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Curso de ‘influencer’: ¿locura o genialidad?

¿Te suena la palabra influencer? Quizás la hayas oído o leído en este espacio unas 863 veces aproximadamente.

[Un momento… ¿aún no me sigues en Instagram, Twitter o Facebook?]

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Pero para quienes os acabéis de levantar y estéis en modo zombie: un influencer es una persona que, a través de las redes sociales, puede influir en su público.

Os sonará el concepto por Chiara Ferragni o Dulceida (por tirar para casa), que protagonizan campañas, sacan colecciones de productos o son maestras de ceremonias de eventos gracias al alcance que tienen en las redes.

Influencer o youtuber son algunas de las profesiones idílicas de las nuevas generaciones (adiós periodista o futbolista, que eran las guays hace unos años) y las universidades están empezando a tomar nota al respecto.

De hecho, la Universidad Autónoma ofrece un curso universitario de formación específico en el tema: Intelligence Influencers, que promete enseñar una serie de conocimientos necesarios para iniciarse en la profesión.

Mientras que algunos influencers en las redes sociales ya han dejado clara su postura manifestando que, a grandes rasgos, “influencer se nace, no se hace”, otros han reflexionado sobre la decadencia de las carreras universitarias y el florecimiento de estos cursos.

En mi opinión, antes que nada, creo que ya hemos superado la frase machacona de nuestros padres de “hay que estudiar una carrera para conseguir un trabajo”. Quizás en su época valía, pero ahora, por mucho que estudies, te comes los mocos (con perdón por la imagen mental, que ahora estarás tomando el café).

Tengo amigas con carreras, dobles grados, másteres, y un sinfín de cursos y, de ellas, las pocas que trabajan, cobran mucho menos que un amigo que se sacó un curso de informática. La realidad es que hay muchos trabajos para los que solo te piden un curso de formación y encuentras profesionales muy competentes, sin ir más lejos, mi pareja, que es entrenador personal.

En segundo lugar, creo que es una maravilla el hecho de que aparezcan nuevas opciones para estudiar lo que nos gusta a cada uno. Hace 20 años, el máster que hice de Comunicación de moda y estilismo era impensable. De hecho, quienes trabajaban como estilistas para revistas de moda, no habían recibido formación, todo se limitaba a su gusto personal.

Y si bien es cierto que el gusto o la personalidad son cosas que no se pueden enseñar, siempre que haya talento, la formación puede ayudar a potenciarlo.

Estamos en un momento en el que las profesiones, casi todas, han evolucionado a lo digital, por lo que lo lógico es que surjan cursos que ofrezcan la posibilidad de manejarse en aguas del 2.0. Y siendo las redes sociales el nuevo nicho de mercado, lo suyo es que profesionalmente puedas aprender a sacarles partido.

No sé si un curso de seis meses como es el de la Autónoma, es suficiente para todo lo que implica ser una figura referente en las redes o si resultaría interesante, en cambio, complementar el curso con otros conocimientos, pero independientemente de ello, el saber no ocupa lugar y puestos a saber, la posibilidad de saber de algo en lo que estamos inmersos gracias a un dispositivo siempre al alcance de la mano, no está de más.

‘Haters’ e ‘influencers’, cuando te odian sin conocerte

Lo que mejor recuerdo de mi primera semana como bloguera de moda de 20 Minutos no fue los temas que traté, si me costó mucho o poco habituarme a escribir casi cada día o si estaba tan pendiente de compartirlo en redes como estoy ahora.

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Lo que mejor recuerdo de mi primera semana como bloguera de moda de 20 Minutos fueron los insultos. Esos que cayeron a plomo, directamente sobre mi estima, artículo tras artículo.

Daba absolutamente igual de lo que escribiera, en todos se me tildaba de estúpida, mamarracha, de no tener ni idea de moda, de ser una malcriada, de vivir del cuento, de escritora de mierda, de insulsa, de patética, superficial… Esto sucedió solo en mi primera semana y únicamente por parte de haters anónimos, ni siquiera os hablo de personas que tuvieran algo personal contra mí (esos ya llegarían más adelante).

Personas de todas partes del mundo (especialmente de España y América del Sur) se centraban cada día en repetirme lo mala periodista de moda que era. Aquello me pasó una factura emocional que no esperaba. Recuerdo incluso hablar con quien me propuso para escribir el blog y decirle que no sentía que, ante los comentarios, estuviera cumpliendo las expectativas.

Y eso que os estoy hablando de mí, una tipa absolutamente normal y corriente que se pasa los domingos en pijama y hace la compra en el Lidl porque la cesta sale más barata. Que no soy una celebridad, vaya.

Si a mí, que no soy una figura conocida en el mundillo, me tocaba la fibra de esa manera y tenía tal cantidad de haters, ¿cómo le afectaría a las blogueras que tienen miles y millones de seguidores y por tanto sus detractores multiplican los míos?

Dulceida lo dejó claro en su vídeo de hace dos semanas «Más amor y menos hate» en el que habla del odio que hay en las redes sociales: «Tenemos que abrir mentes. Al final este acoso duele«, dice la influencer. «Hay gente de mi entorno que lo ha pasadao muy mal por comentarios que hace una persona sin pensar en ello. […] No me ha pasado a mí, pero sobre todo he visto casos de comentarios que se meten con los cuerpos. Muchas son mujeres que además tienen la edad de mi madre. Es lo que menos entiendo».

Confiesa también que le «daba vergüenza estar mal por esto, por lo que me dice gente que no conozco«.

Dianina XL, la youtuber a la que entrevisté en mayo (tenéis la entrevista aquí) y que modeló para uno de mis proyectos del máster acerca de bodypositive extragrande, es otra de las blogueras que viven en este acoso constante.

«No se lleva bien ver que alguien tiene éxito. Se lleva envidiarla y criticarla» me dice. «La gente no lo entiende. Eso de mejorar y esforzarse para cambiar lo que no les gusta de su vida lo llevan mal, mejor quedarse sentado criticando intentando arruinar la felicidad de los demás».

«Que esa gente haga su vida» afirma la bloguera XL. Dulceida reflexiona también que «Al igual que no os gusta que se metan con vuestros amigos, familiares o con vuestros hijos en el colegio, no lo hagais por redes sociales».

Yo voy más allá. Todos somos muy valientes desde una pantalla donde no le vemos la cara a la persona. Piensa si realmente se lo dirías a la cara y luego ponte en nuestro lugar. Piensa si te gustaría que cada vez que sales a la calle te dijera gente desconocida para ti que apestas, que tu trabajo es una porquería, que no vale ni para limpiarse el culo (comentarios verídicos)… Y eso cada día de tu vida año tras año.

¿Tú lo aguantarías? A los que vivimos de crear contenido públicamente no nos queda otra. Y lo hacemos sin ningún problema, no por nada se dice que lo que no te mata te hace más fuerte.

La diferencia que tenemos respecto a los haters es que no nos mueve el odio para hacer lo que hacemos, nos mueve algo mucho más grande, intenso y poderoso: la pasión.

Los caballeros las prefieren musculosas

Vivimos un cambio de era en los cánones estéticos de belleza. La mujer ideal de la época clásica era aquella de curvas generosas heredada de la Venus Prehistórica con unas caderas que hoy consideraríamos curvy. La delgadez vino con la posguerra, el siglo XX que empezó con las espigadas flappers y se ha mantenido hasta hoy pasando por el furor de las tetas (y su respectivo aumento de implantes de silicona) que llevan en auge las últimas tres décadas.

@JENSELTER Y @KAISAFIT

El éxito de las redes sociales con la exaltación de ciertas figuras (o influencers) han situado en el punto de mira y como nuevo sueño una vida basada en desayunar quinoa (o el cereal que esté de moda), llevar ropa de colores claros, hacer yoga y por supuesto, ejercicio. De ahí que los nuevos cuerpos a los que nos estamos acostumbrando ya no son rectos, tienen curvas, sí, pero no suaves, curvas de piedra esculpidas a base de peso y sudor. Os hablo de un prototipo de cuerpo como el de mujeres como Kaisa Keranen, Jen Selter, Idalis Velázquez o Patry Jordán y Vikika Costa si barremos para casa.

No hablo de que a todas les guste, por supuesto, pero sí es cierto que por primera vez se ha desarrollado una nueva fascinación hacia el músculo en el cuerpo femenino, algo que históricamente estaba relacionado con el masculino. Ahora muchas mujeres queremos estar rocosas, y no por gustar a alguien, queremos estarlo por nosotras.

Que la práctica regular de ejercicio produce un sinfín de beneficios lo doy por descontado, a lo que voy es a la creación de masa muscular, al ponerse cachas hablando claro. No es ya sentirse bien, ayudar a la piel, a la circulación, a tu bienestar, es, y aquí hablo en mi caso, sentirte fuerte porque físicamente eres fuerte, lo que hace que, por norma general, te sientas más segura.

¿Sabéis lo que es ir de viaje sola con una maleta enorme y poder subirla, bajarla, correr, parar, moverte… es decir, hacer absolutamente de todo sin tener que pedir ayuda? ¿Echar a correr porque ves llegar el metro o el bus y, por muy lejos que esté, alcanzarlo? Y ya ni os hablo del subidón de ponerte un vaquero y llenarlo, pero llenarlo bien, sin que te haga arrugas raras en el culo o en otras zonas donde antes no tenías figura (porque puedes ser fitness pero no quita que seas coqueta).

Es una pescadilla psicológica que se muerde la cola: cuando desarrollas músculo eres físicamente más fuerte, y cuando te lo ves, psicológicamente también te sientes más fuerte. Y creedme, todavía no se ha dado el caso de ninguna mujer que se haya convertido en un hombre entrenando de esta manera, que sé que es el miedo de muchas  (y aquí tenéis la prueba):

El cuerpo de una mujer con el estómago tan duro como una tabla de cortar jamón o con un bíceps el doble de grande que el tuyo, no es algo a lo que estemos acostumbrados, pero es una forma física más. Ya seamos altas, bajas, gordas, delgadas o musculosas todas tenemos derecho de estar aquí y debemos ser aceptadas y respetadas.