La ciudad es nuestra

Por Tamara Gámez Ramos, de @AltramuzEditorial

 

Ayer un amigo gay me envió un anuncio sobre la apertura reciente de un local para chicas. Hasta aquí, lo habitual. La sorpresa vino al ahondar en la información y observar que el garito, además de su barra y su pista de baile, contaba con saunas, spa, jacuzzi, zona de cruising; y un añadido en el mensaje por parte del colega: «la ciudad es vuestra, amigas lesbianas».

Indudablemente, era un lugar inaudito en el mundo lésbico, ya que haciendo memoria de mis recuerdos sáficos (esto era: desde que vi Lost and Delirious hasta ahora) no había escuchado hablar de nada parecido.

A una parte de mí le parecía bonito pensar que habíamos alcanzado algún tipo de derecho teniendo, por fin, un sitio explícito para tener sexo entre mujeres, como nuestros colegas gays, que ya lo habían conquistado y garantizado desde hacía tiempo. Pero luego me pregunté si este había sido un derecho reivindicado y agendado por la comunidad lésbica. Y si esto era así: primera noticia.

Esto me llevaba a pensar en la conexión continua entre orientación sexual no normativa y sexo. Muchas veces me he planteado que esto se debe a la ruptura con la norma cishetero, que supone la posibilidad de poner en cuestión y reflexionar en torno a la manera de relacionarnos en todos los sentidos, y desde ahí también cuestionar lo sexual haciendo este debate explícito.

Pero esta exposición a debate de lo sexual y sus prácticas no ha sido igualmente abanderada por todas las siglas. Y es que hay una diferencia de base clara: cómo hemos sido socializados de manera diferenciada en torno al sexo habiendo sido educados y construidos como hombres o mujeres en este sistema binomial y patriarcal. Y esto se traduce en una sencilla premisa: el sexo es para los hombres. Heteros, bisexuales, homosexuales, pansexuales. Hombres. Los que construyen el modelo sexual que luego se extrapola.

Así pasaba con este «paraíso del sexo lésbico». La descripción del sitio, su interior, su propuesta…eran exactamente iguales a las que había visto centenares de veces dirigidas al público hombre gay.

Extraordinariamente, podrían haberse unido varias socias lesbianas a reproducir un modelo como este, pero no: había sido creado por hombres, diseñado por hombres, fotografiado y promocionado por hombres. Y por ahora no voy a ir a averiguar si también son hombres los que trabajan dentro. Sería la repanocha si encima fueran cis y heterosexuales, pero tampoco sería de sorpresa puesto que las lesbianas hemos sido construidas como sujetos sexuales solo cuando ellos miran.

Un sujeto sexual que no es ajeno al sexismo, el racismo y a la gordofobia, con la exotización reiterativa de las mujeres racializadas, y los cuerpos femeninos perfectos según el modelo de la delgadez extrema imperante. Así son las fotos del garito. Así es el porno lésbico. Con un sujeto de deseo que no hemos construido las mujeres lesbianas. Porque las lesbianas no tenemos sexo.

«Para el carro. Que sí, que sí, claro que las lesbianas tenéis sexo. Lo he visto en La vida de Adèle y en Habitación en Roma». Sí, señoras, las películas lésbicas donde más sexo explícito hay entre mujeres. Ambas dirigidas por hombres.

Claro que las lesbianas resolvemos asuntos en la cama, la cocina, el sofá, el suelo, la ducha, bares, callejones, piscinas, coches, parques, hoteles, pensiones, portales; y ahora también en las saunas. Que expresemos nuestro deseo de manera diferente a los hombres no significa que

no tengamos unas ansias voraces de devorarnos, al igual que para mostrarnos como sujetos sexuales no tenemos que igualarnos en el modelo: relacionarnos en los mismos lugares, de la misma manera, con el mismo tipo de encuentros.

Tampoco propongo construir nuestro deseo en oposición al de ningún otro, pero son comunes los relatos en los últimos tiempos en los que se reitera que la fusión entre parejas de mujeres inhibe los encuentros sexuales y que, en definitiva, follamos poco. No hay que olvidar que hablar de más o menos siempre supone una comparativa, y mucho me temo que estas tesis, aun hechas a veces por compañeras lesbianas, están basadas en contraponernos a ese sujeto hegemónico del fucker imaginario.

Sería necesario reivindicar nuestra erótica como válida, reiterar que sí tenemos sexo, sí tenemos deseo, y desde ahí construir espacios de visibilización. Quizás esta sea la clave. Comenzar por ocupar espacios visibles antes de invadir los de cierta clandestinidad sexual (si nos da la gana). Me conformo con tener un bar/discoteca al que ir en Torremolinos o, puestas a ser ansias, dos. Por si, como siempre, el primero cierra y nos encontramos como ahora: desterradas de patria en maritransbollilandia.

Quizás así sí me crea que una ciudad pueda llegar a ser algún día nuestra.

 

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