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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Descubren hormigas que rescatan y cuidan a sus compañeras heridas

Esta noticia es increíble. La ha publicado Mary WildBehav en su perfil de Twitter @wildbehav y no puedo sino recogerla en este blog donde tanto nos gustan los insectos.

Resulta que existe una especie de hormiga en el África subsahariana, la matabele africana (Megaponera analis) que rescata del campo de batalla a sus belicosas compañeras heridas. Pero cuando el daño recibido es muy grave, son las propias que agonizan las que rechazan la ayuda médica y prefieren morir antes que dar trabajo inútil a sus preocupadas hermanas.

Pensarás que es una típica noticia falsa, pero qué va. Es un estudio científico que puedes consultar en este enlace, aunque hay que advertir que se trata todavía de un preprint, una versión anterior a la revisión por pares, quienes certificarán o no su publicación. Te lo resumo a continuación. Lee el resto de la entrada »

España es un país de cerdos

Hay mucho cerdo en España. Según últimos datos oficiales del Ministerio, en 2016 se alcanzó un censo de 29,2 millones de gorrinos. Este dato sitúa a España como el país con mayor censo de la UE por delante de Alemania (27,5 millones).

Es el doble que hace 20 años. Ello supone el 37 por ciento del total de la producción ganadera, generando alrededor de 6.000 millones de euros al año. Con 1,7 millones de toneladas anuales de carne, España es el tercer mayor exportador mundial de porcino, detrás de China y Estados Unidos.

Todo lo relacionado con el cerdo va en aumento. Empezando por el consumo. En nuestro país el consumo de esta carne crece a un ritmo del 3% al año, situándose en 50,2 kilogramos por habitante y año, 8,6 kilos por encima de la media europea. El gusto patrio por el jamón y la chacina tiene la culpa, además de su bajo precio. Lee el resto de la entrada »

Aumenta la oposición a la instalación de macrogranjas en la Siberia española

Es la nueva ganadería industrial. Los nuevos tiempos de producción masiva de carne y leche barata. Se acabaron las granjas donde una familia criaba un puñado de cerdos, un rebaño de ovejas, un par de vacas y medio centenar de gallinas que en su mayor parte alimentaban con piensos cultivados por ellos mismos o sus vecinos. Todo eso se ha acabado. Las granjas son ahora gigantescas fábricas de proteína animal donde lo de menos es el bienestar de esos pobres bichos cosificados. Lo único que importa es la producción y el margen de beneficio económico obtenido.

Este nuevo modelo ganadero tiene una ley de oro: cuanto más grande y automatizada sea la explotación mayor rendimiento económico logrará. Y tenía que pasar. Las empresas se han agigantado, alcanzando tamaños inconmensurables. Pero hay un problema, la gestión de los desechos, toneladas de mierda generada cada día que es necesario eliminar. Contaminación, malos olores, plagas de insectos y roedores, utilización masiva de antibióticos, superbacterias, enfermedades, consumo salvaje de agua y energía. Y aquí es donde surge el auténtico problema. ¿Dónde ponemos estas macrogranjas? Lee el resto de la entrada »

Me rindo. No habrá Navidad vegetariana

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© Wikimedia Commons

Los vendedores de fruta y verdura lo saben y aceptan con resignación la llegada de unas semanas de incomprensión generalizada hacia sus productos. Por mucho que se empiece a notar en España una leve recuperación en el gasto alimenticio navideño, lo verde sigue teniendo poco espacio en la cesta de la compra de estos días de contenido derroche. De hecho, la Navidad es para fruteros y verduleros su peor época del año.

Mariscos, cordero, merluza, pavo, jamones, besugo, bacalao o ternera han desbancado de las mesas de Nochebuena y Año Nuevo a todo producto vegetal. De aparecer alguno será, a lo sumo, como guarnición o en ensalada. Y salvo las uvas en Nochevieja y alguna que otra piña tropical, los polvorones, turrones, mazapanes y chocolates mandan rotundos en los postres.

Quizá aparezca algún cuñado vegetariano, el rarito de la familia, poniendo caras y pidiendo plato especial, pero lo tradicional es y ha sido siempre relacionar una buena comida con abundantes manjares de origen animal. Porque como recuerda el sabio refrán castellano, “de un cólico de acelgas nunca murió rey ni reina”. Y para un par de días que nos vemos todos al año, tampoco es cuestión de enredarse en discusiones sobre el impacto ambiental de consumir tanta carne y pescado, los peligros para la salud de toda esa medicación con la que los atiborramos o el inmenso sufrimiento infringido a las ocas para producir el denostado foie. O proponer un cambio de dieta a la familia. ¡Ni se te ocurra!

Por todo ello me temo que, una Navidad más, mi militancia ecologista deberá decretar el temporal cese de las hostilidades. Y puesto que «no hay más alta virtud que la prudencia«, prometo eludir las discusiones sobre política, religión, fútbol o vegetarianismo. No se me vaya a enfadar el personal y descubra aquello tan terrible de “tripa vacía, corazón sin alegría”.

Pues eso, que ¡Feliz Navidad!

Pregunta para el debate: ¿Alguno de vosotros tiene problemas en las comidas navideñas por ser vegetariano? Contadnos, contadnos.

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Hasta (en) los huevos de las superbacterias

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Si la Organización Mundial de la Salud (OMS) está preocupada, todos deberíamos estarlo, y mucho. Pero no lo estamos. En realidad no hacemos caso a sus científicos, que llevan años encendiendo todas las alarmas, cada vez más angustiosas, respecto al peligro de las superbacterias, aquellas resistentes a los antibióticos.

Frente a ellas no tenemos armas. 25.000 personas mueren al año en Europa por su culpa. Y esta terrible cifra no para de crecer, hipotecando nuestro futuro y el de nuestros hijos.

En el último siglo, gracias a Fleming, Chain y Florey, la medicina moderna ha salvado millones de vidas tras vencer a la mayoría de las enfermedades infecciosas. Un gigantesco avance ahora amenazado por culpa del mal uso que hacemos de los antibióticos.

Los usamos cuando no son necesarios (eliminan bacterias, nunca virus como gripe o catarros), los dejamos de usar antes de concluido el tratamiento (reforzando involuntariamente sus defensas en lugar de las nuestras) o los tomamos sin enterarnos, ocultos en la carne, el queso o la leche.

Sí claro. ¿No lo sabías? La comida también tiene antibióticos. En pequeñas cantidades, pero los tiene.

Este tipo de fármacos se usan ya más con los animales que con las personas, incluso aunque estén sanos, pues con ellos se acelera su crecimiento, engordan más y se previenen enfermedades. Vamos, que así son económicamente más rentables para ese monstruo empresarial al que llamamos industria alimentaria.

En la Unión Europea y Estados Unidos los animales de granja ya reciben más de 10.000 toneladas de antibióticos al año, por encima del doble que nosotros. Como para extrañarnos luego de la existencia de superbacterias y alergias.

¿Antibióticos hasta en la leche? Y hasta (en) los huevos estoy yo de tanta mierda que comemos sin enterarnos.

Si quieres conocer con más detalle este tremendo problema de las superbacterias y la resistencia a los antimicrobianos, te recomiendo los siguientes enlaces:

Foto: Pixabay

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Por qué me he hecho vegetariano

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Hace unos años yo mismo me sorprendía cuando os contaba en esta misma columna la campaña lanzada por el ex Beatles Paul McCartney. El famoso cantante nos proponía hacernos vegetarianos una vez por semana, exactamente los lunes, como contribución de la Humanidad para luchar contra el cambio climático. Ello es debido tanto a la producción de piensos para el ganado, lo que ha provocado una gigantesca y creciente deforestación planetaria, como al hecho de que los rumiantes emiten con sus flatulencias gran cantidad de metano, un gas 23 veces más perjudicial que el CO2 como agente del calentamiento global.

Más tarde os informé de las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) respecto al peligro del exceso de antibióticos en la alimentación animal. Cuyo resultado son carnes trufadas de medicamentos que ingerimos con total desconocimiento de sus posibles repercusiones en nuestra salud.

Y al final tenía que ocurrir. Me he hecho vegetariano. O casi, pues en realidad tan sólo he eliminado de mi dieta la carne. Como pescado, huevos y queso, junto a fruta y todo producto vegetal proveniente de la huerta. Pero desde hace un año no pruebo chuletones, ni chorizo ni morcilla, algo sorprendente en un burgalés como yo. Yo mismo no me lo creo.

Algunos pensaréis que lo hago por novelería, como denominan en Canarias al esnobismo. En absoluto. Es tan sólo el resultado de una profunda reflexión personal. De una actitud y de un modo de vida que pretende ser más respetuoso con su entorno. De una necesidad de vivir de manera más saludable, sin tantos aditivos ni hormonas. Sin provocar tanto sufrimiento a los animales de granja.

Es una decisión individual, alejada de cualquier radicalismo. Paso de Paul McCartney y de los lunes sin carne. Soy vegetariano. Y me siento mejor.

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Peces con reuma y buitres con ardor de estómago

Asegura una vieja tradición de las Islas Canarias que el aceite de las pardelas, nuestros albatros del hemisferio norte, cura el reuma. Según la simplista explicación popular, si esas aves marinas que se pasan la vida vagabundeando por el océano no sufren tal enfermedad, dándonos friegas con el extracto de sus grasas tampoco nosotros la sufriremos. Desconozco cómo las yerberas canarias sabían que ese mal de los huesos es desconocido para estos pájaros, lo cual dudo.

Escéptico ante las bondades de tales cataplasmas, para paliar los dolores reumáticos soy más dado a tomar medicinas como el voltarén. Lo que muchos no sabíamos es que, sin proponérnoslo, con ello también estamos tratando el reuma de los peces, si es que lo tienen. Porque, a través de la orina, nuestra “agüita amarilla” lleva esa medicina antiinflamatoria a ríos y mares, medicando inútilmente la fauna acuática. Que igualmente acumula en sus tejidos antidepresivos, anticonceptivos y otros fármacos.

Comernos luego tales peces no nos hace ningún mal, pues las concentraciones son mínimas, pero a ellos tanta botica no les hace ningún bien. Hasta el punto de que esta contaminación farmacológica provoca en ellos curiosos casos de transexualismo; peces hembra con minipenes y machos con células femeninas.

Algo parecido hacemos con los buitres. Su potente sistema inmunológico les permite comer carne podrida sin sufrir ni un leve ardor estomacal. Pero nuestro ganado está ahora mismo repleto de antibióticos veterinarios como medida preventiva para evitar pérdidas en las granjas. Y los carroñeros, de tanto ingerir esas carnes medicalizadas, están perdiendo sus defensas hasta el punto de morir muchos de enfermedades para las que siempre estuvieron inmunizados.

Aviso a navegantes: ¿No nos estaremos pasando con tanta automedicación (voluntaria e involuntaria)?

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¿Son realmente más saludables los alimentos ecológicos?

¿Son los alimentos ecológicos más saludables que los convencionales? La pregunta nos la hacemos cada día más gente. Y la respuesta nos ha llegado de la mano de una profunda revisión científica dirigida por investigadores de la Universidad de Stanford (USA). Por desgracia, su difusión en la prensa se tergiversó, concluyendo que

“tanto gastar un poco más en alimentación, tanto esmerarse en acudir a tiendas con conciencia, en buscar productos «más naturales», y resulta que los alimentos orgánicos apenas son un poco más sanos”.

Extrañado, he acudido a la fuente original, el artículo publicado en Annals of Internal Medicine. Y lo que allí se dice es muy diferente.

Los científicos han analizado 17 estudios en humanos y 223 estudios en alimentos. Es cierto que no se han encontrando relaciones significativas entre alergias y tipo de comida. Que se han detectado niveles de pesticidas más bajos en la orina de los niños que consumen dietas orgánicas frente a las convencionales, pero no en los adultos. Se demuestra, sin embargo, que comer frutas y vegetales ecológicos reduce hasta un 30% la exposición a los plaguicidas. Respecto a las carnes, la contaminación bacteriana de pollo y cerdo es baja en ambos. Pero en la carne industrial la resistencia a los antibióticos es un peligroso 33% superior.

Concluye el estudio que los alimentos convencionales son tan nutritivos como los ecológicos aunque reconociendo que, sin sobrepasar los límites legales, nos aportan muchos más plaguicidas y bacterias resistentes. No estoy de acuerdo. En los orgánicos se aprovecha hasta la piel y se disfruta de unos sabores inigualables, por no hablar de su beneficio medioambiental en el agua, la fauna y la flora, además del apoyo a la producción local. ¿Son más saludables los alimentos ecológicos? Este estudio lo confirma ¿no te parece?

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La OMS advierte del peligro de los antibióticos en la alimentación animal

Científicos de la Organización Mundial de la Salud, a través de un informe sobre resistencias antimicrobianas, insisten en la necesidad de disminuir el uso de antibióticos en la ganadería, pero nadie parece hacerles caso.

Algunos medicamentos usados para tratar enfermedades en los humanos son ampliamente utilizados en animales sanos como mera prevención. En la actualidad se emplean más antibióticos en veterinaria que en medicina. Como media, para producir un kilogramo de carne se utilizan en Europa 100 miligramos de antimicrobianos.

Este abusivo gasto de medicamentos se realiza sin necesidad y sin tener una constatación probada de su efectividad. Lo único demostrado es que debido a tal abuso se ha disparado la resistencia inmunológica de los animales a enfermedades que también sufrimos los humanos. Según los expertos de la OMS, es posible que cepas de bacterias con genes de resistencia puedan transferirse de animales a personas por medio de los alimentos. El riesgo es evidente. Si enfermamos con esas cepas resistentes, los antibióticos tradicionales no nos servirán para nada.

Como explica el Dr. Klaus Stöhr, científico de la OMS,

el generalizado uso de los antimicrobianos en la agricultura y la ganadería plantea graves preocupaciones, pues algunas de las bacterias resistentes de reciente emergencia en los animales se transmiten a las personas, principalmente por los alimentos de origen animal o por el contacto directo con animales de granja. Tratar las enfermedades provocadas por esas bacterias resistentes en las personas resulta más difícil y costoso y, en algunos casos, los antimicrobianos disponibles no son ya eficaces.

Reforzando esta preocupación, The Washington Post informaba hace unas semanas de la larga batalla legal emprendida por grupos de salud y de defensa del consumidor que demandaron al gobierno norteamericano por permitir el uso de grandes cantidades de antibióticos y otras medicinas en la producción ganadera. Allí un tribunal federal ha ordenado revisar la decisión de autorizar el uso de ciertos antibióticos en la alimentación animal. En el fallo el juez reconoce que a pesar de que desde hace más de tres décadas se sabe que su empleo plantea riesgos para la salud de los seres humanos, se ha hecho «asombrosamente poco» para evitarlo.

Frente al medicamentazo español, empeñado en reducir el gasto farmacéutico, en la ganadería se mantiene un abusivo gasto de medicamentos sin necesidad y sin tener una constatación médica probada de su efectividad e inocuidad. Un problema que pagamos todos en cada filete consumido. Y sufrimos todos.

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Antibióticos hasta en la miel

Un equipo de químicos de la Universidad de Almería ha desarrollado un método que permite detectar la presencia simultánea de 17 antibióticos en la miel en menos de 10 minutos. Lo han usado y ¿qué han encontrado? Antibióticos en nuestras mieles, tanto en las originarias de otros países como en las españolas, a pesar de estar terminantemente prohibida su presencia en toda Europa.

Analizaron 16 muestras de miel, 11 tomadas en supermercados y 5 recogidas a diferentes apicultores particulares de Granada y Almería. En tres de ellas quedaban restos de los antibióticos utilizados como drogas veterinarias para tratar las enfermedades de las abejas. Dos eran marcas comerciales, pero la tercera pertenecía a un apicultor andaluz. Su producto supuestamente natural y ecológico tenía trazas de sarafloxacina, tilosina, sulfadimidina y sulfacloropiridazina.

Los propios investigadores insisten en señalar en que las bajas concentraciones de antibióticos detectadas “no suponen un riesgo directo para el consumidor”, pero advierten de que el uso excesivo o indebido de estos productos veterinarios podría afectar a la seguridad alimentaria. Y a nuestra salud, añado yo. Porque el exceso de antibióticos en todo lo que comemos, carnes, pescados y ahora incluso en las mieles, puede acabar convirtiéndose en una auténtica amenaza sanitaria fantasma.

Su exceso no mata, es verdad, pero los efectos inmunodepresores de estas sustancias, que permiten la adquisición y proliferación de patógenos, con cepas a las que cada vez hacemos más resistentes, nos puede hacer más indefensos ante enfermedades como salmonellas o tuberculosis. También más proclives a sufrir alergias, una enfermedad en preocupante aumento y que ya afecta a un tercio de la población europea.

No es para alarmarse, es cierto. Tan sólo es un aviso. Yo seguiré consumiendo diariamente este sanísimo regalo de las abejas y sus compañeras las flores. Pero les reconozco mi preocupación. Con tanta química y tanta industrialización han conseguido hasta amargarme la miel.