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Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Más parodias palestinas del anuncio de telefonía móvil israelí

Esta semana vimos el anuncio de la empresa Cellcom que tanto debate ha generado en Israel. Una patrulla de soldados del Tsahal circula junto al muro de segregación racial que fracciona Cisjordania. Cuando un balón les cae desde el otro lado, comienzan a jugar con unos palestinos que no se llegan a ver.

Mientras suena una música alegre, el locutor afirma en hebreo: «En definitiva, ¿qué queremos todos? Pasarlo bien. Cellcom nos ayuda a hacerlo».

Los defensores del anuncio sostienen que se trata de un mensaje optimista: del otro lado hay «gente». Para sus detractores se trata de una trivialización del oprobio y la brutalidad que perpetúa la ocupación desde hace 42 años.

También vimos el vídeo filmado por unos palestinos que salen a hacer la prueba en la siempre convulsa aldea de Bilín, donde cada viernes se celebran manifestaciones para expresar el rechazo al paso del muro, que privará a los agricultores del acceso a sus tierras de cultivo (manifestaciones a las que en 2006 asistimos en este blog). Tiran balones al otro lado de la verja que los soldados devuelven en forma de gases lacrimógenos.

Otros vídeos han aparecido en Internet parodiando el comercial realizado por la agencia McCann Erickson para Cellcom, la mayor empresa de telefonía móvil de Israel. En el primero, que es el más elaborado de todos, se ve finalmente al palestino que está del otro lado del muro:

El segundo parece enfatizar algo que tanto organizaciones de derechos humanos como la propia Unión Europea y Naciones Unidas han denunciado hasta el hartazgo, la habitual desproporción de las respuestas del gobierno de Israel. Ese patrón de comportamiento que el periodista judío Gideon Levy califica como de «matón de barrio».

Respuestas que siempre omiten la raíz del problema: la ocupación de Cisjordania y Jerusalén Oriental en contra del derecho internacional, el bloqueo de Gaza y la negativa de cualquier negociación con respecto al destino de los millones de palestinos que llevan sesenta años viviendo en campos de refugiados en Jordania, Siria y Líbano.

La caída del balón sobre el jeep no les hace demasiada gracia a los soldados del IDF. Una llamada a través de un móvil Cellcom provoca una reacción nada comedida en forma de obuses de 155 mm disparados por tanques Merkava desde la frontera:

Todavía hay otras versiones del spot publicitario. En una de ellas, el soldado llama a un militar estadounidense que ordena por teléfono a los aviones F16 que disparen sus misiles contra un edificio en Gaza. En la siguiente secuencia se ven imágenes de Al Yazira en las que varios niños lloran junto a un cadáver.

Israelíes y palestinos: dos versiones de un anuncio de telefonía móvil

A muchos palestinos no les gustó el último anunció de Cellcom, la principal compañía de telefonía móvil de Israel. Afirman que es una forma de trivializar la brutalidad de la ocupación, el drama que sufren cada día los que malviven detrás del muro.

Algunos israelíes, como Eyal Niv, sostienen la misma opinión: “Para los palestinos, que se encuentran con los soldados armados no tiene nada gracioso ni de moderno ni de cool sufrir un régimen opresor y cruel”.

El diputado árabe-israelí Ahmed Tibi exigió su retirada de la televisión. «El muro separa familias e impide que niños lleguen al colegio y al hospital, pero el anuncio lo presenta como si estuviera en un jardín en Tel Aviv», denunció.

Para sus defensores, lo que busca el anuncio es mostrar las similitudes, los lugares de encuentro entre israelíes y palestinos. Algo que parece enfatizar el locutor en su frase final en hebreo: «En definitiva, ¿qué queremos todos? Pasarlo bien. Cellcom nos ayuda a hacerlo».

Más allá de lo que represente o intente el anuncio, de sus defensores y detractores, lo cierto es que la ocupación, como hemos podido comprobar en este blog desde Cisjordania y Jerusalén Oriental, resulta abyecta e inmoral. Una realidad que se perpetúa desde hace 42 años y que varios jóvenes palestinos salieron a capturar, en la siempre convulsa aldea de Bilín, con una pelota de fútbol y una cámara de vídeo para parodiar al anuncio de Cellcom.

Una demostración de que en el mundo de la política, los intereses económicos y la segregación racial, ajeno a la ficción publicitaria, el balón no vuelve.

La ocupación israelí de Palestina en todo su esplendor

Ehud Barak, Ministro de Defensa de Israel, intentó que no llegara al público el informe realizado por el brigadier general Baruch Spiegel durante los últimos dos años sobre la situación actual de los asentamientos judíos en Cisjordania y Jerusalén Oriental. Argumentó que “dañaría la relaciones internacionales” de su país.

Un informe demoledor, que muestra la realidad en ese magro 22% de territorio que a los palestinos les quedó del antiguo protectorado británico, y que el periódico Haaretz desveló el pasado domingo:

“En la vasta mayoría de los asentamientos – cerca del 75% – la construcción, a veces a gran escala, fue llevada a cabo sin los permisos apropiados o en contravención de los permisos que se habían dado. La base de datos muestra también que, en más de 30 asentamientos, la construcción de edificios e infraestructuras – rutas, escuelas, sinagogas y hasta estaciones de policía – fueron realizadas en tierras que pertenecen a los palestinos”.

Un informe que documenta el andamiaje de corrupción que ha permitido la creación de estos asentamientos, así como la sistemática y violenta expulsión de los palestinos por parte de las fuerzas militares de ocupación y de los colonos.

Un informe que demuestra lo que ya ocurrió en los años noventa: mientras los líderes israelíes hablaban de paz con sus pares palestinos y de cara a la comunidad internacional, la ocupación crecía.

Sólo en el año 2008, al tiempo en que Ehud Olmert estrechaba la mano a Mahmud Abas, las colonias en territorio palestino aumentaban un 60% en relación a 2007. Se calcula que en estos momentos suman 300 mil los israelíes que viven en zonas que, según el Derecho Internacional, no les pertenecen.

Más territorios, menos seguridad

Mientras mayor sea el número de colonos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Oriental, más difícil será la botadura de un Estado palestino viable, que brinde cierta estabilidad a la región y que termine con 41 años de ocupación.

Más colonos equivalen a una mayor política represiva por parte de Israel como la que ha estado aplicando hasta el momento a través de encarcelamientos masivos, torturas, vejaciones, ataques contra civiles, puestos de control, muros y vallas, y que la ONU ha equiparado al régimen del apartheid.

Y por más que los defensores de la actual política de Israel se rasguen las vestiduras para justificar lo injustificable, presionen a gobiernos y medios de comunicación para que se adhieran sin críticas al actual estado de cosas, y hagan todo lo posible por presentar a los palestinos bajo la peor luz posible, para tratar de quitar legitimidad a sus ansias de libertad, la verdad es la que señala el informe: nada se ha avanzado en el desmantelamiento de los asentamientos.

Otra vez parece quedar claro que los anhelos expansionistas de Israel pueden más que sus deseos de seguridad.

El analista judío Daniel Levy, lo explica de la siguiente manera en su último artículo: «En el papel, el gobierno siempre habla de paz. Pero en el terreno, sin embargo, las acciones del gobierno sólo expanden la infraestructura de la ocupación y los asentamientos. Cuando se trata de paz y territorios, los líderes israelíes sólo son expertos en una cosa: posponer decisiones».

Sí, así es, debe terminar la ocupación israelí de Palestina

Regreso de pasar el día rodando en uno de los barrios de chabolas más conflictivos de Buenos Aires. En la radio, las últimas informaciones:

El punto de partida para unas negociaciones permanentes parece claro: se debe terminar la ocupación que comenzó en 1967, aseveró el presidente norteamericano George Bush.

Oír para creer. Quizás el locutor se equivocó. Quizás estoy tan cansado que no he escuchado bien. Cambio de emisora. La noticia se repite .

Aunque resulte imposible de creer, George Bush, el presidente de EEUU, que tanto daño ha causado a la región, y que siempre aparece tan ajeno a la realidad, ha dado en el centro de la diana. ¡Ha dicho que la OCUPACIÓN debe terminar!

El cartel

Sigo adelante en el coche, y encuentro un cartel en una esquina porteña que me llama la atención, que me hace frenar. Resplandece ilusorio en la penumbra del atardecer porteño.

Me bajo, le saco una foto. ¿Una señal? ¿Una señal de que el mundo quizás empiece a comprender la verdad? De que no se trata de la «paz», como siempre se dice, de que palestinos e israelíes no puedan vivir codo a codo, sino de una ocupación que lleva ya 40 años y que no termina.

Una ocupación que tiene lugar desde 1967 del territorio en el que los palestinos deberían haber construido su Estado según lo estipulado por Naciones Unidas en su Resolución 181 de 1947, que daba el 55% del territorio del Antiguo Protectorado Británico a los judíos y el 45% a los árabes(A partir de 1967, el 22% le quedó de hecho a los palestinos mientras que el 78% fue otorgado a Israel. ¡Un magro 22% que le ha sido negado durante las últimas cuatro décadas! Y del que si algún día recibe algo será un 18 o 19% como mucho. ¿Por qué tanta ambición desmedida?).

Una ocupación que contraviene la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU. Una ocupación «colonial» en toda regla: con sus intereses económicos y militares, con ese componente mesiánico que hace que Dios “legitime” su permanencia en un territorio que no le pertenece, y con la constante demonización de los habitantes autóctonos – a los que se presenta como «salvajes» -, cuyas tierras fueron ocupadas aunque poseen títulos de propiedad legales sobre las mismas.

Una ocupación que al finalizar permitiría crear un Estado palestino viable, y no la serie de bantustantes escindidos en base a consideraciones raciales, por puestos de control y por una férrea vigilancia militar, que hacen imposible cualquier atisbo de un país palestino próspero, y que es lo que hoy existe, como quería Ariel Sharon.

Una ocupación que la prensa mundial ha ocultado sistemáticamente con toneladas de mentiras, de tergiversaciones, hablando de «paz», dando noticias de bandas de música mixtas entre palestinos e israelíes, como si la región estuviera biblícamente condenada a la violencia, cuando el mayor problema son los colonos israelíes que viven en territorio palestino, cuando ellos deberían ser el centro de la noticia.

Los colonos

Los 8 mil colonos de Gaza ya se han ido. Los 446 mil colonos que están en Cisjordania – muchos de ellos llegados desde EEUU, Argentina o Rusia – no se marchan por razones que ya han explicado en este blog israelíes tan lúcidos como Amira Hass, Gideon Levy y Meir Margalit.

Los colonos tienen que irse de Cisjordania para cerrar la afrenta histórica, la más profunda de la heridas, y para comenzar a construir un camino justo y transitable. Claro que para tomar una decisión de semejante dimensión política sería necesario un líder israelí fuerte y valiente, no como Ehud Olmert, que es despreciado por sus conciudadanos debido a la corrupción y al fracaso en la guerra del Líbano.

Porque aunque buena parte de la sociedad israelí esté a favor de terminar con la ocupación, lo cierto es que el poder de los colonos, de los extremistas religiosos, es tal, que juega en su contra.

Y es allí, en los intereses que colisionan dentro de la propia sociedad hebrea, donde sí se encuentra la complejidad de la cuestión, a la que hay que sumar la presión de una parte de la diáspora que se opone al final de la ocupación.

Así, el cartel que descubrí en Buenos Aires sería un símbolo del pasado, del momento en que el destino de dos pueblos se encontró, de forma violenta, plagada de mentiras, de bajos intereses que no los representan a uno y a otro, para luego separarse, para luego vivir, esperemos que sí, en PAZ.

Por cierto: ¿quién habrá sido el ingenioso miembro de la municipalidad que, entre las miles de arterias que surcan la ciudad de Buenos Aires, decidió que estas dos se debían cruzar?

Escudos humanos en Gaza: ¿es posible la resistencia pacífica?

A veces tengo la impresión de que lo único que busca el Ejército israelí con sus incursiones armadas y sus constantes violaciones de la legalidad internacional y los derechos humanos, es provocar la reacción violenta de los palestinos.

Una reacción que permita seguir justificando a los gobernantes hebreos, con la excusa de la «seguridad», la ocupación de territorios que hace décadas que tendrían que haber devuelto a sus legítimos dueños, según lo ha repetido en tantas ocasiones el Consejo de Seguridad de la ONU.

Cuando Hamás llevaba 14 meses de tregua, buscando legitimar así el poder que había conseguido en enero de este año en las urnas, el Tsahal – nombre con el que se conoce al Ejército israelí – golpeaba con fuerza a Gaza a través de ataques con artillería desde la frontera y bombardeos.

Hasta que el asesinato de la familia Galia el día 9 de junio, en la playa de Beit Lahia, empujó a los líderes del brazo armado de la organización islamista a volver a empuñar las armas.

Aún recuerdo con desazón el encuentro con uno de los cuatro supervivientes de la familia, Jamal, que acaba de volver del hospital de Israel en el que había pasado dos meses internado y que me recibió en la puerta de su casa en Beit Lahia.

Como consecuencia, Hamás llevó a cabo una operación junto a miembros de los Comités Populares de la Resistencia a través de un túnel que los condujo al puesto militar de Kerem Shalón. Allí, el 25 de junio, mataron a dos soldados y secuestraron a un tercero: el cabo Gilad Shalit.

La respuesta del Ejército de Defensa de Israel, que según muchos analistas estaba planeada de antemano, fue brutal y desproporcionada, lo mismo que sucedería semanas más tarde en el Líbano tras el secuestro de dos soldados israelíes por parte de Hebzolá (que esperaba poder utilizarlos como moneda de cambio por algunos de los cientos de libaneses que Israel había encarcelado a lo largo de los 22 años de ocupación ilegal del sur del país del cedro).

El día 27 de junio los tanques entraron tanto por el sur como por el norte, y la aviación comenzó a destruir de forma sistemática edificios públicos e infraestructuras como puentes, carreteras y centrales eléctricas.

Cuando ya parecía quedar poco por arrasar – los principales ministerios habían sido reducidos a escombros, así como todos los puentes de la franja de Gaza -, los ataques de los cazabombarderos F16 y de los helicópteros Apache se centraron en las casas de civiles, tanto líderes políticos como miembros de la resistencia, en una serie de acciones que contravienen los principios elementales del Derecho Internacional Humanitario y la Cuarta Convención de Ginebra.

Recuerdo que en los meses de julio y agosto, además de cubrir las incursiones de los blindados, me dedicaba a seguir día a día las casas que acababan de ser destruidas, en lo que no era más que otra herramienta del brutal castigo colectivo al que Israel está sometiendo a los habitantes de la franja de Gaza.

Para evitar la muerte de civiles, los soldados hebreos comenzaron a llamar por teléfono para alertar a los habitantes de la vivienda. «Abandone su casa, en veinte minutos será destruida», decía una voz en árabe o hebreo a través del teléfono. Pero lo cierto es que resultaba un método impreciso, como en el caso de una vivienda que visité en Siyaía varias horas más tarde de que fuera atacada. Por error, el misil había destruido también la casa de los vecinos, hiriendo a una anciana que se encontraba en su interior.

Otra equivocación fue la que denuncié en este blog en agosto. Los F16 lanzaron su carga sobre una vivienda pensando que pertenecía a un alto cargo de los Comités Populares de la Resistencia cuando, en realidad, hacía un año que la había vendido. El dueño de la casa me dijo: «Al menos podrían haber llamado para disculparse».

Las primeras llamadas del Ejército israelí produjeron un extraño fenómeno en Gaza. Decenas de personas comenzaron a recibir mensajes semejantes, lo que producía pánico en la población, robos en las casas vacías. La principal empresa de móviles de la región, Jawal, decidió entonces terminar con la posibilidad de establecer comunicaciones con número oculto.

Cuando los periodistas de la cadena Fox fueron secuestrados en Gaza, uno de los rumores que corría era que estaban siendo empleados como escudos humanos por los micilianos para proteger ciertas casas. Lo cierto es que, durante los 14 días que duró el secuestro, el número de ataques de la aviación israelí disminuyó notablemente.

Hasta el momento, más de 60 casas fueron destruidas siguiendo este método, que no es digno de un Estado que se llama democrático, pues condena sin juicio ni testigos a familias enteras a perder todo lo que tienen por el mero hecho de que uno de sus miembros está relacionado con alguna organización política o paramilitar.

Lo que sí parece acertado por parte de los palestinos, y todo un signo de unión en estos tiempos de fractura interna entre Hamás y Fatah, es la iniciativa que pusieron en marcha ayer de forma espontánea. A través de mensajes de teléfonos móviles y del llamado de los imán de la mezquita de Beit Lahia, más de 300 personas, en su mayoría mujeres, se congregaron en la casa de Uael Barud, guardaespaldas del primer ministro Ismail Haniya, que estaba a punto de ser bombardeada.

De haber caído en la tentanción de atacar la vivienda, el Ejército israelí habría provocado otra masacre, que se sumaría así a la larga lista que lleva a sus espaldas: la familia Galia, Qaná, Beit Hanún (tanto las dos mujeres que fueron asesinadas cuando intentaban actuar como escudos humanos, como los 18 miembros de la familia Al Kafarna).

Ese es el camino que debe seguir la población palestina, y que tanto se le reclama: la resistencia pacífica frente a la política violenta de los ocupantes. Los actos contra civiles israelíes, tanto con atentados suicidas como a través del lanzamiento de misiles Qassam, además de moralmente erróneos, le restan apoyos a su causa.

El problema es la violencia desmedida con que siempre ha respondido a estas iniciativas el Ejército israelí. ¿Cómo manifestarse de forma pacífica frente a soldados que parecen actuar sin límites éticos, a través de métodos humillantes, desproporcionados, violentos?

El caso de Rachel Corrie, que en el año 2003 murió aplastada por una excavadora en Gaza sirve de ejemplo. Ese es el precio que pagó una extranjera por atreverse a desafiar, sin arma alguna en sus manos, al poder militar hebreo. ¿Qué precio hubiese pagado en su lugar un palestino?

Quizás la respuesta esté en Bilín, ciudad cercana a Ramala en la que cada viernes se mafiestan palestinos, israelíes pacifistas y voluntarios extranjeros contra la construcción del muro. Son pocas las marchas a las que los soldados israelíes no responden con disparos y cargas.

En su excelente libro, Generación Intifada, Laetitia Bucaille, describe justamente los movimientos no violentos que surgieron durante la Segunda Intifada, y muestra la imposibilidad que tuvieron de prosperar debido a la brutal represión que padecieron. Es importante señalar que quienes participan en ellos no sólo se enfrentan a las agresiones del Tsahal, sino también a la cárcel, ya que el sistema legal israelí permite mantener a los palestinos en la prisión durante años sin tener que llevarlos a juicio.

Otra pregunta que tendría sentido formular es por qué el Ejecutivo de Ehud Olmert no dialoga con Hamás, por qué razón no busca interlocutores válidos, moderados, dentro de la estructura de la organización. No son pocos los informes de expertos del gobierno que señalan que esos canales de comunicación están abiertos, y que hay dentro del grupo islamistas facciones dispuestas a buscar una salida dialogada al conflicto. ¿Por qué aferrarse al hecho de que Hamás no reconoce al Estado de Israel, un error a todas luces, o que facciones armadas siguen lanzando Qassam? ¿Por qué no buscar el acuerdo a pesar de todo? ¿Por qué enrocarse en posiciones tan radicales?

Al analizar todos estos comportamientos, creo que resulta lógico preguntarse si el gobierno de Israel tiene intención alguna de buscar la paz y el diálogo.

O si, en el fondo, lo que intenta es enturbiar el ambiente empleando la agresión desproporcionada, grautita, sin sentido (recordemos que, en los últimos cinco meses, más de 400 palestinos han muerto en Gaza) para evitar que se aborde una vez por todas el problema de fondo: la retirada negociada de los territorios conquistados en 1967.

Una decisión que divide a los ciudadanos israelíes, que implicaría la salida de más de 200 mil colonos y la renuncia a fuentes de agua potable vitales para Israel.

Por ahora, lo único que está sobre la mesa es el plan electoral de salida de Cisjordania de Ehud Olmert. Un plan similar al que Ariel Sharón aplicó de forma unilateral en Gaza, que daría vida a un Estado palestino inviable, dividido en guetos comunicados por túneles, que Israel podría abrir y cerrar a su antojo.

¿Se busca llevar la situación a tal extremo de miseria y desesperación, que tanto los palestinos como el resto del mundo no tengan más opción que aceptar esta iniciativa si es que en algún momento Olmert la retoma y la pone en práctica?

Confesiones de un soldado israelí: «Tratamos a los palestinos como animales»

Comienzan a surgir en la sociedad israelí las primeras voces contra la guerra. El domingo, una marcha en Tel Aviv para pedir el final de los bombardeos en Gaza y el Líbano. Hoy, una noticia que conmocionó a la opinión pública: el sargento Itzik Shabbat anunció que se negaba a participar en la ofensiva contra Beirut, “Lo hago para oponerme a esta locura y para romper con la ilusión de que todos estamos a favor de esta guerra innecesaria basada en mentiras”, afirmó este joven reservista de 28 años que vive en Sderot, ciudad próxima a Gaza en la que suelen caer los misiles Qassam de Hamás.

Se acerca la hora del regreso a Gaza. Apuro las últimas entrevistas en Jerusalén. En un café de Jaffa Road, me encuentro con Yehuda Shaul, fundador de la ONG Breaking the Silence (Rompiendo el silencio).

“Todo es una locura: la ocupación, la forma inhumana en que tratamos a los palestinos”, me dice. “En Israel entras al ejército con 18 años porque quieres luchar contra el enemigo de tu país, porque quieres dejar tu marca en la historia, y haces lo que te dicen, sin pensar. Y allí todo te ayuda para que no pienses. Misiones que cumplir, órdenes que seguir”.

“Y no ves a los palestinos como seres humanos, los ves como animales. Entras a su casa durante la noche, los despiertas, les gritas, las mujeres allí, los hombres allí, y rompes todo. Son cosas que no harías aquí en Israel, pero las haces allí. Y, para poder hacerlo, niegas la realidad. Es la única forma. Creas entre tú y la realidad un muro de silencio”.

“Te pongo otro ejemplo: si encuentras en la noche un paquete sospechoso que puede ser una bomba, llamas al primer mohamed que encuentras en la calle y le dices que lo abra. Podrías llamar a un experto que lo desactivase, tardaría diez minutos en venir, pero mejor hacer que un palestino se juegue la vida, ya que para ti es lo mismo, no lo ves como un ser humano. Yo hacía eso con mis soldados en Hebrón«.

“Y también en Nablus, cuando quería entrar a una casa, si pensaba que podía haber una bomba trampa, cogía al mohamed de turno y lo obligaba a que abriera la puerta. Es parte de la rutina del ejército: usar a los palestinos como escudos humanos”.

“Lo mismo cuando estás en un check point, los obligas esperar mucho más de los necesario, a veces durante horas, y coges a un palestino al azar y le das una paliza, de cada quince o veinte que pasan, para que el resto tenga miedo y esté tranquilo. Sólo así, tú que estás con cuatro soldados más los dominas a ellos que son miles”.

“Y cuando entras a Gaza con el carro de combate y ves un coche nuevo, aunque tengas espacio en la carretera, pasas por encima. Y también disparas a los tanques de agua. Para meterles miedo, para que te respeten, porque esa es la lógica de lo que nos enseñan a los soldados israelíes”.

“Además, eres joven y empiezas a disfrutar de ese poder, de que la gente haga todo lo que les digas. Es como un video juego. Estás en un check point en medio de la ruta, tienes a veinte coches esperando, y con sólo mover el dedo hacen lo que tú quieras. Juegas con ellos. Los haces avanzar, retroceder. Los vuelves locos. Tienes 18 años y te sientes poderoso”.

“Tres meses antes de abandonar el ejército, dirigía una unidad en Hebrón, había hecho una buena carrera, así que tenía tiempo libre. Una mañana me miré ante el espejo y comprendí que todo aquello era un error y supe que no podría seguir adelante con mi vida si no hacía algo. Por eso, apenas salí, junto a los soldados de mi unidad, montamos una exposición con nuestras fotos, se llamaba Traer Hebrón a Tel Aviv”.

“Cayó como una bomba en la sociedad. Vinieron parlamentarios, periodistas. Pasaron siete mil personas. Entonces creamos Breaking the silence, donde damos espacio para que los soldados cuenten los abusos que cometen sistemáticamente. Más de 350 lo han hecho. Ahora tenemos exposiciones y vídeos en Europa, en Israel”.

“Alguna gente dice que son casos aislados. Las madres dicen: mi hijo, que está ahora en el ejército es bueno, no hace estas cosas, esto sólo lo hacen los soldados beduinos o los etíopes. Pero no es cierto. Todos las hacemos, porque es la lógica de la ocupación israelí: aterrorizar a los palestinos”.

“Los check points no sirven para detener a los palestinos de entrar a Israel, es para que la realidad no entre a Israel. Porque esta es una sociedad de soldados, todos pasamos por el ejército tres años cuando somos jóvenes y luego un mes al año. Y todos hacemos eso. Por eso existe el muro de silencio, de negación, porque todos somos responsables y no lo queremos admitir”.

“Ellos son las víctimas, nosotros los victimarios. Pero como victimarios, también pagamos un precio. Esta es una sociedad que no se anima a mirar a los ojos a la verdad, a sus propios actos. Es una sociedad, como consecuencia, moralmente enferma”.

(Fotografías entregadas por soldados israelíes a Hernán Zin en julio de 2006)