Por Santiago Redondo (@SantiRedondo),psicólogo, educador social y experto en prevención. Activista de la diversidad y de la salud en el campo del VIH, las adicciones y la exclusión social.

Foto: Alex Grech
Hay una frase a la que recurrimos habitualmente cuando queremos hablar de la importancia de visibilizar diferentes realidades: lo que no se habla no existe. Sin embargo yo añadiría algo a esta frase: lo que no se habla no existe, nos hace daño, nos hiere e incluso puede destruirnos. Sé que es una afirmación excesivamente dramática porque hay cuestiones de las que no hablamos para protegernos, un motivo radicalmente contrario al que yo planteo. Desde la infancia evitamos hablar de la muerte, de comportamientos violentos o inadecuados, del sexo, de la sexualidad… En definitiva, de muchas cuestiones que consideramos que interfieren en un desarrollo “adecuado” de nuestras y nuestros menores. Pero no nos engañemos, esas realidades existen y desde la infancia estamos expuestos a ellas. Quizá la clave no sea obviar estas cuestiones, sino tratarlas con naturalidad adaptando el mensaje a la edad de nuestro interlocutor.
Cuando hablamos de infancia o adolescencia encontramos que estos temas tabú son evitados por la familia, el profesorado, los sanitarios… por todos los adultos con capacidad e influencia sobre el o la menor. No hablar de la muerte no evita que nos dejen seres queridos sin que los más pequeños puedan comprender lo que sucede. No hablar con naturalidad de sexo no evita que hagan su propia interpretación de las situaciones sexuales que puedan ver en internet o en televisión. Y desde luego no hablar de orientación sexual, identidad de género o diversidad familiar no hace que nuestras niñas, niños y adolescentes dejen de sentir lo que sienten y se ajusten a esa percepción dominante de que todas las personas somos heterosexuales y aceptamos nuestro sexo sentido.
Evitar hablar de algo no hace que desaparezca. , no sólo no nos protege sino que nos hace más vulnerables a algunas situaciones. El último informe de Unicef señala que 150 millones de niñas y niños en el mundo de entre 13 y 15 años han sido agredidos en el contexto escolar, siendo los principales riesgos de acoso el pertenecer a colectivos minoritarios como el de los menores LGTB. El III Estudio sobre Acoso Escolar y Ciberbullying realizado por la Fundación Mutua Madrileña y la Fundación Anar confirma para nuestro país los datos obtenidos por Unicef. El principal motivo de acoso escolar es el hecho de que la víctima sea diferente pasando del 8,0% en 2015 hasta el 26,3% en 2017. En el caso de la orientación sexual pasamos de un 2,7% en 2015 a un 3,2% en 2017. Si hablamos de ciberbullying este mismo informe nos dice que la orientación sexual, como motivo de acoso, pasa del 1’4% en 2015 a 6,6% en 2017. En ambos casos un incremento estadísticamente no significativo pero que demuestra que este motivo no tiende a reducirse. Detrás de los números hay muchos menores que sufren un acoso significativo por su orientación sexual o identidad de género.
Si miramos lo que sucede dentro de casa hemos de recurrir a un estudio llevado a cabo en 2009 por Family Acceptance Project demuestra la relación entre ciertos comportamientos de rechazo de los padres, madres o del cuidador y los problemas de salud en lesbianas, gays y bisexuales en edad adulta. Estos problemas incluyen intentos de suicidio, niveles altos de depresión, consumo de drogas, y sexo sin protección. En 2010, esta misma organización comprobó que la aceptación de la familia en la adolescencia tenía efectos radicalmente diferentes con resultados favorables en la salud de los adultos jóvenes y estrategias de protección frente la depresión, abuso de sustancias e ideas e intentos de suicidio.
Hablar con naturalidad desde la infancia de diversidad sexual y familiar no sólo educa y convierte en cotidiano lo que muchas personas siguen considerando diferente, sino que empodera y protege a las y los menores LGTB. Se reduce así el riesgo de sufrir acoso y violencia por parte de otros y, lo que es peor, por uno mismo. Porque cuando sientes el rechazo y no encuentras tu lugar en el mundo, que es la principal tarea de todo adolescente en el proceso de construcción de la propia identidad, no te quieres y sufres. Y esto puede incrementar la probabilidad de experimentar rechazo y violencia así como desarrollar algunas conductas de riesgo bien sea para buscar la aceptación de otros, bien para evitar el malestar emocional que se experimenta.
Por eso hemos de hablar de diversidad, de visibilizarla, de hacer habitual lo que todavía es excepcional para muchos. Con nuestros menores evitemos los prejuicios y la presunción de heterosexualidad y de cisexualidad. Seas madre, padre o familiar, docente, personal sanitario o profesional de lo social pierde el miedo a hablar de afectividad y sexualidad porque así crearemos espacios seguros donde comunicarse y desarrollarse libremente. Seamos referentes positivos en la construcción de una sociedad diversa y contribuyamos así a que nuestros menores tengan una vida más plena y más segura.