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Freddie Mercury: el amante de la vida que nació tres veces

Por Nieves Gascón, (@nigasniluznina), la cuentista de nuestro refugio

A comienzos de este mes de septiembre, se cumplieron setenta y cinco años del nacimiento de Freddie Mercury, en la isla africana de Zanzíbar y en el seno de una familia acomodada. Desde pequeño demostró tener talento y una de sus tías le apoyó para recibir clases de piano desde los siete años. Estuvo en un internado en la India donde formó su primer grupo de música a los doce años. Posteriormente vuelve a Zanzíbar y en 1965 debe dejar la isla tras un golpe de Estado, trasladándose junto a su familia a Londres, donde parten de cero e inician su vida en su recién adquirido estatus de refugiados y refugiadas.

Freddie estudió diseño y se une al grupo de música Smile en 1970, formación que ya integran Brian May y Roger Taylor, y al que posteriormente le cambia el nombre por el de Queen, que respondía al apodo por el que se le conocen en su entorno social, y por su sinigual estilo y elegantes maneras. Como anécdota podemos comentar que Mercury es quien dibuja y diseña el logo de Queen en 1972, inspirándose en los signos del Zodiaco de sus integrantes, e identificándose con la gran corona central de reina de esta imagen.

Esta historia es la que narra con cariño y de forma novelada e ilustrada, nuestra recomendación para este mes de septiembre: Freddie Mercury. Una biografía, de Alfonso Casas, editado por Random Comics en 2018. Se trata de un relato que conocemos pero que aporta la admiración y el cariño de una historia vital y artística a la par, muy bien construida, documentada y muy originalmente ilustrada. A caballo entre el estilo de la novela y el del cómic por la estética de sus ilustraciones, esta publicación con un marcado aire desenfadado, pero fiel a los diferentes acontecimientos de la vida del artista, nos acerca más al mito de Mercury, de quien descubrimos que nació tres veces: en el día de su nacimiento como Farrokh Bulsara, después cuando sus compañeros y compañeras de colegio le comienzan a llamar Freddie, y un tercer nacimiento cuando adopta su nombre y apellido artístico, Mércury, naciendo una leyenda del rock que llega hasta nuestros días, en los que indudablemente el cantante es un eje referencial de nuestra historia y cultura recientes.

La primera vez que vi a Queen fue siendo preadolescente, en el blanco y negro de una televisión roja de diseño futurista con antenas y botones laterales de regulación de la sintonía, cana, imagen y sonido, en una casa de campo familiar, y cuando en la emisión el programa de música Aplauso, de Televisión Española se visionó por primera vez en España el vídeo de la canción I want to break free (1984). Entonces no entendí que en gran parte, en el vídeo se hacía sátira de un popular culebrón de la televisión británica. Me fascinó la fuerza de Mecury entubado en una minifalda brillante de plástico negro, con picudos pechos cubiertos por un estrecho suéter rosa de punto, sin mangas, y su espeso bigote bajo una imponente melena cardada y coronada con un flequillo moldeado. Ese personaje de género no binario y ambiguo para aquella época, atrapado en tareas domésticas, empuñado una aspiradora, y bailando sobre zapatos de tacón alto, se movía por la pantalla con un increíble estilo y fuerza. Me encantó en lo que interpreté como la suma a una reivindicación de identidad de género y sexual, toda una declaración de libertad, la del deseo de salir de armarios herméticamente cerrados por el patriarcado y sus estrictas bipolaridades. Mercury caminando como una reina y mostrando sus largas y preciosas piernas, con ese increíble torrente de voz, me dejó totalmente enamorada. Lo que no supe hasta bastante después, es que el vídeo fue censurado por la MTV y no se emitió en los Estados Unidos, el “país de las libertades”, y que desde 1984 hasta bastante después, Queen fue vetado en las listas de grandes éxitos musicales en este país. Sin embargo, triunfaron en Europa y el resto del mundo, no podía ser de otra manera.

Todo esto y más detalles de su vida son descritos en nuestra publicación recomendada hasta empaparnos de las vivencias y personalidad de una estrella de rock que brilla desde la infancia y que siente un conflicto de identidad sexual que resuelve tras su divorcio y cuando comienza a tener relaciones con hombres. No obstante Mary Austin es la inspiración del tema Love of my life, con quien mantiene una relación de amistad el resto de sus días, e incluso y le acompaña cuando fallece en 1991 por el deterioro derivado del SIDA. No hace pública su enfermedad hasta un día antes de su fallecimiento, porque para entonces, era una maldición asociada a personas toxicómanas y homosexuales por su sobreentendida y etiquetada promiscuidad o estilo marginal de vida, según juzgaban sectores más conservadores que influyeron sobre la opinión pública abrumada por la falta de información y tratamiento efectivo para paliar los efectos de esta infección emergente que podemos incluso definir como la pandemia mortal de finales del siglo XX.

En el libro, Alfonso Casas nos muestra también el lado humano de Freddie Mercury, que fue un gran desconocido para los medios, que no le trataron muy bien en un momento dado. El autor hace una narración con cariño y fiel a la historia y acontecimientos de la misma. Resulta igualmente enternecedora la dedicatoria que hace de este trabajo a alguien muy especial. No pierdan cada detalle, cada reflexión y avance en la trama.

La descripción de una vida creativa, llena de talento y altibajos, soledad y el deseo de encontrar el amor, a lo que se añade un trato privilegiado del personaje por el autor, hacen de esta bibliografía novelada e ilustrada, un libro imprescindible para nuestra biblioteca de diversidad y género, además de una lectura muy recomendada para todas las personas que deseen conocer más y mejor a Freddie Mercury.

Les invitamos a leer esta publicación, recomendable a partir de los doce años, y a disfrutar de sus ilustraciones que construyen al personaje mítico de Freddie Mercury, describiendo con todo lujo de detalles sus distintos looks, su fuerza, elegancia y tesón, igualmente fiel con la descripción de los distintos personajes relacionados y con la reproducción de fotos clásicas tanto del grupo como del cantante que los y las más mayores recordamos, pero que el ilustrador reinterpreta y acerca a quienes las desconocen, de forma muy acertada.

Una vez más, en deseada soledad o junto a jóvenes de su entorno familiar, disfruten del préstamo, obsequio o la lectura de esta obra y dedíquenle tiempo a ver cada una de sus estupendas imágenes.

¡Hasta pronto!

 

Hoy recomendamos ‘Cuéntalo’, thriller legal de una nueva voz trans

Redacción 1 de cada 10 (@1decada10)

 

«Con este thriller legal he querido explorar temas de carácter social, y educar, en cierta forma, a una audiencia amplia que no está familiarizada con lo que significa ser trans. El sistema judicial no es suficiente; el poder importa demasiado, y eso es injusto para la gente que no dispone de recursos. Es una novela, pero los problemas que trato son reales».

—Robyn Gigl

 

El sello Motus, de Trini Vergara Ediciones, acaba de incorporar a su catálogo un thriller legal sobre temática trans. Cuéntalo es la primera entrega de una serie protagonizada por Erin McCabe, abogada transgénero que acepta un complejo caso: defender a una prostituta de 19 años, de raza negra, también trans, acusada de asesinar al hijo de un senador de Nueva Jersey. 

Robyn Gigl, su autora, es también abogada, con más de 40 años de carrera, y reconocida por la Unión Americana de Libertades Civiles de Nueva Jersey (ACLU-NJ) por su trabajo con la comunidad LGBTQIA, a la que pertenece. Gigl hizo su propia transición a los 50 años.

Desde una perspectiva femenina, Cuéntalo aborda la vulneración de los derechos de las personas trans, situación que se agrava cuando entran en juego prácticas racistas. Es lo que le ocurre a una de las protagonistas de la novela, Sharise Barnes, con la que su abogada defensora, Erin McCabe, empatiza desde el principio haciendo valer en todo momento tanto su identidad de género, como la de su representada ante la sinrazón de jueces y fiscales. Para ello llega a arriesgar su propia vida, e incluso, se sumerge en el barro de la política local corrupta.

Robyn Gigl, autora de esta novela, es una abogada y actvista trans que escribe esta impactante historia tras haber experimentado su propia transición. Sus vivencias le proporcionan autoridad a la hora de analizar los problemas de aceptación que sufren las personas trans. En este libro también aborda la vulneración de sus derechos, situación que se agrava cuando entran en juego prácticas racistas.

McCabe empatiza desde el principio con su representada y hace valer en todo momento su identidad de género ante la sinrazón de jueces y fiscales, llegando a arriesgar su propia vida, incluso, al sumergirse en el barro de la policía local corrupta. Gigl se sirve de su valentía y arrojo para cautivar al lector hasta la última página llevándole a un terreno al que nunca imaginó llegar.

Sobre Cuéntalo se ha dicho:

«Robyn Gigl nos ofrece un thriller legal tan adictivo como una droga, uno de esos libros que de “solo un capítulo más” te mantienen leyendo hasta altas horas de la noche. De actualidad y de ritmo rápido».

–Kevin O’Brien, autor bestseller de The New York Times

«En su primera novela, Robyn Gigl hace un trabajo notablemente eficaz al combinar un emocionante thriller con la historia personal de su protagonista: muestra lo bueno y lo malo que viene con la transición de género. Es uno de los mejores thrillers del año».

—Jay Roberts, Mystery Scene

 

Pequeños episodios de un gran relato: Mayo del cuarenta y cinco

Por Nieves Gascón, (@nigasniluznina), la cuentista de nuestro refugio

 

Se puede tener recuerdos de las cosas no vividas,

incluso a veces he tenido la sensación de haber vivido lo no vivido.

Boti García, p.17-2021

 

En esta ocasión y para este mes de julio, finalizando El Orgullo e iniciando el periodo estival, tenemos la satisfacción de recomendar un libro esencial para nuestra estantería de diversidad.

El pasado 29 de junio asistimos a la presentación en pleno corazón del madrileño barrio de Lavapiés, en el Teatro del Barrio, de Mayo del cuarenta y cinco, de la activista LGTBI, Directora General de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI del Ministerio de Igualdad, y sobre todo escritora, Boti García Rodrigo, publicación reciente de la Editorial Dos Bigotes.

Acompañada de compañeras y compañeros, amistades y familiares, Boti nos habló de los episodios que a su vez integra esta publicación, bibliografía novelada, que ella inicialmente no considera un libro, ya que lo describe como un recopilatorio de anécdotas, reflexiones, emociones y recuerdos de su infancia, hasta los doce años de edad. Cuarenta y cinco capítulos dividen este libro, estructurando en estas pequeñas partes una historia completa y relatada desde la perspectiva de una niña, y desde el recuerdo de una mujer adulta de las inolvidables vivencias infantiles.

El encuentro comenzó con una primera parte y presentación realizada desde el cariño y la admiración de sus editores, Alberto Rodríguez y Gonzalo Izquierdo. En una segunda parte la periodista Olga Rodríguez entrevistó a Boti García sentadas frente a una mesa, como si se tratara de un salón o sala de estar, con la gran imagen de portada del libro al fondo y la foto en sepia de la pequeña Boti. Nos trasladaron con su conversación a un viaje en el tiempo, a través de una entrañable historia infantil que comienza incluso antes de Mayo de 1945, con la descripción de la vida y encuentro de su padre, funcionario de correos, y su madre, de familia acomodada, desarrollándose la trama hasta finales de la década de los años cincuenta, momento previo a la adolescencia de la autora y en el contexto de una etapa reciente y e incluso aún no zanjada, por las injustas consecuencias y discursos de odio cuya influencia llegan hasta nuestros días.

Boti comentó que este proyecto lo inició en Barcelona y en una etapa de su vida que echaba de menos al Madrid de su infancia, ciudad de tranvías, de Casa de Fieras, de serenos, de los comentarios de sus tías, las meriendas de pan con chocolate, el chicle americano, las tardes en el Retiro con su madre, tía y primos en secreto y juegos compartidos, lecturas de TBOs, de novelas de Julio Verne y Emilio Salgari, entre otras, de cambio de colegio de monjas a otro, igualmente de monjas, de ejercicios espirituales, rezos incomprensibles y tradicionales roles de género condicionados por la moral dominante y propia de la sociedad de pensamiento único del Franquismo.

Boti relata en primera persona, y se describe pequeña, fuerte e inmersa en una educación nacional catolicista influenciada por la vidas y martirios de santos y santas, de miedo al pecado y a los tocamientos, a Satanás y la amenaza del Infierno donde iban a parar intelectuales y jóvenes equivocadas. Un estilo educativo que premiaba el sacrificado y esfuerzo cotidiano de sus compañeras reconocidas y premiadas por las monjas con lazos azules, y probablemente por la reproducción de estrictos de comportamientos propios y hasta sus últimas consecuencias, de la moral católica dominante y recalcitrante de entonces. Boti no se destacó en el colegio, pero fue bendecida con la inquietud, creatividad, la inteligencia y el sentido del humor, e incluso con la valentía de montar, a toda velocidad, en patín de tres ruedas y quemar soldados de papel. Contó con el amor, protección y alguna que otra incomprensión de un padre y una madre que la criaron como hija única, colmada de cuidados y juegos de infancia. Superó las fiebres tifoideas y aunque su madre no aprobara del todo que estudiara y leyera tanto en los rincones de la casa y con poca luz, fue lectora desde muy pequeña, anhelaba tener un perro, pero tuvo un grillo, y disfrutaba del juego simbólico, llegando a imaginar y desear ser un cura casado cuando jugaba con un altar que le regalaron, peculiar obsequio que para estos tiempos cuesta entender que sea para el disfrute infantil.

A través de la historia e infancia de Boti no puedo evitar reflexionar sobre cómo hemos cambiado y qué importante es apreciarlo, aunque aún en nuestros días niñas, niños y niñes siguen leyendo y disfrutando de novelas de aventuras, cómics, igualmente quieren tener perro y disfrutan del juego simbólico, según especialistas, esencial para su crecimiento personal.

También asistimos a través de la mirada infantil de Boti a lo ridículo que resultaba la organización por parte de las escuelas, de grupos de niñas para participar en actos públicos y que sin entender el sentido de todo aquello, aprendían a aclamar al Generalísimo, portando banderitas estadounidenses que agitaban con sus pequeñas manos durante el desfile y la famosa visita del presidente Eisenhower a Madrid en 1959, de la que participó y narra nuestra protagonista.

Con sentido del humor y la inocencia de quien explora y va conociendo el mundo que le rodea, el relato y sus cuarenta y cinco episodios nos trasladan a una época oscura de nuestra historia reciente, en blanco y negro, que aporta y suma a la reconstrucción de nuestra frágil memoria histórica y describe las vivencias de una niña inquieta y feliz.

Agradecemos a Boti García esta visión personal y necesaria para que esa época no quede en el olvido, y menos para quienes protagonizaron en ese contexto violaciones de derechos humanos, para entender y acercarnos a quienes siguen siendo víctimas de agresiones por la influencia de los discursos de odio del fascismo que heredamos. Recordar cómo éramos nos ayuda a conocer más y mejor quienes somos, e identificar la amenaza que supone no cerrar etapas a través del conocimiento de la verdad, el reconocimiento de la justicia y la reparación del daño sufrido por las víctimas.

Al final del encuentro el público asistente participamos preguntando a Boti un montón de cuestiones y contestó animada a todas las propuestas. De nuestra parte le pedimos un mensaje para niñas, niños y niñes y sus familias, y contestó haciendo una metáfora describiendo la transformación de las mariposas, sobre el paso de la infancia a la edad adulta. También nos trasmitió la importancia del cuidado y el cariño a nuestros peques, especialmente a quienes se sienten diferentes y por este motivo tienen que contar con todo nuestro cariño y la oportunidad de crecer en un ambiente de apoyo que les permita convertirse en mariposas y volar libres en nuestra sociedad diversa.

Fue un encuentro cálido, lleno de humor y cercano, como es Boti García, a pesar de la relevancia de su trayectoria y de su papel de liderazgo como activista LGBTI y ahora con su responsabilidad como representante de nuestros derechos en el actual gobierno.

Y una vez más esperamos que lean, compartan y disfruten durante este periodo estival de descanso, viajes, playa y lecturas, una combinación perfecta en soledad deseada o en gustosa compañía, no podría ser de otra manera.

¡Hasta pronto!

 

 

Soy Luisa, la monstrua

Juan Andrés Teno (@jateno_)

Soy Luisa la Monstrua, vieja, fea y pobre; aunque hace muchos años fui un niño guapo que jugaba, feliz, saltando la espuma del mar. Tuve una madre con manos impregnadas en jabón que me abrazaba y me llenaba de besos y un padre que me incrustó la plancha ardiendo en la cara cuando me sorprendió vistiendo las enaguas de mi hermana. Alcancé la madurez con el golpe y supe quien era buscando la causa de las quemaduras.

Un día de primavera robé los ahorros de mi casita marinera y me planté radiante en una Barcelona que creía me daría la oportunidad de ser lo que siempre fui y nunca me dejaron ser. Aunque cantaba y baila como la que más, mi deformidad facial me vomitó directamente a la noche del barrio chino, a los abrazos de veinticinco pesetas y al sexo no deseado de hombres oscuros.

Mi dinero de puta de calle me procuró las primeras hormonas y, años más tarde, muchos años más tarde, una operación clandestina que me robó cualquier placer en la cama, pero que me devolvió la dignidad plena de mujer que nunca deberían haberme negado.

Pasé por la cárcel, como muchas otras, no por vender mi cuerpo, sino por ser un peligro social en un país que estaba enfermo. Lloré mucho hasta ser una mujer reconocida por todas y cuando lo tuve en mis manos supe que seguiría sufriendo por no ser hombre y perder privilegios.

Un 26 de junio, en año 77 del siglo pasado, me lancé a Las Ramblas con mi pancartita de puta feliz, soñando con un país más amable para quienes apenas salíamos a pasear al sol y derretíamos nuestro futuro en sábanas usadas de miserables pensiones.

Esa España de libertad, que me metió en las venas un chico rubio del FAGC, llegó, pero lo hizo demasiado tarde para mi. Es cierto que puede adoptar con orgullo el nombre mi madre en mis papeles oficiales. Sí, ya era Luisa, aunque nunca dejé de ser La Monstrua. 

Fui joven y alegre y tuve un novio alto y fuerte, un toro azul que me bebía la vida en cada mirada. Besaba mis cicatrices con pasión y en sus brazos era una diosa inmaculada y pura. En sólo tres años el sida me lo robó lleno de llagas y terriblemente delgado. A él le dediqué todos mis ahorros en un entierro maldito al que no quiso acompañarme nadie. Con mis lágrimas aboné una tumba de margaritas que nunca pude olvidar.

Me lancé de nuevo a la calle y seguí amando mentiras y mojando camas que no eran la mía, soñando siempre con aquel hombre joven que seguía susurrándome versos al oído. Crecieron cicatrices en mi espalda y el sudor y el olor a tabaco de hombres ajenos me envolvían día y noche mientras devoraba todos los libros que caían en mis manos, libros que me llevaban a otros lugares y otros destinos donde poder ser feliz.

Se hizo una luz catódica en nuestro camino. A mis compañeras de calle las entrevistaban periodistas sedientas de otra Veneno en el chino barcelonés, pero mi cara quemada y las inyecciones baratas de silicona clandestina me hacían imposible reivindicar ante una cámara, aunque fuese la que más había leído, la que más sabia: seguía siendo Luisa la Monstrua.

Una mañana de invierno tuve que llorar a mi madre muerta en la puerta de la iglesia, primero, y tras la verja del cementerio, después, porque mi padre me negó la entrada y me zarandeó entre insultos y amenazas policiales. Dos años después, fui yo, sola, la que le limpió los últimos humores y la que lo amortajé con el triste y raído traje de su boda. Acaricié sus nervadas manos no queriendo olvidar las tardes de otoño en las me enseñó a pescar mientras acariciaba mis rizados cabellos. Supe que tenía que perdonarle para poder seguir viviendo.

Me llegó la vejez y la acepté plácidamente, pero seguía trabajando con mi cuerpo, ya agrietado por los años, frio, casi inerte, siempre suspirando por aquel novio joven que me envolvió en sonrisas durante tres veranos. Mi esfuerzo era intentar ahorrar para que cuando mis huesos se quebrasen pudiera comer, aunque fuera una vez al día. Sólo tenía a mis queridas amigas de la calle, con quienes compartía el chocolate caliente en el que mojábamos nuestras lágrimas y regábamos con carcajadas estruendosas antes de volver a las esquinas.

Hace unos meses escuché en la radio que nos llaman mutantes, que abusamos de los niños, que lo nuestro sólo es un deseo, que no es real. Ese no es el feminismo que he leído y la sororidad que he practicado en las calles. Me levanto, me miro al espejo y las cicatrices me recuerdan lo mucho que me ha costado llegar y que no puedo claudicar. Mi dolor no pueden heredarlo las que vienen detrás, ni los golpes, ni las zonas oscuras… Nunca, nunca renunciaré, aquel chico del FAGC me lo inoculó y mi activismo durará siempre.

Tengo la alacena de mi pequeño piso del Raval llena de lentejas y arroz. Vivo en cuarentena constante y no es la pandemia lo que me preocupa sino que no haya nadie que me cierre los ojos cuando todo acabe. He tenido la triste suerte de cumplir demasiados años y ver morir, una a una, a todas mis amigas del Chino. A todas las maquillé dentro de su ataúd, todas volaron guapas y lloradas. Pero para mí no habrá lágrimas.

La semana pasada salí por última vez de la casa y una chica que se ofreció a llevar mis bolsas hasta la casa me dijo “señora”. En 95 años era la primera vez que lo oía: “señora”, “señora”, “señora”.

Hace dos días que no puedo levantarme a hervir arroz, el único alimento que ingiero desde el martes. Sólo tengo fuerzas para manejar este lapicero que brinca desbocado entre reglones.

Las persianas están bajadas y no sé si es de día o de noche.

Tengo sueño, mucho sueño.

A veces creo que veo amanecer desde la casita de mi infancia.

Siento que el sol y la brisa acarician mi rostro.

Oigo que me llama mi madre.

Huelo sus manos.

Tengo sueño

Soy tu hija, mamá ¿dónde estás?

JUAN ANDRÉS TENO

Periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Cuenta en Twitter: @jateno_ 

Blog: https://familiasdecolores.wordpress.com/