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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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El verdadero Papá Noel no usa colonia porque quiere a todos los niños

La Red de Sensibilidad Química, con la que colabora la activista por los derechos de los enfermos de SQM, Eva Caballé, ha desarrollado una campaña de envío de postales navideñas en varios idiomas donde puede leerse:

“El verdadero Papá Noel no usa colonia porque quiere a todos los niños. Incluso a los que tienen asma o alergias”.

Seguro que más de uno os habréis quedado a cuadros. ¿Qué tiene que ver Papa Noel con la colonia? ¿Y qué demonios es eso de la SQM?

Empecemos por el final, que es el principio de todo esto. La Sensibilidad Química Múltiple (SQM) es una enfermedad emergente, de las ahora ambiguamente denominadas como raras. Aunque tiene poco de rara, pues afecta a unos 400.000 españoles, sólo que la mayor parte de ellos, al igual que sus médicos, lo ignora. Se trata de una terrible reacción sistémica frente a niveles muy bajos de exposición a productos químicos normalmente tolerados por la mayoría. Un ambientador o el olor de un caro perfume les puede mandar meses al hospital.

Durante años estos enfermos (cada vez más, incluso niños, cada vez más gravemente afectados) han sido tenidos por enfermos imaginarios. Científicamente parecía imposible poder perder la salud por comer, tocar u oler comidas, objetos y aromas absolutamente cotidianos. Pero ocurre, y si no que se lo digan a Eva o a muchos de los miembros de la Fundación Alborada, enterrados vivos en casas convertidas en aisladas burbujas.

Por suerte para todos y tras muchos años de reivindicaciones, el Ministerio de Sanidad acaba de dar el primer paso al publicar un “Documento de consenso” sobre SQM donde se reconoce implícita (que no legalmente) la existencia de este mal.

En mi opinión y la de muchos especialistas, las nuevas enfermedades ambientales son la punta del iceberg de lo que se nos viene encima. Estos enfermos, actualmente ignorados por la sanidad pública española, son la avanzadilla, los primeros avisos de que tanta química en el ambiente está dañando nuestra salud. Asmas, alergias y otras incompatibilidades van en aumento formando parte de una terrible realidad, esa que señala a nuestro actual sistema de vida industrializado como algo artificial y peligroso.

Así que volvamos a la Navidad y recordemos a Papá Noel que en el mercado hay una amplia oferta de cosmética natural con fragancias mucho más sanas y menos caras. Será nuestro pequeño gran gesto por el futuro.

Más información sobre el tema en la página de la Fundación Alborada y en el blog No Fun, pero especialmente en el sensacional programa que Carne Cruda (RNE3) le dedicó el pasado lunes a la enfermedad bajo el sugerente título de Sensibilidad Humana Múltiple.

Muy interesante es igualmente el gran reportaje que Conexión Samanta hizo en junio pasado a la Gente Burbuja que sufre esta extraña enfermedad:


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Bisfenol A, el asesino químico de los biberones

Vivimos rodeados por más de 100.000 sustancias químicas artificiales creadas en laboratorio. Cada año inventamos 5.000 nuevas. Más de 2.000 causan cáncer o alteran gravemente nuestro sistema hormanal. La mayoría están muy controladas, pero otras son invisibles; se encuentran en todas partes, nos matan pero son legales. De momento.

El Bisfenol A es uno de estos asesinos químicos silenciosos, capaz de esconderse en lugares tan aparentemente seguros como biberones y chupetes. Un agente tóxico que puede ocasionar diabetes, cáncer de mama y de próstata, además de trastornos hormonales, en el sistema reproductivo (daña la calidad del esperma), complicaciones cardiovasculares, alergias o asma. Precisamente esas enfermedades emergentes propias, según nos dicen las autoridades, de nuestros nuevos hábitos de vida. ¿No estarán provocadas por tanta química?

El Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud (ISTAS) del sindicato Comisiones Obreras ha lanzado una campaña que pretende sensibilizar a la población sobre los riesgos del bisfenol A (BPA). Un vídeo que puede descargarse en este enlace advierte sobre el peligro de esta sustancia.

Según denuncia CCOO, el BPA se puede encontrar en varios productos de consumo y de uso profesional: desde los discos compactos (CD) hasta las lentes de gafas, pasando por el papel térmico, dispositivos médicos y empastes dentales, envases plásticos retornables de zumos, leche y agua, interior plástico de latas de conserva e incluso contenedores para microondas y utensilios de cocina. También se puede encontrar bisfenol A en biberones y chupetes, lo que «puede provocar efectos adversos en el cerebro, la conducta y la glándula prostática en fetos, bebés y niños de corta edad», explican los promotores de la campaña.

Evitarlo es imposible, aunque el símbolo de reciclaje puede ayudarnos. De los diferentes tipos de plástico usados en embalaje, algunos del tipo 7 (policarbonato y resinas epoxi) y los plásticos de tipo 3 (PVC) pueden contener bisfenol-A.

Según datos de ISTAS, cuatro empresas producen en Europa un total de 1.400.000 toneladas al año. Una de ellas está en España (Cartagena, Murcia), donde se fabrican más de 250.000 toneladas anuales.

Asimismo, diversos estudios han detectado la presencia de esta sustancia en el 95 por ciento de las muestras de sangre y orina de la población analizada.

Muchos países -como Reino Unido, Canadá, Dinamarca, Francia, Suecia, EEUU o Italia- han prohibido ya o se encuentran en proceso de prohibición del uso de bisfenol A en cualquier plástico usado para fabricar biberones o envases de alimentos.

Por todo ello, un grupo de 19 científicos y 41 asociaciones sindicales, del medio ambiente y de la salud de todo el mundo ha solicitado a la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) que considere todos los estudios disponibles y endurezca las medidas que se aplican sobre el bisfenol A. ¿A qué esperan para hacerlo?

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La contaminación invisible

Pinturas, disolventes, colorantes, plásticos. Medicinas, pesticidas, herbicidas, insecticidas, conservantes. Ningún lugar del planeta, ningún ser vivo, está hoy libre de la contaminación por sustancias químicas. Y los que menos nosotros, sus promotores.

Algunos de estos productos los conocemos y los utilizamos con precaución, pero en su mayor parte no sabemos que existen a pesar de pasar nuestra vida rodeados de ellos. Es la contaminación invisible, la de todos esos aditivos empleados para mejorar productos habituales, la de todos esos humos, líquidos, partículas a los que estamos en permanente exposición desde nuestro nacimiento y hasta nuestra muerte.

Cada año mueren en España 4.000 trabajadores y al menos 33.000 enferman y más de 18.000 sufren accidentes a causa de la exposición a sustancias químicas peligrosas.

Un problema añadido son los efectos a largo plazo de tan complejo cóctel químico, por mínimas que en principio sean sus cantidades. La mayoría de nosotros logra inmunizarse, impermeables a esta permanente nube tóxica cotidiana. Pero otros no tienen tanta suerte, son más sensibles y sufren las consecuencias.

De esta forma, la presencia generalizada de tóxicos parece estar detrás del incremento de la incidencia de ciertas enfermedades relacionadas con el sistema inmunológico y reproductor. Como el asma, que ya afecta a 300 millones de personas en todo el mundo y a un 6% de los españoles. O como las alergias, un serio problema para uno de cada cuatro españoles. Incluso nuestra producción de espermatozoides está en acelerado retroceso.

Son las enfermedades del nuevo milenio, cuyo exponente más preocupante sería la sensibilidad química múltiple, un desorden médico desencadenado por todos esos artificiales productos que nos rodean. Y tienen mal arreglo. Cada vez somos más urbanos, más frágiles, más vulnerables. Como ese entorno que nos empeñamos en contaminar sin darnos cuenta de que también es el nuestro y el de nuestros hijos.

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¡Malditas pelusas!

No falla. Cada mes de junio ocurre lo mismo, llegan las grandes nevadas primaverales a Castilla. Y las protestas. Son las pelusas de los chopos, un peculiar sistema de reproducción que logra enviar muy lejos las semillas de estos árboles envueltas en un ligero algodón flotante.

Algo natural para quienes amamos el campo, pero odioso para ciertos urbanitas. Tanto que algunos han pasado a la acción y reclaman con pasión la tala de todas las choperas y su sustitución por otras especies menos incómodas. Molestas durante unas pocas semanas, se las acusa injustamente de provocar graves alergias, la muerte por asfixia de otras plantas y hasta incendios forestales.

¿Alergias? Son simples semillas, nada que ver con el polen, por lo que aunque se nos metan por la nariz es muy raro que provoquen poco más que un estornudo. Y los incendios los hacemos nosotros y nuestros niños con los mecheros, prendiendo esos fugaces fuegos que más de una vez se nos van de las manos. Además, puestos a buscar culpables, la culpa es exclusiva de las chopas, de los ejemplares hembra, por lo que plantando machos desaparecerían esas nieves de primavera.

Pero siempre es más fácil acusar al más débil, al inocente árbol. Y para el político, tan sensible a las críticas de sus convecinos, nada hay más sencillo que hacerles caso, arrancar las choperas y poner otras especies menos impopulares. Como en Vigo, donde acaban de decretar la muerte de 450 chopos para solucionar el problema de las pelusas.

Luego llegará el otoño y nos quejaremos de las hojas. En invierno del peligro de sus ramas. Y sólo en la siguiente primavera nos daremos cuenta de lo tristes y solos que estaremos sin esos chopos del río que, como cantaba Antonio Machado,

“acompañan

con el sonido de sus hojas secas

el son del agua cuando el viento sopla”

.

Foto: Blog Notas de campo y jardín, del biólogo Jesús Dorda, donde podéis leer más información sobre este tema.

Antibióticos hasta en la miel

Un equipo de químicos de la Universidad de Almería ha desarrollado un método que permite detectar la presencia simultánea de 17 antibióticos en la miel en menos de 10 minutos. Lo han usado y ¿qué han encontrado? Antibióticos en nuestras mieles, tanto en las originarias de otros países como en las españolas, a pesar de estar terminantemente prohibida su presencia en toda Europa.

Analizaron 16 muestras de miel, 11 tomadas en supermercados y 5 recogidas a diferentes apicultores particulares de Granada y Almería. En tres de ellas quedaban restos de los antibióticos utilizados como drogas veterinarias para tratar las enfermedades de las abejas. Dos eran marcas comerciales, pero la tercera pertenecía a un apicultor andaluz. Su producto supuestamente natural y ecológico tenía trazas de sarafloxacina, tilosina, sulfadimidina y sulfacloropiridazina.

Los propios investigadores insisten en señalar en que las bajas concentraciones de antibióticos detectadas “no suponen un riesgo directo para el consumidor”, pero advierten de que el uso excesivo o indebido de estos productos veterinarios podría afectar a la seguridad alimentaria. Y a nuestra salud, añado yo. Porque el exceso de antibióticos en todo lo que comemos, carnes, pescados y ahora incluso en las mieles, puede acabar convirtiéndose en una auténtica amenaza sanitaria fantasma.

Su exceso no mata, es verdad, pero los efectos inmunodepresores de estas sustancias, que permiten la adquisición y proliferación de patógenos, con cepas a las que cada vez hacemos más resistentes, nos puede hacer más indefensos ante enfermedades como salmonellas o tuberculosis. También más proclives a sufrir alergias, una enfermedad en preocupante aumento y que ya afecta a un tercio de la población europea.

No es para alarmarse, es cierto. Tan sólo es un aviso. Yo seguiré consumiendo diariamente este sanísimo regalo de las abejas y sus compañeras las flores. Pero les reconozco mi preocupación. Con tanta química y tanta industrialización han conseguido hasta amargarme la miel.