Resiliencia. Capítulo 3: Un día antes de la colisión

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión
Capítulo 2: Una semana antes de la colisión

Capítulo 3: Un día antes de la colisión

A las 19.45 se cerraba el stand de talleres de repostería. Mia sacaba la caja de debajo del mostrador y llevaba las cuentas del día. En un lateral del formulario ponía el número de gente que se había apuntado, en otra columna el dinero que había cobrado y en la última, el total. Tanto el día anterior como ese día los ingresos no habían superado los 200 euros, cosa que agradecía, ya que sus compañeras de talleres de manualidades podían cerrar la caja con más de 1000 euros. A la hora de hacer los cálculos era más sencillo hacerlo con cifras pequeñas. Es por eso por lo que ella salía normalmente cinco minutos antes de la hora, mientras que sus compañeras tenían que quedarse media hora más hasta que las cifras encajaban. No había sido un día especialmente duro, estar ocho horas sentada tras un stand no requería mucho esfuerzo físico, pero aún así se sentía cansada. Por suerte había alcanzado el ecuador del trabajo, ya solo le quedaban el sábado y el domingo. Un fin de semana que se iba a pasar entre las paredes acristaladas del Palacio de Cristal Juan Carlos I. Solo había trabajado dos veces de azafata, pero aquella era, sin duda, su feria favorita.

Nada más llegar le adjudicaron el puesto de talleres. La mayoría de sus compañeras estaban o en las entradas o en el mostrador de información, por lo que agradeció tener un puesto más dinámico. Cuando vio que su taller estaba pegado al escenario donde se impartían clases de cocina, su alegría fue mucho mayor. Mientras duraban los talleres, ella sacaba la libreta en la que llevaba las cuentas y tomaba nota de los trucos y recetas que iban dando. Aunque no se lo habían pedido le gustaba, tras acabar cada taller, barrer su espacio. Se sentía responsable de aquellos veinticinco metros cuadrados donde pasaba tantas horas. Con mucha discreción, esperaba que cada tallerista diera por finalizada la clase y procuraba dejar la moqueta lo más limpia posible, cosa algo complicada teniendo en cuenta que la mayoría de productos que se caían al suelo eran grasos.

En aquel trabajo se sentía más a gusto que nunca. No era solo porque el uniforme eran vaqueros y bailarinas, lo que le hacía sentir cómoda, sino que había conocido brevemente a los talleristas de cuyos cursos informaba. Amelia, licenciada en periodismo y reconvertida a las artes reposteras, era la creadora de Amelie´s y enseñaba a decorar galletas con fondant. Rocío daba los talleres de cocina sin gluten y Bruno enseñaba a decorar galletas y magdalenas con coberturas de sabores Sanz. El cuadro de personajes de la nueva historia en la que se sentía que estaban lo completaban Jesús, su supervisor, un argentino que llevaba la melena rizada recogida en un moño con aires de skater y Toni Sanz, el director de Sanz Manualidades. Pese a encontrarse en el otro extremo del pabellón, Sanz acudía a menudo a supervisar a su tallerista y a reponer las existencias de coberturas que servían de reclamo para las señoras en el stand de Mia. Cada vez que pasaba por delante, le hacía comentarios a la azafata, pero ella se limitaba a sonreírle amablemente esperando a que pasara de largo. Y por último, el que montaba los escenarios, José, una especie de Hugh Jackman bajito y cuarentón de la empresa de Jesús que había acercado una silla al stand de talleres y se pasaba las horas hablando con ella como si de una barra de bar se tratara. Mia había encontrado en él una pequeña fuente de admiración. José, cuya vida florecía en Argentina, de dedicaba a montar escenarios por todo el mundo: de conciertos a pasarelas de moda, de ferias a festivales. Mientras él narraba las ciudades que conocía, Mia bebía de sus palabras mientras viajaba a los sitios que él describía. Aquel día, fruto de una pequeña conversación, José saltó:

-Recuérdame que en otra vida me case contigo-sentenció envolviendo la declaración en su fuerte acento argentino.

Mia se echó a reír a carcajadas, era la declaración menos comprometida del mundo. Aquel caradura, aún con todo, le resultaba simpático. Sin José, al llegar la media jornada del jueves, posiblemente se habría suicidado metiendo la cabeza en el microondas.

Esa era una de las cosas que le molestaban de su ‘profesión’, porque ya empezaba a considerarse azafata, que existía una creencia equívoca de que era un trabajo sencillo destinado para gente guapa pero con poca cabeza. Incluso algún visitante de la feria se había atrevido a decírselo. Mia pensó que le gustaría ver a más de uno en su puesto. Con las ocho horas de la jornada por delante sin poder moverte de tu puesto más que para comer. Parece relativamente sencillo, pero a la hora de estar sola, su cabeza empezaba a volverse loca. Necesitaba ocuparse, y José era el único que le mantenía distraída del insondable silencio de su cerebro. La fama que descubrió que injustamente cargaban las azafatas de ser un mero objeto decorativo estaba totalmente injustificada. No solo tenía compañeras de todo tipo, estudiantes de derecho, de medicina, de ingeniería, de arquitectura, sino que ser azafata era ser psicóloga, cocinera, mujer de la limpieza, comerciante, asesora, periodista, maestra, promotora… Era hacer varios oficios a la vez mientras recibes el salario de uno. Era mostrar seguridad ante momentos de flaqueza, ayudar a quién lo necesite, informar a quién se pierda. Eran horas y horas rodeada de un puñado de caras conocidas mientras a su alrededor pasaban mareas de caras extrañas. Ser azafata te hacía conocer muy profundamente a la gente en muy poco tiempo.

Tras dejar la caja en el cuarto de azafatas a buen recaudo en manos de Jesús, se dirigió a la salida, dónde la esperaba su novio impaciente. Bajo aquel paraguas, Hugo se le antojó más tierno que nunca. Para que sus padres no supieran que se había perdido dos días de clase trabajando en la feria, les había dicho que quedaba con Hugo nada más acabar las clases y que llegaría a casa sobre las nueve, lo que les dejaba una hora para estar juntos al día.

-Tengo unas ganas de que acabe ya esto…-dijo Hugo tras terminar de besarla.

-Y yo-dijo Mia- Solo nos quedan sábado y domingo y seré toda tuya.

-Más te vale, baby-dijo él mientras la volvía a besar.

Una vez entraron al metro Hugo sacó un tupper de su mochila.

-¿Cuántos kilos te faltan?-preguntó Mia fingiendo interés mientras el olor del pollo a la plancha con arroz le llegaba a la nariz.

-He ganado cinco, me quedan quince-dijo su novio con orgullo mientras comía con avidez el contenido del recipiente.

-¡Pero eso son casi cien kilos!-Mia se alarmó- ¿No podrías dejarlo ya? Estás lo bastante fuerte.

Era la enésima vez que tenían la conversación y Mia sabía que llevaba las de perder antes de tan siquiera empezar. Incluso sabía de memoria lo que él iba a contestarle.

-Esto es lo que me hace feliz, y no le hago daño a nadie, al contrario. ¿Por qué salir los findes de botellón está bien y en cambio ir todos los días al gimnasio y comer sano no lo está? Si no lo entiendes es tu problema, yo no te obligo a comer nada distinto, soy yo el que sigue la dieta.

-Vale, no te digo nada.-dijo Mia conciliadora. Suspiró acordándose de aquel chico que había conocido casi dos años atrás. ¡Y pensar que en un primer momento le pareció que Hugo estaba gordo! Pero no era la única que lo pensaba, la mayor parte de sus compañeras, despistadas por las sudaderas tan grandes que usaba, pensaban que estaba algo bajo de forma. Por eso, cuando empezaron a salir y le vio por primera vez sin camiseta, su sorpresa fue mayúscula. No solo no estaba gordo, sino que era un palillo. Tenía el cuerpo fibroso de los entrenamientos de béisbol, estaba incluso más delgado que ella. Fue al poco de dejar béisbol cuando empezó a obsesionarse con el gimnasio y con ganar peso.

-Además, si me pongo más fuerte te gustaré más-afirmaba él.

-Cuando te conocí pensaba que estabas gordo y me gustaste igual-remataba ella.

Aquella máquina musculosa en que se había convertido su novio, le asqueaba más que gustarle. Tenía la sensación de que ya no eran libres, sino que estaban condicionados por los horarios de comidas de Hugo: un ciclo continuo de tuppers de arroz y pollo, de batidos de proteínas, de entrenamientos asesinos de gimnasio. El chico sano y natural que era antes, era ahora una mole que aprovechaba cualquier ocasión para sacar bíceps, ya fueran comidas familiares o salidas nocturnas. Ese tipo de cosas le producían a Mia todo lo contrario a morbo. Recordó incluso que hubo una época que ella también llegó a obsesionarse. Cuando empezó a sentirse culpable por lo mal que comía en comparación con su pareja. Por suerte, le duró poco la tontería, ya que si Hugo quería privarse de cosas en la vida, ella no tenía por qué hacerlo. Mientras que muchas de sus amigas le decían lo cachas que estaba su novio, ella solo podía pensar en lo incómodo que era pasear con el pesado brazo de Hugo alrededor de su cuello, lo difícil que era conciliar el sueño al lado de una persona que la aplastaba por las noches, lo fría que se sentía al abrazar a Hugo y sentir que se abrazaba a una piedra. Incluso el sexo había cambiado. Recordó también como había vuelto una semana antes de sus vacaciones familiares para pasárselas durmiendo sola, ya que Hugo tenía gimnasio por las mañanas y no podía perdérselo.

Baby, ¿quieres un poco?-preguntó él interrumpiendo sus pensamientos mientras le acercaba una pinchada de arroz blanco reseco.

-No, gracias-contestó Mia pensando en la cantidad de dulces que tomaba en la feria a lo largo del día. Si Hugo la viera la pondría a hacer flexiones sin dudar, pensó con una sonrisa.

Aunque sentía que le quería, y que era su primera relación seria, Mia no podía dejar de preguntarse si eso era todo. A largo plazo, la idea de felicidad de Hugo era imaginarse a Mia haciendo su tortilla de claras de huevo para desayunar antes de ir al gimnasio. ¿Quería ella eso? se preguntaba. ¿Eso era todo a lo que iba a aspirar en la vida? ¿A pasarse el día pendiente de las siete comidas de Hugo? Una parte de ella se resignaba con la comodidad que le daba saber que no pasaría el resto de su vida sola, otra parte se rebelaba contra todo, las comidas, el gimnasio, Hugo… La parte rebelde quería irse de España, trabajar de periodista en cualquier parte del mundo, conocer todos los países y culturas que pudiera, escribir sobre ello, cultivarse, aprender, en definitiva, autorrealizarse cada día. Vale que quizás apuntaba demasiado alto, pero soñar era gratis, y por tanto, ¿por qué tendría que conformarse con menos? Hugo tenía muchas cosas buenas, pero aún así, no sentía que estuviese hecho para ella desde que había empezado a vivir de esa manera tan sacificada. Se llevaban bien, pero le daba la sensación de que no se entendían. Hugo necesitaba a alguien con quien compartir su pasión por el cuidado del cuerpo y el culto al físico, Mia necesitaba a alguien con quien compartir su pasión por el mundo y el culto a la vida.

Mar en calma. WIKIMEDIA

Mar en calma. WIKIMEDIA

 

5 comentarios

  1. Dice ser mariano

    De que va esto? …

    A la tercera línea ya estaba bostazando.

    06 febrero 2016 | 18:44

  2. Dice ser Ángel

    Después de leer los tres capítulos, me gustaría darte algunos consejos sobre escritura, porque no es lo mismo contar una historia que escribir un artículo, y tal y como lo estás haciendo resulta muy confuso.

    Para empezar, tienes que intentar atenerte a tu historia. Está bien que caracterices a tus personajes, pero dedicar un buen rato a describir cómo es el trabajo de azafata, por ejemplo, desvía la atención de forma innecesaria. También te recreas demasiado en los detalles, eso no es malo de por sí si mantienes el interés, pero intenta combinarlo con acción dialógica porque los párrafos largos tienden a hacer que el lector se aburra.

    Sobre todo, quería aconsejarte que intentaras ver la historia como un todo, con cada capítulo siendo una parte importante de la historia; hasta ahora no veo ningún tipo de avance ni una idea de hacia dónde va el desarrollo, simplemente son dos parejas que viven su vida sin relación y que pueden o no tener algún tipo de problema. Sobre todo en este tipo de publicación, el que va a pasar un tiempo entre capítulo y capítulo, es importante conectarlo todo y dejar pistas sobre lo que va a pasar para que el lector pueda esperar el siguiente capítulo. Es bueno tener en cuenta no sólo lo que quieres contar, sino cómo puedes hacerlo para que el lector lo entienda y comprenda.

    Espero que veas estos consejos, porque veo que quieres contar una historia aleccionadora y me gustaría que se hiciera de forma que pudiera gustar y beneficiar a todos. Un saludo.

    06 febrero 2016 | 20:37

  3. Dice ser Marina

    Te leo y me engancha, la verdad. Tengo ganas de leer más.
    Y yo sí que veo por dónde tira la historia, no sé qué echa en falta el tal Ángel!

    06 febrero 2016 | 23:21

  4. Dice ser Sara

    Yo también estoy enganchada a tu historia, jajaja. Estoy deseando que llegue la colisión!! Y también veo por dónde va la historia como Marina.

    09 febrero 2016 | 13:22

  5. Dice ser Rodro

    Estoy con Ángel! Confuso…

    18 febrero 2016 | 06:42

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