que vaya?

-Sí, sí, solo necesitaba soltarlo. Además tengo que ponerme con el examen de mañana. Llevo todo el fin de semana dispersa y no quiero suspender.

-Lo entiendo. ¿Puedo saber qué ha pasado?- Mia titubeó. La idea de decirle a su amiga que su vida había peligrado le avergonzaba.

-No funcionaba, estábamos todo el día discutiendo.

-Lo entiendo. Pero no te preocupes. Mañana voy a buscarte en cuanto salgas del examen, nos vamos a tomar algo y me cuentas todo bien, ¿vale?

-Vale -Mia notó cómo se le empezaba a quebrar la voz. Habría dado cualquier cosa por un abrazo de su amiga en ese momento. Necesitaba sentirse comprendida, pero la vergüenza de todo lo que había pasado al lado de Andrés le pesaba.-. Me pongo ya a estudiar. Mañana te escribo.

-Genial, hacemos eso entonces. Y Mia…-su amiga guardó silencio y por fin soltó lo que llevaba tiempo queriendo decir- Me alegro de que hayas tomado esta decisión. Andrés no me gustaba para ti. No parecía de fiar.

Mia colgó el teléfono y tras inspirar profundamente, se dispuso a centrarse en el presente y en los Power Points que esperaban en el ordenador. Para empezar, cambió la contraseña de su correo electrónico y, sucesivamente, la de cada una de sus redes sociales. Eliminó a Andrés de todas ellas y, tras imprimir los archivos, se puso a estudiar.

Tras varias horas en las que parte de los apuntes habían entrado a la fuerza en su cabeza, fue a darle las buenas noches a sus hermanas.

Raquel y Blanca intentaron convencer a su hermana de que se acostara un rato con ellas en las literas. Mia les acarició el pelo, casi tan negro como el de ella y le hizo arrumacos a la más pequeña mientras se disculpaba por el pisotón. Blanca la miraba con seriedad desde la cama de arriba.

-Tienes cara de haber llorado.- El carácter de su hermana le sorprendía cada día. Era una esponja que captaba todo lo que pasaba a su alrededor.

-Son unos días un poco tensos con los exámenes. Estoy un poco desbordada.

-Los exámenes y Andrés- corrigió Blanca mientras alargaba el brazo para acariciarle la cabeza a su hermana mayor. Mia contuvo las ganas de llorar ante la espontaneidad del gesto.

-Andrés malo- recalcó Raquel mientras volvía a desordenar las mantas de la litera.

-Pero bueno, ¿qué os ha dado a todos con Andrés?- se echó a reír para combatir las lágrimas que empezaban a agolparse en sus ojos y, tras arroparlas, apagó la luz de su habitación y se quedó unos instantes escuchando su respiración. Se sintió profundamente agradecida por aquel momento. Quizás si uno de los coches hubiera ido algo más rápido ella no estaría allí y su familia tendría muchas más palabras para definir a Andrés que únicamente «malo».

De vuelta a su habitación, tras pasar por la cocina a por una taza de café bien cargado, encendió la lámpara de su escritorio dispuesta a pasarse toda la noche en vela con tal de evitar un suspenso en el examen.

No fue hasta las tres y media de la mañana que se dio por satisfecha. Su cerebro no daba más de sí y sabía lo importante que era dormir antes de un examen para que los conocimientos calaran bien en su cabeza.

Pensó en encender el móvil antes de acostarse, pero sabía que no iba a gustarle lo que podría encontrar ahí. Una parte de ella tenía miedo. Había visto a Andrés perder los papeles y le asustaba. Era totalmente imprevisible. Como meterse en un campo de minas sabiendo que en algún momento todo puede estallar sin saber dónde está escondida la bomba.

Decidió dejarlo apagado hasta que hubiera pasado el examen. En aquel momento necesitaba tener la cabeza centrada en la prueba. Sin embargo no conseguía conciliar el sueño. Algo en su interior se revolvía como alertándola de que no todo iba tan bien.

Tras casi media hora de vigilia, se incorporó y encendió el móvil. En el momento en el que la pantalla se iluminó, se arrepintió de haberlo hecho. Como una cascada, todo tipo de mensajes colapsaron el dispositivo hasta el punto de que tuvo que reiniciarlo. Whatsapps enloquecidos, mensajes de texto, llamadas perdidas, mensajes en el buzón de voz y hasta correos electrónicos de Andrés le esperaban. A Mia se le encogían las tripas según iba poco a poco, leyéndolos.

Si los primeros dejaban ver un tono amedrentado y hasta casi de disculpa, los siguientes eran todo lo contrario. El cambio de actitud había sido que Andrés había intentado meterse en sus redes sociales y había descubierto que su novia había cambiado las contraseñas. Más de la mitad de los mensajes sucesivos eran insultos y humillaciones, así como explicaciones detalladas de todo lo que Mia se merecía que le pasara por haberle ‘traicionado’.

La chica siguió leyendo estoicamente recibiendo cada insulto y cada palabra hiriente como si fueran cuchilladas. Quería dejar de leer, pero no podía. Una parte de ella quería ese daño, buscaba algo que provocara el nacimiento de un odio tan profundo que la mantuviera alejada de Andrés para siempre. Los últimos mensajes fueron los que encendieron todas sus alarmas.

Habían sido enviados apenas tres minutos antes de que ella encendiera el móvil. Eran una despedida larguísima de Andrés que decía que se alegraba de haberla conocido pero que ella le hacía demasiado daño, por lo que había decidido matarse esa noche. Mia se puso en pie mientras sentía que le faltaba el aire. Llamó a Andrés sin pararse a pensar.

El móvil daba señal, pero Andrés no lo cogía. Mia se temió lo peor y siguió insistiendo marcando su número una y otra vez. Por fin, tras un sinfín de llamadas perdidas que a Mia se le hicieron eternas, Andrés descolgó.

-¿Qué?- El chico tenía la voz ronca. Mia había perdido el miedo, lo único que pasaba por su mente era que la vida de Andrés era demasiado preciosa como para perderla por una tontería.

-¡Andrés! Gracias a Dios. ¿Dónde estás?

-¿Y a ti que te importa? Has roto conmigo y bien rápido has empezado a rehacer tu vida cambiándote las contraseñas.-reprochó el chico.-Seguro que hasta has empezado a tontear con alguno.-La chica decidió pasar por alto el ataque.

-Claro que me importa, joder. No quiero que hagas ninguna tontería. Por favor, ¡dime dónde estás!

-Esto se ha acabado Mia, lo has dejado muy claro con tu mensaje y con las acciones que has realizado a continuación. Puede que para ti esto sea un punto y aparte en tu vida, pero para mí es el punto y final. Acabas de escribirle el cierre al libro de mi historia.- La chica trató de agudizar el oído intentando reconocer dónde podría encontrarse Andrés, pero le resultaba imposible captar ningún sonido identificativo.

-No digas eso, Andrés. El suicidio nunca es la solución a un problema, solo es la vía de escape de todo. Entra en razón, piensa en tu familia, en tus amigos, en tu grupo, en todo… ¡Piensa en mí!

-Lo estoy haciendo. Ya he dejado todo listo. Os he escrito una carta a cada uno con lo que quiero que conservéis de mí.- Mia sintió cómo se le rompía el corazón por dentro. La idea de perder a Andrés se le antojaba insoportable.

-Andrés, por favor… No lo hagas… Por favor…- La chica empezó a llorar mientras suplicaba en voz baja.

-¿Por qué no? No tengo nada por lo que vivir.

-Me tienes a mí. ¡Yo te quiero!

-Entonces ¿por qué no lo demuestras? ¿Por qué has dejado que esto pasara?-Mia se dio cuenta que si quería salir de esa situación lo único que podía hacer era dejar que Andrés le echara las culpas a ella. A fin de cuentas, no le importaba, lo único que quería era que Andrés cambiara de idea respecto a suicidarse.- Si no estás tú, no quiero seguir con vida.

-Voy a estar, ¿vale? Te lo prometo.

-¿Pero vas a volver a darme las contraseñas? ¿Voy a poder volver a fiarme de ti?-Mia suspiró por lo bajo mientras se despedía del retazo de libertad del que había gozado por unos instantes.

-Sí, si no haces ninguna tontería.

-No haré nada, de verdad. Gracias, Mia. Solo necesitaba escuchar eso. No sabes cuánto te quiero ahora mismo.- A la chica no se le escapó el ‘ahora mismo’ pero prefirió dejar las cosas como estaban.

-Y yo. Voy a ponerme a estudiar, ¿vale? Que mañana tengo el examen temprano.- Andrés guardó silencio al otro lado para contestar elevando el tono de voz.

-¡¿Cómo?! ¿Te enteras de que tu novio está a punto de suicidarse y le dejas tirado por un examen?

-¡No le dejo tirado! Pensaba que ya estaba todo hablado.

-Para mí no. Tenemos mucho de qué hablar.

– Como quieras…- Mia se mordió la lengua esperando a que Andrés terminara de hablar para así poder finalizar la conversación cuanto antes.

-¿Sabes dónde estoy? En la carretera que va a Guadarrama. Hay una curva llamada ‘La curva de los muertos’ en la que más accidentes hay registrados de toda la Comunidad -Mia no quería que Andrés siguiera hablando, pero el chico continuó imparable-. Iba a cogerla a toda velocidad sin girar. La altura es tal que nadie ha sobrevivido a una caída.-Mia empezó a llorar imaginándose a Andrés cayendo por el precipicio.- Tú ibas a ser mi último pensamiento Mia, eres todos y cada uno de ellos.

Cuando el sol empezaba a despuntar, Mia y Andrés colgaron el teléfono para que la chica pudiera empezar a prepararse para ir al examen después de una noche que nunca olvidaría, y no por los motivos que a ella le gustaría.

Lo que ella desconocía era que el chico no había salido de su casa en ningún momento de la noche.

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Resiliencia. Capítulo 15: Tú tienes la culpa

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Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre
Capítulo 14: Madrid me mata

Capítulo 15: Tú tienes la culpa

Desde que habían empezado a salir, Mia no había oído  al chico hablar apenas de su grupo de rock. Andrés argumentaba que aquello era algo que hacía con sus amigos por diversión y que, últimamente, no había ratos más llenos de ella que los que pasaba con la chica. Mia hacía como que se creía la excusa, cuando sabía que lo que no quería Andrés era un motivo para dejarla sola, fuera de su estrecha vigilancia.

Fue por eso por lo que le sorprendió que el chico la invitara aquel fin de semana a un concierto que iban a dar en un local de su antiguo barrio en Getafe. La petición de Andrés había sido urgente, «Necesito que estés ahí, caramelo», por lo que Mia aceptó a regañadientes pensando en la cercanía de sus exámenes de junio y en lo atrasada que iba con el temario desde que tenía que dedicarle las tardes al bufete de abogados.

No había entrado al local y ya se sentía fuera de lugar. Inés se había negado a acompañarla haciendo gala de una compromiso con sus estudios que le había faltado a ella, por lo que no le había quedado otra que ir sola. La mayoría de los asistentes se conocían entre ellos y habían formado un tapón en la entrada del local. Mia atravesó a la gente como pudo y se apresuró para coger sitio en un lateral apartado del escenario. El poder de convocatoria del grupo era algo incuestionable. El público estaba formado por gente de todas las edades, desde chicas con pinta de recién llegadas a los dieciocho hasta alguno rondando los cincuenta, que o bien era un amante del rock, o era padre de alguno de los integrantes.

La mirada de Mia vagaba recorriendo cada esquina del local hasta que se topó con unas chicas que la miraban fijamente. Una de ellas, la más bajita, la observaba con gesto hosco. No entendía a qué venía esa hostilidad cuando no la conocía de nada. Estaba a punto de escribir a Andrés cuando las luces se atenuaron y los primeros acordes de Sweet Child of Mine llenaron el poco espacio que quedaba en la sala. Andrés, en el centro del escenario, era el Axl Rose de su banda. Mia, que hasta ese momento no le había escuchado cantar, se quedó anonadada.

El chico escalaba por las notas con una facilidad innata mientras sus manos recorrían el mástil de la guitarra incansablemente, con una pasión que casi le hacía tener envidia de que fuera el instrumento y no su cuerpo lo que se encontrara entre sus manos. Después de Guns´n Roses llegaron Bon Jovi, Led Zeppelin, Kiss, Nirvana y hasta los Rolling Stones. Mia se dejó llevar por la música mientras sacudía la cabeza y se dejaba embriagar con los ojos cerrados. En aquel momento apenas recordaba que estaba sola, solo podía pensar en lo que le gustaba la música acompañada de la voz de Andrés. Cuando la banda se tomó unos minutos de descanso lamentó que el espectáculo parara.

-Eres la nueva novia de Andrés, ¿no?- La chica bajita que no le había quitado ojo al entrar se encontraba pegada a ella. Su tono de voz no le agradó lo más mínimo, además de que la consideraba una maleducada por hablarle así sin tan siquiera conocerse. Mia bajó la cabeza para mirarla a los ojos mientras le contestaba.

-¿Y a ti qué más te da?

-A mi me da igual, pero deberías saber que te la está pegando conmigo.

Mia se quedó muda mientras sentía que el suelo desaparecía bajo sus pies. Aquello le resultaba no difícil, sino prácticamente imposible de creer. Aún incrédula observó cómo la chica se sacaba un móvil del bolsillo y le enseñaba una foto de Andrés de espaldas cogiendo su cazadora del suelo. La fecha no engañaba, aquello había pasado hace dos días.

-No te preocupes. Os pasa a todas. Os dice que lo vuestro es algo especial que ha planeado el universo y después viene a verme por las tardes.

Mia la miró con repulsión mientras una parte de ella se negaba a creerla.

-Serás muy guapa y todo lo que tú quieras, pero de poco te sirve si busca en otras camas lo que no le das en la tuya. Y por cierto, disfruta de Across the Universe, es la canción que siempre os dedica a todas cuando el concierto va a acabar.

Dicho eso, se alejó con suficiencia dejando a su espalda el mismo resultado que si hubiera lanzado una bomba atómica. Mia se encontraba desencajada cuando Andrés salió del camerino para preguntarle si le estaba gustando el espectáculo.

-Todo genial hasta que esa enana ha venido a decirme que es la otra.- Andrés miró hacia donde Mia señalaba y se echó a reír a carcajadas.

-Mia, esa es Miriam, mi ex novia.

-¿Y qué hace aquí?

-La ha invitado el batería. Ha estado un rato en el camerino cotilleando lo que íbamos a cantar durante el concierto. No sé qué más te habrá dicho pero hazme caso, no puedes creer de ella una sola palabra. Miente más que habla. Apuesto a que te ha dicho que estamos juntos.

-Me ha enseñado una foto de hace dos días en la que sales vistiéndote.

-Fui a su casa a por las cosas que me faltaban, no te dije nada porque no quería preocuparte. Confía en mí, entre Miriam y yo no hay nada. Está rabiosa porque rompí con ella cuando tenía las miras puestas en el altar.

-¿Ya tenía en mente que os casarais? Pero, ¿cuántos años tiene?

-Los que yo, 28.

-Joder, pues es un poco mayorcita para hacer estas cosas.

-Miriam es capaz de hacer o decir lo que sea con tal de hacer daño. Es una amargada y de la gente amargada solo salen cosas malas.

-Ya decía yo que tenía cara de hija de puta- dijo Mia mientras se relajaba. Por un momento hasta sintió pena de que una mujer que casi rondaba la treintena se hubiera rebajado tanto. Pensó hasta en contestarla, pero le parecía degradarse y entrar en un juego en el que se veía demasiado madura como para formar parte. Andrés se despidió de ella y corrió de nuevo al escenario.

Su visita había servido para liberar tensiones y Mia se sintió hasta tentada de lanzarle una sonrisa a la ex novia de Andrés, que seguía mirándola fijamente. Pero, ¿para qué? Se encontraba disfrutando de algunas de sus canciones favoritas de la boca de su novio. No necesitaba más. Había aprendido a disfrutar de las pequeñas cosas y a exprimirlas al máximo. Era feliz sin más. Y nadie, y menos una amargada con cara de mala uva, iba a cambiarlo.

Cuando ya se aproximaban al final del concierto, Andrés esperó a que terminaran los aplausos del último tema.

-Me gustaría dedicar la última canción a la persona más especial que he tenido la suerte de encontrar en mi vida. No decidimos de quién nos enamoramos, pero decidimos qué camino tomar para poder estar con esa persona. El nuestro no ha sido fácil, pero no cambiaría ni un solo paso. Por ti, Mia, que lo único que quiero, es que lo seas hasta el fin de mis días.

Andrés tomó asiento en una banqueta y rasgando con delicadeza las cuerdas de la guitarra empezó a cantar aquel tema que poco tiempo antes, había sido una excusa para dejar en manos del azar, si volvían o no a encontrarse. Mia notó cómo se le erizaba cada pelo de la piel según Andrés cantaba. No sabía si era su voz, el escenario o que todo el mundo parecía igual de ensimismado que ella, pero el chico le parecía mágico.

Un golpecito en el hombro le hizo volver a la realidad. Un chico más o menos de su edad se encontraba frente a ella sonriéndola.

-¿Qué tal? Soy…- el chico se presentó dándole dos besos mientras Mia trataba de ocultar su enfado porque la hubieran interrumpido en plena canción-. No quiero molestarte, solo quería dejarte mi número. Te llevo viendo un rato y bueno… Me gustaría conocerte algo más, así que si quieres háblame por ahí.

El chico parecía bastante cortado por lo que Mia cogió el número y lo tiró al suelo nada más ver que se giraba y volvía con sus amigos. Afortunadamente aún quedaba un poco de canción, por lo que pudo disfrutar por unos instantes más de la voz de Andrés. Cuando el chico acabó, aplaudió con ganas. Nada podría empañar aquella noche tan perfecta.

-¿Se puede saber qué hacías cogiendo el número de ese tío?

Andrés no había dejado ni que Mia le saludara para empezar a increparla en el propio escenario.

-Nada más cogerlo lo he tirado.- se justificó ella presintiendo que se avecinaba tormenta. Qué breve había sido la calma. El chico la agarró y la sacó a través del camerino por la puerta de atrás del local. Una vez fuera sin soltarla le sacudió del brazo

-No es que lo tires, es el hecho de que se lo cojas dando a entender que estás interesada.-Andrés empezaba a alzar la voz por momentos. Mia intentó soltarse, pero el chico no tenía intención de dejar de hacer fuerza.

-Lo he cogido para no hacerle sentir mal rechazándole. Era tan fácil como luego tirar el número.

-Pues yo no te he visto tirarlo. ¡De hecho me juego lo que quieras a que te lo has guardado para hablarle más tarde!

-Estás flipando. Te estoy diciendo que no me lo he guardado, lo he tirado al suelo.

-¿Ah sí? Pues venga, vamos a buscarlo, así me demostrarás que dices la verdad.

-¡No!- por primera vez Mia se negó enfrentándose a él- ¡Andrés, estás paranoico! Tienes que parar, me estás montando un numerazo por nada.

-¿Por nada? ¿Te meten fichas en mi cara, no haces nada para cortarlo y soy yo el que monta un número por nada?

El chico alzó el brazo y Mia se pegó contra la pared del local. Era imposible que Andrés fuera a golpearla. Aquello no podía estar pasando, pensó mientras cerraba los ojos con fuerza. Andrés pareció darse cuenta de lo que estaba haciendo y bajó el brazo.

-No te voy a pegar, porque te quiero demasiado- Mia suspiró tranquila y volvió a abrirlos-. Pero me voy a pegar a mí, necesito sacarme esta rabia.

Mia incrédula vio como su novio empezaba a darse puñetazos en la cara sin parar. Le parecía una situación tan surrealista que casi se preguntó si no estaría en una pesadilla. Pidiéndole a gritos que parará observó impotente como Andrés seguía hundiendo sin cesar el puño en su mandíbula.

Mia se dejó resbalar por la pared y se abrazó las rodillas hundiendo la cara entre las piernas. Andrés paró y alzó la cara de la chica para que le mirara a los ojos. Por la boca le resbalaban varios hilos rojos que goteaban por su cuello manchando su camiseta. Andrés escupió algo al suelo. En medio de la sangre se encontraba una muela.

-Tú tienes la culpa de esto.

TUMBLR

MortsVivents. TUMBLR

 

 

 

 

Resiliencia. Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Mia tiene 20 años, compagina sus clases en la universidad con su nuevo trabajo de azafata de eventos mientras saca tiempo para ver a Hugo, su novio adicto al gimnasio. Andrés a sus 28 años parece que tiene la vida resuelta con un trabajo fijo en una empresa de repostería y una relación de más de cinco años. Pero ninguno sabe lo que se les viene encima.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión

Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión

-Ya verás la azafata de talleres, ¡está buenísima!-aulló Sanz de contento.

-Es una niña muy linda-coincidió con su acento malagueño Sebas.

Andrés les escuchaba a medias. Aún no hacía ni dos días que habían operado a su abuelo y lo último en lo que estaba su cabeza era en mujeres. Sanz y Sebas, su compañero, seguían alabando las virtudes de aquella chica. Cómo si no les conociera lo suficiente. Sabía de sobra cuándo exageraban, y presentía que esa vez no sería la excepción. Subió el volumen de la radio a ver si así conseguía que se callaran. Heaven is a place on earth retumbó por la furgoneta, tenía suerte, era de sus favoritas

-Pues yo creo que le molo-afirmó Sanz seguro de sí mismo sin dejarse amilanar por la repentina subida de volumen- Siempre que la he visto le he dicho alguna cosilla y se nota que hay química. Además me sonríe un montón. Yo voy a intentarlo a ver si…

-Ya estamos aquí- interrumpió Andrés. Empezaba a estar un poco harto del tema. Solo quería que ese fin de semana pasara lo más rápido posible para volver a su vida.

Sanz se adelantó mientras Sebas y él se encargaban de cargar las cajas del stand. “No es listo ni nada el muy cabrón” pensó Andrés con amargura. Al menos solo tenía que currar esos dos días, de la mitad de la feria se había librado. Aún por encima, el chico de la puerta no le dejaba entrar. Pese a que era obligatorio llevar la acreditación colgada del cuello, Andrés era totalmente contrario a hacerlo, le parecía una horterada, y por mucho que ese niñato le insistiera, iba a seguir sin ponérsela, de modo que se limitó a sacarla de malos modos del bolsillo para que leyera el código de escaneo. Aquel distaba bastante de ser un buen comienzo de día. Empezó a recorrer la feria con las cajas mientras buscaba el stand, que sabía que se encontraba justo en la punta opuesta a la puerta. Girando por un pasillo le pareció ver a Sanz hablando con alguien. Retrocedió sobre sus pasos para ver mejor. Sanz, apoyado en un mostrador, había adoptado su típica pose relajada que parecía totalmente forzada dadas las circunstancias. Cuando Sanz se hizo a un lado Andrés por fin pudo ver con quien hablaba.

De pronto sintió su cuerpo desaparecer de allí más ligero que nunca, sintió como se elevaba por encima de todo el pabellón y aparecía en medio de una playa. Podía sentir el sol calentándole la cara como si de una caricia se tratara. Las olas rompiendo sobre la orilla, a escasos metros de él, ponían melodía al momento. Le llegó un suave olor a flores que provenía de un arco de madera bajo el que estaba. Alguien había entrelazado pequeños ramos de violetas con tul blanco. Delante de él había varias sillas divididas en dos hileras, y, pese a que estaban llenas, no distinguía ninguna de las caras que miraban hacia él sonrientes. De pronto, sobreponiéndose a la banda sonora que había puesto el mar con sus olas, una versión para piano del Canon de Pachelbel empezó a sonar. Allí donde acababan las sillas había una figura morena vestida de blanco. Con el pelo largo negro al viento, sin nada de maquillaje y luciendo una sonrisa desnuda, se encontraba ella, que, feliz, avanzaba lentamente hacia él. Andrés saboreó cada paso, sabiendo que él era el destino de ese breve camino. Su mente estaba en blanco, solo estaba ella, y sabía que, por el resto de su vida, siempre lo estaría.

No se le resbalaron las cajas de milagro. Se quedó en shock. Por una vez, tanto Sanz como Sebas se habían quedado cortos. La chica llevaba el pelo largo y suelto, de un tono negro tan vivo que habría hecho envidiar al cielo de cualquier noche. Sus labios se encontraban continuamente curvados en una sonrisa constante que suavizaba su mirada. Andrés se quedó hipnotizado viendo aquellos ojos enormes, aún a lo lejos, podía sentir la atracción que ejercían sobre él. Finalmente y a regañadientes, se obligó a avanzar. No podía quedarse en medio del pasillo mirándola. Llegó excitado al stand y soltó las cajas sin casi darle tiempo a Sebas a cogerlas.

-¿Qué pasa illo? Que parece que has visto un fantasma.

Andrés se asomó al pasillo impaciente, a ver si Sanz llegaba de una vez. Por fin le vio aparecer con la carpeta bajo el brazo y una sonrisa satisfecha en la cara.

-Mira lo que traigo, la azafata empezó ayer a dibujar cartelitos con los sabores de las coberturas para que los pongamos delante de los botes. Es una cara bonita que sabe dibujar-dijo mientras se reía socarronamente.

Andrés notó la sangre hervir, estaba seguro de que era mucho más que eso. Disimulando sus ganas de soltarle una bofetada a Sanz se dirigió a él con amabilidad.

-¿Podrías presentármela? Lo digo porque estando de azafata de nuestros talleres…

-Claro que sí hombre, después os presento- contestó Sanz sin darle tiempo a acabar la frase encantado de tener una excusa para volver a hablar un rato con la chica.

Aquello tranquilizó a Andrés. Solo unas horas más, se dijo mientras sacaba los botes de coberturas y empezaba a calentarlos. Se sentía eufórico, emocionado, pletórico, hinchado de felicidad, nervioso. Jamás, en sus veintiocho años de vida se había sentido así, le recordaba vagamente a lo que había sentido en un pasado por Gema. De repente su gesto se torció, ¿y si aquella azafata era Gema 2? O peor, ¿y si aquella azafata era el karma de lo que había sido su vida hasta entonces? No sabía cuál de las dos opciones le preocupaba más. Tenía que volver a verla. Mascullando una excusa dejó a Sebas ultimando el stand y fue hacia la salida diciendo que necesitaba algo de la furgoneta. Pese a que la zona de talleres le pillaba justo de paso, prefirió ir por un pasillo paralelo para poder observarla sin que ella le viera. Apretó el paso apurando los últimos metros y se paró en seco.

Asomándose por el lateral del puesto de manualidades de ganchillo pudo obtener una visión perfecta de donde se encontraba ella. La azafata sonreía mientras hablaba con un par de señoras mayores. Parecía estar indicándoles algo ya que extendió el brazo para señalarles la dirección. Las señoras sonrieron a su vez y se alejaron en busca de quién sabe qué. Una vez sola de nuevo, la azafata miró a ambos lados y se agachó tras el mostrador para salir apenas dos segundos después con un cuaderno y un boli. Andrés la miraba hipnotizado mientras pensaba en todo lo que daría por averiguar qué estaba escribiendo.

Decidió ir rápido a la furgoneta para poder observarla un poco más a la vuelta. Después de coger los primeros papeles que encontró en el maletero y volver a maldecir al chaval de la entrada que le pedía el pase de expositor, emprendió el camino de regreso por el pasillo paralelo al stand de talleres. Una vez de vuelta en su puesto de observación, volvió a asomarse. Esta vez la azafata no estaba sola, un hombre había arrimado una silla y se encontraba hablando con ella animadamente. Ella se echó a reír por algo que dijo él y Andrés sintió como le ardían las entrañas por los celos. Él debía ser quién la hiciera reír, no aquel patético cuarentón con bigotillo y perilla. Sorprendido por la fuerza de sus sentimientos hacia ella sin tan siquiera conocerla, se alejó con disimulo de vuelta a Sanz Manualidades.

Definitivamente no era una Gema 2 y eso era algo que fue confirmando en sus numerosas idas y venidas a la furgoneta. Para empezar la azafata comía. Comía de verdad. Gema vivía obsesionada con su figura. En el tiempo que estuvieron juntos, cada vez que salían a cenar, después de terminar con los platos, Gema se retiraba al baño para volver al rato con los ojos llorosos y la boca hinchada. Él sabía que vomitaba todo lo que comía y nunca pudo hacer nada. En cambio la azafata daba buena cuenta de lo que le ofrecían los talleristas: una galleta de mantequilla, una magdalena… En segundo lugar, la azafata le parecía preciosa, no era guapa como Gema que seguía los cánones típicos de modelo, alta, delgada, plana y con la cara chupada; sino que tenía curvas por todas partes. Lo había confirmado cuando en uno de sus viajes la vio salir del stand a colocar los folletos. Era delgada pero tenía la clase de figura que le volvía loco. Cintura estrecha, cadera ancha y un buen culo rematando la jugada. La azafata le parecía la mujer más perfecta que había visto nunca.

-Pero chaval, ¿qué haces ahí de miranda?- pegó un respingo cuando Sanz le sorprendió -Estás fichando a las dependientas de RodillArte, ¿eh? No sabía que te iban mayorcitas jajaja. Vente conmigo, que voy a ir a la furgo y así de paso te presento a la chavalita.

“Al fin” pensó Andrés mientras se recolocaba su camisa de cuadros. Trató disimuladamente de peinarse, pero los rizos contenidos por el cemento armado que era su gel fijador parecían en orden.

Según se aproximaban Andrés se iba poniendo más y más nervioso. Cuando llegó a la altura del stand se limitó a quedarse al lado de Sanz mientras se lamentaba de que justo en ese momento le diera el ataque de timidez.

-Mira, este es Andrés, trabaja también en Sanz Manualidades.

Ella se giró hacia él mostrando su enorme sonrisa.

-Hola ¿qué tal?-dijo mientras se incorporaba de la silla y se apoyaba en el mostrador para darle dos besos. -Yo soy Mia.

Por fin Andrés fue capaz de abrir la boca. Los sitios dónde ella le había dado dos besos le ardían. Solo podía pensar en tirar todos los folletos de encima del mostrador y hacerle el amor ahí mismo, como si fueran animales.

-¿De dónde viene Mia? ¿De Amalia? ¿De María?

-Mia de Mia-contestó ella con la tranquilidad propia de quién ha contestado mil veces a la misma pregunta.

-Es un nombre muy bonito-dijo él. “Qué estúpido” pensaba “¿No podía hacerle un comentario más típico e infantil?”

-Gracias-respondió ella sinceramente -¿Cuánto hace que trabajas en Sanz?

Su cerebro se desconectó, sabía que seguían hablando porque notaba cómo sus labios se movían, pero, siendo sincero, hacía tiempo que había dejado de escucharla.

Feria en Madrid. WIKIMEDIA

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