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Abramos un melón: violencia ginecológica en mujeres que tienen sexo con mujeres

Por Tamara Gámez Ramos, de @AltramuzEditorial

 

Poco se habla de la exposición infinita y reiterada a salir del armario durante toda nuestra vida. Se suele pensar que una vez que te has visibilizado en tu entorno más cercano ya está todo hecho, como si lleváramos algún tipo de casilla marcada en el cuerpo o como si decirlo a nuestros familiares y amistades fuera algo así como un acto público colgado en una story fija de la red social de nuestras vidas. Nada más lejos de la realidad que nos obliga a revivir ese encuentro cada vez que se nos presupone como personas cis y/o heterosexuales.

Uno de estos forzosos momentos es la primera visita a ginecología de las mujeres que tenemos sexo con mujeres. En ese mundo de preguntas de exploración iniciales siempre están las del tipo de protección que utilizas en tus relaciones sexuales y las de pensamientos sobre quedarte embarazada… preguntas que a veces se formulan explícitamente incluyendo a un “otro” imaginario o que, de estar formuladas desde la generalidad, tienen un corto espectro de respuestas entre las que no suele estar «mi pareja sexual es una mujer».

Soltada la frase bomba anterior, y observadas las mutaciones faciales de quien te atiende, no hay mejor experiencia para reiterar la vulnerabilidad del momento que bajarse las bragas y abrirse de piernas.

Ahí estás tú, que acabas de salir del armario por octogésima novena vez en tu vida (que no ha sido menos raro ni embarazoso que casi todas las ochenta y ocho anteriores), con la persona que te ha empezado a mirar como una vaca al tren después de escucharlo y que, de pie mientras observa tu espatarre, coge el espéculo y te pregunta:

—¿Cuál es la última vez que tuviste relaciones sexuales?

Ahora eres tú la que muge y ve al tren venir. Le recuerdas que le acabas de contar que tienes una pareja sexual habitual y que tienes relaciones sexuales habitualmente. No sabes cuántas veces has dicho la palabra habitual en la misma frase. No importa.

—Me refiero a relaciones sexuales —te insiste levantando las cejas como si eso cambiara alguna parte del concepto.

Sabes lo que intenta decir porque no es la primera vez que banalizan tus relaciones sexuales ni que te enfrentas a comentarios que equiparan el coitocentrismo a sexo, y el resto de prácticas a preliminares de amiguis, sobre todo si son entre mujeres. Te viene a la cabeza el momento en el que te contó tu compañera de curro que le preguntaron si era virgen en la clínica de fertilidad a la que acudió con su novia.

Tu silencio no ha dado pie a más sutilezas. Te dice claramente lo que está pensando:

—Si no has tenido relaciones sexuales con un hombre no voy a hacerte la citología.

Y se queda tan pancha.

La citología es una prueba que sirve para detectar el cáncer de cuello de útero, estrechamente vinculado con el Virus del Papiloma Humano (VPH). El contagio de este virus se ha venido relacionando con la penetración vaginal, como otras Enfermedades de Transmisión Sexual. Siguiendo ese falso imaginario, se nos ha excluido a algunas mujeres de las posibilidades de contraerlo. Pero ni nuestras relaciones son tan simples ni el VPH tiene esos únicos mecanismos de transmisión. De hecho, el contagio de este virus se produce piel con piel, con lo que en prácticas como el sexo oral existe también exposición.

Esta detección, además, no es la única función de la citología, y es que asimismo sirve para identificar infecciones derivadas de hongos, bacterias u otros virus a los que también estamos expuestas.

Siento ser yo quien agüe la fiesta, pero no, ser lesbianas no nos hace inmunes a las ETS ni nos salva de las pruebas (qué más quisiera yo). Y es que ser una mujer que tiene relaciones con mujeres no solo no te da un pasaporte al Mundo de la Inmunidad sino que te regala un pase gratuito al Paraíso de la Lesbofobia. Doble mala noticia.

La negación de la citología es una experiencia común en estos encuentros, pero hay todo un mundo de situaciones lesbófobas en ginecología que generan resistencias para acudir de nuevo a consulta.

Algo que las mujeres no deberíamos dejar de hacer.

Estas experiencias necesitan salir de los momentos del café, de las charlas entre amigas, para incidir en el reconocimiento y la reparación del daño, en la necesidad de formación y transformación de las consultas, porque encontrar una atención adecuada no puede ser una excepcionalidad. Porque de seguir teniendo que espatarrarnos, mejor hacerlo en espacios seguros y libres de violencias.

 

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