Diario de dos papás: “estado de alarma” (página 11)

Cada domingo Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar, escribe este Diario de dos papás. Estamos en la página 11.

Foto: Apetitu

Querida hija, querido hijo, queride hije, nos han decretado el Estado de Alarma, algo que puede resumirse como una reducción de las libertades individuales para alcanzar un bien común. Eres todavía una personita muy pequeña para poder comprender bien todo esta situación que estamos viviendo, pero ahí estarás, sin poder a salir a la calle y limitado por cuatro paredes hasta que todo este lio pase.

El Gobierno de este país nos ha confinado en nuestras casas por que un virus hasta ahora desconocido ha roto todas las reglas establecidas y está contagiando con una enfermedad a un número creciente de personas. Este insidioso bichito se transmite de manera escalofriante y está atacando fundamentalmente a las personas mayores y a quienes tienen una serie de enfermedades previas. Las niñas y niños parece que estáis fuera de peligro, aunque sois un puente que el virus utiliza malévolamente para trasladar fiebre, dolor de cabeza e insuficiencia respiratoria a quienes os rodean. Sois tan presente y tan futuro que hasta este maldito virus parece que lo ha comprendido y os respeta en la vida y en la esperanza.

Es este, amor mío, un tiempo diferente, en el que hemos roto las rutinas cotidianas y acomodado nuestra vida al salón, los dormitorios y la cocina. Espacios cerrados que, más allá de limitarnos, pueden hacernos comprender la belleza de lo cotidiano, la maravilla de las relaciones de aquellos con quien convivimos y la bondad de la tecnología que nos permite, a través de las imágenes y el sonido de nuestros dispositivos móviles e informáticos, ver y querer a quienes ya amábamos.

Algunos asistimos estupefactos a las quejas de quienes no soportan el encierro, los mismos que hace sólo una semana se quejaban de no tener tiempo para leer, para sentarse en el sofá, para ver series. Ahora es el momento, y sobre todo es el espacio, para reconocerse a uno mismo, para cuidarse, pero desde dentro, desde las entrañas. Este es el tiempo de recapacitar sobre tantas cosas que no nos hacen crecer, que no nos hacen felices y que arrastramos como una losa: costumbres, objetos y también personas que no nos aportan, que nos limitan y nos encarcelan en una sociedad tan dinámica y cambiante que no deja espacio para la reflexión.

También nos extraña la postura de aquellos que, habiendo caso omiso de esta alarma generaliza, salen a la calle con cualquier excusa porque debe ser que les quema su casa, y allá van, dispuestos a mantener viva la cadena de contagios y con ello a condenar a sufrir la enfermedad a más personas y a castigar a los más vulnerables con la muerte.

Porque hay muertes, corazón mío, hay personas que no han podido con ese bichito con nombre de medicamento y han sucumbido, inmersos en la fiebre y ahogándose cuando no les tocaba. Eso es lo malo de esta pandemia, los que no podrán pasar la cuarentena, las que han muerto en los hospitales, alejados de sus amores y amistades, las que han hecho el tránsito en tanatorios vacíos, con los suyos recordando y llorando en casa. A partir de ahora nos corresponde al resto frenar esta locura, ¿Sabes cómo? Quedándonos en casa, que el bichito, que es algo estúpido y callejero, así no nos ve y acabará diluyéndose.

En estos días tan extraños de calles vacías dicen algunos que puede ser el momento de cambiarnos por dentro y por fuera. Lo que si se está evidenciado es que quienes eran buenas personas están dando muestras de ello, ofreciendo su tiempo o su movilidad a quienes tienen impedimentos, y que quienes sólo pueden ostentar el título de canallas lo están evidenciado, allí por donde pasan, especialmente en las redes sociales.

Lo que parece una ironía es que este virus traidor se está demostrando como la enfermedad más democrática del mundo, no entiende de géneros, ni de razas, ni de posición económica o social. Otra cosa es cómo los recursos ante la enfermedad o el encierro favorece a quienes están en la cúspide de la pirámide social y penaliza a quienes están en la base. Esta trasmisión vírica nos devuelve la verdad de la igualdad humana, aunque sea con fiebres y muerte: junto a la persona sin hogar enterramos al magnate. Mucho se ha dicho y escrito desde hace siglos sobre la posición de la muerte ante la petulancia humana y se seguirá haciendo, pues parece que nos cuesta asumir que más que el tener lo verdaderamente es y es el ser.

También están dado su do de pecho quienes se creen poseer entre oreja y oreja todos los conocimientos técnicos y científicos y, desde su poltrona falsa de expertos en sanidad pública, critican impertinentemente a las autoridades políticas. Y junto a ellos, los apocalípticos conspiranoicos que intentan que asumamos que todo esto es un guión escrito por los poderosos con el ánimo de diezmarnos y aumentar sus ganancias capitales.

Frente a tanta estupidez humana, querida hija, hijo o hije solo quiero que sepas, allí donde estés, que cuando cese este episodio pandémico, intentaremos que este mundo nuestro sea un poquito mejor, que los aplausos en los balcones se traduzcan en cuidados a nuestros vecinos y a quienes trabajan por mantenernos sanos y felices; que las estupendas frases en redes sociales se transformen en besos y abrazos que no damos por pudor, por vergüenza o por ignorancia; que las canciones, los libros y las películas gratis evolucionen a cuidados para toda la infancia para que podáis crecer en igualdad de condiciones y conscientes de la belleza de la que es capaz el ser humano.

Quizá peque de buenismo pero aquí y ahora reivindico un permanente estado de alarma ante quienes lloran, ante los que no tienen que darles a sus hijos de comer, ante quienes se les niega su identidad de género, ante quienes duermen en las calles, ante quienes las vejez les ha privado de besos y abrazos, ante quienes deambulan entre la locura, ante quienes son agredidas por sus maridos, ante quienes buscan y no encuentran, antes quienes no pueden reír.

Querida hija, hijo o hije, tu futra casa sigue abierta, aquí estamos tus dos papás y tu hermano; nosotros, los mayores embarazos y con miedo, él apostando por que seas niño y blanco. Lejos de heroicidades o villanías, intentaremos que seas feliz aquí y en tu colegio con tus compañeros, creciendo en la espera, mirando de vez en cuando esa resolución de idoneidad que tan feliz nos hizo. No te podremos ofrecer ni genes ni apellidos, pero si un activismo constante y la esperanza de que, tras esta pandemia, puedas disfrutar de un mundo más amable.

(Continuará…)

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