Resiliencia. Capítulo 20: Fue un error

Cuando dos personas se encuentran pueden pasar varias cosas: todo o nada.

Y después está esta historia.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión
Capítulo 3: Un día antes de la colisión
Capítulo 4: Seis horas antes de la colisión
Capítulo 5: Colisión
Capítulo 6: 30 segundos después de la colisión
Capítulo 7: No solo los aviones vuelan
Capítulo 8: Cuesta abajo y sin frenos
Capítulo 9: Todo contigo
Capítulo 10: Lo que te mereces
Capítulo 11: No deberían hacerte llorar
Capítulo 12: Jugando las cartas
Capítulo 13: Hacer sangre
Capítulo 14: Madrid me mata
Capítulo 15: Tú tienes la culpa
Capítulo 16: Hemos terminado
Capítulo 17: No me gusta para ti
Capítulo 18: Yo jamás te haría daño
Capítulo 19: La guarida del lobo

Capítulo 20: Fue un error

No había una sola manera que Andrés no hubiera puesto en práctica para tratar de contactar con Mia. Cuando perdió de vista el autobús se planteó esperarla en su calle, pero su orgullo le impedía arrastrarse de esa forma. Volvió a casa y, tras aparcar, le escribió un mensaje cariñoso por Whatapp diciéndole que al día siguiente la invitaba a comer para arreglar las cosas. Cuando pasadas varias horas Mia seguía sin contestarle, empezó a sentirse intranquilo y el tono de sus mensajes pasó de las súplicas a las amenazas, pero nada parecía surtir efecto para romper el mutismo de la chica.

El corazón le dio un vuelvo cuando trató de buscar a su novia en Facebook y le salió como resultado que la página que buscaba no existía. Mia se esforzaba en desaparecer sin dejar rastro. En un momento de desesperación empezó a recurrir a los correos electrónicos, que, infructuosamente, le llegaban de vuelta al informarle de que la dirección a la que escribía había sido eliminada.

Andrés no sabía qué hacer. Dio vueltas por su habitación como un animal enjaulado e incluso probó a llamarla varias veces. Recurrió incluso a los prehistóricos sms. Finalmente, entre mensaje de texto, llamadas y grabaciones desesperadas en el buzón de voz de la chica, se quedó dormido.

Cuando al día siguiente su móvil amaneció sin una sola notificación, decidió tomar cartas en el asunto y, cogiendo una de sus guitarras, la amarró a su espalda y emprendió en la moto de su amigo aquella ruta que ya se conocía de memoria. Dio gracias mentalmente de que la calle de Mia estuviera vacía. El chico se bajó de un salto y llamó al telefonillo. Nervioso, se aclaró la voz. Si aquello no funcionaba, no había nada más que pudiera hacer.

-¿Sí?

En cuanto oyó aquella voz contestar, Andrés pellizcó las cuerdas dejando que los acordes de Across the Universe acompañaran una letra en inglés que se había aprendido con prisas para la ocasión. Tuvo que parar cuando la voz del telefonillo le interrumpió al poco de empezar a cantar.

-Lo siento, Andrés, Mia no está.

Sin una sola palabra más, Carol colgó de un golpe el telefonillo y Andrés se quedó totalmente desencajado. Volvió a llamar y esperó a que descolgaran el aparato.

-Carol, ¿podrías dejarle un mensaje de mi parte?

-Lo siento, no quiere saber nada de ti.

Seguidamente colgó y Andrés, tratando de contener el enfado, presionó el botón una vez más. Carol había optado por ignorarle. Pulsó ininterrumpidamente varias veces e incluso se asomó y llamó a su novia dando un par de voces. Una vecina del edificio se asomó por la ventana del bajo y amenazó con llamar a la policía. Andrés, haciendo caso omiso, continuó dándole al botón. Al ver que seguían sin contestarle perdió los estribos y soltó el puño contra el telefonillo destrozando la mitad de los botones. En cuanto vio que la anciana del bajo se encontraba al teléfono observándole, decidió que lo mejor sería alejarse.

Justo antes de arrancar la moto le pareció ver, o quizás era ya las ganas que tenía de que así fuera, a Mia detrás de las cortinas de una de las ventanas de su piso. Cuando varios vecinos salieron al portal a examinar el telefonillo arrancó la moto y, tapando la matrícula con la guitarra, se marchó.

Cabizbajo, emprendió el camino de vuelta a su casa. Trataba de poner en orden todo lo que había sucedido y por qué Mia había tomado aquella decisión. Nada más llegar a su casa tiró la guitarra al suelo y se derrumbó junto a ella. No quería imaginarse la vida sin Mia, la chica le daba tanta vida que ahora que no estaba la sentía insulsa.

A ese primero le siguieron varios días llenos de apatía en los que ni se molestó en salir a hacer la compra. Empezó a comer una vez al día mientras pasaba el resto del tiempo escribiendo cartas para la chica que nunca llegaba a enviar.

Del dolor lacerante que sentía por la ruptura pasó al odio más absoluto que pudiera imaginar. Por su mente no paraba de llamarla «cobarde» una y otra vez. Cobarde por tirar la toalla, por no luchar por él ni por su relación. La chica le parecía un ser despreciable que había jugado con él haciéndole creer que tenían algo especial para luego darle la patada.

Necesitaba vengarse de alguna manera, por lo que se le ocurrió la idea de verse con otra mujer. Haciendo repaso de los contactos del móvil llegó a la conclusión de que la única que accedería a tener algo con él en cualquier momento sería Miriam, por lo que marcó el número de su ex novia. No había terminado de sonar el primer tono de llamada cuando la voz ansiosa de la chica le contestó al otro lado del auricular.

-¿Sí?

-Mimi…- Andrés dejó que el mote que había usado durante tantos años actuara como cebo.- Me he dado cuenta de que no puedo esta sin ti. He dejado a Mia tras decirle que tú eres la única mujer con la que quiero estar. Empezar algo con ella después de dejarlo contigo fue un error…- Casi podía sentir como el ego de Miriam crecía por momentos, por lo que remató la llamada-. No ha habido un solo día que no pensara en ti, Mimi.

-Ven a mi casa. Ahora.

Una hora después de muchos halagos y promesas Miriam se encontraba desnuda debajo de él. Andrés se limitó a mirar el cabecero de la cama mientras trataba de terminar lo antes posible. Una parte de él casi agradecía que su ex novia solo quisiera tener sexo en esa postura. Las comparaciones eran odiosas y cada centímetro del cuerpo de Miriam le recordaba dolorosamente lo diferente que era del de Mia. No se quitaba de la cabeza el olor de la chica cada vez que la desenvolvía. Su melena negra cayendo por su espalda desnuda infinita se le antojaba ahora tan lejana que, por un momento, tuvo que contener las lágrimas. Por su cabeza pasó la cara de Mia cada vez que se encontraba a punto de estallar y terminó enseguida. Una vez satisfecho y tratando de no mirar a Miriam, salió de la habitación vigilando que el condón no tuviera ninguna vía de escape y lo tiró a la papelera del baño.

-Quiero que me vuelvas a decir lo duro que ha sido tenerme lejos- pidió la chica desde la habitación. Andrés suspiró y volvió a la cama.

Fue como si los meses en los que Mia irrrumpió en su vida hubieran sido un sueño. Andrés no conseguía sacarse de la cabeza la idea de que había sido demasiado bonito para ser real. Era como si nunca hubiera dejado a Miriam y todo hubiera seguido el curso que la chica había tenido en mente para los dos.

Le sorprendió lo fácilmente que había superado que la hubiera dejado por Mia, como si lo realmente importante fuera que en realidad estaban «destinados a estar juntos» como ella le repetía cada día. Andrés volvió a acostumbrarse a los enfados de la chica, a sus desplantes con la familia y, en general, a como era Miriam. Su nueva novia le había pedido que dejara el almacén de Sanz Manualidades y que aceptara uno de los puestos que le había ofrecido su padre en la empresa de reciclaje en la que trabajaba. Aunque no era una de las grandes pasiones de Andrés, el empleo en el departamento de contabilidad le brindaba un sueldo con el que antes solo podía fantasear. Entre eso y que durante las últimas semanas había descubierto fugas diminutas en los preservativos, que parecían hechas con la punta de un alfiler, sospechaba que Miriam se estaba esmerando en que, esa vez, Andrés no pudiera marcharse.

Y sin embargo nada le importaba. Había asumido que aquello era lo que le esperaba para el resto de su vida y se limitaba a dejarlo pasar sin nadar a contracorriente. Lo que Miriam no sospechaba era que cada tarde, en cuanto salía de la empresa y con la excusa de ver a sus amigos, frecuentaba todos los lugares en los que sospechaba que podía encontrarse Mia. No quería hablar con ella ni que supiera que estaba siendo acechada, se limitaba a observar.

Cuando no era en su calle, se quedaba aparcado enfrente del despacho de abogados en el que trabajaba la chica. Las horas de espera merecían la pena cuando, en ocasiones, contadas de sobra con los dedos de una mano, veía agitarse en la lejanía aquella melena negra. Esos días eran en los que sentía que la vida volvía a merecer la pena.

DIMKAK.DEVIANART

DIMKAK.DEVIANART

1 comentario

  1. Dice ser Pebbles

    El tal Andrés tiene lo que se merece…una novia de su mismo corte emocional, es decir, la tal Mimi
    Y Mia, tiene también lo que se merece, volver a disfrutar de su libertad
    Para mí, este es el final perfecto, cada uno en su sitio, en ese sitio que, ahora si, han podido elegir los dos librememte, Ándres pagando las consecuencias que tiene haber sido un maltratador tanto emocional como físicamente, y Mia, aprendiendo la lección que su propia vida le ha dado por enamorarse de la persona equivocada…pero a salvo ya, por fin…y espero que hasta aquí…espero que Andrés sea ya pasado, para siempre

    05 junio 2016 | 17:56

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