Regala unas gafas de color violeta (II)

Por Laura Ramírez Martín ()

‘Autorretrato con sudadera violeta’ De Laura Lenguadegato

Una vez que me puse las gafas violeta ya nunca pude quitármelas. Como miré las cosas de otra manera tocó aprender a hablar también con más propiedad. Y me topé con el lenguaje de género. Me recuerdo rechazando de plano la idea con el argumento de que es incompatible con la vida. Un coñazo nombrar cada vez a hombres y mujeres, hablar de ellas y ellos, terminar con los miembros y las miembras. Pero me planteé por qué lo malo es un coñazo y lo bueno es cojonudo. Y aprendí que es importante cómo se llama a las cosas, que las cosas hay que nombrarlas para que se vean y sean tomadas en cuenta.

Revisé el mío ¿cómo era que hablaba yo? Me saqué de la boca pollas en vinagre y pichas hechas un lío para centrar la atención en mi aparato reproductor y conseguir expresarme con más propiedad. Y también vi que era bueno y que se contagiaba, además. Me sentí por fin mejor sabiendo que era hasta el coño hasta donde estaba yo, hasta los ovarios de tantos cojones.

Y fui renombrando las cosas poco a poco. Cambiando de lente para hacerla más fina, tiñéndola un poco más, añadiéndole matices. Aprendí palabras nuevas, reconceptualicé otras.

Lo que el lenguaje nombraba entre otras cosas eran los cuerpos. Volví a mirarme de arriba abajo y después de un ejercicio de oídos sordos vi que era bueno lo que me tocó en la feria. Y no me operé los labios ni las tetas ni me estiré la barbilla. Abandoné los vestidos que no me quedaban bien, nunca me puse tacones y la cera… ¿era que quemaba, la cera? Entendí que para mi la comodidad era mejor. Y que no tiene por qué serlo para todas.

Después miré a mi pareja y vi que era una mujer. Coño! una tía en mi cama. ¿Será que de tanto ovario me olvidé de algo importante? me pregunté, con el tomo de identidad de género en la mano. Tú lo que necesitas es una polla hasta aquí, me dijo él, señalándose el intruso la articulación del hombro. Es una polla que sale de un sitio muy raro, pensé, yo no estoy pa’ experimentos. Y me besé con mi chica delante del energúmeno. Y constaté que aquello sí que era bueno, pardiez. Y ya no lo olvidé nunca, como la expresión ausente del ínclito displicente. Todavía me acuerdo y sonrío, me gustaría regalarle mis gafas viejas, las de primero de feminismo. O primero de persona.

Y me cansé de estudiar y de admirar a los pintores, escultores y arquitectos que poblaban los textos de mi carrera universitaria. Y descubrí a un montón de maravillosas artistas con ‘a’ sepultadas por todas las ‘oes’ del mundo fuera cual fuera su calidad.

Y me cansé de solo conocer a directores de cine.

Y a escritores.

Y a músicos.

Y a poetos.

Y a cocineros!!! Esto me fascina, las mujeres son las que dan de comer al país pero los cocineros famosos y ricos son hombres. Una vez escuché un intento de hacer una lista de cocineras a un famoso chef de la tele, y justo después de su aire de suficiencia solo le salió Carme Ruscalleda, unos puntos suspensivos y un ‘y demás’. Luego disimuló su cara de nabo tierno. O igual ni siquiera se dio cuenta.

Y me pregunté dónde estaban las mujeres futbolistas e ingenieras y arquitectas y juezas e informáticas y tanto etcétera oculto. Y las busqué y, joder, las encontré. Existían. Tapadas, pero allí estaban.

Y lo siguiente fue agarrar una cámara de fotos para poder vivir. Y hablé de fotografía para ganarme el pan y cuando hablaba, siempre, siempre las mencioné a ellas, a las fotógrafas, a las pintoras y escultoras, a las músicas, a las escritoras, a las poetas y a las directoras de cine. De cocineras, en cambio, sigo sin saber mucho, y mira que hay programitas de cocina. Siempre nos quedará la Santonja.

Y fui puta, bollera y libre. Y tuve claro que en mi cuerpo, mi trabajo y al cabo, en mi vida, mando yo. Y que no sería la segunda parte de nadie, ni su sombra, ni su reposo, que la guerrera era yo y que quería cuidar a quien quisiera cuidarme.

Y dejé de frecuentar lugares comunes con mujeres histéricas siempre premenstruales y hombres tranquilos y nobles, y conocí la sororidad, y por aquí camino ahora. Mujer tenías que ser… Sí señor, eso es.

Otro 8 de marzo será posible.

4 comentarios · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Pedrok

    «Y fui puta, bollera y …» Joer, siempre dejas lo mejor (y las únicas verdades) al final, jajajaj!

    10 marzo 2018 | 00:40

  2. Dice ser SS

    Lamentable

    10 marzo 2018 | 01:00

  3. Dice ser Dekjuan

    A ustedes, eso de que tengan una opinión contraria a la suya… Como que no, ¿verdad?

    10 marzo 2018 | 14:36

  4. Dice ser Juan

    Le regalo unas yo a usted, de tolerancia.

    11 marzo 2018 | 00:38

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