Disidentes – De cuerpos enfermos y el estigma de la depressión

Por Andrea Cay, (@AndCay_)

Foto de Andrea Cay

Cuando eres consciente de cómo funcionan las cosas en tu interior aparecen los sentimientos más dolorosos que puedes imaginar. A su vez, en el escenario también se presenta la pereza. Todos esos momentos que deberían apasionar a una chica de 27 años no se han terminado esfumando del todo, pero están completamente reprogramados.

No puedo evitar unir esta idea a los conceptos hegemónicos que rodean a los cánones de belleza. No entro en ellos, ni voy a entrar nunca y el motivo no se reduce a mi apariencia física, sino al hecho de que sé, a ciencia cierta, que mi cuerpo está catalogado como enfermo.

Realmente, digo esto con orgullo. Ese orgullo que tanto nos gusta mencionar y aplaudir en la comunidad disidente que se visibiliza bajo las siglas LGBTQ+, no debería ser únicamente encerrado bajo este paradigma.

Las personas con ansiedad, las personas con depresión, estamos presionadas constantemente a la idea de “tienes que salir de ello”. Es incomprensible que queramos esto en nuestras vidas. Ahora, yo me pregunto: si estoy aquí encerrada por elementos ajenos a mí y que se encuentran en el día a día, ¿quién tiene la capacidad moral de decirme que salga a ese lugar que tanto daño está causando?

Cuando hablo del cuerpo, tampoco puedo evitar en tratar estos términos, como un ente que es leído como mujer. Miro a mis semejantes, el resto de mujeres neurodivergentes a las que presionan para adaptarse a los convencionalismos sociales que no desaparecen a menudo ni en los espacios más seguros. Ellas son algunas de esas tenientes corruptas que menciona Despentes.

Aquí es cuando degradamos aún más el concepto de la belleza. No importan nuestras curvas, no importa si encajamos en toda la mierda superficial para la que nos preparan. No podemos validar nuestro cuerpo en esos términos si este, a veces, no quiere levantarse de la cama, si el desajuste de la química de nuestro cerebro nos obliga a estar cansadas, a tener nauseas. Hay días en los que simplemente, arquear tus músculos faciales para enfatizar una sonrisa se vuelve abrumador e imposible.

Personalmente, al ser consciente de ello, me he llenado de rabia. Toda la rabia que puede contener una mujer como objeto deseado y como ente deseante. Es un sentimiento que me ancla al mundo real y considero necesario.

Esa ira se genera por la cantidad de tiempo perdido anteriormente, no porque me sea doloroso estar en una situación como esta. Acepto que la percepción del concepto placer está distorsionada, no tengo ningún problema con ello. Mi conflicto deriva de todos aquellos momentos en donde he negado esta realidad con palabras, gestos y acciones porque es parte de la intimidad de una y no puedes exponerlo públicamente.

Podría llorar, incrementar el estado de tristeza y sentir lástima de mí misma por no llegar a tener esos requisitos que me redirijan fuera de la frontera y me conviertan en alguien útil en términos de relaciones sociales. No, eso queda muy lejos de mis intenciones.

Mientras escribo esto, no puedo evitar ver una analogía clara con un concepto que conocemos todas aquí: salir del armario. Nunca tuve problemas en este ámbito, en reconocerme en este sentido.

Por supuesto, la forma en la que palpamos y utilizamos el cuerpo en estas acciones, pese a que sean las mismas en estas circunstancias, cambian el significado final.

La mayoría de las veces que la cultura universal ha tratado el tema de la depresión en hombres y mujeres ha conseguido desarrollar personajes muy diferentes que llevamos trayendo como referentes desde hace siglos.

Ellos, profundos e inteligentes, protagonizarán todas las novelas y alcanzarán la soledad cuando lleguen a la cumbre de su genialidad o consigan llegar a un desenlace que no dejará indiferente a ninguno de los lectores.

Ellas, por otro lado, en un gran número de los casos representadas como señoras mayores y abandonadas, se muestran frágiles. Son las cornudas, las madres que viven solas en contra de su voluntad, aquella que no quiere aceptar como va cambiando con el paso del tiempo, etc.

Si a este tipo de referentes, le añadimos todas las demás obligaciones que se nos adjudican cuando te leen mediante un género, apaga y vámonos. Saturadas de información negativa e irreal vamos a ser las primeras que estigmaticemos nuestro cuerpo, obligándolo a no dar la mayor información de nosotras mismas en el mundo con el que interactuamos a diario.

De ahí es donde viene la rabia, de todo el tiempo perdido, de la incomprensión diaria, de las decisiones que se te han hecho cuesta arriba…

Sin embargo, tampoco puedo evitar sentir orgullo a la vez. Una vez que te asumes y te aceptas como cuerpo enfermo dentro de un sistema interrelacional que va a medir y juzgar las acciones que realices con el mismo, estás rompiendo una etiqueta más. Una de tantas que se te llevan pegando y que han sido necesarias para que puedas entrar en un lugar u otro.

En definitiva, y por homenajear a Despentes y todas aquellas mujeres y disidentes de cuerpo no binarias neurodivergentes, siempre vamos a ser más King Kong que Kate Moss.

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