Asisto a la presentación del libro Vidas sin fronteras (editorial Viceversa), en el que el periodista Bru Rovira congrega los recuerdos y reflexiones de históricos de Médicos Sin Fronteras (MSF) como Carlos Ugarte, Paula Farias, Aitor Zabalgogeazkoa y Carlos Haro.
Una obra que no se deja lastrar por el buenismo y la corrección política que tan a menudo hacen naufragar a esta clase de libros. Al contrario, no sólo carece de maniqueísmo sino que exhala honestidad, pasión y hasta cierta irreverencia.
Algo que por otra parte era de esperar si se vislumbra el peso específico de sus protagonistas – gente que ha pasado años en las zonas más conflictivas del planeta – y del propio narrador, infatigable reportero a lo largo de dos décadas y un lustro en el periódico La Vanguardia.
Falta alma
La presentación, que tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, refleja en cierta medida el espíritu del libro. Bru Rovira sostiene que el periodista es un “vividor responsable”. Debe vivir en la calle, en la ruta, con la gente, donde está la noticia. Se lamenta de que hoy prime más la formación que la pasión a la hora de sumarse a este oficio. Algo que considera que sucede también en otros ámbitos de nuestra sociedad.
Paula Farias, presidenta de la junta directiva de MSF España, que está a su lado en la mesa, sonríe al afirmar que los principales responsables de la organización – los históricos que brindan sus voces a la primera parte del libro, ya que luego se abre a gentes más jóvenes, las nuevas generaciones en el terreno – no pasarían en la actualidad los procesos de selección dados los niveles de formación profesional que se exigen.
Un viaje por la historia
A la hora de las preguntas de los periodistas, surgen cuestiones puntuales como la situación en Somalia, la República Democrática del Congo, los conflictos asimétricos o los escenarios bélicos en que los trabajadores humanitarios ya no son observados como actores independientes, neutrales.
El otro gran atractivo del libro es justamente éste: que constituye un viaje a los principales conflictos y catástrofes de las últimas décadas, desde los privilegiados recuerdos de quienes estuvieron allí, en primera fila, con sus tiendas, estetoscopios y medicinas; y de la mano de un narrador como Bru Rovira, que también supo estar durante años donde ocurrían los acontecimientos más destacados de la agenda internacional.
Se hablan y debaten de muchas otras cuestiones, pero aquella sobre la ausencia de pasión es la que reverbera en mí a medida que me alejo del Círculo de Bellas Artes.
Hasta qué punto nos hemos encorsetado como sociedad bajo consignas muy válidas en ciertos momentos, como la corrección en el discurso o la necesidad de ser profesionales y metódicos en lo que hacemos, pero que parecen que se han sobredimensionado hasta convertirse en un lastre similar al de esos libros sin alma que mencionaba al principio de esta entrada del blog.
Como ejemplo no puedo más que destacar la estridente mediocridad de los líderes de esta Europa sin rumbo, sin ideas propias, que pierde de manera vertiginosa cada día peso específico. Líderes que, no debemos engañarnos, salen de nuestras sociedades y son reflejos de sus crecientes falencias: falta de pujanza, movilidad, creatividad… Vidas con fronteras muy acotadas, muy timoratas, que nos hemos impuesto.
De servilismos y otras mendicidades
Quizás otro ejemplo paradigmático sea el del propio Bru Rovira. Brillante reportero que se ha pateado los continentes como pocos compañeros en este país. Ya no está en La Vanguardia, periódico que hace años valía la pena leer por su sección de noticias internacionales y por ese espacio rompedor que era La contra. Al igual que otros, el diario catalán prescinde de sus grandes reporteros con la excusa de la falta de recursos.
Sin embargo, al mismo tiempo se gasta fortunas en pagar a firmas pobres moral e intelectualmente como la de Pilar Rahola, que tanto se apunta a gritar en la mesa de ese programa execrable que era Crónicas Marcianas como a defender a capa y espada – pero sin estar nunca en el lugar donde suceden las cosas, sin escuchar ni preguntar a los protagonistas, del perverso modo en que ya demostró hace años con respecto a la familia Galia en la franja de Gaza – los intereses de los grupos de presión más rancios y reaccionarios de nuestro tiempo.
En este caso ni siquiera hablamos de fronteras reducidas, carentes de horizontes, sino de muros con alambres de espino.
Foto: Presentación «Vidas sin fronteras» (HZ)