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Cómo 2017 se convirtió en el año feminista

El 2017 empezó con una noticia revolucionaria: las azafatas de los podios ciclistas desaparecerían. El mismo mes que sentía que comenzábamos a avanzar, que las mujeres nos alejábamos de esa sexualización en la que siempre nos vemos inmersas, mis pezones sufrieron acoso online.

DIANINA XL/MARA MARIÑO

Pero no todo estaba perdido. Ha sido un año en el que nos hemos dejado de princesas y nos hemos vuelto guerreras. Que hemos querido luchar como vikingas, ser reinas sin necesidad de un rey a nuestro lado como Daenerys Targaryen o salvar el mundo como Once. Un año en el que hemos tenido referentes femeninos fuertes con los que sentirnos identificadas.

2017 ha sido el año en el que se ha dado un pasito hacia la igualdad utilizando a hombres como imagen de grandes firmas de maquillaje. Porque aunque no estemos acostumbrados a que ellos se maquillen, pueden hacerlo y ser aceptados por ello (además de que a los youtubers beauty se les da de maravilla). También lo recordaremos como el año en el que las faldas y los tacones para ellos llegaron a la pasarela.

Hemos vivido un año en el que una de las principales tendencias ha sido la naturalidad a través de muchas influencers que se han animado a salir en sus redes sin depilar, con sus estrías, sus cicatrices… hasta su celulitis, algo que incluso ha hecho que marcas como Desigual o Dove se sumaran a la corriente.

Ha sido tal la repercusión de la aceptación de una imagen más saludable, alejada de la presión estética, que los conglomerados LVMH y Kering firmaron la carta que no permitiría trabajar con modelos que tuvieran menos de una talla 36.

Ha sido un año lleno de denuncias a viva voz y a golpe de tuit empezando por las actitudes depresivas de las modelos del catálogo de Zara o la última campaña de Yves Saint Laurent que mostraba mujeres colocadas en posturas sumisas como si no tuvieran ningún tipo de fuerza ni voluntad, frágiles a disposición de cualquiera. Y, afortunadamente, hemos protestado y nos hemos quejado cuando hemos visto que una marca basaba su publicidad en una imagen de desigualdad.

En el 2017 hemos denunciado sin miedo, hemos dicho que nos han acosado grandes magnates de la industria cinematográfica, que una banda de animales nos ha violado, que nos han ultrajado, que nos han asesinado. No nos hemos quedado calladas y hemos marchado por varias ciudades del mundo exigiendo que se nos trate como lo que somos: personas con los mismos derechos.

«Feminismo» ha sido la palabra más buscada en 2017, pero además ha sido una de las más llevadas a cabo tanto por hombres como por mujeres. Por eso no me preocupa que empiece un Año Nuevo. El 2017 no ha sido el año feminista, sino el primer año feminista.

Y es que por mucho que pique, que duela, que moleste, que irrite, o que haga que se nos intente desprestigiar con adjetivos como «feminazis», el feminismo no es una tendencia pasajera, luchar por la igualdad no es algo que pase de moda como un tejido o unas botas de plataforma. El feminismo ha venido para quedarse.

#SiMeMatan

Si me matan de día dirán que llevaba pantalones cortos o que salía a correr a menudo por el parque que estaba cerca de mi casa. Si me matan de noche dirán que iba muy maquillada.

GTRES

Si me matan por la calle dirán que no debería estar volviendo sola a esas horas. Si me matan en el portal dirán que debería haber sido más prudente y que no debería fiarme de nadie. Ni de un vecino, ni tan siquiera del portero.

Si me matan a mí o a cualquiera de mis amigas dirán que salíamos de fiesta y que habíamos tomado unas copas. Dirán que vivíamos nuestra sexualidad libremente o que no teníamos un novio que nos ‘protegiera’. Dirán que trabajábamos de imagen o que bailábamos reggaeton, que no deberíamos haber sido tan amables con ese compañero de la oficina o de la universidad.

Si me matan en España dirán que dejé a mi ex novio con el corazón roto. Si me matan en Italia dirán que no debería haberme fiado de la gente que acababa de conocer y que vivía sola a casi dos mil kilómetros de mi familia.

Dirán que iba por la calle con las mallas del gimnasio, esas que marcan hasta los pelos de las piernas. Dirán que tenía la lengua muy larga y no me callaba ante una situación de acoso callejero, porque siempre digo lo que pienso. Dirán que fue por defenderme en vez de no ofrecer resistencia.

Si me matan, también es posible que mencionen que más de uno ya había dejado caer en el blog que escribía, que esto se volvería en mi contra, que de feminista esto pasaría. Porque claro, una mujer viva se queja, una que no lo está solo puede guardar silencio. Al menos si me matan quiero pensar que morí diciendo la verdad.

Si me matan dirán todo lo que haga falta para que tú, que lees la noticia de mi muerte, no te asustes. Que no es que haya asesinos sueltos por la calle, no te preocupes, que no te quite el sueño, es por todos los motivos anteriores.

Porque si nos matan, es más fácil buscar hasta debajo de las piedras «motivos» que expliquen que lo hayan hecho. Asumir que vivimos en una sociedad aún machista que entiende que la mujer está a merced del hombre es más doloroso, de hecho, da incluso miedo. Porque claro, es más tranquilizador pensar que porque tu hija salga con una falda larga no va a pasarle nada. Porque darte cuenta de que a ella, a tu hermana, a tu prima pequeña, a tu sobrina, a tu ahijada o a tu novia, solo por haber nacido mujer ya tiene posibilidades de ser asesinada, es más jodido.

En España fueron asesinadas en 2016 (no murieron o perdieron la vida, sino que fueron asesinadas) 44 mujeres. Solo llevamos 5 meses de 2017 y han matado a 23. Mataron a 60 en 2015, 54 en 2014, 54 en 2013, 52 en 2012, 61 en 2011, 73 en 2010, 56 en 2009, 76 en 2008 y 71 en 2007 (no me lo he inventado, podéis ver las estadísticas en la web del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad). Un total de 623 mujeres en casi 10 años. ¿Cuántas más tienen que morir? ¿Cuánto más tiempo vamos los medios a seguir indagando en la víctima y mirando hacia el otro lado?

Pero sigamos en el mundo al revés. Quizás en la próxima película de Sherlock Holmes, el detective, en vez de investigar se dedique a elaborar una lista de excusas absurdas que argumenten que la víctima al final es la responsable de su muerte. A ver si nos acordamos de que en un asesinato el culpable es el que comete el acto de asesinar.