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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Hasta (en) los huevos de las superbacterias

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Si la Organización Mundial de la Salud (OMS) está preocupada, todos deberíamos estarlo, y mucho. Pero no lo estamos. En realidad no hacemos caso a sus científicos, que llevan años encendiendo todas las alarmas, cada vez más angustiosas, respecto al peligro de las superbacterias, aquellas resistentes a los antibióticos.

Frente a ellas no tenemos armas. 25.000 personas mueren al año en Europa por su culpa. Y esta terrible cifra no para de crecer, hipotecando nuestro futuro y el de nuestros hijos.

En el último siglo, gracias a Fleming, Chain y Florey, la medicina moderna ha salvado millones de vidas tras vencer a la mayoría de las enfermedades infecciosas. Un gigantesco avance ahora amenazado por culpa del mal uso que hacemos de los antibióticos.

Los usamos cuando no son necesarios (eliminan bacterias, nunca virus como gripe o catarros), los dejamos de usar antes de concluido el tratamiento (reforzando involuntariamente sus defensas en lugar de las nuestras) o los tomamos sin enterarnos, ocultos en la carne, el queso o la leche.

Sí claro. ¿No lo sabías? La comida también tiene antibióticos. En pequeñas cantidades, pero los tiene.

Este tipo de fármacos se usan ya más con los animales que con las personas, incluso aunque estén sanos, pues con ellos se acelera su crecimiento, engordan más y se previenen enfermedades. Vamos, que así son económicamente más rentables para ese monstruo empresarial al que llamamos industria alimentaria.

En la Unión Europea y Estados Unidos los animales de granja ya reciben más de 10.000 toneladas de antibióticos al año, por encima del doble que nosotros. Como para extrañarnos luego de la existencia de superbacterias y alergias.

¿Antibióticos hasta en la leche? Y hasta (en) los huevos estoy yo de tanta mierda que comemos sin enterarnos.

Si quieres conocer con más detalle este tremendo problema de las superbacterias y la resistencia a los antimicrobianos, te recomiendo los siguientes enlaces:

Foto: Pixabay

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Antibióticos hasta en la miel

Un equipo de químicos de la Universidad de Almería ha desarrollado un método que permite detectar la presencia simultánea de 17 antibióticos en la miel en menos de 10 minutos. Lo han usado y ¿qué han encontrado? Antibióticos en nuestras mieles, tanto en las originarias de otros países como en las españolas, a pesar de estar terminantemente prohibida su presencia en toda Europa.

Analizaron 16 muestras de miel, 11 tomadas en supermercados y 5 recogidas a diferentes apicultores particulares de Granada y Almería. En tres de ellas quedaban restos de los antibióticos utilizados como drogas veterinarias para tratar las enfermedades de las abejas. Dos eran marcas comerciales, pero la tercera pertenecía a un apicultor andaluz. Su producto supuestamente natural y ecológico tenía trazas de sarafloxacina, tilosina, sulfadimidina y sulfacloropiridazina.

Los propios investigadores insisten en señalar en que las bajas concentraciones de antibióticos detectadas “no suponen un riesgo directo para el consumidor”, pero advierten de que el uso excesivo o indebido de estos productos veterinarios podría afectar a la seguridad alimentaria. Y a nuestra salud, añado yo. Porque el exceso de antibióticos en todo lo que comemos, carnes, pescados y ahora incluso en las mieles, puede acabar convirtiéndose en una auténtica amenaza sanitaria fantasma.

Su exceso no mata, es verdad, pero los efectos inmunodepresores de estas sustancias, que permiten la adquisición y proliferación de patógenos, con cepas a las que cada vez hacemos más resistentes, nos puede hacer más indefensos ante enfermedades como salmonellas o tuberculosis. También más proclives a sufrir alergias, una enfermedad en preocupante aumento y que ya afecta a un tercio de la población europea.

No es para alarmarse, es cierto. Tan sólo es un aviso. Yo seguiré consumiendo diariamente este sanísimo regalo de las abejas y sus compañeras las flores. Pero les reconozco mi preocupación. Con tanta química y tanta industrialización han conseguido hasta amargarme la miel.