Vosotros decís Apocalipsis, nosotras decimos Revolución

Artículo escrito por la Plataforma de Encuentros Bolleros (@encuentrosbollo)

 

La imagen corresponde a la fachada de un edificio de Santiago de Chile

 

Son ya varias las semanas en confinamiento. A lo largo de este tiempo, el discurso de la seguridad, la economía de guerra, la crisis y el aislamiento se ha ido recrudeciendo día tras día. La población está tratando de augurar lo que vendrá después y, en cierta forma, a nosotras este discurso del aislamiento, este vocabulario de la crisis y la guerra nos suena muy conocido. Las bolleras y las disidencias sexuales llevamos toda la vida habitando ese lugar de confinamiento, de aislamiento y de crisis al que la sociedad heteronormativa, que no permite fugas, nos ha relegado. Esa era ya nuestra normalidad y no queremos volver a ella. 

Para nosotras la única seguridad ha sido siempre nuestras redes de cuidados, redes que actúan, sostienen y acompañan cuando las violencias cisheteropatriarcales se ejercen sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas. Esas redes, que recién acaban de descubrir el resto de la sociedad, son la forma en la que las bolleras y disidencias sexuales venimos sobreviviendo durante décadas de opresión y las que ahora mismo están sosteniendo la vida.

La economía de guerra y la crisis las conocemos bien, porque las bolleras vivimos vidas precarizadas y armarizadas. Accedemos a trabajos feminizados en los que la flexibilidad laboral nos recorta la vida año tras año, y eso las que podemos acceder siquiera a algún empleo, porque las migrantes, las racializadas, las compañeras trans sufren una doble y triple discriminación y son arrojadas a la marginalidad económica y social. La visibilidad bollera en el ámbito laboral está castigada con acoso, marginación, burlas, outing y agresiones sexuales, entre muchas otras formas de discriminación. Esa ha sido hasta ahora la normalidad de un mercado laboral racista, misógino, trans-lesbófobo. La normalidad es la crisis económica que siempre pagamos las mismas. No queremos volver a ella

Las políticas neoliberales de «derechos» LGTBQ+ han instrumentalizado nuestras luchas para lavarse la cara con ellas. Las empresas nos han convertido en un nicho de mercado, pero no han mejorado nuestros derechos laborales. Madrid celebra un World Pride, pero las bolleras no podemos tener proyectos de crianza que no pasen por la institución del matrimonio. Así como tampoco son prioritarios nuestros derechos reproductivos.

Nuestras familias, que no entran en el ideal heteropatriarcal, tampoco son reconocidas como tal, se enfrentan a una invisibilización que queda patente en el sistema educativo y, a la hora de acoger o adoptar, hay una clara diferencia de trato. Además, en los últimos meses, en Comunidades Autónomas gobernadas con el apoyo de la ultraderecha se aprueban leyes cuyo único objetivo es negar nuestra existencia e invisibilizar nuestras formas de vida, abandonando y desamparando a nuestras menores LGTBQ+ y recortando sus derechos y libertades. La normalidad es la familia nuclear heterosexual y no queremos volver a ella.

Las agresiones lesbófobas no disminuyen, por el contrario, la llegada de la ultraderecha al parlamento ha traído consigo más odio hacia las nuestras. El Covid-19 nos está revelando diferentes cuestiones, entre ellas, que para muchas bolleras el confinamiento puede ser un infierno y una situación que las asfixia: la vuelta al armario. No somos pocas las bolleras que hemos perdido espacios de libertad en los que poder respirar y, estar en nuestras casas, ya sea por salud, por cuidado de familiares, o porque vivimos solas y no tenemos una red en la que apoyarnos, está generando problemas de salud física y mental como estrés, ansiedad, depresión.

De la misma manera, queremos denunciar que somos muchas las que tenemos dificultades para acceder a viviendas en alquiler, ya no solo por la especulación inmobiliara que padecemos, sino también porque debemos enfrentarnos a propietarios lesbófobos y plumófobos. Las calles hoy día se han vaciado también de disidencias sexuales, hemos sido arrojadas a la invisibilización por confinamiento. En este estado de alarma, en el que el miedo impera y el control del espacio público es también el de nuestros cuerpos, la lesbofobia es la normalidad y no queremos volver a ella.

La normalidad es el capacitismo, ciudades imposibles de habitar para muchos cuerpos. Un mundo doble-estándar, en el que se piensa que las sillas de ruedas ocupan demasiado espacio, pero los coches son necesarios. Doble estándar para considerar que no hay una necesidad de crear espacios adaptados, pero sí el privilegio de ocuparlos por comodidad cuando eres normativo. Doble estándar para poder quejarse y gritar como un señor histérico cuando estás 10 minutos en un atasco de tráfico, pero calificar a una persona de amargada y resentida, y callarla o ignorarla cuando protesta por la falta de derechos y los dobles estándares a los que tiene que enfrentarse todos los días de su vida.

La diversidad funcional e intelectual sigue estando invisibilizada también en nuestros espacios bollofeministas, a los cuales les queda mucho camino por recorrer en lo referido a la accesibilidad, como bien apunta Pilar Lima en una entrevista: «soy más consciente del audismo que de la lesbofobia que sufro». La normalidad les niega ser sujetas políticas con reivindicaciones legítimas y no queremos volver a ella. La normalidad es la psiquiatrización y el internamiento de las nuestras. La falta de perspectiva feminista en salud mental es un estigma, la medicalización sin ningún control, con el único afán de acallar, de apartar, de «apaciguar». La normalidad es el silencio y la exclusión, no queremos volver a ella.

Bell Hooks nos dice: «la cultura dominadora trata de mantenernos a todos asustados, de hacernos elegir la seguridad en lugar de riesgo, igualdad en lugar de diversidad». Las bolleras visibles decimos que no queremos habitar el miedo, no queremos volver a la normalidad porque para nosotras y nosotres es mortal. Hemos vivido ya ahí, sabemos lo que es la rabia y la indignación, y la paralización que trae consigo. Apostamos por el cambio. Necesitamos un cambio en el sistema, inventar nuevas herramientas, nuevas metodologías, dar rienda suelta a un nuevo imaginario político que nos permita confrontar la lógica cisheteropatriarcal, colonial, capitalista. Atrevámonos a transformar los modos de producir y reproducir la vida.

No se trata solo de dar un paso más allá de los Estados-nación, se trata de dinamitar las fronteras, de redistribuir la riqueza. De exigir una renta básica universal, de garantizar la sanidad pública, gratuita y universal, de tener una educación pública y en valores. De acabar con el régimen de los desahucios, que deja en la calle a las nuestras. Se trata de relacionarnos de otra manera con el medio ambiente, de frenar el despojo a los pueblos originarios para la acumulación de capital. Se trata de poner la vida en el centro, de generar potencialidad desde la vulnerabilidad y, con ello, transformar vidas que el propio sistema ha dado ya por perdidas. Vidas en los márgenes, cuerpos en resistencia: disidentes sexuales, migrantes, racializadas, psiquiatriazadas, diversas funcionales, seropositivas, precarias.

Señores, se puede confinar el cuerpo, pero no el deseo.

Vosotros decís apocalipsis, nosotras decimos revolución.

**La Plataforma de Encuentros Bolleros es un espacio asambleario y autónomo de Madrid en el que intentamos llevar a la praxis que “lo personal es político”. Formando redes de cuidados, sociabilidad y acciones políticas que coloquen a las lesbianas como sujetos políticos y transformen nuestras cotidianidades. Del 20 al 26 de abril, coordinamos la campaña #BollerasEsenciales, por el día de la visibilidad lésbica

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