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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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De regreso a la guerra del Congo

Con la triste noticia de la desgracia sufrida por Emilio Morenatti, fotógrafo andaluz que ha hecho una carrera extraordinaria en los últimos años, partimos esta madrugada de regreso a la República Democrática del Congo. En el trayecto, la parada obligada de siempre, Kenia, y luego Ruanda.

De este último país, imposible conseguir visado. El cónsul en Madrid lleva semanas desaparecido en acción, y la página web para pedir la autorización “on line” tampoco responde. Quizás en la embajada de Nairobi haya más suerte. Como última opción, tomar el avión a Kigale, perder rápidamente la capacidad para hablar inglés o francés y alegar que se extravió el papel de la autorización, algo que ya dio buenos resultados el año pasado.

Lo que molesta de estas absurdas burocracias – en el caso de Ruanda contradictoria, ya que intenta promover el turismo a través de sus parques naturales y gorilas – es el tiempo y el dinero que nos hacen malgastar, aunque como está el mundo, quizás una persona de piel blanca y con pasaporte europeo debería ser la última en quejarse de las trabas que le ponen para desplazarse.

El objetivo en el Congo es reencontrarnos con mujeres como Vumilia, Jeannette y Mungere, cuyo testimonio conocimos el año pasado, y seguir así profundizando en la investigación sobre la violencia sexual , sobre la violación como arma de guerra, que asola a este país, donde se producen el 70% de los abusos del mundo. Un conflicto con rostro de hambre, de gobernantes corruptos, de intereses espurios, pero sobre todo, con rostro de mujer.

En el anterior viaje también pudimos acercarnos a la realidad de algunos de los 30 mil niños soldados mai mai, del FDRL, de las fuerzas de Laurent Nkunda, y acompañamos a los efectivos de la MONUC en sus cuestionadas misiones para promover el desarme y la estabilidad. Además, pudimos seguir el trabajo del doctor Denis Mukwege en el hospital Panzi por ayudar a las mujeres víctimas de violaciones y fístulas.

En esta ocasión abordaremos una cuestión fundamental en la región de los Kivus: los minerales, y en particular el coltán. Motores de la guerra. Además, intentaremos ver cómo ha devenido la situación tras la salida de Laurent Nkunda y la operación militar del ejército ruandés en territorio del Congo. Hace dos meses veíamos que la violencia contra los civiles había repuntado en este conflicto que se ha llevado más de cinco millones de vida por delante.

A modo de guía, un resumen de la génesis del conflicto y de los principales actores involucrados que escribimos el año pasado.

(Fotografía: HZ)

El ranking de estados fallidos 2009

Se ha publicado la quinta edición del Índice de los estados fallidos. Una iniciativa de The Fund for Peace y Foreign Policy que evalúa y jerarquiza la situación de 177 países en base a doce variables políticas, sociales y económicas. Una iniciativa que pretende favorecer el “desarrollo de ideas que promuevan una mayor estabilidad mundial”.

Entre los veinte primeros se encuentran Somalia, la República Democrática del Congo y la República Centroafricana, que si fracasan como estados es por la incapacidad de sus gobiernos para proveer servicios básicos y protección a los ciudadanos.

La llegada al poder en febrero de Sharif Ahmed, como flamante presidente de Somalia, permitía vislumbrar el comienzo de cierta estabilidad tras 18 años de guerra, como la que el país había gozado en 2006 gracias a la Unión de Tribunales Islámicos hasta la invasión etíope respaldada por EEUU. Sin embargo, la constante agresión de las milicias islamistas radicales de Al Shabab está poniendo en jaque al gobierno, que ha hecho un pedido desesperado de ayuda militar a los países de la región, y que está recibiendo armas de Washington.

La incursión ruandesa de principios de año en la República Democrática del Congo no ha hecho más que provocar una violenta reacción de las milicias hutus del FDLR contra la población civil, incluyendo más violaciones como las que denunciamos desde Bukavu en 2008 en este blog. Las milicias de Joseph Kony, el Ejército de Resistencia del Señor, han encontrado un nuevo santuario en el nordeste del país. En lo que va de año han matado a 1.200 civiles y secuestrado a 1.500 niños.

También están Zimbabue, Birmania y Corea del Norte, donde es la excesiva acción del Estado la que vulnera los derechos elementales de la gente. En el feudo del sátrapa Robert Mugabe, crónicamente asfixiado por la hiperinflación, el cólera ha matado a 3.000 personas sólo en 2009.

1. Somalia.

2. Zimbabue.

3. Sudán.

4. Chad.

5. República Democrática del Congo.

6. Iraq.

7. Afganistán.

8. República Centroafricana.

9. Guinea.

10. Pakistán.

Hay escenarios como Irak, que ofrecen cierto atisbo de esperanza, y otros como Yemen y Pakistán, que muestran un progresivo y preocupante declive hacia el caos. En particular, la creciente presencia de Al Qaeda en Yemen hace pensar en una deriva hacia una situación de inestabilidad y confrontación perpetua similar a la que padece Afganistán. En Pakistán, el avance de los talibanes al valle del Swat, que ha provocado casi dos millones de desplazados internos, resulta no poco inquietante en un país con armas nucleares.

Sorprende la inclusión en el puesto número 14 de Kenia. Esto se explica en parte debido a la violencia postelectoral de 2008, que seguimos desde el terreno en este blog, y en la amenaza que padece toda la región con el ascenso de Al Shabab en Somalia. Aunque las fronteras entre ambos países están cerradas, la enorme presión que se vive en el campo de refugiados de Dadaab habla de una frágil estabilidad. A esto se deben sumar las luchas entre tribus que está provocando la creciente desertización de zonas del norte del país.

11. Costa de Marfil.

12. Haití.

13. Birmania.

14. Kenia.

15. Nigeria.

16. Etiopía.

17. Corea del Norte.

18. Yemen.

19. Bangladesh.

20. Timor Oriental.

Sudán es otro país que ofrece perspectivas poco halagüeñas, sobre todo si se cumplen las predicciones de una guerra con el Sur por el control del petróleo y para evitar el referéndum de secesión del año 2011. Nigeria sigue sufriendo el conflicto generado por los hidrocarburos en el delta del Níger. La crisis financiera mundial y la caída en el precio de ciertas materias primas no han hecho más que acentuar la vulnerabilidad de ciertos estados. Foreign Policy ofrece un extraordinario viaje fotográfico a la realidad de estas naciones.

Somalia, Pakistán, Sri Lanka… récord de desplazados internos por la guerra

El último informe del ACNUR sostiene que en 2008 alcanzó una cifra sin precedentes de desplazados internos a los que la organización brinda ayuda: 14,4 millones. Personas que se han visto obligadas a dejarlo todo y buscar refugio en sus propios países como consecuencia de la violencia. La cifra de 2007 era de 13,7 millones.

Fuera del ámbito de acción de Naciones Unidas, se estima que hay 11,6 millones de personas que son ayudadas por otras agencias o que no reciben asistencia alguna. Esto hace que el número total de desplazados internos a nivel mundial se situara en 26 millones en 2008.

Las perspectivas para el 2009 resultan poco alentadoras si tomamos en cuenta los conflictos que han tenido lugar en los últimos meses:

1. PAKISTÁN. Los recientes combates entre fuerzas gubernamentales y los talibanes en el Valle del Swat han provocado dos millones de desplazados internos.

2. SRI LANKA. La derrota de los tigres tamiles del LTTE tras casi tres décadas de conflicto ha llegado a un altísimo precio no sólo en muertos y heridos, sino en desplazados. Se estima que más de 250 mil civiles tamiles se han visto obligados a huir de la violencia.

3. SOMALIA. Sólo a lo largo del último mes, los enfrentamientos entre las milicias islamistas de Al Shabab y el gobierno elegido en enero del moderado Sharif Ahmed, empujaron a 117 mil personas a abandonar Mogadiscio, la mayoría de las cuales son mujeres y niños.

El asesinato del Ministro de Seguridad Interior, Omar Hashi Aden, que tuvo lugar el pasado jueves, así como el desesperado pedido de ayuda armada a los países vecinos realizado hoy mismo por el parlamento somalí, no indican más que la violencia continuará y que más desplazados se sumarán al millón y medio que hay en estos momentos.

4. CONGO. El pasado mes de enero las tropas ruandesas entraron en la República Democrática del Congo para detener al líder rebelde tutsi Laurent Nkunda, pero también para atacar a los hutus del FDLR. Según un informe de OCHA, la ofensiva ruandesa y la respuesta de los hutus provocaron 800 mil nuevos desplazados internos en los Kivus.

Solamente en Kivu Norte, esto hizo ascender la cantidad de personas sin hogar a 988.629, de las que 70.661 se encuentran en los campos de desplazados en Goma, y el resto en Masisi, Lubero, Walikale y Rutshuru. El número total de desplazados internos en el Congo es de 1,5 millones.

Esperar el regreso

El tiempo que tardarán en volver a sus hogares dependerá tanto del final de los conflictos como de la ayuda internacional. En Colombia hay tres millones de desplazados internos. En Irak 2,6 millones (en 2007 había 2,4 millones).

El informe del ACNUR también analiza la situación de los refugiados, que son aquellos que han tenido que abandonar sus países. La cifra total en 2008 superaba los 16 millones. Esto hace que a nivel global, entre refugiados y desplazados internos, se situaran en 42 millones las personas que en algún momento tuvieron que abandonarlo todo y huir empujadas por las armas.

Aumentan las violaciones en el Congo

Dos hechos que tuvieron lugar a lo largo del último medio año permitían albergar la esperanza de un cambio en la región oriental de la República Democrática del Congo, que lleva sumida en la violencia desde que millones de refugiados cruzaran la frontera tras el genocidio en Ruanda en 1994. Un conflicto que se ha cobrado la vida de más de cinco millones de personas y que se perpetúa en buena medida debido a minerales como el coltán.

1. El primero fue el arresto de Laurent Nkunda, líder de los tutsis banyamulenge. Un nuevo informe de la ONU, publicado en diciembre de 2008, volvía a señalar al gobierno de Ruanda como el principal beneficiario del expolio de los minerales congoleños. Hablaba claramente de la relación entre el presidente Paul Kagame, empresarios de su país y el estrafalario Nkunda, que siempre había dado como argumento de su lucha armada la protección de los tutsis en terreno congoleño.

El pasado mes de enero, las tropas ruandesas entraron al Congo con la venia del presidente Kabila para arrestar a Nkunda. El informe de la ONU parecía poner en riesgo el mayor recurso del País de las mil colinas, la ayuda internacional, que significan el 60% de sus ingresos, además de dejar en mal lugar a Paul Kagame, que una y otra vez ha negado su relación con Nkunda.

2. El segundo hecho vino a continuación, cuando las tropas ruandesas que se encontraban en territorio congoleño salieron a cazar a los rebeldes hutus del FDLR, que también son responsables del control de minerales y de cometer crímenes contra la población civil.

Más expolio

Sin embargo, las informaciones que llegan desde la zona no sólo mencionan que estas dos acciones no tuvieron el efecto previsto, sino que han empeorado aún más la situación.

El grupo de expertos de la ONU para la República Democrática del Congo remitió el 14 de mayo al Consejo de Seguridad un informe que señala el fracaso de la operación militar contra los hutus del FDLR. Así lo explican en la página de los Comités de Solidaridad con el África Negra:

Según el informe, a pesar de la operación ruandesa-congoleña de primeros de año, los rebeldes hutu ruandeses del las FDLR siguen siendo muy activos. Según los expertos, la operación militar conjunta “ha sufrido a causa de su brevedad, de los problemas logísticos y del desvío de fondos operativos destinados a su realización y “ha fracasado en su misión de quebrar la estructura de mando de las FDLR, que permanece intacta”.

Desde primeros de año, las FDLR han realizado contraataques de guerrilla en el Kivu Norte en coordinación con su jefe Ignace Murwanashyaka, que reside en Alemania Según el informe, Murwanashyaka, equipado con un teléfono-satélite, posee los medios para dar órdenes al general Silvestre Mudacumura del batallón Zodiac para recuperar los territorios perdidos. El comité ha podido verificarlo gracias a grabaciones telefónicas del general Mudacumura.

Con respecto a los tutsis del encarcelado Nkunda, el informe también resalta que siguen adelante con actividades extorsivas. En una visión más amplia habla de los fallos en el programa de desarme de las milicias, de administraciones paralelas en el control de los recursos minerales, de corrupción generalizada y de que continúa el reclutamiento de niños soldados.

Más violaciones

François Grignon, director para África del International Crisis Group, publicó un artículo esta semana en Der Spieguel en el que señala asimismo un aumento del número de violaciones a mujeres (como los que conocimos de primera mano hace un año en este blog).

La organización Médicos Sin Frontera informó de que el 75% de los casos mundiales de violación tienen lugar en el este del Congo. Un censo de UNICEF informaba de 18.505 personas tratadas por violencia sexual en los primeros diez meses de 2008, de las que el 30% eran niños. Este año la situación ha empeorado aún más, con la Oficina de Coordinación de Ayuda Humanitaria de Naciones Unidas señalando un aumento de la violencia sexual en el este del Congo.

Según una fuente contactada por este blog en la zona, como respuesta a los ataques de las tropas ruandesas de principios de año, los hutus del FDRL han lanzado una serie de brutales ataques contra la población civil, a la que acusan de haber colaborado con sus enemigos.

François Grignon también señala en su artículo otro elemento preocupante, que se suele dar con regularidad: la imitación por parte de los civiles de las conductas de los soldados. “El 90% de los menores que están en prisión en el este del Congo, lo están por haber cometido violaciones”.

La soledad de las mujeres que sufren violaciones en la guerra

Desde el primer desembarco en Sudán, pasando por Uganda y el reciente viaje al Congo, en este blog hemos conocido de primera mano los testimonios de mujeres que han sido víctimas de la violencia sexual en conflictos armados. Terrible realidad en la que volveremos a sumergirnos en próximos destinos como Chad, República Centroafricana y Sierra Leona.

Por otra parte, hemos realizado un repaso a la historia de la violación como arma de guerra, enfatizando el fracaso de la comunidad internacional que, después de los Balcanes y Ruanda, se había comprometido a evitar que el cuerpo de la mujer se convirtiese en campo de batalla.

«La violación de entre 20 mil y 50 mil mujeres en Bosnia a principios de los noventa se cree que formaba parte de una estrategia deliberada de limpieza étnica. Tras estas duras estimaciones de la ONU, el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia, establecido en La Haya en 1993, reconoció a la violencia sexual como un crimen contra la humanidad. Por primera vez en la historia, una persona por violación como crimen contra la humanidad en ese tribunal».

Esta explicación abre el informe Vidas destrozadas, que publicara la semana pasada Médicos sin fronteras (MSF). Uno de los documentos más exhaustivos realizados hasta el momento sobre una cuestión a la que se margina sistemáticamente de la agenda internacional.

«El informe sale de nuestra indignación», señala Meinie Nicolai, directora de operaciones de MSF en Bruselas. Nuestros equipos escuchan dolorosas historias de abusos cada día. Nos sentimos obligados de contarlo. No puede haber excusa para la violencia sexual, no importa cuán habitual sea el fenómeno en algunos de los lugares en los que trabajamos».

En el año 2007, los equipos de MSF atendieron a 12 mil víctimas de agresiones sexuales en todo el mundo. El informe describe la atención que deben recibir las mujeres, que podría resumirse en los siguientes pasos a seguir:

1. Prevención de la infección por VIH:

Si la víctima se ha visto expuesta al virus, un curso de tratamiento con antirretrovirales (ARV) conocido como PEP (post-exposure prophylaxis o profilaxis postexposición) puede impedir la infección. Este tratamiento sólo funciona si se inicia dentro de las primeras 72 horas tras la violación, aunque cuanto antes se empiece, más probabilidades hay de que sea efectivo.

2. Prevención de la hepatitis B:

El virus de la hepatitis B también puede transmitirse por vía sexual y es más contagioso que el VIH. La vacuna de la hepatitis B es efectiva como prevención si la primera dosis se administra dentro de los tres primeros meses de haberse producido el contacto.

3. Prevención y tratamiento de otras ITS:

Las infecciones de transmisión sexual (ITS) pueden prevenirse y tratarse con antibióticos. Siempre que se detecta un riesgo, la víctima de violación recibe antibióticos que pueden prevenir infecciones como la clamidia, la sífilis y la gonorrea, o tratarlas si ya se han desarrollado. Prevención del tétanos: En función de la naturaleza de la violencia, la víctima puede correr el riesgo de contraer el tétanos.

4. Contracepción de urgencia:

Si la víctima acude en busca de asistencia dentro de las primeras 120 horas de haberse producido la agresión, es posible impedir embarazos no deseados con la píldora del día siguiente. Ésta interrumpe la ovulación e inhibe la implantación del óvulo fertilizado en la matriz.

5. Tratamiento de heridas:

La presencia de heridas asociadas a la violación depende del nivel de violencia durante la agresión. Éstas requieren atención médica inmediata y los casos extremos, como las fístulas, cirugía.

6. Seguimiento:

Durante las consultas de seguimiento, los pacientes reciben las dosis restantes de vacunas del tétanos y de la hepatitis B, y pueden hacerse análisis del VIH. Incluso si se les ha administrado la PEP, todavía existe la posibilidad de infección. Debido al periodo de incubación del virus, las víctimas de violaciones deben esperar por lo menos tres meses para saber si han contraído el VIH a resultas Una niña de 8 años violada por su padre recibe tratamiento de la agresión.

7. Apoyo psicológico

El primer objetivo de la atención psicosocial a víctimas de violencia sexual es ayudarles a restituir la capacidad de continuar con sus vidas tras el traumático incidente. En algunos casos, cuando los pacientes llegan en estado de shock, el asesoramiento psicológico inicial ayuda a estabilizar sus síntomas y a prepararles para la consulta médica. Un asesoramiento a tiempo también puede impedir el desarrollo posterior de trastornos de estrés postraumático.

8. Certificado médico-legal

El certificado debe contener una descripción de lo que el profesional sanitario ha observado durante el examen clínico y el relato de la agresión sexual por parte de la víctima. Incluso en situaciones de conflicto, donde los sistemas judiciales están colapsados, los pacientes tienen derecho a solicitar un certificado médico-legal por si, una vez finalizado el conflicto, deciden emprender acciones legales.

9. Apoyo económico

Cuando estas personas son rechazadas por la comunidad o corren el riesgo de sufrir repetidas agresiones, pueden necesitar protección y apoyo adicionales. Si pierden su capacidad de trabajar a consecuencia de la violación, pueden necesitar medios alternativos para generar ingresos. Si desean presentar cargos, pueden necesitar asistencia legal.

Este extenso listado de ayudas sirve para tomar conciencia de la dimensión de los daños que provocan las violaciones. Aunque lo más terrible de toda esta historia es que, según señala MSF, la atención que necesitan las víctimas de violaciones «es muy difícil o imposible de encontrar en los países donde trabajamos».

A lo que se suma el estigma social y la marginación que implica admitir que se ha sido sufrido una agresión sexual. Lo que lleva a una de las conclusiones más contundentes del informe: «Así pues, tras un episodio de violencia sexual, muchos descubren que están completamente solos».

¿Una esperanza para el conflicto de la República Democrática del Congo?

Estamos viviendo un comienzo de año con movimientos que parecen bastante decisivos en algunos conflictos como Sri Lanka, donde las tropas gubernamentales tienen acorralados a los Tigres Tamiles, o Somalia, tras la toma de la ciudad de Baidoa (sede del parlamento) por parte de las fuerzas islamistas de Al Shabab y la supuesta salida de los efectivos etíopes.

Pero las noticias más sorprendentes son las que llegan desde la República Democrática del Congo. En un primer momento, la entrada de tropas ruandesas a territorio congoleño el pasado 20 de enero hizo pensar en el peor escenario posible: las invasiones de 1996 y 1998 que, además de la caída de Mobutu Sese Seko, provocaron la que fuera bautizada como la Gran Guerra Africana, que dejó casi cinco millones de muertos.

Sin embargo, la primera sorpresa llegó con el arresto por parte de las fuerzas ruandesas el día 23 de enero de Laurent Nkunda, líder de la milicia tutsis banyamulengue conocida como Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP), cuando intentaba huir hacia Uganda.

¿Por qué tomó la decisión el presidente ruandés Paul Kagame de detener a su antiguo aliado? Son muchas las especulaciones: en primer lugar, por la presión internacional que ha sufrido Ruanda después de la ofensiva lanzada en agosto por Nkunda que volvió a poner en jaque a la región de los Kivus.

El conflicto causó el desplazamiento de más 250.000 personas y gravísimas violaciones de Derechos Humanos, como el homicidio de alrededor de 200 civiles en la localidad de Kiwanja a manos de las propias milicias de Nkunda.

Recientemente la ONU publicó un informe que vincula directamente a Nkunda con Kagame, lo que hizo quedar a este último en muy mal sitio frente a las potencias occidentales, cuyas donaciones resultan vitales para el progreso de Ruanda.

En segundo lugar, se dice que Kagame se sintió amenazado cuando Nkunda manifestó públicamente en noviembre que su deseo iba más allá de proteger a los tutsis que viven en territorio congoleño, y que ansiaba tomar el control de todo el Congo, al tiempo en que participaba en las negociaciones de paz en las que mediaba el ex presidente nigeriano Olusegun Obasanjo.

Acuerdo entre Kinshasa y Kigale

La segunda gran sorpresa llegó cuando se supo que Kagame había llegado a un acuerdo durante el mes de diciembre con Joseph Kabila, el presidente congoleño. Hasta el momento ambos habían sido enemigos acérrimos: mientras que Kagame había apoyado a las milicias tutsis de Nkunda, Kabila había hecho lo mismo con las fuerzas hutus del FDLR (Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda) que huyeron de Ruanda tras perpetrar el genocidio de 1994 y que se esconden en el este del Congo, donde vejan y aterrorizan a la población local.

Este acuerdo, del que no se conocen detalles, podría significar un punto de inflexión en la historia de los Kivus. Según informa Al Jazeera, las fuerzas de Nkunda, que cuentan con seis mil hombres, habrían comenzado a retornar a las filas del Ejército regular del Congo el pasado jueves.

En 2003, Nkunda se incorporó al Ejército tras la constitución del Gobierno de Transición, y en 2004 alcanzó el rango de general. No obstante, poco después mostró su rechazo al Gobierno de Kinshasa y se sublevó en 2006 para defender los derechos de los tutsis, que según decía estaban siendo atacados por los hutus.

En agosto de 2007, Nkunda constituyó su propio gobierno de facto en la zona, con sus instituciones policiales, su propia cadena de radio, su sistema de impuestos, su propia bandera, su propio «país» (la «Tierra de los volcanes») y su propio partido único: el CNDP.

Desde entonces, las fuerzas de Nkunda han sido acusadas de repetidas violaciones de Derechos Humanos, como asesinatos, abusos sexuales, saqueos y reclutamiento de niños soldados. El 23 de enero de 2008 se firmó un acuerdo de paz en Goma que Nkunda ignoró sistemáticamente.

A la caza de los hutus

La otra parte del acuerdo entre Kabila y Kagame podría pasar, en retribución a Ruanda, porque se le permita perseguir a los rebeldes hutus, como ya lo está haciendo en colaboración con el Ejército congoleño. Una labor que no será tan sencilla como acabar con Laurent Nkunda, porque los hutus del FDLR tienen 15 mil efectivos y se encuentran atrincherados en las zonas más profundas del este del Congo.

Para hacer las cosas aún más difíciles, el gobierno de Kinshasa anunció ayer que sólo da de plazo hasta fin de mes a las tropas ruandesas, que cuentan con unos cuatro mil efectivos, para llevar a cabo su misión.

El pasado julio y agosto estuvimos en este blog en Bukavu, una y otra vez recogimos los testimonios de las víctimas de violaciones, asesinatos y pillajes cometidos por el FDRL, así como el pedido por parte de los habitantes de la zona de que se terminase con la impunidad de las milicias hutus.

Este abrupto cambio de escenario deja otra vez más como espectador inútil a la MONUC, la fuerza de paz de la ONU que cuenta con 17 mil soldados y un presupuesto anual de mil millones de dólares, que no estaba al tanto de lo que iba a suceder. Por otra parte, la caída mundial de los precios de minerales, que están íntimamente ligados a la raíz del conflicto, es otro factor a tener en cuenta en este nuevo estado de cosas.

Nuevo escenario

Resulta difícil saber hacia dónde conducirá esta inesperada alianza entre Kagame y Kabila. Ojalá pudiese terminar de una vez por todas con la multitud de grupos armados – tutsis, hutus y mai mai – que asolan la región y que tienen como campo de guerra a los civiles, especialmente a las mujeres y a los niños. Aunque acabar con una cultura de la violencia tan enquistada en los Kivus, no parece sencillo.

Lo que sí resulta evidente es que se está viviendo una colaboración entre líderes políticos de la zona sin precedentes, como señala también la acción conjunta que pusieron en marcha Uganda, el Congo y el gobierno del Sur de Sudán el pasado 14 de diciembre para cazar de una vez por todas a Joseph Kony y a los miembros del LRA.

Una operación que poco éxito ha tenido, pero que demuestra que la situación general de lealtades y apoyos políticos hacia grupos rebeldes en territorios extranjeros, ya sea como herencia de la Guerra Fría o por intereses minerales y geoestratégicos, podría estar llegando a su fin en el corazón de África.

En taxi a la guerra (una oportunidad ante la crisis)

Los primeros instantes en un país que no se conoce suelen ser de los más estimulantes. Ávido por comprender, por conocer, el visitante absorbe cada detalle del nuevo destino. Hasta el gesto más insignificante subyuga su interés. Después, la mirada se cansa y la capacidad para asimilar información va mermando. Sólo en momentos puntuales vuelve a recuperar esa lucidez, esa hipersensibilidad cognitiva.

Recuerdo con precisión el desembarco en cada uno de los destinos que fatigamos en Viaje a la guerra. El recorrido desde el paso de Erez hasta la ciudad de Gaza, con el estruendo de las bombas israelíes de fondo, el polvo, el calor, la miseria y las montañas de basura.

La autopista del aeropuerto de Beirut, después de la guerra, con los puentes incompletos, tumbados, y los grandes afiches de Hezbolá proclamando su victoria divina. Otro tanto de Sudán, Uganda, Etiopía o las favelas de Río de Janeiro (con el intrépido Cícero al volante).

De este año: el trayecto desde el aeropuerto Jomo Keniatta hasta el hotel 680 de Nairobi cuando el país seguía hundido en la violencia tribal. O el arribo a Kabul, ciudad de muros, soldados en cada esquina, mercenarios en todoterrenos con los cristales tintados y la amenaza latente de atentados suicidas.

O la entrada al Congo, con sus carreteras plagadas de baches y sus policías corruptos en las rotondas, vestidos de amarillo como canarios y pidiendo sobornos a cuantos conductores caían en sus manos.

La narración del conductor

En cada uno de estos desplazamientos iniciáticos siempre ha habido un compañero insoslayable: el taxista de turno, al que le caen las primeras preguntas: ¿cómo está la seguridad? ¿Cómo va el país? Y que éste, que en rara ocasión deja de chapucear algunas palabras de inglés o francés, intenta explicar al viajero. Nunca falla: al llegar al hotel saca su tarjeta y ofrece servicios de día completo, para lo que haga falta.

A la vuelta sucede lo mismo. Ese taxista que me recoge en Barajas y que me lleva de regreso a casa – ese taxista de mil rostros, más o menos locuaz, pero que casi siempre escucha la Cope – es el que da la temperatura de la situación.

Recuerdo que a partir de mayo sus descripciones empenzaron a hacerse más lóbregas. Fueron los primeros en hablar del descenso de pasajeros, de la merma en la capacidad de gasto, de incorporar a su vocabulario esa palabra que hoy parece ser la única que nos ha quedado en el diccionario de nuestro diálogo colectivo: crisis.

Esas miradas de desazón que encontraba en los ojos que veía a través de tantos espejos retrovisores en el extranjero comenzaron a hacerse también habituales en esta parte del mundo. Tanto es así que en los últimos regresos preferí no preguntar, no enfrentarme ya de entrada con esa nube de malestar compartido que pende sobre nuestras cabezas, que empalidece nuestro ánimo, con sus cifras de despidos, de caída en el consumo, de falta de confianza.

Tierra de oportunidades

La crisis está siendo especialmente dura para los que se han encontrado sin esperarlo en el paro, con sus sueños y proyectos varados, truncados.

Pero la crisis es también una tierra de oportunidades, no sólo para los que tienen liquidez y aprovecharán, como suelen hacer en estos momentos de contracción económica, para comprar acciones y propiedades a precio de ganga, para cancelar sus deudas, en definitiva: para invertir a sabiendas de que vendrán tiempos mejores y de que se harán aún más ricos.

La crisis es una oportunidad para todos. También para los trabajadores de pie, que somos los que nos llevaremos la peor parte de esta historia. Resulta innegable que hemos vivido en España años de excesos, de creer que estábamos ungidos por una suerte de derecho divino a una prosperidad desmedida. Nuevos coches, nuevas casa, compras compulsivas, deudas poco meditadas en sus dimensiones y consecuencias.

Para bien o mal, hoy estamos más en sintonía con los problemas del mundo. Esa nube de malestar, de pesimismo, que nos sobrevuela, es el día a día de miles de millones de personas en África, en América Latina, en Asia. La losa de la duda, del miedo, de la desazón, con la que viven desde que nacen.

Los caminos se bifurcan. Podemos mirar hacia otra parte, centrarnos en nuestros propios problemas. O podemos levantar la vista, sentirnos partes de un destino común con el resto del mundo, y comenzar a construir las cosas de otra manera: de forma más sensata, justa con las necesidades ajenas, respetuosa con el medio ambiente. Creo que sería un buen deseo en estos días de encuentro familiar, alto en el camino y reflexión…

Los niños que juegan en la guerra

Nunca me ha deja de asombrar la capacidad que tienen los niños para jugar a pesar de encontrarse en situaciones terriblemente adversas. En campos de refugiados, en ciudades y pueblos devastados por la guerra, en miserables barrios de chabolas, los ves que corren detrás de unos alambres que simulan un coche, que dan puntapiés a un balón hecho con trapos o que acarician una muñeca harapienta.

Recuerdo como si fuera hoy al grupo de niños palestinos, pícaros hasta la médula, que tras la retirada de las fuerzas israelíes de Gaza se pusieron a jugar entre los escombros de las bombas y los edificios derruidos.

Una capacidad para jugar que no quiere decir que sean inmunes a la brutal realidad que los rodea. Al contrario, son sus principales víctimas. Ya hemos visto en este blog los terribles padecimientos que la ocupación israelí provoca a los niños palestinos. O el altísimo porcentaje de estrés post traumático que sufren los menores iraquíes.

A nivel mundial, veintiséis mil menores de cinco años fallecen cada día por enfermedades que se evitarían con medidas sencillas y asequibles. Dos millones han perdido la vida a lo largo de la última década como consecuencia de conflictos armados. Y al menos seis millones han quedado incapacitados a perpetuidad.

Mañana se presenta en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la sexta edición de una campaña destinada a sensibilizar sobre los problemas de la infancia en la que participan diversas entidades.

Así como en otras ocasiones estuvo dedicada a dar voz a los niños que malviven en las calles de las ciudades, los que trabajan o los que padecen las consecuencias de la guerra, en esta oportunidad intenta reflejar la realidad de estos pequeños a través de sus juegos.

Como Ahmed, que se entretiene haciendo volar una bolsa de plástico, ya que no tiene dinero para una cometa, en lo alto de Kabul, ciudad en la que más de cuatro mil niños se ven obligados a trabajar según UNICEF.

O como Selemani, que en medio de ese conflicto del Congo que acaba de precipitarse otra vez en el abismo de la violencia, en la región perdida de Chanbuda, bastión de los hutus del FDRL, corre con su coche entre los integrantes paquistaníes de la MONUC.

No hago lecturas de este comportamiento. ¿Una muestra de lo mejor de la condición humana? ¿Del empeño en no claudicar, en no rendirse, a pesar de la barbarie? Sólo sé que es algo que siempre me asombra.

Entre las sombras de un decadente hotel del Congo

Otro cambio de escenario, otra habitación de hotel. Una vez más, en las primeras horas de la mañana, en el fugaz tránsito del sueño a la vigilia, un decorado confuso, de señales contradictorias, que no resultan fáciles de descifrar.

El papel que cubre las paredes, ennegrecido por el tiempo, se dobla en las esquinas como un viejo papiro egipcio. El techo, remendado con tablas de madera, cuelga sobre nuestras cabezas soltando gotas de agua que dicen «allá voy» y que, dando vueltas sobre sí mismas, se lanzan en picado contra el suelo.

La sensación de decadencia, la insoslayable presencia de la humedad, se vuelven aún más acusadas durante la noche, cuando la falta de electricidad deja al viejo caserón en penumbras.

Como soy el único huésped, el encargado me da la llave de entrada al hotel en caso de que me apetezca salir a caminar. Es un hombre arrugado, erosionado por el paso de los años, que viste una americana oscura, demasiado grande para su declinante osamenta.

Entre sombras del pasado

Por momentos veo, a través de la puerta entreabierta, el resplandor de la vela con que se ilumina al caminar por el pasillo en dirección al baño que compartimos (y en el que nada parece funcionar).

Oigo el crepitar de la radio a transistores que lleva encendida desde bien entrada la mañana. Noticias en francés que hablan del acuerdo de paz, de los rebeldes hutus, que se encuentran no muy lejos de aquí, en el bosque.

Cuando me meto en el saco de dormir, pues las sábanas están tan viejas que parecen de cartón, cierro los ojos y pienso que sería el escenario perfecto para una película de terror.

No sé si es debido a la sugestión que me produce el sitio, pero en la penumbra creo escuchar otros sonidos, también en francés. Las voces de aquellos belgas que hace medio siglo fueron los amos de estas tierras, que se reunían en este mismo caserón – en el gran salón con vistas al valle en el que permanecen intactas las sillas de cuero, los cuadros, los candelabros – a discutir sobre la flora y la fauna que creían suyas.

Sin dinero para investigar

Ayer reflexionábamos sobre cómo la violencia obstruye toda posibilidad de progreso en algunos lugares del mundo. En ningún otro sitio del Congo he sentido de forma más acusada esta certidumbre que en los edificios del Parque Nacional Kahuzi-Biega, que en su momento fuera el mayor centro de investigación científica de toda África.

Hoy las instalaciones se caen a pedazos. El hotel, la biblioteca, la sala de clasificación de aves, de mamíferos. En esta última, que también sería un buen escenario para un film de terror, se encuentra una recopilación de decenas de miles de ejemplares que observan a la nada con perplejidad, cubiertos de polvo, con las etiquetas aún en francés colgando de los huesos.

Y aquellos investigadores locales que en algún momento viajaron por el mundo para dar conferencias , y que ahora son ancianos sin sueldo, sin dinero para comprar formol, para arreglar los libros, para conseguir siquiera lápiz y papel, mucho menos aún ordenadores.

Los escucho recordar aquellos tiempos gloriosos. Los escucho quejarse de la falta de recursos. Vislumbro la dignidad de muchos de ellos, que siguen viniendo a trabajar cada día, aunque antes de dejarlos me pidan una propina.

Pienso en cómo la guerra, y su consecuente miseria, confisca, detiene, paraliza, tantos destinos; cómo lanza los relojes en una irrefrenable carrera hacia el pasado.

De Afganistán al Congo: donde los relojes corren en sentido contrario

Las calles de Bukavu están tan plagadas de baches que cada desplazamiento se hace lento, tortuoso. Los edificios que las rodean, en ruinas y cubiertos de suciedad, hablan a través de sus fisonomías modernistas de tiempos pretéritos, de aquellos años de la colonización belga en que esta era considerada la ciudad más bella de África.

El mundo avanza, progresa, a trompicones, no pocas veces de forma injusta, autodestructiva en su relación con el medio ambiente, pero avanza. Sin embargo, hay sitios en los que ni siquiera se da este proceso, en los que las agujas de los relojes corren en la dirección contraria.

En este sentido ha sido muy curioso enlazar dos destinos: Afganistán y el Congo. Pues en ambos lugares uno tiene la sensación de que en términos generales todo ha ido a peor, de que las condiciones de vida son ahora mucho más duras que hace cincuenta años o cien años.

Basta ver, a grandes rasgos, los niveles de malnutrición, de mortalidad infantil, de una y otra época. Uno de los efectos más perversos de la guerra: su capacidad para detener, para anclar en el odio y la violencia, los avances personales y colectivos.

Kabul

“Kabul es una ciudad que crece rápidamente, donde altos edificios modernos se empujan frente a ajetreados bazares y grandes avenidas llenas con un flujo brillante de turbantes, jóvenes vestidos de forma alegre, niñas de escuela con minifaldas, y una multitud de caras atractivas…”, escribió en 1977 Nancy Dupree, en el libro A Historical Guide to Afghanistan.

Primero fue la invasión rusa, luego la guerra civil entre los muyahidines, y finalmente el régimen represor de los talibanes, los que convirtieron a la capital afgana en un lugar miserable, en una sucesión de edificios en ruinas que parecían más los restos de una excavación arqueológica que el andamiaje de una urbe de cinco millones de habitantes.

Con la invasión de 2001, la ciudad ha tomado la típica fisonomía de los lugares donde desembarcan las fuerzas de EEUU. Aunque buena parte de la arquitectura ha sido reconstruida, ahora sus calles están atiborradas de muros de cemento, atenazadas por el miedo a un atentado bomba.

Todo un símbolo, al igual que Bagdad, del choque entre el integrismo de los noeconservadores y el de los extremistas islámicos (mucho más parecido en su discurso centrado en Dios, y en su pensamiento monolítico y sin fisuras, de lo que podría parecer a primer vista).

Los niveles de pobreza en Kabul siguen siendo apabullantes. Niños que trabajan, mujeres que mendigan, aunque ahora, en medio de la paranoia y las sirenas de los todoterreno en los que se mueven militares y diplomáticos con la protección de los hombres de empresas privadas como Dyncorp.

Los relojes han vuelto hacia atrás en la capital del país del Hindu Kush, no se ven minifaldas sino burkas. Otra historia es la de la población rural, que siempre ha vivido en una suerte de medioevo, saltando de trifulca local en trifulca local, de guerra en guerra.

Bukavu

Las fotos del antiguo Bukavu también hablan de un regreso al pasado. Muestran una ciudad de arquitectura Art Decó bien propia de los años treinta y cuarenta (líneas curvas, estructuras tubulares y motivos náuticos).

Una urbe limpia, ordenada, de calles asfaltadas, cuando era conocida como Costermansville y constituía el centro administrativo de la colonia belga en los Kivus.

Repaso las imágenes amarillentas, marchistas de antaño. Busco los mismo edificios. Y hoy los encuentro tapizados de suciedad, con cartones a modo de cristales en las ventanas, atiborrados de familias que luchan por subsistir.

En el pasado, los turistas viajaban desde Europa para disfrutar de la belleza del lago Kivu. Se movían en trenes en los que gozaban de los mismos lujos que en la metrópoli. En la urbe había electricidad, agua corriente, hospitales. Hoy, apenas hay unas pocas horas de corriente al día y los centros de salud resultan casi inexistentes.

Claro que en aquellos momentos la población autóctona no gozaba de ninguno de estos privilegios (hasta tenía prohibido el acceso a ciertas zonas). Es más, los colonizadores belgas la oprimían de forma brutal e inhumana, hasta tal punto que perpetraron un genocidio que costó diez millones de vida.

Después, cuando todo podría haber cambiado, llegó Mobutu Sese Seko, aliado de Occidente en la guerra fría, y máximo de dirigente de una cleptocracia despiadada.

Cuando él salió del poder, para morir en Marruecos en 1997, comenzó la guerra, que ha causado cinco millones de muertes. Al tiempo en que los relojes en Bukavu seguían atrasando, continuaban avanzando en la dirección contraria.