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Me llevo la moda a otra parte

No, no, a ver, tranquila, que no voy a colarme esta noche por tu chimenea a robarte los zapatos (¿o sí? ¿Calzas una talla 39?). Vengo a despedirme de este espacio. No es una despedida de esas tristes que incluyen música de Ludovico Einaudi y fondos en negro, me marcho porque la vida me conduce por otros derroteros.

Mi madre, mi mejor fotógrafa

Madre mía, tantos años escribiendo payasadas y haciendo chistes malos y ahora me da por utilizar palabras cultas. Lo que hay que leer. Pero es que han sido más de tres años escribiendo cuatro veces a la semana. ¿Sabes lo que es eso?

Me he llevado este blog a todas partes. Me lo he llevado a los Alpes italianos cuando me fui a trabajar como au pair, me lo he llevado durante un año y medio a Milán mientras estudiaba el máster y trabajaba y me lo he llevado a todas mis vacaciones en cualquier momento del año.

Asturias, Barcelona, Londres y Roma también han visto nacer artículos de Mara Viste y Calza por citar algunos de mis destinos en los que le recordaba a mi novio que teníamos que volver pronto/despertarnos antes para que me diera tiempo a escribir. Así durante tres años.

En tres años he tenido la suerte de conocer a personas que no solo se quedan en el blog sino que han pasado a formar parte de mi vida. Tuve la suerte de entrevistar a una ilustradora catalana jovencísima, Georgina Gerónimo (¡mayo de 2016, Gina!) y ahora es una de mis mejores amigas. Fue gracias a este espacio que Editorial Planeta quiso contar conmigo para escribir tres de sus libros de la colección Para chicas con prisas (que podéis cotillear aquí si queréis leerme en formato físico). En el tiempo que he pasado aquí escribiendo, he aprendido que todo en la vida pasa por algo y que echarle ganas y amor a lo que hacemos solo trae cosas buenas a cambio.

Y no, no ha sido moco de pavo. En estos tres años he tenido que levantarme pronto aun cuando no tocaba trabajar en la redacción o en un congreso, me he devanado los sesos sin saber de qué escribir esa semana (pocas veces, pero alguna), me he recogido a horas insultantemente tempranas por tener que escribir al día siguiente.

Como he cancelado planes o citas románticas, cortado llamadas telefónicas o faltado a planes familiares porque para mí, el blog era lo primero, mis disculpas a todos aquellos que han «sufrido» en carne propia alguna de mis ausencias estos tres años. Y, por supuesto, gracias por entenderlo.

También gracias a mi parroquia, a los lectores que he tenido, desde quienes me leen habitualmente hasta quienes han topado conmigo una única vez. El hecho de que alguien dedique un solo rato de su vida a leer algo que has escrito, es una sensación tan inmensa que desborda. De hecho tienes que ser muy fan para seguir leyendo el artículo más largo y menos relacionado con moda de mi historia y no haber abandonado a la mitad la lectura. Gracias también por eso. Dios te lo pague con aguacates en oferta.

Tengo la gran suerte de que 20 Minutos siempre ha estado ahí, apoyándome y dándome la visibilidad que me ha conducido a otras oportunidades. Por esta aventura digna de película de Indiana Jones siempre le estaré agradecida, con todo el corazón, a Melisa Tuya, quien le propuso un día a la becaria que vestía con sombrero que se presentara a la prueba para escribir un nuevo blog de moda que lanzaría el diario. Me sacó de mi zona de confort a base de teclado y aquí estoy. Melisa, tienes una silla en mi boda con derecho a barra libre y mesa de postres si algún día me caso.

Mientras escribía este blog he compaginado trabajos de azafata, he sido chica del ropero, niñera, imagen de un estadio de fútbol, becaria infinita, fotógrafa, estilista, community manager, escritora y, finalmente, periodista de moda en la versión digital de la revista Hola, motivo por el que dejo este espacio ante la incompatibilidad de firmar en ambos medios (así que ya sabes dónde puedes encontrarme).

Espero que en estos tres años y más de 600 temas escritos te hayas quedado con el mensaje más importante: hay que quererse mucho y bien. Quererse sin que importen las tallas, los tamaños, los pelos, los granos, que una teta sea siempre más grande que la otra o que hayas heredado los dedos de los pies de tu tío Joaquín.

Recuerda que la moda está para divertirse, para jugar, para atreverse. Es una cosa seria pero no demasiado, no salva gatitos atrapados en un árbol, aunque, en mi caso, me sigue haciendo latir el corazón como el primer día que vi un desfile en directo sin saber que aquello solo era el principio.

Septiembre de 2013, mi primer desfile en MBFWM

Me despido de 20 Minutos con el corazón lleno de todo lo bueno que me ha aportado esta experiencia y deseando la mejor de las suertes al resto de mis compañeros del diario. Sigamos hablando, escribiendo, señalando, informando y dando voz a aquellas personas o causas que no se dan a conocer de ninguna otra manera que no sea a través de los medios. Eso es lo que hace grande esta profesión.

Con amor,

Mara

[Y también puedes encontrarme en Twitter o Facebook?]

¿Merece realmente la pena invertir en las colecciones de las ‘influencers’?

Aprovechando el tirón en las redes sociales, muchas influencers han pasado de promocionar productos a crear colecciones propias de ropa o cosméticos cuyo mercado se encuentra, sobre todo, entre sus seguidores.

CHIARA FERRAGNI COLLECTION

Además de ser una manera de poder hacerse de primera mano con la ropa de quienes se han convertido en nuestros iconos, es también una forma de escapar de las tiendas más comunes y conseguir lo que, las amantes de la moda, buscamos por encima de todo, destacar con un estilo propio siguiendo las tendencias.

Algunas, como Alexa Chung, han convertido su marca en una prolongación de su personalidad aportando un soplo de aire fresco a la moda. Otras, como Chiara Ferragni, han optado por centrarse en los accesorios o en prendas más prácticas centrándose en vender el logo de su firma.

Pero no hace falta que salgamos de España para encontrar casos de ‘it-líneas’, por aquello del punto de partida de sus creadoras. En nuestro país tenemos varios casos de estas colecciones, fruto de instagrammers que se lanzan a la industria de la vestimenta.

Los youtubers Monitily y Edusaz, del canal Tilysaz, se han encargado de, en su sección de «Marcas de influencers a examen», analizar cómo se manejan en el negocio las mujeres cuyos estilismos nos sirven de inspiración en la red.

Dulceida, Paula Gonu o Lovely Pepa son algunas de las instagrammers que ya han pasado la prueba con un resultado algo controvertido.

Si bien no se puede exigir un nivel de diseño o de confección a la altura de una firma de moda, no olvidemos que su profesión no les obliga a tener los conocimientos de costura que pueda tener una modista, hay detalles que no se pueden pasar por alto.

Pormenores como el envoltorio, el famoso packaging que tan bien nos suena a los millennials, es un factor que tenemos en cuenta. No estamos comprando a Zara (que incluso Zara se preocupa de que el envoltorio sea bonito) o a una tienda convencional, estamos comprando a esa bloguera o youtuber que se esfuerza en mantener una relación cercana con sus seguidores, algo que desaparece en cuanto llega el paquete a casa.

Las cosas se pueden hacer de muchas maneras, y con mimo y cariño siempre se conseguirá un mejor resultado, por mucho que se trate de una empresa pequeña, que haciéndolo no ya frío o impersonal, sino poco cuidado.

La talla es uno de los principales problemas. Comprar online siempre supone un riesgo, ya que te la juegas a que, o bien no te sirva, o el tamaño que has comprado no llegue a sentarte de la manera que esperabas.

Y claro, si no hay posibilidad de devolución, solo hay una bala, una cuestión nada desdeñable teniendo en cuenta que estamos hablando de un producto que, como clientes, consumimos invirtiendo nuestro dinero.

Tratándose de comercios electrónicos, parece algo impensable, pero la realidad es que algunas de estas firmas no permiten la posibilidad de cambio de prenda a no ser que venga defectuosa de fábrica.

De hecho, fue uno de los problemas a los que se enfrentaron Tilysaz con Lovely Pepa Collection. El pantalón de la talla XL de traje que ambos pidieron no solo resultaba pequeño sino que, además, en comparación con un pantalón que la youtuber tenía en casa de la talla 38, el de la influencer era todavía más pequeño (pese a tratarse, supuestamente, de la talla más grande).

Esto levantó ampollas en redes sociales y en el cajón de comentarios del vídeo, ya que el problema del tallaje es una cuestión que la moda parece arrastrar desde hace tiempo, y sin mucha pinta de que se resuelva en un futuro cercano.

Alexandra Pereira aprovechó Instagram para aclarar, tras ver el vídeo, que «esa chica no es una XL de nuestra marca. Pero no es que no sea una XL, igual es una XL de otra marca».

Independientemente de las diferencias de tallas entre unas marcas y otras, una situación que se repite más de lo que nos gustaría a las consumidoras, pensar que una firma venda una 36 como la medida más grande, no deja de ser preocupante.

Y si bien es cierto que yo no he llegado a consumir nada de la tienda de la bloguera, echándole un vistazo a sus prendas, me surgió otra duda que me hizo reflexionar al respecto.

LOVELY PEPA Y UNIQLO

¿Cómo es posible que una prenda de Lovely Pepa Collection, compuesta por fibras sintéticas, cueste casi tres veces más que una casi idéntica de tejido natural? ¿A qué le estamos dando importancia?

Puedo entender que si hay diseño de por medio, la visión creativa de la bloguera, se infle el precio por ser ‘de ella’.

Pero que una pieza como un jersey de cuello alto, una prenda básica con ninguna peculiaridad, que puedes comprar en cualquier tienda, tenga un valor triplicado solo por ser vendido por una influencer siendo de mala calidad, me parece algo excesivo.

Mientras que la elección es libre, ya que depende no solo del gusto de cada cual sino también de la relación que se tenga con la instagrammer en cuestión, mi pregunta es si quizás no deberíamos empezar a ser un poco más críticas y pedir calidad por el simple hecho de que, como consumidoras, un buen producto es lo mínimo que merecemos por parte de cualquier vendedor, tenga o no millones de seguidores en Instagram.

Semana de la Moda en Milán, mi pesadilla y redención particular

Nunca me ha gustado lo falso. Cuando veía a la venta imitaciones de bolsos o prendas prefería no comprarlas antes que llevar algo «de mentira». No es que os cuente esto para que tengáis en cuenta que, si queréis mandarme regalos, los prefiero originales (que ojalá recibir algún día algo más que cartas del banco), sino para que entendáis por qué le he cogido algo de manía a las semanas de la moda.

Estilismos casuales de invitadas al desfile de Pedro Pedro. MARA MARIÑO

No me malinterpretéis, la moda me apasiona y me apasionará siempre. La oportunidad de ver en primera línea de batalla el trabajo de diseñadores, esos profesionales que trabajan entre la cultura de la vestimenta y el arte, es algo que me hace sentir realizada. Pero lo malo de las semanas de la moda es la gente.

No toda, claro, no penséis que soy antisocial, pero sí los que aprovechan las ocasiones para vestir con un artificio que improbablemente les verás un día de diario por la calle para llevarse un protagonismo que debería centrarse en las colecciones.

El deseo de ir a los eventos para ser visto o de hacerse la foto de rigor para la red social de turno, hace que haya encontrado personas dispuestas a hacer cualquier cosa para entrar a un desfile, incluso si eso incluye utilizar a otras por el camino.

En esta Semana de la Moda en Milán he tenido mucho de eso, pero, afortunadamente, mucho de lo contrario también. He visto mucha tendencia, mucho trabajo, ideas creativas y prendas bonitas.

He podido conocer de primera mano a una diseñadora argentina que va a abrir una sombrerería en Barcelona, he intercambiado una conversación en el baño con una estudiante peruana que quería lanzar la primera revista de moda en su país

Y me he dado cuenta que lo bonito de estos eventos, y algo a lo que no estaba prestando atención hasta ahora, es el roce, en el trato, en poder sentarte al lado de la diseñadora de interiores de Armani porque así te han colocado las organizadoras del evento o poder compartir una copa de Prosecco con la ilustradora Georgina Gerónimo mientras comparamos los desfiles italianos con la Mercedes-Benz Fashion Week o la 080 de Barcelona.

Es un sinfín de conversaciones en inglés, español o italiano mezclando los idiomas entre sonrisas y valoraciones de los espectáculos. Al final, la primera Semana de la Moda de Milán del año me ha quemado y me ha enamorado por el mismo motivo: la gente (de la moda lo estoy siempre).

Como una imagen vale más que mil palabras, os invito a compartir la experiencia conmigo, os animo a que os deis un paseo por las calles milanesas decoradas con portadas de revistas, a que me acompañéis a los desfiles que pude ver, a que sintáis un poquito de esa magia que hay dentro de la moda.

Vivir la moda más que escribirla: mi experiencia como ‘fashion blogger’

Una de las vivencias más especiales que tuve en 2017 fue mi visita al colegio Trilema Nuestra Señora del Pilar.

Una de las fotos cedidas por el director en las que parezco estar controlando la situación mientras procuro disimular que estaba sudando como un pollo por los nervios.

Resulta que una de mis mejores amigas, de esas que más que uña y carne nos asemejamos al culo y a la braga, trabaja allí como profesora y me preguntó si quería ir a hablar de mi experiencia como fashion blogger.

«¿De mi experiencia? ¿De cómo escribo artículos desde mi cama en pijama con un moño medio deshecho?» Pues resulta que sí, que era eso lo que mi amiga quería.

Y allí fui yo, con mis mejores galas de fashion blogger, esas que hacen que mis amigos madrileños me pregunten qué narices llevo puesto y que me hacen sentir la Anna Dello Russo española cuando me las pongo por Milán.

La verdad es que esperaba que el tema no suscitara mucho interés. Más que nada porque, cuando yo estaba en el colegio, mi amor por la moda se limitaba a camisetas que llevaran purpurina o a llenarme el brazo de pulseras hasta el codo. No había mucho más.

Supongo que con el boom de las blogueras las cosas han cambiado, ya que me sorprendió lo atentos que vi a los alumnos cuando les contaba cómo la oportunidad del blog me vino entre por suerte y de rebote gracias a la propuesta de presentarme a la prueba que me hizo Melisa Tuya, la responsable de los blogs del diario.

Recuerdo que les dije que lo que más me gustaba de mi trabajo era que me hacía feliz. En el preciso momento de decirlo en alto me dí cuenta de lo infantil que podía sonar, pero no podía ser más verdad.

Porque por mucho que me cueste a veces encontrar temas cada día, las ganas o el momento, adoro escribir, y adoro la moda. Entonces imaginad lo que me gusta escribir de moda. Si pudiera, le pondría al periodismo de moda un piso cerca de un Mercadona, pero aún no soy famosa como Chiara Ferragni. Dadme tiempo.

Si algo he aprendido en los, van ya para tres, años de bloguera de moda del diario es que nunca sabes a dónde te va a llevar el trabajo, no sabes a quién vas a conocer, los sitios que vas a visitar, los contactos que vas a hacer o las vivencias que vas a tener.

Les hablé de mis visitas al backstage de la Mercedes-Benz Fashion Week Madrid, de mi asistencia al fin de semana de moda en Ibiza, de los eventos en los que no reconocería a Mario Casas ni aunque se me sentara al lado y de otros proyectos que han surgido a raíz del blog.

Hablé de cómo después de un año entero escribiendo sobre moda decidí que quería especializarme en el tema e irme a Milán a estudiar mi máster. Nada de ello habría sucedido si no llego a presentarme a esa prueba animada por Melisa, y nada habría sucedido si no me hubiera dado por, en mi último año de carrera, mandarle mi currículum a 20 Minutos.

Nunca sabemos a dónde nos va a llevar la vida, pero atrevernos, lanzarnos a la piscina, enfrentarnos a los retos que nos proponga y poner toda la pasión en ello, es lo que realmente diferencia un trabajo que nos da para vivir, que vivir feliz en gran parte por tu trabajo.

Y eso es algo que se puede aplicar al perodismo, a cualquier profesión y a cualquier cosa que queramos hacer en la vida.