(De)construyendo nuestra historia

Por Andrea Cay, (@AndCay_)

Nacemos y no conocemos nada. Somos puras, estamos limpias. No sabemos de género ni identificamos el concepto de otredad. Sin embargo, llegará un momento en el que reconozcamos nuestro nombre y sepamos que tenemos un lugar en el mundo. Y ahí, amigas, vienen los problemas.

Identificamos dos cuestiones básicas: quiénes somos y en qué familia estamos. Esta etiqueta no elegida formada por un nombre y un apellido (en los casos más normativos) será la primera que se encuentre en nuestro camino.

Nuestro cuerpo va creciendo, crece de tal manera y acaba tan infectado de la información que recibimos, que olvidamos que junto a él se escribe nuestra historia. Es nuestro instrumento más vulnerable y con el que vamos a exponernos al mundo que estamos conociendo, pero en algún momento del tiempo, comenzaremos a tratarlo como un ente externo de nosotras mismas. Ya no sabremos si queremos que forme parte de nosotras. Para muchas será nuestro primer gran enemigo.

En la mayoría de los casos, en la adolescencia comienzan lo que van a ser nuestras luchas y estamos tan ensimismadas en categorizarlas, que no nos paramos a entenderlas y a vivirlas realmente. Solo nos han enseñado que tenemos que ser un conjunto de etiquetas para poder centrarnos en el camino y, sobre todo, encontrar al enemigo común junto a las que creemos que son las nuestras en un primer momento.

Se te asigna un género, nadie te pregunta y con ese género surgen las comparativas. Se espera esto de mí por ser un hombre, los hábitos masculinos que veo día tras día, en mis compañeros de clase, en mi casa deben ayudarme a definirme.

No, soy una mujer. Y mi cuerpo es más deseado que el del resto. ¿Me parezco a mis amigas?, ¿qué puedo hacer para transformarme en lo que ellas desprenden?

Nos partimos la cabeza para entrar donde nos corresponde. Nos volvemos adictos a esa etiqueta, porque no tenemos nada más donde agarrarnos. Después de una segunda, llega una tercera y, de esta manera, recopilamos quiénes creemos que somos con respecto a nuestra forma de vestir, nuestras preferencias sexuales, inclinación política, miedos… Felicidades, hemos logrado ser lo que se espera de nosotras en cada momento y en cada lugar.

Me he convertido en esa bollera digna de carnet sin olvidar que, como mujer, debo odiar mi cuerpo por no ser la mejor versión de él.

Crecemos y necesitamos ayuda, no nos preocupamos. Estas uniones tan fuertes y solidarias que hemos creado bajo falsas categorías son a prueba de bombas. Salen esas desigualdades y diferencias a la luz, por más que lo hayamos querido ocultar, y nadie acude ante la llamada de peligro.

¿Qué hemos hecho mal? El sistema era perfecto. Efectivamente, el sistema era y es perfecto, pero tú nunca has formado parte de él. El pánico, el sentimiento de soledad, las desigualdades crecen hasta límites insospechados y ahí, en ese estado es donde quieren dejarnos.

Podemos optar por casarnos, volver a formar esa gran etiqueta irrompible, así de paso nos alejamos un poco de la anterior que guardamos en nuestro sistema como “familia”. No importa si las cosas van mal, podemos trabajar durante horas hasta acabar exhaustos, pero sabiendo que no vamos a dormir solas.

O podemos tomar el camino difícil. Ser consciente de que así nos querían, sin identidad, marcadas por cualquier sistema de violencia.

Este es el momento en el que nuestra historia va a dar su giro más importante. Vamos a comenzar a transitar con desconocimiento, sin saber realmente los lugares que pisamos. Van a querernos como experimento y las adversidades que se van anteponer a nosotras van a hacernos querer renunciar, elegir nuevamente la vía recta del camino dibujado para nosotras.

Valentía y fortaleza van a ser los pilares para empezar a aprender de nuevo, a aprendernos de nuevo, separadas y juntas, en cualquier momento. Pero, ¿de dónde vamos a sacar esos valores si nos sentimos despojadas de tales cosas? No sabemos quienes somos, quienes seremos ni hacia donde vamos.

Sin embargo, aunque a veces se nos olvide, sí sabemos quienes no somos, quienes no queremos ser y hacia donde no queremos ir. Deshacer los nudos, las estrategias y los conocimientos que creíamos sólidos no va a ser fácil, entre otros motivos, porque no tiene fin. Esto es un trabajo que vamos a elaborar cada día, con entendimientos con el otro, con gestos, con palabras y con reflexiones que van a liberarnos.

La libertad es dura, porque para llegar a ella, hay que comenzar entendiendo que no existe como tal. Nadar a contracorriente y tener consciencia de todo lo que va a explotarnos en el camino, nos determinará que nunca podremos ser libres.

Quizás no, pero sí lo seremos dentro de nuestras mentes, formando vínculos con todas aquellas que decidieron salirse de su acera y que van a querer hacer trinchera para reforzar esa frontera en donde hemos sido aisladas. En donde estamos siendo vigiladas.

Publicidad, estereotipos, rumores, cánones competitivos de todo tipo, mensajes de un positivismo tóxico que asustan son algunas de las ventanas que nos recuerda que todo lo que hacemos está mal.

Individualismo y desdén en las calles, ficciones que generan vínculos irreales, miedo a lo que llevamos dentro, nuestra ira interna y el odio de los demás se cruzarán en nuestro día a día.

Sin embargo, siendo conscientes de esto, es la única forma en la que podemos liberarnos de esa farsa y poder construir nuestra historia sabiendo, irónicamente, que la libertad nunca existió porque nuestros estigmas irán creciendo a la misma velocidad que lo hacemos nosotras.

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