Regala unas gafas de color violeta (I)

Por Laura Ramírez Martín ()

‘Ponte unas gafas de color violeta’ de Laura Lenguadegato

La metáfora del desenfoque igual vale para un roto que para un descosido, oye. Empecé desenfocando lesbianas y ahora lo hago extensivo a cualquier mujer, que es 8 de marzo.

El caso es que hasta donde yo sé, parece que desde que el mundo es mundo, a las mujeres no se nos ha enfocado claramente, nunca, en ninguna parte. Desde Aristóteles hasta el obispo de Córdoba, pasando por Rosseau, por nombrar a representantes de influencers del pensamiento tradicional, se piensa que somos carne de segunda, parte del reparto, males necesarios! Hay un montón de perlas que lo ilustran.

Y claro, si se nos ve tan a grosso modo, se nos trata de la misma manera.

Yo sentí algo extraño desde el principio. Los primeros años parecía todo tranquilo, pero la cosa fue volviéndose confusa… y fue entonces que me miré.

Y vi mi cuerpo y se me desdibujaron los contornos, parecía que los límites estaban fuera del lugar correcto, por exceso o por defecto.

Y observé que mi ropa no se ajustaba con la precisión requerida. Y que el largo de mi pelo se podía cuestionar. Y abandoné mis juguetes sin usar.

Y noté enseguida que pertenecer al equipo que acababa en ‘a’ o en ‘o’ era crucial, y que eso marcaba la diferencia de bula social para decir tacos, para sentarse, para comportarse en la mesa… Y comprendí que era distinto ser señorita que señorito, príncipe que princesa, cura que monja, Nancy que Madelman.

Y me percaté de que las cosas de casa eran cosas de madres y que los padres hallaban fuera su hábitat natural. Y me pareció, cuando menos, curioso el ecosistema tan distinto que necesitábamos unas y otros para la felicidad.

Y miré hacia el futuro y atisbé mi posible trabajo desde el pupitre y allá arriba se perfilaban claramente las cabezas pensantes, todas ellas con raya al lado o bigote, o calvos, por muy incipiente que fuera la cosa. Y yo allí difuminada entre tanta mecanógrafa, o enfermera, o azafata, o maestra.

Y al leer la lista de carreras que estudiar, algunas parecían estar capadas, como pasa en los teléfonos cuando desactivas una opción de los ajustes, que luego no puedes pincharla.

Y me giré hacia el pasado para buscar referentes en la historia. Ah, que de eso no tenemos. Salvo contadísimas excepciones solo existimos en masa y en calidad de hijas de, hermanas de, esposas de algún señor. O fundidas con el paisaje, eso sí, siempre bonito, el paisaje. Nada de mujeres con mayúsculas en los libros. Coño, qué raro que solo ellos tienen nombres propios… Y supe que las mujeres mientras habían estado limpiando y ahí no te tocan letras capitales.

Y hablando de capitales nunca terminé de ver claro por qué mi madre no tenía cuenta en el banco y por qué lo de limpiar la trastienda del mundo salía gratis.

Y aprendí que mi derecho a voto era un lujo ibérico solo definido a base de muertes, sudores y lágrimas de mujeres. Y voté solo por eso, aunque si quería votar, tenía que votar a un hombre.

Y me encontré con un miedo preciso y cristalino en los ojos de mi padre cuando miró mi mochila antes del viaje y me dijo hija, si fueras un chico… pero es que vosotras sois diferentes, a ti te pueden… ni lo mentó. Y se hizo claro que debía tener más cuidado que él.

Y me pensé con pareja e intuí más curvas de la cuenta, una maraña, con una falta de foco terrible. Y esto me desorientó mucho.

Y supe de la violencia extrema de un hombre a una mujer, agredida aprovechando esa suerte de fusión imaginada de los cuerpos, cuando una está tan borrosa que pierde los límites de su identidad.

Y me percaté además de que se emborronaba el relato y parecía que no pasaba lo que no se puede ver. Ni nombrar.

Y me cuentan con una cifra cambiante y esta sí, nítidamente ascendente las mujeres asesinadas a manos de hombres ¿Y viceversa? dijeron… Ah, que no hay viceversa.

Y escuché y repetí cual lorito las elocuentes frases en las que detrás de cada gran hombre siempre hay una gran mujer. Y ya al final cantaba mucho que ahí tampoco hay viceversa que valga.

Y revisando, revisando caí en la cuenta después de mucho extrañar, de que hay mucho más que revisar y de que mis escalones para ir viviendo son más altos que los de ellos. Y aprendí a comprender la ausencia de viceversa.

¡Hablas de la guerra del abuelo! ¡Eso ya está superado! dirá alguno. Ya, claro, ahora estamos mejor. Venga, nos comemos el barco. Pero no basta, esto es muy claro también. Los hombres y mujeres de mi generación en este país hemos mamado eso, todas y todos, sin apenas excepción. De aquellos barros, estos lodos. Todas y todos somos machistas. Pero no, hay quien se ha curado solo y lo ha superado todo. Pues anda que no hay que currar.

Si bastase, no estaríais leyendo esto, se me ocurren otras cosas que hacer más interesantes, pero quiero pararme un rato porque andamos en vísperas del día de la Mujer. Y por lo visto, nos viene bien un recordatorio general obligatorio al año, como las navidades, para que no se nos olvide que tenemos que querernos. Celebremos pues.

Visto lo visto, cualquier cambio social comienza con una protesta del colectivo afectado. La pequeña gran diferencia con otros casos de minorías abusadas y lo que hace todo esto muy gore, es que el colectivo afectado en este caso es ni más ni menos que la mitad de la población y afecta a cualquier edad, raza, cuna o condición de cualquier tipo. A unas más que a otras, eso también hay que decirlo. Pero es de lo más transversal que hay en materia de diferencias sangrantes.

Lo que quiero proponer para la celebración es un reparto universal de gafas de color violeta. Para vosotros y para nosotras también, hay mucha mandanga introyectada, como la culpa judeocristiana o la idea de productividad capitalista. Yo me hice con unas hace ya años, pero voy revisándolas cada cierto tiempo para ver si me toca cambiarlas, no sea que me vuelvan a subir las dioptrías y no me de cuenta. Conviene revisarse por si acaso. Si bastase, no me sería necesario este ejercicio constante.

Las gafas de color violeta, además de ser vistosas cuentan con lentes de aumento y sirven para enfocar. Cada persona necesitará unas a su medida, con más o menos dioptrías y diferente curvatura dependiendo del problema que le aqueje, que también puedes tener un poco de visión túnel o de violeta de más. Y si se satura el color, se opacan y pierdes la perspectiva. Hay quien las necesitará todo el tiempo, hay de lentes progresivas, las hay también para usarlas solo a ratos, en caso de pilladas en renuncios o para ver la tele, por ejemplo. Para la tele son indispensables, diría yo. En cualquier franja horaria, con atención explícita a los espacios publicitarios y especialmente indicadas para el horario infantil. Existe un modelo dotado de filtros potentísimos expresamente recomendadas para el contenido completo de ciertas extrañas cadenas, para casi todos los informativos o en los casos de respuesta espontanea de político que no se ha leído las pautas de la mañana sobre la posición oficial del partido a pregunta de entrevistador cualquiera que mencione la brecha salarial, pongamos por caso. Vienen con láminas de repuesto para ir renovándose por el desgaste que produce la exposición extrema. Se recomiendan encarecidamente a presentadores y contertulios de programas de actualidad de cualquier canal. Nanotecnología, tú.

Estas son mis gafas y estas son mis circunstancias, y quiero regalarte unas para ti. Necesitamos que pares a mirarnos a través de nuestros ojos. Tendrás que analizarte un poco y ser sincero o sincera para poder elegir las que te sienten bien. Te invito al esfuerzo porque merece la alegría, la de todas y la de todos. Porque ser vista es importante y las cosas han de ser mostradas para que existan, para poder nombrarlas.

No bastan tampoco 1300 palabras en un artículo que no leerá casi nadie porque me he pasado de las 600 prescritas, no basta mi foto pegada a él. No bastan las mujeres que me acompañan. Tenemos que ser más, tenemos que ser todas, tenéis que ser todos, tenemos que mirarnos, tenemos que nombrarnos e inventar un lenguaje común para poder escribir un TODXS que nos incluya también a nosotras -y no estoy hablando de gramática- para dejarnos de ‘x’, de incógnitas y ya de perder el tiempo con algo tan básico de entender como que somos personas, que estamos aquí para acompañarnos, caminar y dedicarnos a vivir, que son dos días.

3 comentarios · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Pedrok

    » Desde Aristóteles hasta el obispo de Córdoba, pasando por Rosseau, por nombrar a representantes de influencers del pensamiento tradicional, se piensa que somos carne de segunda…» Por algo será.

    «No bastan tampoco 1300 palabras en un artículo QUE NO LEERÁ CASI NADIE…» Pues mira, la única verdad verdadera de semejante panfletada que has escrito. Prácticamente esto y poco más es lo que he leido de esta basura.

    07 marzo 2018 | 20:08

  2. Dice ser Pedrok

    Y siguen censurándome…
    Pónganse usted unas gafas que le permitan ver más alla de sus «progresistas» horizontes para aceptar opiniones diferentes a las suyas. En fín… hipocresía en estado puro.

    08 marzo 2018 | 18:54

  3. Dice ser Emi de la Llave

    Me ha encantado este artículo. Sobre todo el tema de las gafas de color violeta. Dónde es necesario ponérselas. Si pudiéramos darnos cuenta de que no miramos el mundo de ese color sino aún está dentro de nosotros todo el sistema patriarcal…. me ha parecido muy ingenioso, fresco, natural e incluso con un tono irónico ó sarcástico que le da un punto ácido al asunto.
    Felicidades.

    13 marzo 2018 | 23:04

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