Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Rumbo a Afganistán: Diccionario del reportero empotrado (1)

Nunca falta el amigo o conocido que cuando dices que te vas a ir «empotrado» con las tropas de EEUU en Afganistán, suelta una risita burlona. Por un extraño giro del lenguaje, en su cabeza empotrado es sinónimo nada más y nada menos que de sodomizado, para decirlo con cierta elegancia. O sea, no vas a ir «empotrado con» sino que serás «empotrado por» los soldados. Supongo que cada uno proyecta sus propias fantasías sobre el plácido e inocente discurrir del relato ajeno.

Empotrado junto a la 101 Aerotransportada en el Valle de Tagab, Afganistán, en julio de 2008.

Como vimos en estas páginas hace unos años, justamente después de «empotrarnos» con la 101 Aerotransportada en Afganistán, no se trata algo nuevo. El mismísimo Robert Capa se sumó a los integrantes de la compañía E, pertenecientes al 16 Regimiento de la 1ª División de Infantería, en el arribo a la playa de Omaha el 6 de junio de 1944.

Así que aunque tomó relevancia con la invasión de Irak de 2004, lo cierto es que es una práctica tan antigua como este mismo oficio. Ya en el siglo XIX los cronistas se sumaban a los militares para ir a la guerra.

Supongo, otra vez, que después depende de cada uno dejarse empotrar o no narrativamente por los soldados. Hacer el esfuerzo de recorrer el país en busca de otros puntos de vista desde los que contar la historia. O, simplemente, ser crítico con esos militares que quizás hasta en un momento te protegieron o te salvaron la vida. Saber librarse así de cierta lógica sodomía afectiva e intelectual.

Incrustado y encamado

El término en inglés tampoco ayuda a quitarle connotaciones no deseadas al asunto. Se dice «embed», lo que a simple vista parece querer decir «encamado». Osea, que compartes lecho con la unidad a las que sigue. Lo cual, lamentablemente, en algunas bases muy pequeñas o puestos de avanzada, es literal dada la falta de espacio que duermas codo con codo con la soldadesca.

A empotrado y encamado podríamos sumarle «incrustado», que de vez en cuando aparece en crónicas periodísticas y que tampoco suena demasiado agradable. En este caso, las asociaciones sexuales o de otra índole las dejo en manos de los lectores. A ver qué sombras proyectáis sobre la palabra.

Visto en perspectiva, no resulta llamativo que exista un término propio para describir este asunto, pues si algo caracteriza a los militares es su pasión por las armas, por el papeleo y por crear su propio metalenguaje en base a neologismos y acrónimos impronunciables.

Si nada se tuerce, la cuenta atrás para viajar a Afganistán sigue corriendo y en poco tiempo más estaremos de regreso en el Hindu Kush. Así que es esta una gran oportunidad para que recuperemos y ampliemos el Diccionario del periodista empotrado que comenzamos en 2010 (aquel mismo año hicimos también un Diccionario carcelario argentino, cuando estuvimos fatigando los penales de Buenos Aires en busca de historias).

La mayoría de los términos que componen nuestro Diccionario español-empotrado ofrecen no poco lugar para la reflexión sobre la lógica de la guerra en el siglo XXI, como veremos a partir de la próxima entrada.

Play Station y Harry Potter en la guerra de Afganistán

Después de las misiones, en la barraca 25 se da una curiosa cacofonía: el rugido de los morteros, que estremece el techo y las paredes, que sacude la noche, se mezcla con el sonido los disparos que sale de la televisión. La guerra exterior, tangible, real, se encuentra con la que simula la Play Station a través del juego Call of Duty.

No importa que hayan pasado buena parte del día pegando tiros de verdad, cuando vuelven a la barraca, los jóvenes que integran el tercer pelotón de la compañía cogen los comandos y se ponen a jugar.

Cuatro de ellos tienen 18 años. El resto: 19, 20 y 21. Un promedio de edad sumamente bajo, que se hace evidente en el desorden que impera en la barraca, donde se confunden los IPOD y los ejemplares de Harry Potter con los cargadores de balas, los cuchillos y las granadas. Todo esto imbuido en un insoslayable olor a hormonas, a zapatillas sudadas, a adolescencia.

Adolescencia que se descubre en las típicas gracias que tienen lugar a todas horas, inclusive durante las misiones en los blindados a través de los intercomunicadores: “Joder, ¡qué olor!”, exclama Cox tapándose la nariz. “¿Has sido tú Hernández?”. Y todos ríen, hasta el teniente Ward, que avanza junto al conductor, en la parte del vehículo llamada TC en la jerga castrense.

El más pequeño del pelotón es Stevens. Tiene 18 años cortos. Apenas terminó el entrenamiento fue enviado a Afganistán. Dice que entró al Ejército con el fin de conseguir después una beca para poder ir a la universidad– becas que, tras cuatro años en las fuerzas armadas, cubren hasta 32 mil dólares de gastos de estudios -, pero que la experiencia le ha gustado y quizás haga carrera como militar.

La función de Stevens es conducir un humvee. De todas las armas que usan, y que cubren el suelo de la habitación, elige como favorita al M4. Explica que el suyo trae incorporado un lanzagranadas M203 de 40mm y un sistema de mira laser AN/PAQ-4.

Cuando termina de posar para la foto, sus compañeros lo llaman. Hernández ha perdido, así que le toca ahora jugar a él. En el menú de inicio de Call of Duty selecciona sus armas. También tiene sus preferidas para la guerra virtual.

Ametralladoras y granadas para celebrar el 4 de julio en Afganistán

El viaje tiene algo de pesadilla dolorosa, interminable, digna de Ferdinand Celine. Los soldados aguatan como pueden las sacudidas del vehículo blindado MRAP al tiempo en que sus cascos se golpean entre sí. Por el hueco que hay en el techo, y que emplea el encargado de disparar la ametralladora, se cuelan nubes de polvo. Todo en la más absoluta oscuridad, destinada a no llamar la atención del enemigo.

El tercer pelotón de la 101 División Aerotransportada ha sido el encargado esta semana de realizar las misiones al exterior de la base de Tagab. Misiones para tratar de ganarse “las mentes y los corazones” de los afganos, para apoyar a la policía local en el control de las carreteras o para enfrentarse directamente a los talibán.

Las acciones nocturnas siempre implican la búsqueda de “contacto” con las fuerzas integristas. Se dirigen a los lugares en los que suelen estar para tenderles emboscadas, para empujarlas a luchar.

“Estoy un poco nervioso”, afirma el cabo Hernández, de 24 años, entrado en carnes. “Me gustan las misiones nocturnas, te suben la adrenalina”.

Hijo de mexicanos, Hernández es el encargado de pasar las coordinadas en caso de necesitar un ataque aéreo o con morteros. Lleva en la mano un GPS, un mapa plastificado, una regla y una pequeña linterna verde. Sus compañeros lo llaman “Hache”. A su lado viaja Cox, que tiene 21 años.

Fuego preventivo

Una vez alcanzado el punto de “contacto”, los seis vehículos en los que desplaza el pelotón se colocan en posición. Gracias a la visión nocturna y las miras láser, los soldados escanean la zona en busca de efectivos talibán.

Llega una información urgente de intel (como llaman a la inteligencia). Unos treinta talibán se desplazan por el sur. Llevan lanzamisiles RPG. Hernández solicita que se lancen bengalas desde la base para poder iluminar la zona.

Se percibe la tensión. Walden, de 20 años, es el encargado de la ametralladora calibre .50. Dispara fuego preventivo cuando recibe las órdenes del sargento Ward. La noche se cubre de manchas rojas que como luciérnagas furiosas avanzan hacia los árboles donde se suponen que están los fundamentalistas. El sonido de las balas retumba en los oídos. Cox abre la parte posterior del techo, se asoma con un aparatoso lanzamisiles. Espera órdenes.

Pasan los minutos, no llega respuesta alguna de los talibán. “Seguramente van a disparar cuando nos demos vuelta y volvamos al cuartel. Como no nos pueden ganar de frente, buscan a que bajemos la guardia”, explica Hernández, aunque lo cierto es que nada sucede y emprenden el camino de regreso sin problemas.

Independence Day

Como es 4 de julio, esta tarde en la cantina, también llamada chow hall, les han servido filetes y hamburguesas. Cox habla de sus amigos, de su familia. “Deben estar preparándose para cenar y para salir después a celebrar”, dice.

Son las nueve de la noche en la base de Tagab, donde todos están esperando a que regrese el tercer pelotón para poder dar comienzo a la fiesta de la Independencia.

Los morteros, tan activos cada noche, lanzan ahora bengalas a la montaña más próxima. Los 167 hombres, y una mujer, que residen aquí gritan, aplauden. De fondo se escucha una composición de Wagner, por lo que la escena tiene nuevamente algo onírico, aunque en esta ocasión más propio de Apocalipsis Now.

Después se suceden desde distintos puntos de la base, y hacia la montaña, disparos de ametralladoras que dejan rastros incandescentes en la unánime fisonomía de la noche. La más potente de todas, una dushka rusa, que es accionada por comandos rumanos desde la parte del cuartel en la que viven las Fuerzas Especiales.

Ante cada explosión, cada proyectil, más vivas. A nadie parece importarle que la base esté iluminada como un árbol de navidad, siendo un objetivo fácil para los talibán. Lo importante hoy es celebrar el 4 de julio.

El punto culminante llega cuando alguien se saca una granada de mano del cinturón y la arroja por encima de la empalizada que limita la base. Algunos se sorprenden, aunque la mayoría exclama “Uau!!! Yeah!!”.

El gasto de munición ha sido importante. ¡Bien conmemorado el día de la Independencia! Sin embargo, un soldado que al día siguiente viene del vecino cuartel de Morales Frazer dice: «Eso no es nada. En nuestra base cavaron un hoyo de varios metros lo llenaron de gasolina y le prendieron fuego. Después dispararon un centenar de bengalas».

Calor, moscas y tedio en la base estadounidense de Tagab

La base Kutschbach da la impresión de ser una suerte de fortín del Lejano Oeste, de avanzadilla militar en medio de un territorio hostil. No sólo por los ataques de los talibán con proyectiles, sino por las bombas, los lanzamisiles RPG y los AK47 que esperan a los soldados cuando salen un sus misiones.

Aquí todo parece responder a un acrónimo. Inclusive este cuartel militar, situado en el valle de Tagab, es lo que se conoce como FOB (Forward Operating Base). Creado hace un año, lo han rebautizado con el nombre del sargento Patrick Kutschbach, de las Fuerzas Especiales, que murió el pasado noviembre.

La última víctima fue el sargento Isaac “Palo” Palomarez, que perdió la vida hace menos de un mes. Un RPG alcanzó la puerta del humvee en el que viajaba. Algunos de sus compañeros en la base llevan una pulsera con su nombre.

La relación que los unía se había forjado en este lugar, pero también en los EEUU, en el cuartel general de la 101 División Aerotransportada, con base en Kentucky, de la que vienen todos los que aquí están destinados.

Mejor estar en prisión

“Si me mandan a la cárcel seis meses, voy sin problemas”, exclama uno de los soldados en el comedor, mientras de fondo se suceden en la televisión imágenes pertenecientes a la cadena AFN, de las Fuerzas Armadas de EEUU, que combina deportes, series, informativos, con anuncios destinados a los militares. En esta ocasión: un partido de beisbol.

El soldado, que lleva en la muñeca una de las pulseras en recuerdo de Isaac “Palo” Palomarez, abre las cajas en las que vienen los alimentos y continúa: “Al menos en prisión te dan buena comida, no como aquí”.

La vida en la base Kutschbach es dura para los 167 hombres, y una mujer, que vienen aquí destinados durante 15 meses, con 18 días de permiso para volver a ver a sus familias.

De desayuno y almuerzo se sirven en la escueta cantina, que se conoce como DFAC (dining facility), comida que en su mayor parte podría ser considerada “chatarra”. Bollos, gaseosas, pizzas congeladas. Sólo la cena ofrece un menú más variado, que es preparada por cocineros afganos.

Moscas, moscas y moscas

Otro de los incordios de la base son las moscas. Las hay por millones. Y parecen infatigables en su deseo de molestar. Del techo del comedor hay colgadas cintas con pegamento de la marca Fly Revenge , en las que se inmortalizan los insectos y a las que resulta mejor no mirar demasiado sin uno no quiere que se le atragante la comida.

Las mismas cintas que se encuentran en los baños, donde para evitar la concentración de bichos hay un cartel que ordena literalmente: “Para que no vengan las moscas, los cagones tienen vetado el acceso de 8 am a 8 pm”. Como consecuencia, entre esas horas, los susodichos deben hacer sus necesidades fuera, en las letrinas de plástico que se cocinan bajo el sol y en las que el hedor resulta difícil de soportar.

El calor es el tercer elemento que dificulta el día a día en esta parte del mundo. Un calor implacable, seco, polvoriento, que merma las energías, que hace que los soldados, en su mayoría jóvenes de la América profunda que cuentan las horas para volver a sus hogares, pasen el tiempo muerto en las barracas, comiendo, jugando a las cartas, viendo películas en sus ordenadores, hasta que llega el momento de salir en misión.

Noches sin descanso junto a los soldados de EEUU en Tagab

El sonido de los morteros estremece las paredes, sacude el techo y nos mantiene en vela buena parte de la noche.

En la cama de arriba de la barraca que me ha tocado en suerte, una leyenda escrita por un soldado, quizás en relación con esta vigilia perpetua, quizás no : “Bajo el sol, cada día va y viene, la vida es una larga sobredosis. Ozzy y Black Sabbath”.

La base en la que estoy “empotrado”, situada en el medio del valle de Tagab, se ha convertido en el blanco de los talibán desde hace algunos meses. Cuando cae el sol se dedican a disparar desde las magníficas montañas que nos rodean.

Por esta razón, el comandante de la base ordena a los artificieros que respondan con morteros de 120 mm a los lugares desde donde suelen apuntar los integristas, para ver si con un poco de suerte le dan a alguno, o al menos dificultan la tarea de hacernos sentir como un pato de feria.

A primera hora, y con no poco sueño, comienzan las misiones, de las que hablaré con más detenimiento en otras entradas (pues inesperadamente consigo un ordenador durante unos minutos).

Misiones para enfrentarse a los talibán. Misiones para mejorar las relaciones con la comunidad local. Misiones de construcción de obras, con el fin de ganarse el apoyo de los afganos.

Algunas a pie, aunque la mayoría, en estos dos primeros días, en humvee.

Por ahora, una larga sobredosis de poco sueño y no pocas sensaciones. Conociendo poco a poco a los soldados, que al volver se tiran a dormitar bajo el sol, a esperar la próxima misión.

Empotrado con las tropas de EEUU en Afganistán

Me encontraba esta mañana en la Cruz Roja terminando un reportaje sobre víctimas de minas antipersona, cuando recibí una llamada de un oficial de prensa de las Fuerzas Armadas de EEUU en Afganistán. “Tengo buenas noticias, su solicitud ha sido aprobada, tiene que estar en la base de Bagram a las tres de la tarde”, escuché que me decía al otro lado de la línea.

Rápidamente volví al hotel, hice la maleta, pagué la cuenta y partí hacia la base de Bagram. La aprobación que recibí es para estar empotrado con una unidad entre cinco y diez días.

En la ruta que conduce de Kabul a Bagram: sol, viento, polvo, puestos de control de la ISAF, de la policía afgana. En algunas secciones: topadoras, camiones, que están construyendo una vía paralela, sólo para las fuerzas extranjeras, ya que se trata de un camino en el que se han producido numerosos atentados.

A lo lejos, las imponentes montañas que hablan de un Afganistán tan indómito como los nómadas kuchi, de la etnia pastún, que caminan por la estepa junto a sus animales, y que son las principales víctimas de las minas antipersona (la mayoría de lo que estaban esta mañana en la Cruz Roja eran kuchi).

A las dos horas de haber partido, finalmente Bagram, protegida por numerosas puertas, barreras, bloques de cemento y puestos de control. Aviones F16 que aterrizan, convoyes de humvees y vehículos blindados que pasan a toda velocidad. Y Amral, el conductor, y yo, que esperamos fuera a que nos venga a buscar el oficial de prensa. A nuestras espaldas, decenas de camiones que hacen cola para entrar con mercaderías.

Bagram, que tienen 13 mil soldados, parece una ciudad, con sus autobuses, sus tiendas y sus restaurantes: Burger King, Pizza Hut. Una ciudad militarizada en medio del desierto.

Otra perspectiva

Viaje a la guerra nació hace ya dos años con el objetivo de dar voz a las víctimas de los conflictos armados, porque creo que su realidad es la que mejor representa lo que significa el sinsentido de la violencia. Pero también porque en la prensa lo que suele primar son las declaraciones oficiales de los políticos, así como la visión de los militares, y lo que se encuentra en menor proporción es la visión de las mujeres, de los ancianos, de los niños, cuyas vidas se lleva por delante el poder.

En esta ocasión decidí que sería interesante también girar la lente y conocer a los soldados que están aquí (y que durante los dos últimos meses han sufrido más bajas que en Irak). Desde que he llegado a la base no he hecho más que hablar con ellos, especialmente en el espacio destinado para fumar, donde todo el mundo se ha mostrado amable y conversador.

Y espero que a partir de mañana, cuando salga al alba hacia la unidad con al que estaré “empotrado”, esta relación se haga más cercana, para conocer cómo ven la realidad, por qué están aquí, de dónde vienen, qué están haciendo, qué opinan del negativo progreso de esta guerra asimética.

Ahora vuelvo a la barraca donde estoy alojado, que se llama “Hotel California”. No sé si podré escribir este blog a lo largo de los próximos días. Haré todo lo posible, aunque me comentan que quizás ni siquiera tenga corriente eléctrica el lugar al que voy.

Creo que esta es una buena oportunidad para daros las gracias a todos, a los que estáis desde el principio y a los que os habéis sumado a lo largo del tiempo, por la compañía, la amistad y la complicidad. Por tantos mensajes, por tantas muestras de afecto. Es vuestra presencia la que sentido a esta iniciativa, a la que espero agregar, apenas sea posible, esta otra perspectiva, la de los soldados.