Hoy, Día de Europa, queremos publicar este artículo de Enrique Anarte (@enriqueanarte)

Mural de Joe Caslin con motivo del referendum de Irlanda sobre el matrimonio igualitario / Foto: William Murphy
No corren buenos tiempos para los valores europeos. La crisis económica (y político-institucional) y el auge político de las narrativas anacrónicas que proponen un regreso al Estado-nación han vapuleado la legitimidad de la Unión Europea entre amplios grupos de población. A veces injustificadamente, todo sea dicho; siempre ha sido más fácil culpar a Bruselas que asumir que, en el fondo, las decisiones más polémicas suelen tomarlas los Estados miembros. En cualquier caso, ello no quita que, en otras muchas ocasiones, la ciudadanía no haya visto (e incluso siga sin verlo así) plasmados en su realidad cotidiana los valores y objetivos consagrados en el derecho originario de la Unión, es decir, en sus tratados. Con razón, se preguntan en qué momento del complejo proceso político que conforman las instituciones comunitarias (emborronado por la ausencia de una educación cívica europea) se pierden esos valores de democracia, derechos humanos, justicia o igualdad. Y, con también mucho sentido común, cuestionan la lógica de tamaña contradicción. Una contradicción que, por cierto, goza de la más absoluta normalidad en la cotidianeidad de la política europea, poniendo de relieve una distancia anacrónica entre dos mundos aparentemente tan distintos.
Tampoco corren buenos tiempos para la socialdemocracia. Son excepcionales los países en los que sigue cosechando buenos resultados, al menos en relación con el pasado reciente. Cualquier diagnóstico generalizado pecará de ingenuo, pero una cosa parece clara: si la gente no vota a los partidos socialdemócratas, será entre otras cosas porque piensa que estos no tienen respuestas a las preguntas del presente y del futuro. Y no es que los demás sí las tengan, nada más lejos de la realidad. Pero la socialdemocracia, al menos en nuestro continente, fue la mayor parte de las veces un referente político (si bien no el único) en la construcción del Estado de bienestar y el reconocimiento de las libertades democráticas y los derechos humanos.
Pero nada de esto es nuevo. Lo que sí es de rabiosa actualidad es algo que lleva tiempo ocurriendo en Rumanía y que, en mi humilde opinión, hace rato que debería haber motivado una contundente respuesta por parte de los más fervorosos europeístas, así como de los socialdemócratas europeos. Bucarest parece haber decidido andar en dirección contraria al proyecto común europeo. Espoleado por fuerzas religiosas radicales, en este caso la Iglesia cristiana ortodoxa (bien conectada con la homófoba y machista Iglesia evangélica estadounidense), el Gobierno rumano pretende convocar un referéndum que, en resumen, de tener un resultado favorable a los postulados de quienes dicen defender la “familia”, blindaría constitucionalmente la definición heterosexual del matrimonio. Inicialmente la consulta iba a celebrarse este mes de mayo, aunque por ahora sigue sin fecha definitiva.
Una vez más, los derechos humanos sometidos a consulta popular, dando aliento a esa falacia de que las mayorías tienen algo que decir sobre los derechos fundamentales de cada persona. Obviando, de nuevo, que la protección de las minorías (o, mejor dicho, de sus derechos y libertades inalienables como seres humanos) es uno de los principios básicos de cualquier democracia que se precie de serlo. Ello con tal de defender unos supuestos valores «tradicionales» que, como en tantos otros casos, son utilizados como cortina de humo para poder dejar de lado otros problemas de política interna.
No es, sin embargo, una historia nueva. Ya pasó en Croacia, meses después de su entrada en el club comunitario, dando marcha atrás en la senda de mayor protección de la diversidad sexual y de género que el país había iniciado años atrás, especialmente a partir del comienzo de las negociaciones de adhesión con Bruselas. Y estuvo a punto de pasar en Eslovaquia, donde la baja participación impidió el triunfo político del radicalismo religioso, en esta ocasión de la Iglesia católica. La cuestión es que, a día de hoy, la mayor parte de las formas de violencia y discriminación que sufren las personas LGTBI caen fuera de las competencias de Bruselas. Casualidad o no, los Estados miembros se reservan la soberanía de regular dichos ámbitos. Algo respecto a lo que las instituciones comunitarias, en principio, pueden hacer bien poco.
En cualquier caso, quizás lo que resulte más hiriente del caso que nos ocupa (y sí, digo hiriente porque lo personal es político y lo que está en riesgo son los derechos humanos de quienes vivimos al margen de la norma binaria o heterosexual) es que sea el gobierno de un partido socialdemócrata el que emprenda tal campaña contra este grupo social en un país en el que la homosexualidad estuvo criminalizada hasta 2001. Precisamente esta fue (implícitamente, a través del Consejo de Europa) una de las reformas que tuvo que llevar a cabo Rumanía para poder recibir el visto bueno de Bruselas en su proceso de adhesión.
¿No tiene el Partido de los Socialistas Europeos, que tan importante ha sido para defender la igualdad de las personas LGTBI en el seno de las instituciones comunitarias, nada que decir respecto a esta deriva?
Es evidente que tal campaña va en contra del ideario socialdemócrata de nuestros tiempos. Y también es evidente que, habiendo reconocido la propia UE los derechos LGTBI como derechos humanos en sus documentos oficiales (en línea con Naciones Unidas), esta campaña contra el matrimonio igualitario atenta directamente contra los valores europeos.
Pues bien, resulta incomprensible que el asunto quede relegado a un par de reportajes esporádicos en medios progresistas, a alguna llamada de atención ocasional, con frecuencia a título individual. Como decía al inicio de este artículo, creo que tanto el proyecto europeo como la socialdemocracia del continente enfrentan una crisis de legitimidad y estoy convencido de que, al menos en parte, esta tiene que ver con los valores que defienden, que protegen, los valores que deberían definir a Europa en un mundo sumido en una transición política desconcertante. Cabría esperar de quienes agitan la bandera de los valores europeos un compromiso real, transversal y sostenido en el tiempo con las realidades en las que estos se ven comprometidos. No basta con la herencia de conquistas pasadas. El europeísmo no se demanda, sino que se construye.

Foto: Hendrik Dacquin
Lo del referendum es lo menos preocupante. El gobierno socialista rumano es el mas corrupt de toda la UE. Actualmente esta preparando una nueva ley, para que los presos con menos de 5 años de condena (la mayoría de los corruptos suelen tener pena menor de 5 años ), puedan cumplir la pena desde casa, o yendo a la cárcel solo durante el weekend. Lo del referendum pro familia es solo una cortina de humo para que la gente no hable de las barbaridades que están preparando en el nuevo coding penal.
09 mayo 2018 | 10:40
Lo que si queda claro es el miedo que tiene la Unión Europea y sus lacayos socialdemócratas (entre otros, como también lo es 20 Minutos) a que en algún país, cualquier país, sea de donde sea, se pregunte a los ciudadanos lo que piensan, en este caso respecto a un asunto concreto relacionado con la heterofobia y el ansia de los homosexuales por destruir las instituciones naturales, al menos naturales históricamente.
Pero daría lo mismo cualquiera que fuese la pregunta, sin importar siquiera la respuesta, lo que les da miedo es el simple hecho de que se pregunta a los ciudadanos y que éstos puedan ejercer los derechos que les son negados por unas instituciones supranacionales en el caso de la UE, o nacionales, en muchos otros casos.
El ejemplo de Suiza, donde prácticamente se pregunta a los ciudadanos para todo lo que tiene alguna importancia, es algo que rechazan la UE, la ONU, los colectivos LGTB, pero que nos llena de envidia a los simples ciudadanos.
09 mayo 2018 | 18:04