La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Archivo de la categoría ‘Patrimonio y urbanismo’

Una refinería amenaza el Camino Mozárabe de Santiago

Hace casi un año os hablé aquí mismo del demencial proyecto de construir una refinería petrolífera en Badajoz, en plena Tierra de Barros, alimentada por un oleoducto de 300 kilómetros de longitud que saliendo desde el puerto de Huelva atravesará las comarcas de Doñana y Sierra Morena.

Considerado el mayor proyecto industrial de la historia de Extremadura, será también su mayor desastre ambiental. Requiere una inversión de tres mil millones de euros (que los promotores no tienen) y afectará gravemente a 14 espacios protegidos del norte de Andalucía. Paralelamente, el incremento del tráfico de petroleros elevaría significativamente el riesgo de mareas negras, que podrían tener consecuencias devastadoras para la costa de Doñana, como ocurrió en Galicia con el Prestige.

Pero a este disparate ambiental le faltaba todavía una locura más, la destrucción de patrimonio cultural. Y me acaba de escribir a La Crónica Verde Diego Muñoz para confirmármelo. Diego, en su calidad de presidente de los Amigos de la Vía de la Plata-Camino de Santiago de Zafra, rechaza el proyecto pues la gran instalación petroquímica pretende destruir dos kilómetros del trazado original de la Vía de la Plata, el también considerado como el Camino Mozárabe de Santiago.

La vieja ruta de comunicación romana que atraviesa de sur a norte parte del oeste de España, desde Mérida hasta Astorga, está en peligro. También el camino occidental de Santiago que en la Edad Media permitía a los cristianos mozárabes llegar a la tumba del Apóstol desde la musulmana Al-Ándalus. Para Diego Muñoz, y para cualquiera medianamente sensible,

la Vía de la Plata es la «avenida» más bella y visitada del occidente español, cuya conservación y planificación, del potencial de sus fuentes de riqueza y empleo, es vital para nuestro desarrollo sostenible.

Flaco favor le quieren hacer ahora a esta ruta cultural con factorías y malos humos, a cambio de un discutible e incierto desarrollo industrial.

Foto superior: Flickr

Puedes encontrar más información sobre este tema en la página web de la Plataforma Ciudadana Refinería No.

Los especuladores sitian Numancia

A los romanos les costó un triunfo dominar la ciudad celtíbera de Numancia. Hizo falta enviar a Escipión el joven, el vencedor de Cartago, quien tras más de un año de cerco infernal sólo logró entrar en una ciudad devastada después de que sus habitantes la prendieran fuego y se inmolasen en ella. Prefirieron morir libres antes que vivir como esclavos.

Hoy Numancia es un apacible cerro elevado sobre el río Duero, sin más vida en ella que algún alcaraván despistado correteando por entre sus piedras milenarias. Sin embargo, la vieja ciudad vuelve a estar sitiada, esta vez por los especuladores sin escrúpulos y, lo que es peor, por la especulación institucional, la peor de todas. Son ellos los que pretenden robarnos su riqueza más sagrada, su paisaje histórico, en aras de algo tan poco original como el pelotazo urbanístico. Para nuestra desgracia, son precisamente las administraciones que deberían proteger este inmenso legado quienes lo promueven, vayan ustedes a saber por qué espurios intereses.

La situación es tan grave que el yacimiento ha sido incluido en la Lista roja de patrimonio en peligro elaborado por la asociación Hispania Nostra.

La relación completa de amenazas causa escalofríos:

Un complejo residencial de 288 viviendas junto al campamentos romano de Alto Real, a pesar de estar protegido como bien arqueológico e histórico.

800 viviendas en un nuevo pueblo de colonización VIP al que irónicamente han dado en llamar Ciudad del Medio Ambiente, y que incluye hasta un hipódromo y varios hoteles. Ya han talado 3.000 pinos y amenazan a la segunda mayor colonia de cigüeñas de la provincia de Soria, a pesar de ser un espacio de alto valor ecológico y ambiental protegido por la Directiva Hábitats.

Un polígono industrial, Soria II, de 150 nuevas hectáreas, cuando tienen 300 sin usar en Valcorba y la ciudad tan sólo necesita 1,5 hectáreas al año.

Hasta con los espíritus románticos arremeten, pues han autorizado la construcción de un tanatorio en el famoso Monte de las Ánimas que cantara Bécquer.

No se dan cuenta de que el gran valor de Numancia no son sus piedras, es su paisaje. Sólo en este cerro podemos dar un salto en el tiempo para, 2.150 años después, reconstruir en nuestra imaginación la mirada desafiante de los resistentes numantinos a sus sitiadores romanos, con la misma intensidad y emoción de entonces. Porque allí la historia está viva gracias a su entorno.

Para protegerla definitivamente sólo hay una solución: declarar a Numancia Patrimonio de la Humanidad, poner su preservación en manos de la Unesco, ya que nuestros representantes son incapaces de hacerlo.

Esta vez los sorianos no van a prender fuego a la ciudad como pretenden sus políticos irresponsables. Esta vez pondrán todo su esfuerzo y valentía en defenderla; con uñas y dientes si hace falta.

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En el mapa inferior podéis ver cómo los proyectos urbanísticos están estrechando el cerco histórico romano a la ciudad celtíbera.

Triste Navidad en los pueblos del silencio

Nada. Ni nadie. Tan sólo barro, ruina y abandono. Las Navidades más tristes del mundo se celebran un año más en los miles de pueblos deshabitados españoles. Son «los pueblos del silencio», como acertadamente los denominó mi amigo el etnógrafo Elías Rubio.

Según el INE existen 2.648 núcleos urbanos despoblados en España, pero es mentira. En realidad son muchos más, pues no existe una estadística fidedigna con la relación completa de todos los pueblos, aldeas y barrios sin población estable.

La mayoría quedaron sumidos en el olvido en los años 70 del pasado siglo, cuando el éxodo masivo del campo a la ciudad iniciado una década antes acabó con miles de años de una cultura rural milenaria. Otros han sobrevivido de milagro, pero son ya tan sólo pueblos a tiempo parcial, cuando llega el verano y las viejas calles recuperan la vida durante unos pocos meses. La gente mayor, sus últimos habitantes, también han sucumbido al fuerte atractivo urbano. Llega el invierno y se van a pasarlo con sus hijos o, los más, a impersonales residencias de ancianos, anhelando con ansia la llegada de ese buen tiempo que les llevará de nuevo a su querido pueblo, donde tienen sus raíces y donde, sin dudarlo, quieren ser enterrados cuando fallezcan.

Les voy a contar un historia muy íntima, la de mi abuela Emilia. Natural de Huidobro, un pequeño pueblo de la comarca de Sedano, en Burgos, fue viendo cómo poco a poco todos sus vecinos se iban a Bilbao atraídos por la oferta de una vida mejor, infinitamente menos dura que la que allí tenían. Al final sólo quedaron ella y su marido. Un frío día de invierno como el de hoy se les murió la yegua en la cuadra. Afuera estaba todo nevado y no había manera de poder sacar el cuerpo del animal al campo para que los buitres y los lobos dieran buena cuenta de él. Debieron esperar varios días a que el camino a Sedano fuera más practicable para bajar a pedir ayuda, regresar con otro caballo y retirar el cadáver.

Para Emilia fue una señal. Si ella se ponía enferma, si alguno de los dos enfermaba o moría, ¿quién podría ir salir a pedir ayuda? Nadie. Estaban solos y desamparados. Así que con todo el dolor de su corazón tomaron una decisión. Un día de primavera cerraron por última vez la casa y se fueron a Bilbao dejando atrás toda una vida. En la gran ciudad pasó 40 años haciendo lo único que sabía hacer, trabajar, pero el pueblo siguió con ella, bien pegado a su alma.

Hoy Emilia tiene 87 años, está viuda y vive con su hija. Siempre que la veo le pregunto lo mismo y siempre su respuesta es idéntica:

−¿Con qué ha soñado hoy abuela?

− Con el pueblo, como siempre, como todos los días. Siempre sueño con mi pueblo. Que salimos al campo a excavar las patatas, damos de comer a los animales, bailamos en la fiesta o estamos trillando en la era.

− ¿Y de Bilbao no se acuerda nunca?

− Nunca, allí no teníamos nada, no era nuestro pueblo.


Ver mapa más grande

En esta imagen de Google Maps puedes ver el terrible mapa de la desolación rural, del que no se salva ninguna comunidad autónoma.

El humo salva a un pueblo

Ahí estábamos todos. Más de 500 personas expectantes mirando desde la carretera hacia el pequeño caserío de Peroblasco (La Rioja), apenas 40 casas enriscadas en un promontorio de la margen derecha del río Cidacos.

En 1970 se fue el último vecino y en 1981 llegó el primero, Rufus (Jesús) Ateca. Ahora estamos en 2008, esperando nerviosos el milagro. Es la Fiesta del Humo, y hasta esta cuneta nos han llevado las gaitas y tamboriles de un grupo folclórico de Anguiano. Nos han sacado fuera pues sus habitantes necesitan silencio e intimidad. Sólo así, alejados de miradas extrañas que pongan el peligro el secreto de su magia, acceden a mostrarla.

Las nueve de la noche y explota un cohete en el aire. De repente, dando bocanadas de humo, el pueblo comienza a respirar en colores al ritmo del famoso Canon en re mayor de Pachelbel y de la voz cristalina de un mirlo celoso.

Azul, amarillo, morado, rosa, anaranjado, verde,… Un haz de estelas multicolores asoma desde cada chimenea, entremezclándose sobre los tejados en un calidoscópico arco iris.

A mi lado, en medio del silencio reverencial de todos, una señora no puede contener las lágrimas. Llora por el pueblo resucitado, pero también por todos esos cientos de pueblos brutalmente abandonados donde hace medio siglo que ya no sale humo de sus chimeneas.

En Peroblasco el mérito es de muchas personas, pero sobre todo de Rufus, un excepcional diseñador gráfico. Llegó al Cidacos huyendo del estrés de Barcelona, un neorrural más en busca de paz. Como él, otros muchos en esos años lo intentaron y fracasaron. Pero no aquí, donde su entusiasmo acabó siendo contagioso. Gracias al apoyo de muchos, y a pesar de otros muchos, el pueblo ha logrado renacer de sus cenizas.

«Nosotros vinimos aquí para construir una historia«, certifica Rufus.

¿Y lo del humo?, le pregunto.

«Nació de la desesperación».

Estaban hartos de ser ninguneados, de luchar por tener servicios tan básicos como agua corriente, luz eléctrica, una carretera, teléfono o Internet. No se los daban porque decían que no existían, que en ese pueblo no vivía nadie. O que sólo había hippies, esos que viven como salvajes, que no necesitan nada, que no se merecen nada.

Había que levantar la voz, recuerda Rufus. «Es un grito al mundo para decirle que existimos, pues donde hay humo hay vida».

¿Vida? Pocos pueblos conozco más vivos que éste. Con tan sólo 12 vecinos residiendo permanentemente, sus fiestas son las más hermosas de cuantas he disfrutado nunca. Jóvenes, viejos y niños bailando juntos en la era, como una gran familia, hermanados por el mismo sentimiento de amor a una tierra, a un proyecto vital. Exhibido incluso por el cura, un hombretón campero que, a falta de iglesia (se cayó en 2005), no tuvo remilgos en usar como altar una mesa de comedor y una sombrilla de propaganda, logrando hacerse escuchar hasta por los ateos más irredentos.

Al declinar la tarde y la fiesta, el broche fue espectacular. El saxo de Andreas Prittwitz, actualizando la música renacentista a ritmo de jazz.

¿Se imaginan escuchar las Lachrimae Antiquae de John Dowland interpretadas por un clarinete moderno y una viola de gamba, sentados en las eras, con la sierra de La Demanda como telón de fondo y los buitres sobrevolando curiosos el escenario?

Algo así sólo puede pasar en Peroblasco. Donde gracias a la magia de su misterioso humo de colores los milagros existen.

En estas dos fotografías podéis ver un momento del concierto de Andreas Prittwitz en Peroblasco y otra de la no menos sorprendente misa.

Un mapa hecho con las tierras de 1252 pueblos

Algo así sólo se le podía haber ocurrido a Elías Rubio, investigador, escritor, periodista pero, ante todo, un apasionado de su provincia. Hacer entre todos el Mapa de las Tierras de Burgos. Una gigantesca cartografía donde cada pueblo estará representado no por un punto, sino por un puñado de su tierra más significativa, la más cercana a sus gentes y a su historia, a sus calles.

Instalado el artefacto en una sala del Espacio Tangente, un centro de creación contemporánea, puede parecer una acción artística abierta a la intervención pública, pero como confiesa Elías

«su objetivo es llevar, hasta límites desconocidos, un enamoramiento por la provincia, por su paisaje y sus pueblos, dando por cumplido un sueño de muchos años, que no es otro que el de reunir tierra de los más de 1. 200 pueblos que forman el mapa de Burgos y sobreponerla sobre la toponimia».

Exactamente 1.252 localidades, incluidos sus «pueblos del silencio», los 64 abandonados en el último medio siglo pero a los que aún les sobreviven unos pocos vecinos en otros lugares, escasos supervivientes de un terrible éxodo que en esos años despobló media Castilla.

El autor necesita apenas un puñado de esa tierra con denominación de origen. Como sólo utiliza una pequeña parte, se le ha ocurrido otra genial idea para aprovechar el sobrante: el Árbol de la Provincia. Una encina que quiere plantar en la capital burgalesa, utilizando como simbólico sustrato el millar de puños de tierras vírgenes acopiado.

¡Qué proyecto tan fantástico! ¿No podríamos hacerlo extensivo a todo el Planeta? Levantar un monumento vivo donde uniéramos nuestras tierras, nuestras culturas, nuestras alegrías y nuestros sudores, bajo las ramas de un mismo árbol.

Acaba de empezar y ya tiene más de 400 muestras, la mayoría aportadas por entusiastas, en un particular homenaje a las raíces de sus mayores.

«Lo que más ilusión me hace de este proyecto es ver llegar a la gente con bolsitas llenas de tierra de sus pueblos; para mí ese gesto tiene un valor especial», reconoce Elías Rubio.

La misma ilusión con la que le he acabo de llevar tierra del pueblo de mi padre, Hontoria de la Cantera, recogida a la puerta de la que fuera durante mucho tiempo la casa de mis abuelos.

Me estaré haciendo mayor, pero les confieso que cuando extraje ese grisáceo terrón no pude evitar emocionarme. Tantas historias, tantas memorias, apretadas en el puño del corazón.


Quieren matar el alma de los monumentos

Protegemos monumentos, espacios naturales, centros históricos, pero ¿es posible proteger su alma?

En Francia se ha desatado una dura polémica ante el proyecto de Renzo Piano de añadir un monasterio y un centro de visitantes a la capilla de Ronchamp, obra maestra de Le Corbusier. Icono artístico del siglo XX, Ronchamp nació como respuesta del genial arquitecto a las sugerencias del paisaje. Y es precisamente ese paisaje el que ahora se quiere modificar añadiéndole elementos, quizá igualmente magníficos, pero sin duda perturbadores.

Lo confieso. Cada vez estoy más harto de esta estrecha visión de nuestra sociedad, donde en lugar de meditar si algo es bueno o malo, nos limitamos a analizar si es legal o ilegal. Trazamos ridículas fronteras en el mapa, y a partir de las líneas inventadas podemos hacer lo que queramos. La idea del conjunto, del entorno, del alma de un espacio ha muerto. Y por si fuera poco, nuestra creciente mitomanía está dando carta blanca a los grandes creadores para que hagan lo que quieran. Admiro tanto a Piano como a Chillida, pero destrozar el entorno de Ronchamp es tan ilógico como querer agujerear la montaña de Tindaya, por muy fabulosos que puedan ser ambos proyectos.

¿Y el alma de los espacios? ¿Alguien ha pensado en ella?

Pero no. Nos empeñamos siempre en querer mejorar lo inmejorable, acometer ampliaciones, desarrollar parques temáticos para tratar de rentabilizar económicamente nuestras emociones y hasta el aire que respiramos.

No sé ustedes, pero para mi los entornos son tan importantes como las propias obras de arte. Sólo en ambientes puros soy capaz de entrar en comunión con el artista, tratar de pensar en lo mismo que él pensó, sentir como él sentía, admirar la solución dada. ¿Qué sentido tiene el Museo de los Claustros de Nueva York? Ninguno. El románico está allí, perfectamente conservado, pero no me dice nada. Está muerto. Ha perdido el alma del espacio para el que fue creado.

Saramago lucha contra el cierre de una pequeña librería

El Premio Nobel de Literatura José Saramago es tan grande que sabe apreciar lo pequeño.

Referente cultural para toda una generación desorientada, nos sorprende ahora apoyando con todas las fuerzas de su brillante escritura a Caligrama, una minúscula librería de Fuerteventura con tan sólo dos años de existencia. Con su carta trata de evitar el cierre inminente de un comercio de libros concebido como revulsivo cultural de una pequeña ciudad, Puerto del Rosario (30.000 habitantes), a cuya sombra se han celebrado más de un centenar de actos de todo tipo. Porque como señala el escritor luso, si “vender libros es una noble tarea, convertirse en un foco de divulgación cultural es toda una épica«.

Desde su refugio en Lanzarote, Saramago vuelve a apoyar una vez más a la vecina Fuerteventura, criticando de nuevo la dejadez de nuestro tiempo,

“que pudiendo ser de mucho y de muchos va siendo embrutecido y narcotizado hasta que quienes lo habiten no consigan expresar ideas, porque sólo tendremos eslóganes publicitarios para irnos gobernando”.

Al mismo tiempo reivindica la cultura como “una forma de estar en el mundo, de mirar y de ver”, aunque, reconoce, ésta “ahora se desprecia o simplemente, se ignora”.

Reconozco mi debilidad por este gigante de la Letras. Gracias a él nuestro mundo es, si no un poco mejor, sí al menos más vivible. Por eso a continuación os incluyo íntegro este maravilloso texto del genial José Saramago. Para disfrutarlo. Para meditarlo. Para agradecerlo.

Hace años, un ministro nazi, cuyo nombre no vamos a escribir, dijo que oía la palabra cultura y se echaba mano al cinto. En el cinto llevaba un revolver de matar, seguramente usado más de una vez. Usado para matar, claro.

La cultura no tiene buena prensa. Es verdad que ya no se mata a quien lleva un proyecto cultural bajo el brazo, ahora se le desprecia o, simplemente, se le ignora, que es más eficaz y más «limpio».

La cultura le interesa a nuestra sociedad menos de un uno por ciento, que es lo que las administraciones públicas suelen destinar a esta partida cuando elaboran sus presupuestos. No valen las reivindicaciones grandilocuentes, las ampulosas declaraciones para quedar bien un día en un titular de un periódico: lo importante es medir el día a día, la aplicación de criterios a la hora de gobernar o de elegir a nuestros gobernantes, porque ¿alguien mira qué proyectos culturales presentan los distintos partidos para aumentar la calidad de vida de los ciudadanos?

Cultura no es un enunciado vacío de contenido. No es solo libros o pintura, no es música ni buena arquitectura, cultura es una forma de estar en el mundo, de mirar y de ver. Una persona culta sabe quien es, se respeta y respeta a los otros. Sin embargo la cultura no es un objetivo, quizá porque el objetivo sea que la sociedad esté poblada por personas ciegas. Por eso hay valores que no forman parte de la vida pública ¿cuánto pesa en el voto de cada uno el respeto por lo que somos? ¿Y nuestra memoria? ¿Y nuestro idioma y su valor para comunicar ideas y sentimientos? ¿Cuánto mide el conocimiento del otro, la indagación de sus particularidades para asumirlo como semejante? ¿Cuánto, a la hora de votar, o de pedir el voto, pesan las bibliotecas, que son hospitales del espíritu, los teatros, para decir, oír, interpretar y así sentirnos miembros de una comunidad? No parece que estas interrogantes sean tenidas en cuanta y sin embargo, son importantes.

La cultura nos da satisfacciones porque nos hace reconocernos los unos a los otros con nuestras diferencias y nuestros respectivos bagajes, nos eleva sobre del encefalograma plano que parece definir nuestro tiempo, tiempo que pudiendo ser de mucho y de muchos va siendo embrutecido y narcotizado hasta que quienes lo habiten no consigan expresar ideas, porque sólo tendremos eslóganes publicitarios para irnos gobernando.

Por estas y otras muchas reflexiones, que se escapan a la rapidez de un escrito urgente, la cultura es necesaria. Y la labor de las entidades que se aplican a ensanchar el mundo cultural, también.

La Librería Caligrama es un ejemplo de qué hacer cívico. Si vender libros es una noble tarea, convertirse en un foco de divulgación cultural es toda una épica. Quizá las librerías como Caligrama sean las universidades de nuestra época. No otorgan titulación alguna pero habilitan, con su actividad y sus propuestas, para vivir la vida. Que es lo importante.

José Saramago

Ifni: la vieja colonia española sueña con el turismo

Han pasado 50 años ya de aquella terrible Navidad de 1957 en que la orgullosa colonia de Sidi Ifni, el Territorio como pomposamente lo denominaban los militares españoles, quedó reducida de la noche a la mañana a una ciudad sitiada por feroces tropas irregulares marroquíes. Ni siquiera las fugaces visitas de Carmen Sevilla y de Gila lograron aliviar las penas de una guerra no declarada, silenciada por el franquismo. La guerra olvidada. Un conflicto bélico que en apenas ocho meses segó la vida de 300 soldados y dejó malheridos a medio millar más, la mayoría jóvenes de reemplazo.

Conquistada en 1934 por el general Capaz sin necesidad de disparar un sólo tiro, el sueño colonial de Franco se desmoronaba apenas 23 años después. Inexpugnable pero aislada, rodeada por alambradas, el gran cuartel en que acabó convertido Ifni mantuvo su espejismo imperial hasta su entrega definitiva en 1969. Fue el final de la rimbombante provincia número 51, tan sólo cinco kilómetros cuadrados de desértica costa atlántica.

Medio siglo después del desastre todo huele a nostalgia en esta ciudad aletargada, recostada junto a una gran playa desierta, ahora paraíso de los surfistas. Para romper el embrujo español, el rey Mohamed VI la visitó hace apenas un mes. Su llegada estuvo precedida por una frenética campaña de lavado de cara que repintó de blanco y azul todas las viviendas, plantó palmeras, asfaltó calles e instaló farolas. El monarca prometió inversiones millonarias, nuevas carreteras para el sur, grandes proyectos turísticos en las espléndidas y desérticas playas ifneñas, pero la gente no le creyó. “Hablar es fácil”, reconoce Omar. “Pero hacerlo es otra cosa. Llevan muchos años prometiendo y aquí no se hace nada, la ciudad sigue igual de tranquila”.

Y precisamente tranquilidad es lo que más le sobra a esta tierra, su principal atractivo pero también su mayor traba para el progreso al que sus habitantes aspiran. Quizá algún día el turismo y las urbanizaciones llegarán a Ifni y destrozarán todo este mar de las calmas, como ya han hecho en el cercano Agadir. No seremos empero nosotros los españoles, destructores profesionales del litoral, quienes les censuraremos por ello. Existe otra alternativa, el desarrollo sostenible de la zona, reforzando su altísimo interés histórico, etnográfico y natural, la riqueza pesquera de sus costas, los bosques de argán, la amabilidad de sus gentes.

Sin embargo, sólo pensarlo causa rubor ante las muchas necesidades económicas de la deprimida comarca marroquí. Necesitan mejorar y me temo que esa mejora se hará por el camino más fácil. El de la especulación salvaje, promovida con la colaboración interesada de muchas constructoras españolas. Les volveremos a colonizar, y una vez más será para esquilmarlos.

Un surfero baja hacia a playa de Ifni junto al emblemático edificio español de la Marina, construido con forma de barco.

Un gran escudo franquista preside el arruinado edificio de la antigua Pagaduría militar, todavía propiedad del Gobierno español.

La mayoría de las calles ifneñas todavía aún las placas españolas. Al fondo, el antiguo instituto de Formación Profesional Carrero Blanco.



La especulación española llega al Sáhara

Desde hace una semana Canarias está conectada al Sáhara por barco. Han hecho falta 32 años desde nuestra vergonzosa descolonización de esos territorios para que vuelvan a recuperarse las comunicaciones perdidas, pero no la libertad de un país que de la bota militar española ha pasado a la todavía más férrea bota militar marroquí.

El Assalama es un viejo paquebote de la Naviera Armas, de capital canario pero bandera de conveniencia panameña. Une Puerto del Rosario, en Fuerteventura, con Tarfaya, la antigua capital de Cabo Juby, la olvidada Villa Bens, entregada a Marruecos en 1958 tras la Guerra de Ifni. Cuatro horas de travesía para salvar los 100 kilómetros de distancia, mil veces surcados por las pateras, cientos de veces salpicados con la sangre de tantos náufragos inocentes.

En la polvorienta ciudad de 4.000 habitantes, semienterrada en las arenas del desierto y la incuria marroquí, la llegada del barco se celebró como en Bienvenido Mister Marshall. Nosotros éramos aquí los americanos “guapos y sanos” y el wali hacía de Pepe Isbert “como alcalde vuestro que soy…” Se plantó una jaima de recepción, ondearon banderas multicolores y las mujeres nos regalaron rosas. Siguiendo el guión de Berlanga, muchos nos trajeron sus listas de deseos de prosperidad a la sombra de esos euros que se supone nos salen por las orejas y regalamos a manos llenas.

Como soñar es gratis, todos sueñan. Los saharahuis y marroquíes con salir de la pobreza. Los españoles con dar el pelotazo y forrarnos.

La naviera tiene la concesión en exclusiva del puerto durante 25 años. La empresa está participada por canarios y marroquíes, quienes con ayudas de la Unión Europea han ampliado el puerto y ahora preparan un polígono industrial de 80.000 metros cuadrados. También han aterrizado las constructoras, de la mano de un polo turístico que pretende levantar junto a sus inmensas playas 10.000 camas en los próximos cinco años, hacer un puerto deportivo para 360 atraques e incluso un lago artificial. Paralelamente, los listillos han comenzado a comprar casas, disparando los precios en este villorrio sin alcantarillado, ni aceras ni hospital, con las ruinas del antiguo cine español y un pequeño museo dedicado a Saint-Exupéry (el de El Principito) como única oferta cultural. Las viviendas han pasado así en un año de valer 10.000 euros a costar 50.000. Es nuestra desinteresada aportación al desarrollo en el Tercer Mundo. Y como en la película les enseñaremos a cantar:

«Los españoles han venido,

olé salero, con mil regalos,

y a las niñas bonitas

van a obsequiarlas con aeroplanos,

con aeroplanos de chorro libre

que corta el aire,

y también rascacielos, bien conservaos

en frigidaire .»

El buque Assalama, fondeado en el puerto de Tarfaya junto a los barcos sardineros.

Autoridades marroquíes esperan impacientes el atraque del barco, la primera conexión marítima de viajeros del Sáhara con Europa.

Muchos españoles se han lanzado ya a comprar casas en Tarfaya, prometiéndose un buen negocio especulador gracias a los futuros proyectos de desarrollo turístico de la localidad. Calles y viviendas muestran mientras tanto el aspecto desolador de décadas de abandono e incuria.

Las playas en Tarfaya son gigantescas, salvajes, surferas y peligrosísimas.





Saramago pide que Lanzarote no sea una nueva Marbella

¡Qué suerte tiene la isla de Lanzarote! Primero César Manrique, el padre del paisajismo, de la arquitectura sostenible y respetuosa con el medio ambiente. Y ahora José Saramago, Premio Nobel de Literatura pero, ante todo, una de las cabezas pensantes más realistas y mejor amuebladas de nuestra vieja Europa. Aún mejor filósofo que maravilloso escritor, desde su llegada a Canarias en 1993 se ha convertido en un abanderado de la lucha de los canarios contra la especulación urbanística. Porque por mucho Parque Nacional y Reserva de la Biosfera que tengan, Lanzarote está sufriendo de una manera terrible la devastación de sus más virginales espacios. Y donde antes gritaba César Manrique grita ahora con la misma o mayor energía Saramago.

En silla de ruedas, con voz firme a pesar de una neumonía, lo volvió a dejar bien claro el pasado sábado:

“Invito a los conejeros a que luchen para que Lanzarote no se convierta en una nueva Marbella. Espero que refuercen su conciencia para que no dejen de prestar la atención que merece el privilegio que significa vivir en una isla como ésta”.

No lo dijo con la boca pequeña. Aprovechó la inauguración en Arrecife de una sala de exposiciones de la Fundación César Manrique, que con toda justicia lleva su nombre, para proclamarlo frente a los políticos lanzaroteños responsables, en mayor o menor medida, de la imparable destrucción del bellísimo territorio. Seguramente por eso, en el acto no estuvo presente ningún representante del Gobierno regional (Coalición Canaria y Partido Popular). Nadie los echó de menos.

Hace un par de años tuvimos la inmensa suerte de lograr el apoyo de Saramago en Fuerteventura para impedir la construcción de hoteles y campos del golf en El Cotillo, en el noroeste isleño. Lo hizo como mejor sabe hacer, regalándonos un manifiesto soberbio. Su prosa contundente supuso un revulsivo en las conciencias de todos nosotros y al final el proyecto fue anulado. Pero el mensaje sigue actual. Nos da ánimos para seguir luchando contra el avance avasallador de ese monstruo especulativo con corazón de hormigón en cualquier lugar del mundo. Por eso lo reproduzco a continuación. Para que la mente lúcida de Saramago nos permita seguir ganando batallas contra el irracional saqueo del patrimonio de todos.

SOBRE EL COTILLO
Al principio, todos los hombres eran dueños de la tierra. Luego llegó el día en que una persona puso cerco a una parcela y dijo, «Esto es mío y lo voy a trabajar para mí y mis descendientes». Qué lejos estaba ese hombre de suponer que aquel acto más o menos egoísta, más o menos ingenuo, quizá necesario, iba a acabar en esta sinrazón precavernícola y disparatada, irracional y por tanto inhumana, en que algunos propietarios de la tierra se han instalado, creyendo, sin ninguna razón moral que lo justifique, que son algo más que simples usuarios de la tierra, porque la verdad incuestionable es que la tierra es de todos y todos tenemos sobre ella derechos y obligaciones.

Quizá alguien puede venir diciendo «Esto es mío y voy a hacer aquí un imperio de hormigón que me va a rendir muchos millones que luego me llevaré a la tumba para alimentar a mis gusanos». Hay quien piensa así, desgraciadamente, pero la sociedad entera tiene la obligación de hacerle entender que carece de derecho, porque la tierra y el bien común esta por encima de la desmedida ambición y del crimen. Y crimen es herir una tierra que no es infinita, un paisaje que no tiene la culpa de ser hermoso, unas personas que no pueden ser atropelladas por lo peor de esta civilización, por el dinero rápido, la soez grosería, el encanallamiento de quien nada respeta porque nada entiende.

Hay hombres así, constructores que no saben qué significa el concepto respeto, políticos sin escrúpulos y sin imaginación que promueven y fomentan la destrucción inmediata porque carecen de ideas alternativas para facilitar la vida a sus paisanos, propietarios que venden como si detrás de ellos nada existiera y que luego encabezarán manifestaciones racistas y xenófobas argumentando que lo malo que les ocurre a ellos y a sus hijos llega de fuera, sin darse cuenta de que ellos abrieron la caja de los truenos al permitir que se instalara en su sociedad el desarrollo explotador e incontrolado, que es todo lo contrario al deseable progreso humano.

Pero no nos equivoquemos: el mal avanza. Estos propietarios que no respetan las tierras que recibieron de sus antepasados o que compraron especulativamente, estos políticos de piedra y ambición que se mantienen con la coartada de los votos, tantas veces manipulados, estos constructores que edificarán mal y rápido, utilizando esclavos, sin consideración por nada y por nadie, ese grupo conseguirá sus objetivos si los ciudadanos no logramos frenarlos.

Ese es el gran reto que tenemos: utilizar, frente a la ambición inmoral, la inteligencia; frente a las artimañas legales, el peso del Derecho; frente a la rapiña la honestidad; frente a la corrupción, la fuerza de la razón moral y creadora. Los ciudadanos de buena voluntad no pueden ceder, no podemos cansarnos. El Cotillo no puede ser destruido, Fuerteventura tiene que ser preservada, las Islas Canarias no se pueden permitir otra agresión.

Hoy en El Cotillo, ayer en El Berrugo, mañana otra vez en el Berrugo y en El Cotillo y en todos los lugares donde pretendan instalar la destrucción y la muerte nos iremos encontrando, porque es nuestra responsabilidad, porque no podemos permitir que acaben con Canarias.