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Los Obispos del Sur contra la Ley Andaluza LGBTI que se aprobó unánimemente

Por Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Miembros de la Asamblea de los Obispos del Sur

La Asamblea de los Obispos de Sur tiene miedo. La Asamblea de los Obispos del Sur sabe que el futuro, la razón y la democracia no están de su parte y por eso son capaces de redactar una nota dirigida no solo “al pueblo cristiano”, sino a “todos los ciudadanos”, denostando, mancillando y no respetando la voluntad del pueblo andaluz que, a través, de sus representantes en el Parlamento autonómico aprobó el pasado 19 de diciembre la Ley para garantizar los derechos, la igualdad de trato y no discriminación de las personas LGTBI y sus familiares en Andalucía.

Si se dirigieran únicamente a sus seguidores sería un asunto interno, pero dirigen sus palabras al conjunto de la ciudadanía (porque, señores Obispos y Arzobispos, además de ciudadanos hay ciudadanas y así quieren ser nombradas), con lo cual, desde ese puesto en la sociedad, es pertinente una respuesta.

Debe esta Asamblea estar estupefacta porque todos los grupos parlamentarios hayan apoyado sin fisuras tan necesaria norma: desde Podemos, pasando por Izquierda Unida, PSOE, y Ciudadanos, hasta llegar al Partido Popular. Unanimidad en el Hospital de las Cinco Llagas, sonrisas de diputadas y diputados, fotos con el activismo andaluz, satisfacción generalizara.

Habrán estimado estos señores que una realidad sideral se apoderó el pasado mes diciembre de la desacralizada iglesia del antiguo hospital de La Sangre, porque quienes allí estaban (muchas y muchos de ellos seguidores de la fe que ellos representan) se marcaron un baile a favor de la diversidad, la igualdad y la equidad a la que no solo no les invitaron, sino del que no saben un solo paso.

Los señores Juan José Asenjo Pelegrina, Rafael Zorzona Boy, Francisco Cases Andreu, Demetrio Fernández González, José Vilaplana Blasco, José Mazuelos Pérez, Bernardo Álvarez Afonso, Santiago Gómez Sierra, Francisco Javier Martínez Fernández, Adolfo González Montes, José Manuel Lorca Planes, Ginés García Beltrán, Amadeo Rodríguez Magro y Jesús Catalá Ibáñez utilizan en más de una ocasión el término “ideología de género” cuyo origen y significado tan acertadamente desentrañó Andrea Puggelli hace unos días en estas páginas. Leánlo, es una delicia y muy clarificador.

Emplean en este escrito las palabras matrimonio y familia de manera reiterada. Y lo hacen con frases como “la vida matrimonial y familiar sólida, permanente en el tiempo, compuesta por un padre, una madre y unos hijos”. Ya teníamos asumido, en contra de lo dictado en nuestra Constitución y en el ordenamiento jurídico español, que no contemplaban como tal el matrimonio entre personas del mismo sexo; pero, atención, según se deduce de esta frase quedan excluidas también las personas que integren familias de progenitores separados o divorciados, las familias ensambladas o reconstituidas, las familias monoparentales, las familias sin descendencia e incluso aquellas que solo tienen un niño, una niña o un niñe. (Explicarle el uso de la vocal “e” a estos señores cuando aún no tiene asumido utilizar la vocal “a” se me antoja un ejercicio tan irreal que mejor lo dejamos para dentro de unos años).

Por tanto (aviso a navegantes), estos señores en su misiva han dejado fuera de la legitimidad familiar, como mínimo, al 66,2% de los hogares españoles. Esta capacidad de no salir a la calle y comprobar como sienten, viven y palpitan las familias de este país, es lo que acrecienta su temor y el hecho de que desde su masculinidad asexuada se otorguen la capacidad de juzgar los modos de convivencia de millones de personas de este país, obviando conceptos tan necesarios para el desarrollo armónico de una sociedad democrática como la diversidad. Eso sí, el resto, la mayoría, los demás son quienes intentan “deconstruir el cuerpo humano, el matrimonio y la familia”.

La realidad es muy tozuda señores Obispos del Sur. La riqueza cromática de las familias españolas es espectacular. Desde hace décadas conviven en perfecta armonía en las calles, en las plazas donde juegan sus hijas e hijos, y leyes como esta sólo pretenden que nadie arrebate a nadie su dignidad.

Andalucía ha conseguido dotarse una herramienta muy poderosa para proteger a las personas LGBTBI y a sus familias, así en plural, que familia no hay una, que hay tantas como ejemplos de convivencia puedan desarrollar personas adultas y menores. Y aunque inviten “a todos (…) a no permanecer pasivos” (¿no estarán ustedes instando a la rebelión ciudadana ante normas democráticas?) el pueblo andaluz, como el del resto del país, viene demostrando desde hace años una capacidad innata a la convivencia, a la aceptación de la diversidad, a mirar a los iguales desde el corazón y no desde el dogma y los prejuicios decimonónicos. Solo resta una minoría intransigente y adoctrinadora ante la que son obligadas leyes como la andaluza.

Estos señores se han otorgado a sí mismos la “responsabilidad de promover la vida de la familia”, aunque, en todo caso, lo hagan desde una visión teórica y no empírica. Y no son capaces de adivinar que las familias de este país  se promueven a sí mismas en el ejercicio diario de sus labores cotidianas de amor, responsabilidad, apego y crianza. Y lo hacen de manera libre, esencial, porque les nace de sus entrañas, de lo más íntimo.

No intenten ustedes ponerles puertas al campo, ya saben que no es posible. Sus cantos de sirena caen día a día en el olvido porque han perdido la perspectiva de la cotidianeidad porque no han visitado alguno de los miles de colegios donde las niñas y los niños juegan y conviven en los patios de recreo sin darle importancia a si tienen una papa y una mamá, dos papas, dos mamas, una sola mamá o papa… o ninguna de estas figuras.

Los señores Obispos del Sur tienen miedo, y mucho, cuando afirman que esta Ley “promueve el totalitarismo del pensamiento único”.

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