Resiliencia. Capítulo 2: Una semana antes de la colisión

Hace años me instaron a escribir esta historia. Aunque, cuando me lo dijeron, esa historia no era esta historia. Así que supongo que, aunque no he elegido que sea de esta manera, he elegido compartirla tal cual es ahora. No es una historia personal aunque algunas vivencias son propias. Si he decidido escribirla es porque, si a mi me sirve de terapia, quizás a ti te pueda servir de ayuda.

Resiliencia te puede haber pasado a ti, a tu madre, a tu compañera del trabajo, a tu prima pequeña, a tu mejor amiga. Puede sucederle a tu hija. Es la historia de superación del mayor trauma de una vida. El maltrato puede adoptar muchas formas, pero, sobre todo, puede adoptar muchas caras.

Capítulo 1: Dos semanas antes de la colisión

Capítulo 2: Una semana antes de la colisión

La voz de Leiva salía de los cuatro altavoces del coche, era tan clara que si cualquiera cerraba los ojos, habría jurado estar escuchándola en directo. O eso le gustaba pensar a él. Mientras esperaba poder atravesar una rotonda usó sus dedos como baquetas para acompañar sobre el volante la percusión de la canción. Había un riff en la melodía que le encantaba. Tenía que usarlo para alguna canción suya. Solo de imaginar que dentro de poco podría hacerlo, le aleteaba el corazón en el pecho. Y la culpa la tenía aquella que ya tendría que haber llegado, la que tenía curvas suaves y le enloquecía con su sonido: su nueva guitarra española. Cuando por fin encontró sitio para aparcar, apagó el coche y subió un poco más el volumen. Cerró los ojos y movió sus dedos marcando los acordes de la canción en una guitarra invisible. Sol sol do fa…

-¿Pero dónde coño estabas? ¡Te he esperado más de veinte­­­ minutos!

Un portazo le devolvió a la realidad. En el asiento estaba su novia echando chispas.

-Andrés, ¿me estás escuchando? ¿Qué estabas haciendo? Visto desde fuera pareces gilipollas, ¿lo sabías?

Por lo visto hoy iba a ser uno de esos días.

-¿Qué tal el día, Mimi?-preguntó él conciliador, tratando de darla un beso.

-Aparta, déjame en paz. ¡Me tienes contenta! Te pasas el día en las nubes, ya podrías estar un poco más centrado.

-Tengo novia desde hace cinco años,-empezó a enumerar Andrés- un trabajo con un sueldo fijo con su respectivo horario de ocho horas, vehículo propio y prácticamente independencia económica. ¿Qué puede haber más centrado que eso a los 28 años?

-Sustituir novia por mujer-replicó ella convencida.

Andrés, sin mediar palabra, arrancó el coche y emprendió la ruta a casa de su novia pretendiendo que la discusión se diluyera en el camino.

Las horas que pasaba en el almacén le daban la impresión de no acabar nunca. Incluso al viejo reloj de la pared parecía costarle consumir los segundos. El tic tac del mecanismo acompañaba el ritmo de las canciones de Youtube. De no ser por el ordenador, habría dejado el trabajo. Durante ocho horas hacía pedidos, revisaba inventarios, cotejaba las cuentas y escuchaba a los Rolling Stones, Los Ramones, The Beach Boys o cualquier grupo de pop o rock que tenía la suerte de caer en sus listas de reproducción. Entre las innumerables cajas de coberturas de sabores Sanz, se encontraba él, el rockero de almacén.

Andrés repasó la última lista de clientes. Cada vez le estaban comiendo más mercado a Sweet&Sweets, su enemigo acérrimo en el campo de guerra de los proveedores de suplementos de repostería creativa. La culpa del éxito la tenía su producto estrella, la cobertura de sabor Sanz. Al poco de que se pusieran de moda los cupcakes y la decoración de galletas y bizcochos todo el mundo se percató de algo: el fondant es incomible. Incluso había corrientes puristas de repostería que pretendían que se volviera a poner de moda el sabor por encima de la estética. Toni Sanz, el director jefe de Sanz Manualidades, vio una oportunidad única de hacerse un hueco aprovechando la crisis del fondant y empezó a vender su cobertura de sabores. No era tan maleable como el fondant, pero tanto su textura parecida al chocolate, como su sabor, se hicieron con el público contrario al fondant. Su máxima era presentarlo como el “chocolate de sabores, más rico y sano que el fondant”.

“Si todos mis clientes supieran…”-pensó Andrés mientras completaba el formulario del último pedido del día. En su primera semana en el almacén de Sanz Manualidades se había atiborrado de las coberturas, en especial de las de caramelo, frutas del bosque, menta y mora. Tal había sido su posterior empacho, que la simple visión de la etiqueta de las cajas le producía náuseas. En su segunda semana se dedicó a investigar los componentes de las coberturas, lo cual contribuyó a que las náuseas fueran aún mayores. Más de una vez su madre le había pedido que llevara a casa alguna de las coberturas, pero Andrés, con conocimiento de los ingredientes, se había negado en rotundo.

-¿Qué pasa Andresito?- retumbó una voz al final del almacén al mismo tiempo que se cerraba una puerta.

Andrés minimizó corriendo la página de Youtube mientras ampliaba el Excel lleno de tablas con datos de la empresa que tenía preparado para esos casos.

-Buenas tardes, Toni-contestó Andrés. No sabía hasta que punto era bueno tener a Sanz en el almacén, él no solía ir allí a no ser que fuera estrictamente necesario.

-Pues nada, macho, que tenemos otra feria.-empezó Sanz como si el tema hubiera salido a colación con el escueto saludo- Además esta es de las tochas, va a ir todo el mundo, incluido Sweet&Sweets. Tenemos que estar allí. He movido al de los stands y tendremos todo listo en la furgo para montarlo allí la próxima semana, así que resérvamela, que es importante que vayas.

– Lo miraré, no te preocupes-contestó tratando de parecer, al menos, la mitad de emocionado de lo que parecía estar su jefe.

– Además vamos a estar en los talleres, he hablado con el hermano de Loli para que haga cakepops con niños y gilipolleces de esas. No creo que saquemos mucho de ellos, pero al menos nos sirven para hacernos publicidad con las madres. Va a estar guapo.-remató haciéndose el moderno.

Esa era una de las cosas de Sanz que más irritaban a Andrés. Odiaba que su jefe cuarentón con pelo casi blanco se comportara como si tuviera veintiún años. Mientras Sanz seguía parloteando sin parar sobre las ventajas que acarrearían a Sanz Manualidades la asistencia a la dichosa feria, Andrés veía como las posibilidades de escaquearse de ella y tener el fin de semana libre se alejaban cada vez más y más de él. Sin embargo había algo que no podía quitarse de la cabeza, la fecha de la feria le resultaba extrañamente familiar, como si la hubiera oído antes o ya tuviera algo que hacer ese día.

-Perdona, Toni, ¿de qué día a qué día me has dicho que era?- interrumpió el monólogo de su jefe.

-Del 24 al 27, Andrés. ¡Que no te enteras tío! Mas te vale subrayarlo en el calendario porque para mí es fundamental…

De pronto recordó. ¡La operación de su abuelo! ¿Cómo había podido olvidarse? Su madre llevaba más de un mes hablando del dichoso 24 de abril. Esperaba que Toni fuera un poco comprensivo, aquello era serio, además era el único nieto de su abuelo por parte de madre. Él iba a ser el encargado de llevar a su abuelo al hospital.

Con la música más baja esta vez, Andrés esperaba en el parking del centro comercial. Convencer a Sanz había sido un juego de niños en comparación con lo que le tocaba hacer ahora. Sabía que por muchos “Mimis” y “Te quieros” que usara, no habría manera de que a Miriam le pareciera bien que trabajara en fin de semana. Cuando la vio salir por las puertas acristaladas, se preparó. Esbozando una sonrisa le dio las luces para que ella le localizara.

-Hola, Mimi, ¿qué tal el día?

-Hola-contestó ella mientras se acomodaba el cinturón.- ¿A dónde vamos?

-¿Qué te parece si nos quedamos por aquí cerca? Quiero que hablemos de una cosa.

Ella le miró con cara de pocos amigos. Algo le hacía sospechar que no iban a ser precisamente buenas noticias.

-Bueno, ¿me vas a decir de una vez qué pasa?-preguntó Miriam rompiendo el silencio que casi llegaba a los siete minutos.

Andrés, viendo que no iban a tener tiempo a llegar a casa de su novia antes de que estallara la tormenta, puso el intermitente y paró a la derecha de la vía.

-Hoy vino Toni al almacén…- empezó mientras cogía aire.

-¿Y bien?- preguntó ella.- ¡Espero que sea un ascenso! Llevas ya un tiempo trabajando en su empresa.

-No, Mimi, no es eso. Este fin de semana hay una feria y Toni quiere que vaya.

La cara de Miriam cambió súbitamente de una expresión avinagrada a preocupación. Frunció el ceño y se puso a suplicar. A fin de cuentas, eso con Andrés siempre le había funcionado.

-¡¿Qué?! No vayas por favor Andrés, iremos a dónde sea. ¡Vámonos de viaje! Invito yo. Nos vamos a París, que sé las ganas que tienes de conocerlo.

-Mimi, cariño, no puedo hacer otra cosa. Es mi jefe

-¿Eres gilipollas? Te estoy diciendo que nos vamos a París, así que llámale. Que no cuente contigo, en esta feria tendrá que apañarse sin ti.

-No puedo, Miriam

-Dios… ¡te odio! Pues así te pudras en la feria de mierda

Como un tornado y con toda la fuerza que su corta estatura le permitía, Miriam salió del coche y cerró la puerta furiosa. Mientras Andrés la veía alejarse estuvo tentado de preguntarle “¿Has cerrado?” irónicamente, pero sabía que no estaba el horno para bollos. Al menos había conseguido decírselo. Sabía que lo que quedaba de semana se lo pasarían discutiendo, y, posiblemente, sin sexo. Por eso fue por lo que le extrañó que Miriam le llamara al día siguiente a invitarle a merendar a su casa como si nada hubiera pasado. Andrés aparcó el coche y llamó al timbre. Miriam fue a abrirle mientras un sonido suave se colaba por la puerta. Jazz. Su novia siempre se ponía jazz para cocinar. Mientras Miriam le invitaba a sentarse con demasiada amabilidad para tratarse de ella, Andrés trató de relajarse. Sin embargo no podía evitar estar en guardia. La tensión, por mucho que Miriam se esforzara en disimular, estaba ahí, tan palpable que casi podía sentirla arremolinándose a sus pies. Se sentía en la típica escena de película en la que de repente entra el loco con una metralleta y mata a todos los que, un segundo antes, habían estado hablando animadamente sin sospechar lo que pasaría a continuación. Tuvo que interrumpir sus pensamientos en el momento en el que Miriam entró con una fuente de cristal. La apoyó sobre la mesa ceremoniosamente.

-Tarta de Donetes, Nocilla y Huesitos- dijo con el orgullo de quién presenta a un hijo- Tu favorita- remató mientras Andrés sentía como su boca se hacía agua. Su novia tenía el peor genio del mundo, no en balde se refería a ella delante de sus amigos como “El dóberman, pero a la hora de cocinar Miriam era un ángel. Tenía un don entre los fogones, y eso era innegable. Partió un trozo más grande de lo normal y empezó a comerlo con avidez, no fuera que Miriam cambiara de idea y se llevara la tarta. Ella le observaba con evidente satisfacción. Y eso solo era el principio de la merienda. Cuando su novio dejó el plato impoluto, se levantó del sofá y le condujo a su habitación.

-Y ahora el postre…-dijo ella mientras bajaba las persianas y se quitaba la ropa.

Andrés no podía creérselo, aquello era demasiado bueno para ser cierto. Y él que se veía a pan y agua hasta después de la feria. Tras un breve polvo, su novia se tumbó a su lado.

-¿A que ya no quieres ir a esa feria?-dijo ella con picardía

Fue entonces cuando Andrés se dio cuenta de que había caído en la trampa. Miriam no pretendía hacer las paces por la discusión, sino chantajearle para que no fuera a la feria. Por un momento se sintió asqueado, jamás pensó que su novia fuera capaz de utilizar el sexo como moneda de cambio. Aquello le repugnó.

-No, Mimi, no quiero ir. – empezó el acariciándola el costado tratando de elegir con cuidado las palabras- Pero tengo que hacerlo, es mi trabajo.

Todo rastro de dulzura o amabilidad que hubiera estado mostrando Miriam se borró de golpe.

-¿Cómo que tienes que hacerlo? ¡Te he hecho tarta! ¡Y te he dejado que me hicieras eso que te gusta!- vociferó ella presa del enfado. Aquello no iba a acabar bien.

-Pero ¿cómo iba yo a saber…?

-¡Que te calles!- gritó ella. – ¡Eres un mierda! Y que sepas que te acabas de perder la oportunidad de ir a París conmigo gratis. Dicho eso empezó a pegarle golpes en el brazo.-Vete de aquí imbécil. ¡Que te largues te digo!

Andrés recogió su ropa lo más rápido que pudo y salió de la casa vistiéndose sobre la marcha mientras dejaba la furia draconiana de su novia a la espalda. Una vez a salvo en el coche, se miró el cuerpo de arriba abajo. Parecía que había salido ileso.

Vista de Gran Vía. GTRES

Vista de Gran Vía. GTRES

 

 

2 comentarios

  1. Dice ser DSA

    Eso no es una novia, es una estúpida insoportable, lo mejor es mandar a la mierda a una mujer así pues te amargará el resto de tu vida.

    30 enero 2016 | 12:23

  2. Dice ser Pecas y lunares

    Sin dudarlo, mejor estar solo que con una novia así a tu lado… bastantes sorpresas nos da la vida como para aderezarla con momentos psicohistéricos como los que presenta la tal Mimi…en confianza, que la aguante su mami!

    31 enero 2016 | 11:44

Los comentarios están cerrados.