
Lo ha vuelto a conseguir. Incansable, arrebatadoramente entusiasta, Ruth Muñiz acaba de concluir una hazaña científica y humana sin paragón. Con la inestimable ayuda de los indígenas cofanes, el pasado viernes ha logrado instalar un emisor satélite al espíritu del bosque, a un pollo de la amenazadísima águila harpía (Harpia harpyja), la reina de la jungla, símbolo vivo de la conservación de la biodiversidad y de los ecosistemas de la amazonia ecuatoriana.
Conocí a Ruth hace un mes en Tenerife, durante las Jornadas Medioambientales Isla Baja, y reconozco que me dejó impactado. Frente a tantas pequeñas miserias que nos enfrentan a los defensores del medio ambiente, la suya es una lucha tenaz, limpia y valiente para lograr algo tan imposible como salvar a la Amazonia (toda ella, flora, fauna y comunidades indígenas) de la codicia de madereros y petroleras, bajo el paraguas de la formidable Cunsi Pindo, La Señora de los Monos.
La Harpía (con H, especifica siempre Ruth, quien distingue así a la gran rapaz tanto del ser mitológico como del duro insulto femenino) es el águila más grande de América, pero también la más poderosa del mundo. Vive en lo más intrincado de la selva, alimentándose fundamentalmente de perezosos y monos, coronándola con nidos en ceibas de más de 40 metros de altura, invisible. Para que os hagáis una idea, pesa 10-12 kilos, el doble que un buitre ibérico. Y sus garras con uñas como machetes, son tan inmensas como la garra de un oso, capaces de atravesar sin esfuerzo el cráneo de un hombre.
Frente a tan formidable animal Ruth es exactamente lo contrario, pequeña, rubia, delgada y con una engañosa apariencia de fragilidad. Pero lo ha conseguido.
Prácticamente nada se sabe sobre este águila. Antes que Ruth, un especialista ecuatoriano estuvo cinco años tratando de estudiarla y en todo ese tiempo no logró ver ni un solo ejemplar. Ruth pasó dos años de penalidades, de malaria, de mosquitos, de serpientes venenosas, de caminatas «más largas que los días», de viajes en canoa, apenas viendo su sombra, sin encontrar un solo nido. Pero nunca desfalleció, pues tenía una teoría que, tras ocho años viviendo en el corazón del Amazonas, se ha confirmado:
Tú no puedes llegar a la selva como un gran experto y ponerte a hacer trabajos científicos siguiendo métodos de censo establecidos como si estuvieras en un bosque europeo. Es como si yo entrara en tu casa y me pusiera como un loco a buscar un cenicero. Lo lógico será preguntarte antes dónde está el cenicero.
Lo mismo hice yo con las harpías. Me hice amiga de las comunidades indígenas, lo cual no es fácil pues están muy maltratadas, y después les pregunté: ¿Dónde están las águilas?
Ellos me llevaron a ellas y, tras hacerles ver lo importantes que son, son ellos ahora quienes las protegen e incluso estudian.
Una solución tan simple como maravillosa, bautizada por la bióloga gallega como «Programa de conservación participativa«.
Tanto Ruth, la princesa de la Selva, como las águilas, están ahora férreamente protegidas por los cofán, záparas, shuar, achuar, kichwa y tantas otras etnias tan en peligro de extinción como la propia Amazonia. Para Ruth es toda una garantía, pues se sabe amenazada de muerte por esas mismas mafias destructoras de la jungla que han matado ya a varios compañeros suyos.
Pero la noticia de hoy es el nuevo éxito científico de Simbioe, el equipo de Muñiz, la instalación de un espía GPS a un pollo de harpía bautizado como Tava.
Este águila sólo tiene un pollo que se mantiene en el nido durante dos años y medio, tardando seis años en formar pareja. Durante todo este tiempo nadie sabe qué hace y por donde se mueve. La única manera es seguirlas gracias a la utilización de emisores satélite. Pero tampoco es fácil. Llegar a esos nidos situados en lo alto de los más altos árboles de la selva es casi imposible, y mucho más capturar sin daño a un ave que te puede matar con sólo cerrar sus garras sobre ti. Una proeza que sólo ha logrado el experto venezolano Alexander Blanco, quien se juega la vida en ello.
Pero aún localizando el nido, tarea casi imposible, y llegando a él, tremendamente peligroso, la idea de seguir por satélite a estas aves se ha mostrado como una hazaña casi imposible.
El primer intento fracasó pues el aparato, que debía funcionar dos años y medio, se estropeó a los 15 días. En la segunda ocasión falló el pollo, pues contra todo pronóstico, en esos dos años y medio de seguimiento, para un territorio por pareja de entre 5.000 y 100.000 hectáreas, la distancia máxima a la que el ave se alejó del nido fueron 280 metros. Frustrante. «Le pasó algo raro», justifica Ruth.
Pero a la tercera va la vencida. Tava nos descubrirá por fin qué hacen las harpías en los primeros años de su independencia juvenil, qué peligros les acechan y qué podemos hacer para evitar su desaparición. En ella están depositadas todas las esperanzas de un entusiasta grupo de maravillosos idealistas que saben que bajo sus alas podrán ayudar a proteger el pulmón verde de nuestro planeta, refugio último de biodiversidad natural y cultural.
Buena suerte princesa. Que el espíritu del bosque te acompañe.

Uno de los adultos de águila harpía ataca a Alexander mientras éste desciende del nido.

Ruth filmando al pollo en su nido, en lo alto de una ceiba a más de 40 metros de altura.

Con Tava, en el momento de instalarle el rastreador satélite.

Foto del grupo que ayudó a encontrar y marcar a Tava. Como podéis ver, la mayoría son indígenas, los propietarios incuestionables de la selva amazónica, tan amenazados de extinción como las propias harpías, y a quienes el águila ayudará sin duda a proteger su querida selva.
Fotos: Todas ellas facilitas por Ruth Muñiz desde la selva ecuatoriana.
En este vídeo del programa Naturalistas (Cuatro TV), realizado por Luis Miguel Domínguez, podéis ver la aventura que supuso el marcaje del anterior pollo de harpía, noticia que se ofrece junto a la de la reintroducción del quebrantahuesos en Cazorla.